Hola!
Bien, esta historia la empecé después de muchos años de no escribir algo. No soy profesional, solo una fans que le gustan las historias y que al fin decide hacer una, sin tener la capacidad de crear personajes nuevos. Es un Dramione al cien porciento y con alguna pincelada de personajes conocidos y otros creados por mi cuenta.
Espero les guste, espero lo disfruten y espero comenten.
Capítulo Uno
La fuerza del impacto la obligó a cerrar los ojos con fuerza. Los recuerdos habían sucumbido a su débil mente, una antes fuerte y valiente, ahora con el paso de los acontecimientos no le quedaba más que refugiarse en el pasado y rogar a quien sea que escuchara sus súplicas, le otorgara algo de lo que antes había sido, la mejor bruja de su generación. Ahora después de la guerra, de aquello quedaba muy poco.
Suspiró recargando su espalda en la silla dispuesta para ella en aquella sala. Una que dependiendo la hora, era ocupada por un centenar de personas con problemas quizás mucho peores que el de ella, lo bueno del resto, es que el mundo en el que se habían desarrollado era el real, lo malo de los de ella, era que ese mundo ya no existía y no había forma de comprobarlo para dejar de diagnosticarla como loca.
Cuando abrió nuevamente los ojos lo vio frente a ella y sonrió. Él jamás lo entendería y ella no podía culparlo. Ignoraba la magia más allá de lo que los show televisivos mostraban. Desconocía el peligro por el que habría pasado si su mejor amigo no hubiera arriesgado su vida por salvarlo a él, a ella y al resto del mundo de un hombre con una sed tan poderosa como aterradora. Aquel hombre no tenía ni la más mínima idea, que de no ser por un simple niño, nada de lo que conoce como simple y normal estaría pasando. Él no estaría ganando una cuantiosa suma de dinero intentando eliminar de su sistema la magia y ella no estaría allí sentada sin hablar, porque no pensaba convencer a nadie de lo que para ella había sido lo más real del mundo.
- Esto es una mierda –dijo con los labios apretados mientras tomaba la chaqueta que tenía recostada sobre sus piernas y se alzaba en sus dos pies, dedicaba una última mirada al hombre y se giraba sobre sus talones para salir de aquella tétrica consulta para no volver a aparecer nunca más por ahí. Hermione Granger no tenía un problema y punto.
….
Cuando salió del edificio el ritmo en las calles de Londres ya había comenzado. La chica se abrigó y alzando el cuello de su chaqueta alzó los hombros para dirigirse a su casa. No quería estar allí, no aún. No cuando sabía que todo sería normal, para todos menos para ella. Que jamás volvería a ver a algún niño estrenando su nueva escoba, que no vería el rostro iluminado de alguna chica de once años eligiendo su primera verita, que no habría ningún chico con unos padres completamente perdidos, pero emocionados por la nueva aventura que su hijo tendría. Cerró los ojos ante el dolor que aquello significaba. La pérdida de los años en que más feliz había sido y dónde había conocido a las personas más importantes de su vida.
Entró en el primer café que vio medianamente vació y se acomodó en la mesa más lejana, pero que tuviera aunque fuera una escasa visión hacia la calle. Lo odiaba y aún así necesitaba estar constantemente viéndolo para ver si en algún momento el destino la escuchaba y algún resquicio de magia le anunciaba que no perdiera la fe, que todo esto no era más que un mal momento del mundo mágico y que todo volvería a ser como antes.
Saltó en el asiento y casi derrama su café cuando un sonido que para ella era poco común, pero del cual tendría que acostumbrarse salió desde el interior de los bolsillos de su abrigo. El pequeño aparato volvió a sonar y el nombre de su madre titiló en la pantalla. La castaña gimió frustrada sabiendo que tendría que mentirle, que tendría que decirle que todo había salido bien y que el Doctor McHallan creía que ya no sería necesario volver a ir. Habría aprendido a mentir, desde que la guerra la había transformado en alguien que desconocía, alguien a quien las mentiras no le molestaban, que el tiempo no la asechaba y que los compromisos no eran tan importantes como para dejarlos de lado para refugiarse en lo único que le quedaban, los recuerdos.
