Katekyo Hitman Reborn no me pertenece, ni su historia ni sus personajes.
Fatales consecuencias.
Muy pocas personas eran conscientes de lo que había sucedido en ese lugar. Y las que sí lo eran, hubieran preferido no serlo y continuar viviendo en esa barrera de cristal llamada feliz ignorancia, protegiéndose de las fatales consequencias que esa discusión les provocaría.
No era muy extraño ver a Gokudera gritándole a Yamamoto e insultándole miles de veces todos los días, pero, por contra, sí lo era que éste se viera afectado por sus palabras. La lluvia impassible, que siempre se había mostrado alegre y despreocupada por más insultos que la tormenta le gritara, se había levantado en silencio y emprendido la marcha en dirección a la azotea.
-Tengo miedo.- Comentó Tsuna, en un increíble acierto.
Veía como Gokudera se había quedado de piedra al ver la reacción del pelinegro, y como ni siquiera se había tomado la molestia de moverse de su sitio. Su mano seguía en el aire, y en su cara se podía leer perfectamente la estupefacción y la incredulidad.
-¿Por qué le habrá afectado tanto?- Ryohei preguntó al Décimo sobre la curiosa reacción de Yamamoto, aunque éste se encogió de hombros en señal de ignorancia absoluta. Si tuviera una pequeña idea de cuál era la respuesta, sin duda trataría de ayudar a sus amigos. Pero el caso era que no tenía tal cosa y que, por lo tanto, no podía prestarles una mano.
-Ni idea.- Contestó.
Y entonces el guardián de la tormenta reaccionó y, con paso acelerado, desapareció también por la puerta en dirección a la azotea. No había otro lugar en el que Yamamoto pudiera estar, porque a esas horas no podía plantarse en el club de baseball y tampoco salir de la escuela. Eso último acarrearía un montón de problemas con el prefecto y no había ser viviente que deseara algo como eso.
Gokudera abrió la puerta de la azotea y miró con el entrecejo fruncido a ambos lados, buscando la figura del pelinegro, pero no la encontraba.
Avanzó unos pasos más, para asegurarse de que no estaba ahí, y justo entonces unos brazos lo rodearon con firmeza y cayó, junto a su captor, en el duro suelo de cemento. No le hacía fala girarse para saber de quién se trataba, obviamente.
-¿Y tu maldito enfado?
-¿Quién ha dicho que estaba enfadado?- Yamamoto sonrió y besó el cuello descubierto de su pareja. Porque aquello eran, a espaldas del mundo; una pareja. Tal vez una muy poco rudimentaria, pero al fin y al cabo hacían todo lo que una pareja hacia, así que eso les convertía en una.
-P-pero te has marchado de repente y...- No es que estuviera tartamudeando por sentirse despechado ni nada por el estilo; tan sólo estaba perplejo por el rotundo cambio de actitud.
-Oh, eso.- Se rió nervioso.- Estabas tan adorable que quería darte un abrazo. Pero no podía hacerlo delante de todos porque te enfadarías.
Gokudera dejó de forcejear. Ese chico era el idiota más grande que jamás haya pisado la Tierra; que no hubiera dudas al respecto. Pero al menos tenía un poco de consideración hacia él y no hacía ese tipo de cosas vergonzosas frente al Décimo.
Por eso se dejó abrazar. Y por eso dejó que el pelinegro girara su cuerpo y lo besara delicada y pasionalmente en el silencio y la soledad que los rodeaba allá arriba, en la azotea.
