¡Hola! Soy Velvetnayru y este es mi primer fanfic. ¡Tenía muchas ganas de empezar a subir historias! Para mi debut, os dejo el primer capítulo de una historia basada en el manga Loveless de Yun Kouga. Lo descubrí hace unas semanas y desde entonces me he quedado totalmente prendada de la historia. Bueno, y también prendada del personaje que protagoniza este primer capítulo, Agatsuma Soubi. (Todo hay que decirlo...)
Ah, y aunque en este primer capítulo no aparezca mucho, esta historia es un shonen-ai. Por lo que... Precaución por si no os gusta este género.
No tengo los derechos de Loveless, todos ellos pertenecen a Yun Kouga. (Una pena que no sean míos...)
Y sin más dilación, aquí comienza la historia.
Piezas rotas.
Capítulo 1: Memorias del pasado.
Dolor. Qué palabra más hermosa.
Por aquel entonces era lo único que el pequeño niño cuyos ojos eran más azules que el cielo infinito podía sentir. El muchacho pareció encontrarle la belleza al frío que ocasionaba aquel punzante dolor. No se trataba únicamente de un dolor físico, sino que era también mental. La desaparición de sus padres de la faz de la Tierra lo había sumido en una tristeza inmensurable. Aún no llegaba a asimilar que jamás volvería a verlos; que jamás volvería a sentir las manos cálidas de una hermosa mujer que hacía todo lo posible para que él estuviera bien ni tampoco los tiernos abrazos de un valiente hombre que lo hacía querer ser tan increíble como lo era él. Todo eso formaba parte de una memoria. Una memoria que alguien la estaba dañando.
-Soubi-kun, ¿ocurre algo? - las serenas palabras sacaron al pequeño de su trance.
El aludido levantó la vista con el rostro serio, tal y como su sensei le había enseñado. No se dio la vuelta. Simplemente movió la cabeza para que el otro comprendiese que lo escuchaba.
-Veo que sigues tan hablador como siempre... - se resignó su maestro - ¿Cómo quieres que comprenda lo que te ocurre si no me dices nada?
Finalmente, el joven Soubi se giró y lo miró a los ojos con una expresión de tristeza. En sus ojos cristalinos se habían formado unas cuantas lágrimas que se enmascaraban con sus luceros. Al poco tiempo, apartó la vista e intentó tragarse todas ellas.
-Ya veo... - se llevó el dedo índice a los labios - Lo dejaremos por hoy. Estoy satisfecho con lo que has mejorado, así que ya puedes marcharte.
El chiquillo agradeció en silencio que la sesión hubiera acabado entonces. Psicológicamente, aquel día no se encontraba del todo bien.
Se arrodilló y entornó un gesto de dolor, algo que, por suerte, el sensei no logró percibir debido a la negrura de la habitación. Alargó los brazos y recogió la camisa que yacía unos centímetros por delante de él. Se la fue poniendo con cuidado de no rozar ninguna herida que pudiera tener, aunque en un par de ocasiones se le hizo inevitable. Un lamento imperceptible emergió de su boca a la vez que entrecerraba los ojos.
Finalmente, con la camisa ya puesta, volvió a ponerse en pie y su cuerpo se tambaleó ligeramente. Perdió el equilibrio durante apenas un par de segundos. Soubi evitó desplomarse por miedo a la reacción del sensei, así que se apoyó en la pared mientras cerraba los ojos y suplicaba mentalmente que Ritsu no le dijera nada ofensivo.
-Mañana proseguiremos con el entrenamiento. - habló el sensei, lo que hizo reaccionar al pequeño.
El aludido asintió y, con las últimas fuerzas que le quedaban, se dispuso a salir del despacho de su maestro.
Una vez que recorrió los largos pasillos de la academia de Combatientes, llegó a su habitación, el único aposento donde podía disfrutar de la más cálida soledad. Se dirigió frente al espejo que se situaba al lado de un antiguo escritorio y volvió a deshacerse de la camisa. Conocía con antelación lo que sus ojos vislumbrarían al darse la vuelta y ver su espalda, pero quería estar aún más seguro de todo lo que le había provocado el entrenamiento de Ritsu-sensei.
Las heridas que estaban cicatrizando de entrenamientos anteriores habían quebrado. Su espalda era un auténtico retrato. Estaba lleno de cortes, rozaduras, arañazos y todo aquello que ocasionaba un látigo azotando contra la débil epidermis de un niño en desarrollo. Ya no le impresionaba que las heridas fueran tan grandes, ya que la preparación para los futuros combates era cada vez más dura y compleja.
