PROTEGIENDO A HARRY

CAPÍTULO 1.

Una misión peligrosa.

No podía quitarse esa imagen de la cabeza. Había visto el cadáver esa misma mañana. Kingsley los había reunido a todos mediante un memorándum zumbador urgente a primera hora. Y allí estaba, sobre una camilla metálica, completamente desnuda, con la luz de las blancas paredes de la sala de autopsias rebotando sobre su piel. Era muy joven, casi una niña, menuda, frágil. Parecía de cera, o de plástico, como un maniquí roto, toda pálida, rubia y blanquecina, salvo por unos llamativos moratones en los antebrazos y unas espeluznantes manchas rojas en las rodillas y en los tobillos. Tenía los ojos hundidos, con prematuras ojeras azuladas y oscuras bajo el párpado inferior. Las señales en el cuello eran fácilmente identificables: dos orificios pequeños, agudos y profundos, de una redondez perfecta. Otro agujero, de esos minúsculos que dejan las agujas, destacaba en las venas descoloridas del brazo izquierdo. Rachel, Rachel Walker, 17 años, prostituta, adicta a la heroína, que hacía la calle en la zona de Stratford, conocida entre los muggles por su alto índice de delincuencia.

Era ya la octava víctima del vampiro. En los últimos tres meses, varias prostitutas habían sido asesinadas en los barrios periféricos de Londres. Todos los casos presentaban el mismo perfil: muchachas casi adolescentes, que ejercían la prostitución en zonas marginales y aisladas, de rasgos delicados, especialmente guapas; seguramente, las más demandadas. En su mayoría, eran extranjeras, chicas procedentes de países del Este o de algún lugar remoto de Asia. Pero, cuando el ataque había afectado a una joven británica, las alarmas se habían disparado. El Alcalde de Londres había presionado entonces a Scotland Yard y la prensa había empezado a hablar de un nuevo "Jack el Destripador". Fue a partir de ese suceso, cuando la máxima autoridad de la policía británica muggle había pedido auxilio al Ministerio de Magia. Las autopsias sólo habían revelado dos cosas: que la mayoría de las chicas había sido objeto de malos tratos y que los muggles no eran capaces de explicar la causa de la muerte. No eran asesinatos corrientes, las víctimas estaban desangradas, pero sin rastro de sangre en el lugar del crimen, y los cuerpos presentaban dos misteriosas perforaciones en la yugular, limpias y precisas.

Harry tenía el estómago del revés. Kingsley y, sobre todo, Roger Davis, el jefe del Departamento de Aurores, no habían escatimado detalles. La mención de las prostitutas había provocado ciertas risas burlonas y pícaras entre algunos de los aurores convocados y una mueca de asco en Eveline Morris, una de las más veteranas. Davis, un mago alto, moreno, de pelo muy corto y facciones que recordaban a Harry las de un general romano de película muggle, no se tomó el asunto a risa.

Les explicó todo aquél sórdido asunto de la trata. Cómo, en la mayoría de los casos, las chicas eran engañadas en sus países de origen y, una vez en Reino Unido, obligadas a la fuerza, mediante palizas y amenazas, tal y como delataban las marcas de Rachel, a ejercer la prostitución, retenidas contra su voluntad y, muchas veces, introducidas en la droga para hacerlas más dependientes y vulnerables.

Hubo algunas voces discordantes. John Gibson, que daba a Harry clases de barreras protectoras mágicas, había interrumpido, con cierto aire de superioridad, el discurso de Davis para comentar que la mayoría de las prostitutas ejercían el "oficio más viejo del mundo" voluntariamente, que era una manera fácil de ganar dinero y que nadie tenía por qué interferir en algo que él consideraba un tema de libertad personal.

