¿Has escuchado alguna vez la frase "Cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad"? Sí, debemos medir bien tanto nuestras palabras como nuestros mayores anhelos porque a veces, sólo a veces, la fantasía se torna realidad y los sueños se hacen palpables. ¿Es peligroso soñar entonces? Pues que se lo pregunten a Shaoran Li. Con el paso de los años, la vida de Shaoran no es el cuento de hadas que él imaginaba llegar a vivir algún día. A punto de divorciarse, con una hija adolescente que ni se atreve a mirarlo a la cara, y un trabajo del que acaba de ser despedido, Shaoran busca desesperadamente el camino hacia unos nuevos días en los que sólo reine la luz. Lo que él no sabe, ni por asomo imagina, es que debido a cierto encuentro, su vida dará un cambio radical aún cuando ni siquiera se había decidido a optar por esa modificación que, obviamente, él no había pedido ni en ningún momento aceptado. Porque pese a todo, Shaoran estaba dispuesto a seguir viviendo dentro de su perfecta imperfección.

enigmaSB21saku presenta:

~ PERFECTA (IM)PERFECCIÓN ~


Card Captor Sakura y sus personajes son propiedad de CLAMP

Perfecta (Im)Perfección

Capítulo 1

Un deseo a ciegas

Ella. ¿Ella? Sí, ella. Ella, a juzgar por su aspecto físico y apariencia en general, es una chica del montón, como se suele decir, una adolescente normal y corriente que vive la vida monótona que podría tener cualquier otra muchacha de su misma edad. Quien quiera que dedicase unos escasos cinco minutos de su preciado tiempo a contemplarla, enseguida podría aventurarse y decir que ella es una chica alegre, tal vez sincera, algo impetuosa y que quizá posea una pizca de egoísmo tal y como deja entrever el misterioso brillo de sus ojos. Descubrir si esa definición es o no la correcta solo puede comprobarse de una única forma; conociéndola. Pero esa chica no resulta ser quien es, como la mayor parte de las personas de las cuales podemos obtener fácilmente una primera impresión. Ella prefiere la soledad a la compañía, los lugares íntimos y cerrados antes que los grandes espacios abiertos, saber las verdades a medias que completas, aunque sean mentiras, y amar antes que ser amada. Son simples detalles con los que pretende levantar una muralla para que nada ni nadie pueda entrar en su vida otra vez, manipulándola a su antojo como lo hizo aquel hombre que, en teoría, sólo quería su bien.

Así, con el largo cabello de color castaño brillando al sol y esa mirada verde tan intensa, la jovencita de dieciséis años desciende a paso ligero por la escalinata de piedra que le conduce a la calle, habiendo dado por finalizada su jornada escolar en el instituto concertado al que acude todas las mañanas. Lleva aferrada a las manos la cartera con los libros que ha utilizado en sus clases, y viste el impoluto uniforme de tonos oscuros y algo tristes ondeando graciosamente al viento. Sin duda, una paradoja más, pues nadie sería capaz de imaginar esas ropas con esos colores tan solitarios y vacíos, moverse con tanta delicadeza y seguridad. Es un espectáculo tan lleno de contrastes que incluso la gente que camina por la calle a menudo da media vuelta para dirigirle una última mirada al ángel que han creído ver caer del mismo Cielo. Pero ella no es ninguna enviada de Dios. Más bien todo lo contrario. Y, a sabiendas de que está siendo observada, sobre todo por un numeroso público masculino, sonríe con cierta coquetería mientras posa un dedo sobre sus labios y parece que guiña un ojo misteriosamente, como quien no quiere la cosa, antes de continuar caminando de esa forma altanera que le viene por parte de padre. Más o menos lo único que ha heredado de él, al juicio de la joven.

Contoneándose sensualmente, avanza decidida por las calles abarrotadas de gente, contemplando con sutil gracia su reflejo en los cristales de los escaparates pertenecientes a cualquier tienda. Le gusta todo de ella; sus ojos, su cabello, sus manos, el color bronceado de su piel, sus labios, sus piernas, las curvas que oscilan en torno a su cintura, su cuerpo en general. Y sabe perfectamente que, aunque resulte egocéntrico pensar así, a mucha gente también le gusta su belleza.