- Mamá –saludó al teléfono mientras mantenía con su madre la misma conversación que repetían cada vez que ella tenía alguna terapia, la que terminaba en un "no te preocupes" y un "estaré bien" antes de colgar, algo que ambas sabían, no era más que un leve bálsamo que no sanaba absolutamente nada. Luego de terminar la llamada, apoyó ambos codos en la mesa y masajeó sus sienes intentando de ese modo, sabiendo que todo intento se dirigía al fracaso, que su dolor de cabeza menguara. Aunque tenía demasiado claro que no sería así, porque el dolor eran los recuerdos, porque se negaba a olvidar a sus amigos, a esos mismos que no podía nombrar porque cada vez que lo hacía, un ataque de pánico y soledad la inundaba a tal extremo que solo el llanto podía calmarla, pero si lo hacía su madre se preocupaba tanto que al final se negaba a poder sentir algo más y solo se quedaba encerrada en sus recuerdos.
Sonrió de forma mecánica a la chica que le sirvió su segundo café, uno que ni cuenta se había dado y que había consumido sin siquiera notar si este estaba como a ella le gustaba. La verdad nunca le gustó el café, pero lo bebía porque a él sí. Porque la primera vez que lo probó aún sin saber de dónde provenía le había encantado de manera tal que la cantidad de cafés que había bebido esa noche espantó tanto a la madre de ella que habían tenido que acudir a urgencias, lugar al que Ron había salido corriendo por no confiar en ellos al no haber medimagos.
Hermione sonrió. Los recuerdos hacían lo que nadie ni nada más lograba. Merlín, la guerra le había quitado todo. Cuando el teléfono volvió a sonar gruñó molesta pensando que su madre podría volver a insistir con el tema y ella estaba cansada de tener que convencerla de lo contrario, pero al percatarse que el sonido había sido solo uno volvió a tener el aparato entre sus manos y abrir el mensaje de texto que había llegado. Solo una persona le escribía, solo un ser había sido capaz de entender ese nuevo mundo con tal rapidez, solo uno de ellos que había sobrevivido y había podido mantenerse en contacto.
"Otro grupo será reubicado el próximo mes. Mi Abuela dice que serán los…"
En el momento mismo en que había terminado de leer el mensaje, llegó el segundo igual de corto y aún antes de leerlo supo cómo terminaría.
"del otro bando. Son solo tres familias y una de ellas es la de él"
Nunca se extendía más de lo preciso, solo lo hacía cuando quería saber algo más de ella, pero no solo solía ser muy frecuente. No por falta de preocupación. Si no que dolía y el saber que ambos estaban tan lejos dolía aún más.
Otro grupo. Habían sido reubicados varios grupos de familias desde el término de la guerra. Desde aquel día. Había sido de forma automática. Cuando la magia de las varitas colapsó. El impacto había sido tan grande que todo había sido destruido. Las criaturas mágicas que habían sido parte de la guerra fueron consumidas por el mismo impacto de las varitas, despareciendo de forma gradual hasta que finalmente fueron nada más que un espacio vacío. Los cuadros quedaron estáticos y las varitas solo fueron una rama sin vida con bonita forma. Los hechizos olvidados y los libros solo considerados como una rama fantástica de un artista ocioso y con demasiada imaginación. El mundo mágico había terminado y con ellos los magos más importantes de su propia generación. Tom Riddle y Harry Potter. No había habido tiempo de despedidas, no existieron los funerales y solo el expreso de Hogwarts funcionó para devolverlos a todos a Londres, a uno aburrido y carente de todo lo que para muchos de aquellas personas había sido toda su vida.