Harry podía oír todavía, la grave y disgustada voz de Davis clamando contra lo que él llamó "cultura de la tolerancia" y exponiendo, casi escupiendo, que aquello de dedicarse voluntariamente a algo tan degradante como la prostitución era, prácticamente, simbólico, ínfimo, un número ridículo de personas, en tanto que la demanda era descomunal, universal, inconmensurable y que eso convertía la trata en un negocio altamente lucrativo, en una de las actividades más rentables del planeta, y por el que se sometía a cientos de miles de mujeres, pero también a niñas, niños y hombres, a una forma atroz de esclavitud en la que estaban implicados hasta los gobiernos e instituciones de algunos países. Harry sentía náuseas sólo de pensarlo.

Tras ese debate, vinieron los detalles forenses, la especialidad de Davis. No había duda de que el responsable de las muertes era un vampiro. Y ahí estaba lo extraño, porque éstos no mataban a sus víctimas, en todo caso, las convertían en sus semejantes. El Jefe del Departamento de Aurores tenía claro que estaban ante un caso excepcional, un individuo de singular crueldad, que agredía sexualmente a sus víctimas antes de chuparles la sangre y dejarlas deshidratadas. Que se sentía atraído por su belleza y por su juventud y que, seguramente, encontraba especialmente excitante el que se dedicaran a la prostitución, por no hablar de lo mucho que esa actividad le facilitaba sus ataques nocturnos en lugares solitarios. El hecho de que las sangrara hasta quitarles la vida era absolutamente anormal; pero él, en su detallado examen forense, había detectado importantes restos de toxinas procedentes de la saliva del criminal y que explicaba, a su juicio, que era una criatura fuera de lo común, especialmente violenta y agresiva.

Kingsley aportó su propia teoría. El "modus operandi", a su juicio, podía responder a que hubiera estado con los mortífagos, a que, en algún momento, hubiera sido aliado de Voldemort. Sólo así, según él, podía explicarse su desprecio por la vida humana, tratándose además de mujeres muggles, así como la inusual fiereza de las agresiones. No los iba a engañar, estaban advertidos de lo peligrosa que era la misión.

Por lo demás, tenían pocas pistas. Scotland Yard sólo les había entregado ese último cadáver, el único caso por el que parecían mostrar interés, y todo lo que habían encontrado era un par de cabellos que no pertenecían a la víctima y que, quizás, fueran del criminal, y una pequeña cantidad de arena sucia y oleosa en los zapatos de Rachel que, tras ser debidamente analizada, indicaba que la habían asesinado cerca de alguno de esos arroyos inmundos por los que fluían los vertidos de la ciudad.

Después de la reunión, fueron a la cafetería para la pausa de media mañana que hacían todos los alumnos. Aún con el estómago revuelto, Harry no se explicaba cómo Ron podía masticar con toda tranquilidad un sándwich mixto.

¿Tú lo harías, Ron?

¿El qué?- preguntó Ron, con la boca llena, sin dejar de mover las mandíbulas.

Acostarte con una prostituta…

¿Estás loco, Harry? Hay que estar muy desesperado para hacer eso, ¿no crees? - Ronald tragó y echó un trago a su cerveza de mantequilla - Vale que hay chicas muy guapas. Y he oído que con ellas puedes hacer cosas que ni te imaginas y que con otras mujeres sería imposible, pero no le veo la gracia a tener que pagar por… bueno, ya me entiendes.

No, yo tampoco le veo la gracia. Y menos si sabes que no lo hacen por propia voluntad. No tenía ni idea de todo eso de la trata. Es asqueroso.

Bueno, ni tú ni yo tenemos que rebajarnos a eso, Harry. – A Harry la palabra "rebajarnos" le produjo un cosquilleo de satisfacción – Yo tengo a Hermione, soy incapaz de mirar a ninguna otra y tú… bueno, tú… eres un héroe, ya te saldrá alguien que te guste. Cuando te animes, claro, porque…

A Harry se le aceleró el pulso. Una vez más iba a salir el tema de su ruptura definitiva con Ginny y su vida solitaria en Grimmauld Place.

Vale, vale, no quiero hablar de eso ahora, Ron - le cortó – Voy a ofrecerme voluntario para la misión. ¿Te animas?

A Ron se le paró la boca. Miró a Harry, durante unos instantes, con los ojos muy abiertos.