Sin embargo, a la chica no le hubiera importado para nada no haber nacido tan vistosa y elegante. No le hubiera molestado en absoluto el hecho de que fuera poco agraciada o que los chicos de su edad, y los que ya no lo eran, se giraran para verla pasar. Todo eso le era indiferente, ya que lo único que no quería era parecerse demasiado a su padre, ese hombre del cual rechazaba hasta el apellido. Él asegura que no tiene motivos para sentir el odio que su cuerpo reprime hacia su persona. Pero ella, obcecada en que todo lo que proviene de su progenitor no es más que un mísero error, desvía la mirada para luego encerrarse en su cuarto dando un portazo como muestra de su ilógica indignación… y siempre teniendo la última palabra.

No obstante, todo eso terminará muy pronto. Esta misma noche a más tardar. Y ella podrá ser libre en otro lugar al que poder llamar hogar, con otra compañía y una con nueva sonrisa por bandera.

Con esa idea de improvisada libertad, cruza la calle en dirección oeste hacia la próxima parada de autobús mientras dirige su mirada al cielo grisáceo que corona la pequeña ciudad donde vive: Tomoeda, la cual pronto tendrá que abandonar.

La muchacha se entretiene observando el presuroso ir y venir de la gente a través de la ventanilla del bus mientras comprueba una y otra vez su reloj. Suspira con pesadumbre. Para cuando quiera llegar a casa, su padre todavía no se habrá marchado a trabajar, así que hoy no podrá esquivarle, algo que ha estado haciendo casi todas las tardes, tratando únicamente de cruzarse con él a la hora de cenar. Siempre se queda en el instituto hasta casi entrada la noche, haciendo trabajos, estudiando o ayudando a algún club. Por esa personalidad tan servicial que todos creen que ella posee, se ha ganado el título de "popular" dentro del ámbito escolar. Pero en realidad, sólo ella sabe la verdad; que en ningún momento ha buscado tener esa fama que otros tanto ansían. Cosas de la vida.

Minutos después por fin sube por la escalera de caracol que conduce a su casa dentro de ese enorme bloque de pisos al que se mudó con su padre cuando todo sucedió. Y cuando se encuentra frente a la puerta, con las llaves correspondientes en la mano, sueña que esa será la última vez que tenga que hacer ese recorrido… Y piensa que sería precioso si ese simple sueño se tornara realidad.

—¡Estoy en casa! —dice a modo de saludo esperando escuchar una respuesta que, sin embargo, no llega.

Mejor. Piensa ella para sus adentros antes de encerrarse en su habitación, como de costumbre. Se echa en la cama pesadamente e introduce su mano derecha por debajo de la almohada. Sonríe… Y extrae la pequeña fotografía enmarcada en madera de roble de la que no quiere separarse ni cuando duerme. Así se queda ligeramente traspuesta, contemplando su rostro sonriente, sus ojos y su piel pálida, la misma que tantas y tantas veces han tocado sus dedos en una caricia que destilaba amor allá por donde quiera que pasase. Y que ahora ya no puede hacer… también por cosas de la vida. Está tan ensimismada contemplando al muchacho que le sonríe sólo a ella a través del papel fotográfico, que ni siquiera se percata de esos pasos que poco a poco se van acercando…

—Me voy a trabajar…

La puerta de su dormitorio se abre de par en par y un hombre alto, de pelo castaño, ligeramente despeinado, y profundos ojos de un extraño color miel, irrumpe sin ninguna consideración en lo que es la privacidad de su hija.

Ella trata de ocultar la fotografía tan rápido como puede mientras suelta un débil murmullo que él apenas consigue escuchar:

—Te he dicho millones de veces que llames a la puerta antes de entrar…

Nerviosa por querer esconder el marco, no se da cuenta de que ya es demasiado tarde. Su padre ha caído en lo que ocultan sus intenciones… Y en un abrir y cerrar de ojos acorrala a su propia hija contra la cama, inmovilizándola. La muchacha se revuelve inquieta debajo del cuerpo del hombre, aferrándose a la fotografía para que ésta no caiga en sus manos. Pero es inútil.