Ella no había tenido mucho que hacer. Sus padres habían recuperado la memoria de manera automática cuando las varitas habían colisionado. Pero para el resto no. La familia Weasley había tenido que pasar por un proceso de adaptación, uno que había sido mucho más complicado que para el resto. Había habido demasiadas pérdidas y sus cabezas no estaban preparadas para nada más que para enfrentarse al luto en el que se encontraban. No había sabido de nadie más, porque estaba casi prohibido. No podía haber más de una familia de ex magos dentro de un perímetro delimitado, el que tuvieran contacto solo podía hacer que las cosas no fueran muy bien, que los recuerdos afectaran a nivel colateral provocando daño también a los muggles. Y recién ahora ella lo entendía, porque daría lo que fuera por tener a alguien de sus conocidos cerca y saber que todo fue real, que no solo ha sido producto de su imaginación.
Con su madre no puede desahogarse. Su mente era débil y bastó recuperarla para olvidar todo lo previo a lo que había pasado en los años de infancia de su hija, aquellos en los que solo la venía en las fiestas de fin de año y que aún así no le parece extraño el tiempo de ausencia. Eso hace la magia y aunque le apene, para Hermione no es más que una muestra de que fue real.
Y de pronto lo comprende, es como si el que Neville se hubiera acordado de ella hiciera que el resto se olvidara como un mero detalle que carece de importancia. Pero no es así, porque el mensaje tiene todo lo importante del mundo, porque no es solo una notica cualquiera como todas las anteriores, porque esta vez se trata de alguien especial, de alguien de quien venían esperando noticias hace ya demasiado tiempo, de alguien que les había hecho la vida imposible y que aún así antes de que la guerra comenzará por completo, se cambió de bando al de ellos, demostrando así que no había sido un imbécil por completo, pero que la fama que le precedía lo había marcado a fuego como del bando oscuro.
No estaba preocupada. Sabía que allí nadie llegaría, que estaría siempre sola y que no corría peligro alguno, pero está enojada, porque no entiende, no comprende, no logra captar por qué él pudo con el cambio y Ron no.
Cubre su rostro con ambas manos y reprime el sollozo, no quiere llorar, porque si lo hace está segura alguien se acercará, le preguntará si está bien y ella tendrá que mentir de nuevo y no quiere, ya no quiere hacerlo más.
Cuando al fin logra calmarse sale de allí, el caminar es la única solución que ha encontrado a sus estados de ánimo y lo que le impide recordar que en un mes más, podría estar yendo hacia el castillo para terminar aquel último año en Hogwarts y recuperar las clases perdidas, volver a ver a sus amigos y simplemente ser una bruja. Hermione Granger se pierde entre la gente y desea en lo más profundo de su ser que no solo sea su mente, quiere perderse por completo y no regresar jamás.
Estaba aburrido y molesto y si fuera él y la magia aún existiera, el hombre frente a él ya estaría muerto. Le han explicado el procedimiento cerca de diez veces y él junto a su madre lo han comprendido a la perfección esas diez veces, pero el poco personal del Ministerio que queda, creen que es necesario explicárselo diez veces más. Sus manos aprietan con fuerza los brazos del sillón, pues está seguro que si deja de hacerlo, estas se apretarán en rededor del cuello bofo de aquel hombre. No puede evitar sonreír ante la imagen y al darse cuenta que tal vez no sea tan necesaria la magia para acriminarse.
Mira hacia un costado para borrar esa imagen y se topa de lleno con la de su madre. Quien asiente de forma mecánica a cada una de las cosas que el hombre dice. Quiere impresionarlo, quiere demostrar que es una mujer correcta y que a pesar de todo es una buena candidata para volver al mundo, para salir de aquel encierro en el que los han obligado estar por el entrenamiento al que cada familia sangre pura debió pasar.