¿Crees que nos admitirán? Aún no hemos acabado el periodo de formación, ni siquiera hemos hecho las prácticas.

Ya has oído a Kingsley. Los muggles están desesperados. Y el Ministerio anda muy escaso de aurores, después de las bajas de la guerra, las purgas y todos los que están dedicados a terminar con los mortífagos en fuga- Harry se estremeció al pensar en Snape.

Kingsley los recibió en su magnífico despacho con una sonrisa de oreja a oreja. No tuvieron que hacer ningún esfuerzo para convencerlo. En cuanto le formularon la propuesta, la recibió encantado, como si la hubiese estado esperando. Les expuso, haciendo muchos gestos y moviendo mucho las manos y paseándose de un lado a otro de la sala, cuál era su plan para capturar al vampiro asesino. Había atacado en distintos lugares, todos en las afueras de la ciudad, en los suburbios del extrarradio, adonde llevaban a las chicas que acababan de reclutar. Lugares oscuros, casi deshabitados, a los que los clientes, ávidos de carne fresca, se desplazaban sin temor a ser sorprendidos por algún conocido o por alguna patrulla policial.

De acuerdo con esos datos, Davis había trazado un mapa, el que colgaba de una de las paredes del despacho de Kingsley, con los lugares en los que se habían encontrado los cuerpos y en los que las marcas rojas mostraban las zonas preferidas del agresor, con repetidos ataques. La idea era mandar un pequeño grupo, formado por dos o tres aurores, a vigilar cada uno de ellos para sorprender al vampiro "in fraganti". El problema era que necesitaban un cebo en cada equipo, pero contaban con pocas mujeres en el Departamento y, además, el polígono de Stratford, el del arroyo, doblemente pintado de rojo en el mapa, era el más arriesgado, el más expuesto.

Kingsley bajó la voz para decir, con tono de misterio, que necesitaba que Harry se travistiera, que se disfrazara de prostituta. Ante la horrorizada cara de Ron y la estupefacción del propio Harry, el Ministro no dudó en comentar que era el más indicado, por su complexión y por su estatura. Ronald y el otro miembro que asignaría al equipo, Mark Taylor, apenas unos años mayor que ellos, eran demasiado corpulentos para ese papel. Mark era alto y robusto, moreno, de mandíbula cuadraba, con los ojos un poco saltones y una cicatriz en la ceja izquierda que le hacía parecer bruto y un tanto fanfarrón.

Harry salió de allí con dolor de cabeza. Por un lado, estaba satisfecho, iba a participar en la operación; pero, por otro…la idea de vestirse de mujer le puso los pelos de punta. Ron estaba aún más escandalizado, como si aquello, en lugar de una estrategia hábilmente diseñada, fuera una humillación. Pero lo peor estaba aún por llegar.

Una semana después, ya estaban organizados todos los equipos y habían empezado las rondas en los puntos previstos. Harry, Ron y Mark entraban en acción esa noche, así que tenían que prepararse. Harry acudió con los nervios a flor de piel al vestuario. Notó un pinchazo en el estómago cuando, junto con las túnicas y las protecciones habituales del uniforme de Auror, vio colgados unos trapos de colores que simulaban una blusa y una falda.

¿Has visto eso? – Ron parecía ofuscado, las orejas se le habían puesto coloradas.

Sí, lo he visto. No quiero ni pensar en la pinta que voy a tener.

No, no digo la ropa. Digo "esto" – Y Ron sacó del perchero una boa de plumas de color rosa.

La imagen lívida de Rachel, tirada como un deshecho en la sala forense, le vino a la mente.

Me da igual Ron, tenemos que hacerlo.

La potente voz de Mark, metiéndoles prisa para reunirse en el traslador, los obligó a actuar. Mientras Ron se enfundaba un elegante traje muggle, con chaqueta cruzada, botones dorados y pantalones de raya perfecta, que le permitirían hacerse pasar por cliente, en caso necesario, Harry se tuvo que pelear con unos minúsculos trozos de tela. Era realmente complicado saber qué parte había que meterse por la cabeza y qué parte por las piernas. Sólo tenía claro que iba a estar casi desnudo. Ron lo miraba con una expresión extraña, entre fascinado y horripilado.