—¡Dámela! —estalla él aumentando la presión—. ¡Vamos! ¡Dámela o será peor!

—¡No! ¡Suéltame! —chilla la joven adolescente a la desesperada—. ¡Es lo único que me queda de él! ¡Papá, no!

De un fuerte tirón, el adulto le arrebata el marco con la fotografía dentro a su hija y la contempla durante algunos segundos que a ella se le hacen interminables. Su ceño se va frunciendo más y más, creando profundos surcos en la piel, a medida que el enfado va haciendo mella en él. Y de pronto arroja la fotografía contra el suelo. Así, con rabia, con una ira que no cabe dentro de su pecho. Con odio. Antes soportaba a ese muchacho. Era su amigo, de hecho, su mejor amigo… pero simplemente cruzó una línea que nunca antes había debido traspasar. Fue algo que él no supo tolerar y ahora la relación entre ambos está hecha añicos. Justo como el marco de madera, el cristal e incluso la fotografía, que dejan de existir en un mar de minúsculos fragmentos aislados. Rotos.

—¿Hasta cuándo, Tsu? ¿Hasta cuándo vas a seguir martirizándome? —espeta el hombre examinando a su hija y juzgando cruelmente las lágrimas que caen por sus suaves mejillas. Puede que su trato con ella sea duro en exceso. Sin embargo y a pesar de todo, jamás le ha puesto una mano encima a la chica. Ni siquiera se plantea hacer algo como eso, porque a fin de cuentas, siempre será su hija… Y la de ella, la persona a la que un día más amó. Aprieta los puños con fuerza— ¡Contesta!

—¡Yo todavía le quiero! ¡No puedes hacer que olvide todo de un día para otro! ¡Le quiero, papá! ¡Le…!

Tsu se traga sus palabras, visiblemente asustada, cuando su padre alza una mano por encima de su cabeza. Cierra los ojos esperando un golpe que no se produce… Y ya no vuelve a abrirlos, quizá por estar anegados en lágrimas. La sola visión de la única fotografía que quedaba en su casa del amor de su vida acaba de desaparecer para siempre. Y eso le produce un dolor que no cree poder soportar.

—Cállate… —continúa su padre, impasible—. Cállate… No vuelvas a comentar nada sobre ese imbécil. Cállate, Tsu…

Pero la chica es incapaz de guardar silencio.

—¿Sabes? Empiezo a entender por qué mamá te dejó.

El hombre la mira sorprendido por semejante afirmación. En ningún momento hubiera imaginado que su hija fuese capaz de encararle de esa manera. En parte se siente orgulloso por el valor que acaba de demostrar, pero también supone, entonces, que a la muchacha ya todo le da igual.

—Eres demasiado parecida a ella —sentencia con un tono inexpresivo de voz—. Y no es sólo cuestión de físico, me lo acabas de confirmar. —el padre de Tsu suspira con apatía antes de dar media vuelta y dirigirse hacia la puerta del dormitorio de su hija mientras agrega con una voz de ultratumba—. Odio que seas como Sakura…

Antes de dar el portazo definitivo, a Tsu le da tiempo a levantarse de la cama para protestar en un vano intento de ser superior que aquel hombre que le dio la vida por una vez.

—Papá…

—Cámbiate de ropa. —interviene él— Vendré a buscarte después del juicio… Sea cual sea el resultado.

Tsu se derrumba sobre la cama, enterrando la cara entre la almohada, mientras su padre abandona la habitación de la adolescente. Ella ni siquiera se molesta en recoger los pedazos del marco que protegía la fotografía, ahora destrozada, del primer gran amor de su vida.