- Ese el proceso regular para cada familia Señora Malfoy –vuelve a repetir el hombre como si su madre fuera estúpida y no lo hubiese entendido a la primera- Usted será puesta en un lugar de trabajo donde no llame la atención y su hijo puesto en un colegio normal, su último año será allí y deberá postular a una carrera Universitaria, como todo chico normal –ahora el hombre le dedica una mirada y sabe que si pudiera, ahora estaría sonriendo por lo que tienen que pasar, por haber dejado de ser una de las familias con más poder en el Londres Mágico a no ser más que una viuda que deberá mantener a su hijo. Todo lo recaudado por su familia por generaciones ahora solo adorna el fondo del mar, donde fue a caer casi la mayoría de todas las bóvedas que fueron vaciadas y destruidas antes de la llegada de los magos y que la devastación fuera total al ya no existir duendes ni dragones y porque simplemente todas aquellas piezas ya no tenían valor alguno.
Deberá ser lo que siempre detestó un muggle común y corriente. Terminará sus estudios es un colegio rodeado de personas que jamás sabrán que él fue mucho más que todo ese montón de alumnos que lo rodearán. Que hace tan solo pocos días, habría bastado un movimiento de su varita para hacer de sus vidas la cosa más detestable del mundo. Ha estudiado varios días para enfrentarse a ello, no porque lo desee, sino más bien porque lo único que quiere al fin es salir de aquel encierro y no depender de ellos nunca más.
Aprendió todo de forma perfecta y rápida, obteniendo como siempre las mejores calificaciones de entre todos los ex – magos que estaban dentro del proceso de formación. Odió cada palabra que tenía que aprender y detestó miles de palabras que tuvo que expresar para demostrar de esa forma que estaba en perfectas condiciones para el mundo real.
- ¿Me está escuchando Señor Malfoy? –pregunta el hombre dirigiéndose una vez más a él, seguramente con la intención de probarlo, descubrirlo y bajarlo de aquella pequeña nube de salvación en la que se encontraba.
- Sí –No, la verdad es que no lo está escuchado, pero sabe muy bien lo que le había dicho- Soy consciente de que si repruebo este año no habrá posibilidad de estudios superiores y deberé conformarme con barrer las jodidas calles el resto de mi jodida vida.
Eso jamás lo ha dicho antes, pero las decimas partes de todo lo llevaban al límite de toda la mierda que podía soportar. El mórbido hombre solo alza una de sus cejas y sonriendo, como si supiera un secreto que la familia Malfoy desconoce, desliza sobre la mesa la carpeta con los papeles que necesitarían en su nuevo hogar. La dirección de la casa y las llaves de esta. Los certificados de nacimiento de cada uno de ellos, como también algunas líneas del árbol genealógico en caso de que algún curioso llegase a preguntar más de lo que ellos pudan soportar. El Ministerio tenía todo previsto antes de desaparecer por completo y preocuparse de sus propias vidas. Sabían que el tiempo los apremiaba, que los presionaba en cada segundo que les quedaba y cuando este llegara no quedaría nada y así no podrían ayudar al resto.
Draco toma los papales antes que su madre lo haga. No quiere que la mujer se limite a hacer algo tan básico, al menos no delante de ese hombre, ya tendrán tiempo para darse cuenta que están en lo más bajo de la escala social, incluso más bajo de lo que tenían conocimiento.
Él se alza antes que su madre y tendiéndole una mano a la mujer para ayudarla a hacer lo mismo, se despiden del hombre con una sola inclinación de cabeza y se dirigen hacia la puerta. No hay despedidas, ni palabras de ánimo, ni la más ligera esperanza de que esto solo será provisional. Porque Draco lo sabe, su madre también y el hombre que apenas cabe detrás del escritorio está aterrado de que así sea, porque aunque no quiera tiene algo en común con los Malfoy, él también ha estado toda su vida en el mundo mágico y al igual que aquella mujer y ese muchacho, deberá entregarse a la vida de los muggles.
- Buena suerte –es lo último que dice antes de escuchar la puerta cerrarse y quedarse unos segundos solo antes de evaluar a la nueva familia. Sabe que no debió hacerlo, que tentar la suerte en el periodo que están pasando es demasiado arriesgado, pero el hacerlo le otorga el trozo de venganza que en el pasado no pudo lograr.