Creo que deberíamos pedir ayuda. Puedo llamar a Hermione.

Es una excelente idea, Ron. La necesito. Como nunca – reconoció Harry.

Hermione trabajaba en el Departamento de Legalidad Mágica, en la Oficina de Ley Mágica Internacional. Tardó menos de tres minutos en llegar a la sala del Departamento de Seguridad en la que se encontraban los chicos. Por la dureza que había en sus facciones y por su mirada furibunda, a Harry le quedó claro que estaba al corriente del lío en el que se habían metido. Ron puso cara de resignación.

No sé cómo a Kingsley no se le cae la cara de vergüenza. Mandaros a esa zona de Londres, sin estar debidamente preparados y haciendo de cebo para un vampiro violador y asesino. Es una locura.

Vamos, Hermione. Hemos pasado por cosas mucho peores que ésta – medió Ron.

Eso no quiere decir que tengáis que estar siempre jugándoos la vida.

Harry, que había conseguido ponerse la blusa pero no lograba que la falda le pasara de las rodillas, estaba empezando a perder la paciencia.

¿Vas a ayudarnos o no, Hermione? – Tiró la falda al suelo – Esto es desesperante.

La chica tenía el ceño fruncido y los labios apretados.

¿Te enseñó el cadáver, verdad? Kingsley es muy listo, ha sabido cómo tocarte la fibra sensible. Preferiría ayudaros a abandonar esta misión.

Pues pierdes el tiempo entonces – soltó Harry, cada vez más irritado – Vamos a ir allí y a capturar al vampiro, aunque tenga que vestirme sólo con la boa.

Está bien- cedió Hermione - pero deberías empezar por ponerte las tetas postizas.

Después de echar sin contemplaciones a Ron de la habitación, se pusieron manos a la obra. Harry pasó un momento crítico, cuando Hermione se empeñó en depilarlo para que la transformación, como ella la llamó, fuera más creíble; pero antes de que abriera la boca para protestar, imaginándose que lo iba a despellejar con cera caliente, la chica hizo una floritura con la varita y su piel quedó tan tersa como la de un recién nacido. Fuera, Ron trataba de calmar a Mark que, harto de esperar, había ido a buscarlos, convencido de que se habían rajado.

Se quedó de una pieza al contemplarse en el enorme espejo invocado por Hermione. Tuvo que darle la razón a Kingsley. Los rizos de la larga peluca pelirroja dulcificaban sus facciones. Las gafas habían sido eliminadas y sustituidas por unas lentes de contacto imposibles de detectar. Las cejas, antes gruesas y desaliñadas, se habían convertido en unas delicadas líneas que suavizaban su mirada. Aunque las pestañas postizas le resultaban molestas, sus ojos parecían más grandes y el efecto era aún mayor gracias a la máscara y a las sombras violetas que intensificaban el verde esmeralda de su iris. Parpadeó varias veces, incapaz de resistir un gesto de coquetería, asombrado de su propio aspecto. Sus labios, ahora rojos y brillantes, parecían más gruesos y se le antojaron extremadamente sensuales. Hasta las piernas resultaban más largas y curvilíneas con aquellos zapatos y las medias de rejilla. Era una auténtica puta. Sintió un escalofrío de excitación. De no haber sido por el grave y urgente asunto que lo atormentaba, se hubiera metido mano allí mismo.

Cuando se dispuso a marchar, notó con horror el peso y el volumen de las tetas de pega, con las que tropezaba al mover los brazos; pero, con todo, lo más complicado era caminar con aquello en los pies y eso que, según Hermione, una verdadera prostituta hubiera llevado unos tacones muchísimo más altos; pero a eso se había negado en redondo y había hecho bien.