Y aquello era algo que pululaba por su mente en algunas ocasiones. ¿Quién sería su Sacrificio? ¿Le quedaba mucho para acabar todo aquel sufrimiento? Deseaba con todas sus fuerzas llegar a la edad mínima para comenzar aquellas batallas y poder librarse así de su sensei. O al menos eso creía él.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo al rozar con las yemas de los dedos uno de los cortes. Estaba claro que no podía hacer nada para que cicatrizaran tan rápido, así que volvió a colocarse la camisa de nuevo. Se dirigió finalmente a la pequeña e incómoda cama de la oscura habitación y dejó que su cuerpo cayese con delicadeza. Dormir boca arriba le iba a doler, así que se giró de manera que sus ojos se posaron en la tímida luz de Luna que entraba por la ventana.
Deseó como nunca escuchar una de las historias que su madre le contaba para dormir. Si al menos le quedara una foto para recordarla...
Soubi acabó cerrando los ojos y llegó al mundo de los sueños, donde esperó poder contemplar los rostros de sus fallecidos padres y poder alejarse de todo el sufrimiento que le estaba ocasionando toda aquella situación.
Los recuerdos de una infancia que perdura en la memoria. Una infancia oscura, ténebre y dolorosa. ¿Acaso todo iba a ser dolor? ¿Mi existencia solo se iba a centrar en la tortura? No, eso no puede ser así. Al menos, no hasta un cierto punto...
El paso de los días llevo consigo el paso de los años. Soubi cumplió finalmente los 18 años. Se había convertido en un joven apuesto. Su pelo ahora era aún más rubio y largo y sus ojos turquesa aún seguían teniendo ese toque hipnotizador que manipulaba a cualquiera. Su cuerpo ahora era más musculoso y firme. Había crecido bastante, hasta el punto de ser tan alto como su sensei. En cuanto al carácter, ya no conservaba aquel toque infantil de hacía unos años. No. Entonces era muy maduro y prácticamente un adulto en el cuerpo de un adolescente. Ya no le temía a nada, ni siquiera a Ritsu-sensei.
A pesar del cambio que había dado, durante esos años continuaron los daños hacia él. Incluso un día, el pequeño Soubi perdió sus orejas forzadamente. Su sensei así lo quiso, ya que su destino era ser un luchador y, al parecer, esas orejas eran innecesarias para algo tan importante como ser un Combatiente. El propio Ritsu fue quien lo hizo. Nunca olvidaría lo traumático que llegó a ser. Sin embargo, todas esas memorias no le importaban aquel día.
17 de Septiembre. Uno de sus días clave en su existencia. Entró decidido al despacho de su sensei, pero se vio frenado por la presencia de otra persona en la sala.
-Ah, Soubi-kun. Llegas justo a tiempo. - saludó Ritsu - Te presento a Aoyagi Seimei, tu futuro Sacrificio.
¿Cómo? ¿Mi... Sacrificio? ¿Quiere eso decir que... ya puedo comenzar a combatir?
La reacción externa de Soubi hizo sonreír al joven de pelo azabache que aún conservaba sus orejas y su cola, a diferencia del Combatiente.
-Más que futuro, digamos que soy tu Sacrificio actual. Es decir, que ya no eres un luchador en blanco. - le miró el tal Seimei.
-Sensei... - el joven de ojos azules miró a su maestro - ¿Es eso cierto? ¿Mi entrenamiento ya ha acabado?
Ritsu rio complacido ante la ingenuidad de su alumno.
-Por supuesto. A partir de este momento, deberás empezar una nueva etapa con él. Espero oír noticias positivas del equipo de Beloved. - le explicó.
-¿Beloved? ¿Ese es su nombre? - preguntó señalando al joven.
-Exacto. Bueno, supongo que tendréis muchas cosas que hacer, así que... ¿Por qué no os dais una vuelta y comenzáis a entablar los lazos que os deben unir fuertemente? - Ritsu se dirigió hacia la ventana y miró al exterior.
-¡Cla-claro que sí! - sonrió Soubi al comprender que por fin era libre.
Aoyagi Seimei salió del despacho riendo levemente y comenzó a caminar por el pasillo, aún sin esperar a su Combatiente. Soubi entonces se dispuso a salir para seguirlo, pero su maestro comenzó a hablarle.
-Espero que todos los entrenamientos hayan sido de utilidad para que no me dejes en evidencia. - susurró Ritsu aun mirando por la ventana.
Soubi cambió su expresión de felicidad. Se abstuvo de decirle unas cuantas cosas bien dichas. ¿Cómo podía decirle aquello con tanta facilidad? ¿Es que acaso ese era su único objetivo? Sin más dilación, salió del despacho dando un portazo sin despedirse de su sensei.
Beloved... Por algo te he escogido. Haz saber a Soubi lo que conlleva estar al lado de una persona tan influyente como tú lo eres.
Ritsu entornó una sonrisa maliciosa mientras se quitaba las gafas y pensaba en todo aquello que le esperaba a su ex-alumno.