…
Él nota el miedo de su madre y aunque ambos han pasado por todo el proceso de adaptabilidad, la realidad es completamente diferente. Quiere aferrar su mano, abrazarla, prometerle que les irá bien y que confíe en él, que hará lo que esté a su alcance para lograr lo que ambos se propongan, pero no puede, porque a pesar de todo es un Malfoy y ese apellido solo ha acarreado mentiras, desastres y una frialdad que le impide demostrar cualquier tipo de afecto a quien sea, incluso si esa persona se trata de su progenitora.
Draco guía a su madre hacia la estación donde tomarán el tren que los llevará a su nueva ciudad, su madre olvida detenerse ante la luz roja de un semáforo. El auto que casi la arrolla da un solo sonar de bocina para que ella se altere y Draco deje su orgullo de lado y tome con firmeza la mano de su madre. Ahora están solos y así permanecerán siempre.
Acelera el paso cuando la luz verde se los permite, al mismo tiempo que el recuerdo de su padre se cuela en su mente sin consentimiento alguno. No vio el momento cuando pasó, no estuvo claro en qué situación fue, pero sí supo que había pasado cuando las miradas se habían dirigido directamente a él al descubrir el último cadáver entre los mortífagos que habían caído en la guerra. Él había necesitado saberlo y la confirmación fue la bala de partida para salir de allí. El odio hacia ese hombre le permitió que la consciencia no jugara con él, que le diera lo mismo dejarlo ahí y no despedirlo como aquel progenitor que le había educado de forma perfecta y bajo los estándares que cualquier familia de sangre pura habría querido. Nada de eso había importado para él. Draco Malfoy había sido liberado de las cadenas de alguien que se dirigía por la misma senda que aquel que había comenzado la guerra.
- Por aquí madre –dice a la mujer mientras se mezclan con el mar de gente que se acumula en busca del su vagón correspondiente, mientras que con la mirada busca a la última persona que les ayudaría en su último lazo con el mundo mágico. Nota el carro a lo lejos y reprime un gemido de frustración al percatarse de que las maletas que este trae no alcanzan ni la quinta parte de lo que alguna vez tuvieron y está seguro que la casa no será mucho mejor que eso. Acela el ritmo de sus pasos obligando de ese modo también los de su madre. Tiene la firme creencia de que si llegan pronto a su destino, la pesadilla terminará antes. Pero sus pasos se detienen de golpe, no por él, no por la gente, sino por su madre. Gira el rostro para contemplarla y ve en ella una sonrisa cordial y sin miedo, una que lejos del temor que había visto segundos antes, ahora solo emana confianza y paz.
- Estaremos bien hijo – susurra alzando una mano para acariciar el rostro de su hijo.
Cuando su padre estaba vivo, pocas veces había visto muestras de afecto de su madre, era como si el demostrar una caricia o un beso en público fuera una bajeza para alguien de la clase a la que ellos pertenecían, la guerra les había permitido al menos expresar el deseo de que se cuidasen, pero nunca más que eso. Ahora lo ve claro y también como será en el futuro. Su madre es libre, fue sido liberada del yugo al que había sido condenada cuando sus padres la había comprometido con el ese tiempo, joven Mafoy.
Draco frunce el ceño y solo da un ligero asentimiento a su madre. Le cree, por supuesto que lo hace, pues a pesar de todo lo que está pasando en sus vidas, la oportunidad de una nueva solo les da la esperanza de que esta vez las cosas serán mejores, serán bajo sus reglas y las de nadie más. Porque si tienen suerte, el ya muerto ministerio de Magia los olvidará y no tendrán que rendirle cuentas nunca más.