Sin embargo, las caras de Ron y de Mark lo recompensaron enormemente. Ron lo miraba con la boca y los ojos muy abiertos. A Mark parecía que se le iba a desencajar la mandíbula de un momento a otro. Cuando volvió a respirar, Taylor lanzó un largo y agudo silbido. Ron tardó un poco más en sobreponerse, se había quedado con la expresión de un pez fuera del agua, pasando una mirada entre azorada y avergonzada de Harry a Hermione y de Hermione a Harry. Éste tuvo que morderse la lengua para no soltar una fuerte carcajada; pero, a gusto con su papel – a pesar de un cosquilleo en las tripas, como si su conciencia quisiera llamarle la atención – meneó las caderas y se sacudió la melena. Finalmente, Ron consiguió tragar saliva y enfocar los ojos:

Estás… estás… espectacular, Harry.

Bien. Pues entonces, ya estamos listos – dijo, tratando de que su voz sonara más firme y masculina que nunca.

El traslador los dejó de golpe en el arroyo de Stratford, al que estuvieron a punto de caer. Para poder levantarse, embutido como estaba y sin control de sus tobillos, Harry tuvo que agarrarse a los pantalones de Mark, quien aprovechó para darle una palmada en el culo. Ron soltó un bufido de exasperación.

¡Dejaos de bromas! No estamos aquí de cachondeo.

Echaron un vistazo alrededor. Estaban al final de un polígono industrial de calles solitarias, naves cerradas y abandonadas y mezquinas farolas que parpadeaban proyectando una luz fantasmal. En aquella esquina, el riachuelo serpenteaba, hediondo y ennegrecido, rodeado de vegetación áspera y salvaje, perdiéndose en la oscuridad de una amplia zona sin urbanizar de la que llegaban a distinguir algunos árboles y matorrales. A pocos metros de dónde habían aterrizado, terminaba una carretera de asfalto descarnado que conducía al único lugar que tenía vida: una provocativa y chillona luz de colores de neón bajo la que un gran portón metálico parecía dar paso a una improvisada sala de fiestas.

Cuando salieron a la carretera y se acercaron, pudieron oír la música. La entrada, vigilada por dos hombres de color de aspecto fiero y hostil, estaba llena de coches. Fue entonces cuando vieron a las chicas. Apenas cuatro o cinco paseaban desperdigadas a ambos lados de la carretera, pendientes de cualquier automóvil que se aventurara por allí.

De acuerdo con el plan, Ron y Mark buscaron un lugar escondido donde acomodarse al acecho y Harry fue a ocupar su sitio entre la oferta de carne. Avanzó por la acera, luchando por mantener la compostura a pesar de la tortura de los zapatos. La noche era fría y desapacible y se sentía casi desnudo, privado de la protección de los pantalones, con las piernas y el culo prácticamente al aire, estirándose una falda que apenas le cubría los muslos y rogando a Merlín que los falsos senos se mantuvieran en su sitio.

No quería mirar a las otras descaradamente, pero se fijó en una muchacha morena, de melena corta y ojos tristes. Se apoyaba desfallecida en una de las farolas, como si estuviera a punto de desmayarse. Una yonqui. No muy lejos de allí, otra, aún más delgada, de rasgos eslavos, desafiaba la ley de la gravedad con unos tacones altísimos. Llevaba una falda tan corta que parecía un cinturón. Fumaba nerviosa, sin dejar de moverse. Harry, que empezaba a notar que se le erizaban los pelos de la nuca, buscaba un sitio en el que estar bien a la vista. Cuando se quedó parado cerca de una chica que no aparentaba más de 15 años, una alterada y vibrante voz femenina lo sacó de su consternación.

Eh, tú, guarra, ¿es que vienes a quitarnos el trabajo? ¡ya te estás largando de aquí ahora mismo!

Una mujer, ésta adulta, como de unos 25 años, se dirigía a él gesticulando de manera amenazante. Harry no sabía qué hacer, pero lo último que había venido a buscar era una bronca con las prostitutas. Se alejó a toda prisa de allí. Antes de que se diera cuenta, estaba de nuevo cerca del maloliente regato, junto a una espesa vegetación y sin un ápice de luz. La voz susurrante de Ron lo tranquilizó.