El hombre, ajeno al llanto de su hija, abandona el bloque de pisos donde ambos viven para coger su coche y encaminarse hacia las oficinas de su trabajo. En realidad hoy no tiene que hacer horas laborales. Simplemente le han impuesto una reunión de "extrema urgencia", tal y como lo describió el jefe, para realizar cambios importantes en la plantilla. Tras dar muchas vueltas con el automóvil en busca de un lugar donde aparcar, finalmente abandona el vehículo junto a unos grandes contenedores de papel para reciclar y se dirige hacia el edificio de la empresa donde trabaja desde hace unos dieciséis años: UR-B/arquitectos. Atraviesa las puertas automáticas de grueso cristal y sube las escaleras con la intención de presentarse ya en la Sala de Reuniones. Por el camino se va desprendiendo de la chaqueta, colgándosela al hombro, y ajustándose el cuello de la corbata que, repentinamente, ha comenzado a apretarle con demasiada fuerza. Como suponía desde un principio, no hay nadie cuando toma asiento en el enorme despacho vacío donde tendrá lugar la reunión. Sin embargo, es cuestión de tiempo hasta que empiezan a llegar los primeros invitados, hombres y mujeres que él conoce de otras veces en las que han trabajado codo con codo, y otros tantos de los que apenas sabe el nombre. Todos se sientan en torno a la mesa con un visible deje de preocupación e intercambian comentarios entre ellos. El padre de Tsu también comparte varias palabras, aunque ninguna de ellas demasiado relevante. Y cuando mira de reojo su reloj comprobando que su jefe llega tarde, éste hace acto de presencia disculpándose por el retraso.

—Comenzamos —dice situándose en el centro de la sala junto a un modernísimo proyector en el que todos centran su atención.

Nuestro protagonista aprieta los puños sobre la mesa con disimulo mientras se traga la perorata de su jefe. Hace tiempo ambos eran amigos. De los buenos, además. Compartían todo y se llevaban muy bien. Pero los dos saben que esos tiempos murieron tras algunos acontecimientos que ninguno podrá olvidar.

Así, mientras el director de UR-B/arquitectos explica a sus empleados ciertos ajustes, se sujeta las gafas continuamente sobre el puente de la nariz y se recoloca el oscuro cabello con los dedos, se percata de las miradas asesinas que su mano derecha, laboralmente hablando, le dedica solo a él. Suspira resignado. ¿Es verdad que hay cosas que la gente no puede pasar por alto y ya está?

—Por todo esto y por lo que se avecina —sigue señalando los gráficos proyectados en una pantalla blanca—, por la crisis mundial que acontece actualmente a todos los países y para ser más infalibles respecto a la competencia, es hora de agilizar la plantilla.

Una joven empleada recién graduada levanta la mano inmediatamente tras las palabras de su jefe.

—Discúlpeme, señor Hiiraguizawa, y perdone mi insolencia, pero hable claro y déjese de eufemismos —dice seriamente cruzándose de brazos con decisión—. ¿Agilizar la plantilla? ¿Por qué no dice abiertamente reducción de plantilla? Vamos… Diga claramente quién tiene que irse a la calle…

Sorprendido por la intervención de la mujer, el joven director de la empresa de arquitectura asiente con la cabeza y ojea unos papeles que yacen desordenados sobre la mesa, tratando de organizarse. Las palabras de su empleada le han dejado paralizado, fuera de juego, pero ante todo tiene que dar una imagen de control absoluto.

—Sí, por supuesto, señorita Yamamoto —contesta y, sin más dilación, pasa a leer los nombres de los despedidos tras unas palabras que a nadie van a consolar—. Créanme cuando les digo que son personas profesionalmente estupendas y que esta empresa no hubiera llegado donde está ahora de no haber sido por ustedes. Les deseo todo el éxito del mundo cuando atraviesen las puertas de UR-B/arquitectos, de verdad, porque se la merecen. —hace una breve pausa mientras observa a la audiencia, disfrutando en el fondo, de su condición de superior. "No te regodees de eso, imbécil", piensa el padre de Tsu, adivinando las divagaciones de su jefe—. Así pues, supone para mí un inmenso disgusto tener que prescindir de los que formamos parte del Departamento de Dirección, al señor Yagami, el señor Furukawa, la señorita Matsuura, el señor Nekoi y la señorita Hibiya entre una lista que subiré a nuestra página web, donde habrá un foro de reclamaciones y recomendaciones para entrar en otras empresas —los nombrados se levantan de sus asientos sin protestar y abandonan la sala tras recoger sus cosas. Los presentes pueden observar en el rostro de la última despedida, la señorita Hibiya, un mal disimulado rastro de lágrimas. El resto de los empleados suspiran aliviados, pero Eriol Hiiraguizawa dispone de una sentencia más para los que ya han cantado una victoria más que anticipada—. Oh, y… el señor Li también.