-¡Aoyagi! ¡Espera! - corrió el joven de cabello rubio para alcanzar a su Sacrificio.
-Ah, ¿ya te has despedido de tu maestro? Bien, porque no hay tiempo que perder. - se detuvo y miró a Soubi mientras maquinaba asuntos en su mente.
-De acuerdo, estoy más que preparado. - frunció el ceño y elevó las comisuras de los labios. - ¿Qué es lo primero que debemos hacer?
Seimei cerró los ojos mientras sonreía y cruzaba los brazos.
-Has de saber que soy muy meticuloso y bastante perfeccionista. Solo de manera trabajadora y responsable podemos ganar a todos aquellos equipos que se interpongan en nuestro camino.
-Entiendo... - asintió el rubio, algo que Aoyagi no pudo ver.
-Me satisface saber que las cosas son mías y solo yo puedo poseerlas. Por eso, suelo poner mi nombre en todo aquello que me es propio y me pertenece. Es inteligible, ¿verdad? - acabó abriendo los ojos con una astuta sonrisa.
-Supongo... - el joven de 18 años retrocedió unos pasos.
Su Sacrificio lo agarró de la muñeca y comenzó a dar grandes zancadas hacia una de las habitaciones de las Siete Lunas. Al chico no le dio tiempo a reaccionar y poder escapar de Seimei, así que, simplemente, dejó que su cuerpo fuera tirado con gran fuerza. Incluso en algunas ocasiones notó como se tropezaba, pero la fuerza tirante del joven de pelo azabache lo volvía a poner en equilibrio.
Finalmente, llegaron a uno de los aseos de la Academia y Seimei empujó a su Combatiente. Éste cayó al suelo, recibiendo un gran dolor. La mala caída hizo que las heridas cicatrizadas se abrieran. Su camisa comenzó a denotar la incesante salida de sangre por su definida espalda. Quejidos audibles huyeron de sus labios mientras Seimei se arrodillaba y sacaba de uno de sus bolsillos una daga lo suficientemente afilada como para matar a alguien.
-Agatsuma Soubi... - comenzó a hablar el muchacho - No conozco apenas nada de tu historia, aunque tampoco es que me importe demasiado. Ritsu ha cumplido su palabra y me ha otorgado a uno de los luchadores mejor preparados de la cronología de las Siete Lunas...
El aludido levantó la vista mientras lo miraba con cierto odio e incomprensión. Los constantes lamentos del luchador hacían sonreír cada vez más y más a su dueño.
-Ahora tú dependes de mí. - en un brusco movimiento, empujó la cabeza de Soubi hacia atrás y se fijó en el fino cuello de éste - Ahora tú me perteneces.
Sin mucha más demora, Seimei clavó el cuchillo ligeramente y comenzó a escribir el inicio de una palabra. El bramido de Soubi fue un indicio de que aquello le estaba hiriendo a horrores, pero al cabo de los pocos segundos, su boca se selló para no darle ninguna complacencia a su cruel Sacrificio.
Beloved. Esa era la palabra escrita en su cuello por la que estaba emanando sangre en gran cantidad. Seimei había escrito su propio nombre en el cuerpo de otra persona como señal de que aquel era su siervo y no de nadie más.
Me siento un estúpido. Soy como una de esas mariposas que el sensei tiene como espécimen en su despacho.
Aoyagi acabó poniéndose de pie con el puñal sangriento en una de sus manos. Se acercó al lavabo y procedió a eliminar todo aquel líquido rubí que pertenecía a Soubi.
-Perfecto, ahora oficialmente eres mi Combatiente. - sonrió poniendo un especial énfasis en aquello que señalaba propiedad. - Espero que estés preparado para todo aquello que nos espera a partir de ahora.
Soubi estiró el cuello de su camisa mientras apretaba los dientes. Sabía que el corte iba a cerrarse con el paso del tiempo, pero aquello le dejaría una cicatriz de por vida. Aquel chico de pelo oscuro no era un estúpido precisamente.
-Vamos, levántate. - le ordenó el Sacrificio mientras secaba el cuchillo. - No me obligues a tener que hacerlo yo. Créeme, no será agradable.
El joven de ojos azules se levantó apoyando su cuerpo contra la pared y deslizándose hacia arriba. Se llevó una mano al cuello. La tentación de eliminar a Seimei estaba a punto de sobrepasar el límite, pero sabía que no podía hacerle nada. Él era su siervo.
-Veo que aprendes bastante rápido, Agatsuma. - dio unas cuantas palmadas para felicitarlo, aunque aquello sonó más bien a una burla. - Supongo que por hoy ya te he mostrado suficiente. Ahora quiero que me acompañes hasta el lugar donde vivo. Es necesario que lo sepas, ¿no crees?
El otro seguía sin mirarle a los ojos, pero escuchó cada una de las hirientes palabras que le estaba dedicando aquel ser.