Harry, estamos aquí, escondidos entre estos árboles.

No creo que el vampiro te vea si te quedas aquí, tío. Deberías haberte apostado cerca de la discoteca – gruñó Mark.

Si me acerco, lo único que voy a conseguir es que las putas me partan la cara. No quieren que esté aquí.

¡Joder! – exclamó Ron – No se nos ocurrió pensar en eso.

Sí, tío. En lugar de un mordisco, te vas a llevar un navajazo – Mark soltó una risa ahogada satisfecho de su propia broma.

Bueno, ¡basta de charla! – Harry no veía nada gracioso en la situación- ¿Por qué no os metéis en el club? ¿Y si el vampiro está allí buscando víctimas? Yo me pasearé por aquí e intentaré ponerme debajo de algún farol para llamar la atención.

No, Harry, ni hablar – protestó Ron – Yo no te dejo solo.

Vamos, Weasley – intercedió Mark – no le va a pasar nada. Es Harry Potter ¿no? Y tiene razón, deberíamos ver qué hay en la disco. Además, me estoy meando y necesito beber algo.

Vale. Está bien, pero volvemos rápido.

Harry oyó como se alejaban los pasos en la hierba y, tras unos minutos, los vio salir de los matorrales camino del desvergonzado luminoso de neón. Encontró una luz mortecina lo suficientemente alejada de la mujer que lo había increpado y se dispuso a observar atentamente todo lo que le rodeaba en busca de alguna señal del asesino. Estaba helado de frío. Las chicas de la calle no llevaban más ropa que él. La de la melena corta y negra apenas se movía. La eslava no paraba quieta y se frotaba las manos. La mayor, que ya no lo miraba, tenía los brazos cruzados como tratando de darse calor. Todas con la mirada perdida en la carretera que desembocaba en el club. Era una sensación muy extraña, como la de un perro callejero, como la de un animal perdido o abandonado. No pudo evitar pensar en Rachel. Ella había estado en este lugar, indefensa, expuesta, como un objeto de usar y tirar, a merced de cualquiera que pasara por allí, bueno, malo o regular y había tenido la desdicha de caer en manos de aquella bestia sedienta de sangre.

De pronto, oyó un ruido extraño, como si se hubiera agitado bruscamente uno de los árboles. Se acercó, impaciente por poner fin a la pesadilla; agudizó el oído, trató en vano de ver en la oscuridad de los matojos; pero no hubo ningún otro movimiento, sólo el aire frío que le cortaba la cara y le pinchaba en los ojos pintados. Se colocó de nuevo bajo la mugrienta farola, armándose de paciencia y tratando de colocarse la boa de modo que no le picara el cuello.

Empezó a dar paseos, manteniéndose alejado de las mujeres, a las que echaba de vez en cuando alguna mirada de compasión. Apenas pasaban coches y, cuando lo hacían, se acercaban al potencial cliente como moscas a la miel, pero ninguno de ellos había parado para reclamar sus servicios. El único movimiento estaba en la puerta del club. Los matones hablaban con los recién llegados y, tras varios asentimientos de cabeza y apretones de manos, los dejaban entrar. Harry no podía distinguir las caras y empezaba a preguntarse cuándo demonios iban a salir Mark y Ron de aquel antro.

Otro ruido le hizo pararse en seco. Esta vez, estaba seguro de que algo o alguien se había movido muy cerca de él. Dejó la calle y se adentró, sigilosamente, poco a poco, en los sucios arbustos. Al poco rato, le pareció que un gruñido sofocado salía de entre los dos cipreses que se erguían al borde del riachuelo. Con cuidado, con la varita preparada, fue avanzando lentamente. Contuvo la respiración, intentando localizar cualquier sonido insólito. Giró rápidamente la cabeza cuando algo similar a un jadeo ronco y rasposo rasgó el aire. Con el corazón en un puño, se dirigió decidido hacia la orilla. Pero la falda era demasiado corta para sus pasos. Alarmado, notó cómo los tacones se hundían en la tierra húmeda, haciéndole casi imposible caminar silenciosamente. Antes de llegar a su objetivo, tras conseguir sacar el zapato del lodo inmundo, tropezó contra algo sólido y duro y cayó de bruces contra el suelo de barro.