No hubo intercambio de palabras con aquel hombre. Solo gestos distantes y movimientos casi agresivos que dejaban en claro que nadie quería estar allí. El chico se encarga de todo. Sube al vagón las cosas de él y las de su madre y sin dar ni siquiera las gracias, se sienta frente a su madre en el cubículo que comparten. No observó por la ventana, no quiso mirar lo que dejaban atrás porque no había nada, todo lo que había en su pasado carecía de importancia para llevarse hasta el mínimo recuerdo de ello. Lo único que acarrearía con él sería su nombre y la compañía de su madre. Nada más.
…
Solo se dio cuenta que se había dormido cuando siente el suave tacto de su madre en uno de sus hombros. No se sobresalta, no gruñe, ni se molesta por el atrevimiento. Solo se yergue derecho y observa hacia el exterior notando que el tren poco a poco reduce la marcha.
- Creo que hemos llegado hijo – susurra la mujer al mismo tiempo que el tren hace un leve movimiento y se detiene al fin.
Sí, han llegado y con eso su nueva vida. Draco Malfoy solo asiente sin expresar nada, con un rostro serio que impide a su madre poder leer como se encuentra su hijo, él solo se levanta y comienza a sacar cada una de las maletas que han acomodado en el compartimento superior mientras su madre se adelanta y acude a uno de los empleados de la estación por un carro. Suspira reprimiendo un gruñido de frustración al ver la baja situación en la que está viendo a su madre, misma que parecía no importarle en lo más mínimo que tuviera que estar pasando por eso. Se detiene unos instantes a observarla intentando convencerse de que ella no está feliz, que aquello sí le incomoda tanto como a él y que el cambio no está ejerciendo en ella una independencia que secretamente tanto ha deseado. Pero no pudo, porque cuando su madre se gira sobre sus talones y lo busca con la mirada, sonriéndole al encontrarlo, sabe que ella está bien y que para ella aquel jodido cambio al mundo muggle, es lo que había necesitado durante toda la dictadura que había enfrentado viviendo con su padre y quizás sin importarle
Le devuelve la sonrisa, una corta, escueta, algo forzada y solo en uno de los costados de su boca, mientras niega bajando todas las cosas y acomodándolas en el mismo carro, que ella con tanto orgullo ha conseguido para los dos.
- Vamos –dice él simplemente empezando el camino hacia la salida de la estación confirmando a su vez que esta fuera la misma con aquella que mostraba el mapa que les habían entregado. Está todo indicado a la perfección, con notas al margen y consejos que cualquiera en su caso habría agradecido. Él en cambio solo se da cuenta que probablemente el viejo obeso que los había despedido de su oficina no habría sido quien creara ese tipo de ayuda para ellos.
Tomar un taxi, dar una dirección, mezclarse entre la gente y ser uno más entre ellos, es una experiencia para él. No va a aceptar que todo está resultando más fácil de lo que había pensado, pues no contaba con que su madre tomara todo tan bien, pero aún así no se siente seguro, nada iba tan bien siempre. Las cosas buenas iban siempre como un regalo previo a una desgracia que al final lo dejaba tan debilitado que olvidaba la pequeña felicidad del pasado.
Cuando los barrios residenciales comienzan a aparecer ante sus ojos solo es capaz de alzar una de sus cejas ante lo que está viendo. Casas de tamaño de su dedo pulgar, con rejas blancas que no sobrepasaban sus rodillas y niños en cada uno de los jardines de estos que gritan mientras un perro, una pelota o uno de sus amigos provoca la histeria de un juego que solo ellos entienden.
- Joder aquí no, Merlín aquí no –ruega mientras pasan por los hogares, todos iguales pero su plegaria no es escuchada. Ni por Merlín ni por quien sea que escucha las maldiciones, porque el taxi se detiene en una de aquellas casas y con un "es aquí" del hombre que conduce el taxi confirma que precisamente en ese "aquí" será donde se desarrollaría a partir de ahora, toda su vida.
- Es linda –escucha que su madre dice y sin esperar a que alguien abra su puerta baja del taxi, esperando que su hijo haga lo mismo.
- Muy linda –escupe pagando al taxista y bajando para empezar con aquel espectáculo.