-Muévete, vamos. - Seimei lo empujó hacia la salida y él comenzó a caminar como pudo.
El suelo del aseo quedó empapado de sangre, al igual que el camino que seguía el cuerpo de Soubi.
-¡Seimei! - gritó a la vez que corría el pequeño niño.
La oscuridad de la noche contrastaba con las luces que salían del interior de aquella casa. Había comenzado a nevar sin que Soubi se diese cuenta. Los fríos y delicados copos de nieve se mecían en el suave viento hasta impactar contra su cuerpo. Observaba desde lejos la tierna escena del encuentro entre dos hermanos. Sí, aquel era el hermano pequeño de su sádico Sacrificio. Pero, lo más sorprendente de todo, es que se había vuelto otra persona con el pequeño chico que parecía una copia idéntica a la suya.
El observador memorizó cada detalle de la escena que estaba presenciando mientras encendía un cigarrillo. El hermano de Seimei, un tal Ritsuka, aún tenía 7 años. En cierto modo, le recordó a él cuando aún estaba entrenando con Ritsu-sensei, solo que aquel chico cuyo rostro era tierno tenía algo que no podía explicarse solo con las palabras.
El rubio de ojos azules pareció quedarse cautivado por el encanto que desprendía aquel rapaz. Era incapaz de quitarle los ojos de encima.
-¿Dónde estabas? ¡He estado muy preocupado! - gritaba el chiquillo mientras daba pequeños saltitos.
-Perdóname, Ritsuka. Prometo que la próxima vez volveré antes. - el otro le estiró de uno de los mofletes. - Para compensarte... ¿Qué te parece si preparo las galletas de chocolate que tanto te gustan?
-¡Sí! - se alegró el chico.
A lo lejos, Soubi entornó una expresión cariñosa ante la felicidad que le podía proporcionar unas simples galletas de chocolate al chico del cual se había quedado prendado. Aún no llegó a comprender que era lo que le atraía tanto.
Lo último que percibieron sus ojos fue como la puerta de la casa se cerraba. La nieve había empezado a caer aún más fuerte y aquello ya le comenzaba a dificultar la vista del paisaje. Pareció que todo se había vuelto blanco...
Ritsuka...
Un potente rayo de luz impacto contra la faz del durmiente. Éste emitió un quejido ronco a la vez que intentaba ponerse la almohada en la cara.
-Maldita sea... ¿Quién ha encendido la luz? - se quejó Soubi.
Entonces sintió como el colchón rebotó ante el asalto de alguien sobre su propiedad.
-¡Bueeeenos días! - la voz de Kio tintineó en el oído del medio dormido. - Sou-chan, son más de las nueve. ¿Qué haces aún en la cama? ¡Te recuerdo que aún no has acabado el cuadro que tienes que entregar para mañana!
-Por el amor de... - resopló el susodicho.
El chico de pelo verdoso se deshizo de la almohada de su mejor amigo para que pudiera mirarlo a la cara.
-¡Vamos! Ya estás saliendo de la cama sino quieres que llame a Ritsuka y te vea así... - lo miró pícaramente.
El joven de ojos azules se incorporó rápidamente y recordó el sueño que acababa de tener.
Más que un sueño, era una especie de pesadilla... Una pesadilla que en su momento ocurrió de verdad...
-Hay que ver... Ese serio complejo de lolita te delata. - Kio decidió levantarse de la cama de su amigo.
-Cuántas veces he de decirte que no soy un pervertido... - suspiró. - Además, Ritsuka ya tiene sus 18 años cumplidos. Él ya puede decidir por sí mismo todo aquello que desee.
Kio lo miró de nuevo.
-De acuerdo, de acuerdo. - cambió su expresión. - Solo espero que algún día se dé cuenta de todo lo que haces por él. Y espero que también perciba todo el amor que sientes.
Soubi abrió totalmente los ojos y miró a su amigo sonriendo. Su mejor amigo no rehuyó el rubor que apareció en su rostro.
-En fin, Sou-chan... Levántate ya, ¿quieres? - se dio la vuelta para que no pudiera ver su rostro aún más ruborizado que antes.
-Ahora mismo, Kio. - acabó diciendo.
El joven de 25 años se tocó la cabeza. ¿Y si aquel sueño era una señal de su subconsciente? Fue deslizando la mano hasta llegar a la venda que tapaba la cicatriz que señalaba que él pertenecía a Beloved y no a Loveless, la persona de la cual seguía prendado desde aquella vez que lo vio por primera vez.
Ritsuka... Espero que no tardes en darte cuenta de que todo lo que te digo es verdad y no es obra de simples órdenes de Seimei...
Continuará...
El comienzo es corto, pero quería subir el primero cuanto antes. Los próximos capítulos serán mucho más largos.
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¡Hasta el próximo capítulo!