Todo ocurrió de manera muy rápida. No había tenido tiempo de despegar la cara y, mucho menos, de alargar el brazo para volver a asir la varita. Un cuerpo grande, fuerte y musculoso estaba encima de él, apretándolo contra el cieno. Un aliento fétido, sanguinolento y corrompido, se deslizó en su oreja. Luchó con todas sus fuerzas por quitárselo de encima, tratando desesperadamente de incorporarse, pero una potencia sobrehumana le sujetó las muñecas a la espalda. La respiración entrecortada de la bestia, teñida del acento metálico de la sangre, hizo que se le pusiera la carne de gallina. Sus enérgicos intentos de darse la vuelta fueron interrumpidos por una rodilla que se clavó sin piedad en su espalda con la presión brutal de una apisonadora.

El nauseabundo fango se le había pegado a los ojos, pero ahora amenazaba con meterse en su boca. La cabeza le daba vueltas en un intento angustioso por encontrar una solución. El corazón iba a salírsele del pecho y las venas de las sienes le iban a estallar. Estaba atrapado, incapaz de moverse. De repente, una poderosa garra, como de hierro, le desgarró la falda y se abrió paso entre sus piernas. El pulso, a toda velocidad, le zumbaba en los oídos. Unas uñas afiladas como cuchillos destrozaron las braguitas de encaje y, en medio de su agonía por respirar, sintió una polla dura que se restregaba contra sus nalgas. Los gemidos de la criatura se aceleraron y el estómago de Harry se contrajo en un fuerte espasmo de repulsión. El vampiro lo sujetó de la cadera y le levantó un poco la pelvis para tener mejor acceso y a Harry le llegó una bocanada del aire putrefacto que emanaba del arroyo. Rígido de pavor, centró toda su voluntad en resistirse, pero eso debió enfurecer a su agresor, porque una fuerza descomunal le dio la vuelta como si fuera de papel y se encontró cara a cara con unos ojos rojizos y unos desnudos colmillos que brillaban babeando en un rostro blanco y espectral. Antes de que su cerebro procesara siquiera la aterradora visión, hizo un último intento por zafarse, pero aquélla bestia sobrenatural era más rápida y más vigorosa que él y con un movimiento veloz y certero, como el de una flecha, le clavó los dientes en el cuello.

Harry abrió la boca para gritar cuando aquellas dos agujas lo penetraron limpiamente, pero de su garganta no salió ningún sonido. Un dolor agudísimo lo atravesó de parte a parte, estremeciéndolo de frío hasta la médula. Notó que las fuerzas le fallaban, que la visión se le nublaba, que perdía la consciencia…el ruido que hacía la bestia succionando su sangre le susurraba en los oídos, como una nana embriagadora que lo envolviera suavemente. No podía mantener los ojos abiertos, sus miembros habían dejado de obedecerlo y yacía mansamente en brazos del homicida. Una dulce calidez se apoderó de él y le pareció flotar en una nube, mientras unas chipas blancas, como diminutas estrellas, danzaban bajo sus párpados y abrían paso a un túnel negro y angosto en cuyo final se adivinaba una luz….

Un espantoso estruendo hizo que su corazón volviera a latir. Percibió, a lo lejos, una voz grave, que le pareció familiar. La opresión que sentía en el pecho desapareció y el aire volvió a llenar sus pulmones. En algún lugar, quizás cerca de donde descansaban sus miembros, se estaba produciendo una lucha, una refriega. Sus ojos cerrados se iluminaron durante un instante con un chorro de luz y, antes de hundirse en un profundo pozo de acogedora oscuridad, sintió cómo algo arrastraba su cuerpo.