—¡¿QUÉ? —estalla el padre de Tsu sin poder remediarlo, levantándose de la silla como impulsado por un resorte— ¡No puedes…!

—Señor Li, compórtese —espeta duramente Eriol Hiiraguizawa y Li se ve obligado a calmarse y tomar asiento otra vez—. El puesto de Li lo ocupará la señorita Hana Atsura, recién incorporada a UR-B/arquitectos. Se levanta la sesión, gracias.

Todos los presentes recogen sus maletines, abrigos y documentos, colocan las sillas y desaparecen felicitando a la tal Hana Atsura, que apenas puede creerse lo que acaba de suceder. Todos… menos Li, quien espera a quedarse a solas con el que ahora ya no es ni su amigo ni su jefe.

Eriol trata de ignorarlo y abandonar la sala de reuniones, pero de pronto se ve acorralado contra la pared más cercana y el cuerpo del hombre al que acaba de echar a la calle.

—Una razón, solo necesito eso —pide Li frunciendo el entrecejo— ¿Por qué yo?

—¿Y por qué el señor Yagami o la señorita Matsuura? —pregunta Hiiraguizawa con indiferencia mal fingida—. ¿Por qué la señorita Hibiya, que incluso ha llorado? Necesitamos un cambio de imagen, Li, y eso es algo que tú ya no nos puedes aportar. No te necesitamos más. Yo… —se aparta de él con brusquedad y se dirige hacia la puerta— No te necesito.

—¡No digas estupideces! Sabes que esta empresa ha salido adelante en parte por mi trabajo. ¿Cuándo te he fallado en estos dieciséis años?

—Estás mezclando lo personal con lo que no lo es. Muy poco profesional por tu parte, Li. Acéptalo y lárgate de una vez.

Li no puede soportarlo más. La cabeza le da vueltas y siente agudos pinchazos en las sienes, pero tiene que recobrar su puesto sea como sea… o será difícil encontrar otro trabajo que le reporte el mismo beneficio que su empleo como arquitecto. Decide salirse por las ramas y dejar de lado el tema del que Eriol quiere hablar.

—Todavía no he terminado los planos de Yasu Namura. Y ese fue un encargo exclusivamente para mí. ¿Quieres que lo deje colgado? No creo que le haga mucha gracia. Es uno de los principales accionistas…

—Por eso terminarás ese trabajo y luego te irás.

—No puedo, ya me has despedido —concluye Li sintiendo que acaba de poner a Hiiraguizawa en un aprieto—. Readmíteme y tendrás terminados los planos en un par de días.

—No tientes a la suerte, Li. ¿Cómo tengo que decirte que no eres imprescindible aquí? Me importa una mierda que esos planos los hagas tú o los haga cualquier otro. Yasu Namura los tendrá en su mesa sin falta el próximo lunes.

Li suspira sin saber qué hacer o qué decir… Solo puede ver cómo su futuro se le escapa de las manos.

—Por favor, Eriol… Necesito este trabajo.

—Y yo necesito que te largues para siempre de mi vida, que ya te has entrometido bastante en ella —sentencia Eriol acercándose a él—. No me extraña que Sakura te dejara…

Y Hiiraguizawa sabe que el puño de Li se va a estampar en su cara tras sus crueles palabras, pero no le importa. Hacía demasiado tiempo que quería decírselo frente a frente. Es cierto… Se merece estar solo por cortarle a él las alas. Se lo merece…

—No menciones a Sakura —repone Li, enfadado—. ¡El que mezcla lo personal con lo profesional eres tú, Eriol! ¡Eres tú! Pero, ¿cómo quieres que actuase entonces? ¿Qué habrías hecho tú? ¡No eres padre para saberlo, joder!

Eriol Hiiraguizawa se encoge de hombros mientras se palpa la mejilla, amoratada por el golpe.

—No soy padre pero soy un hombre como otro cualquiera. Un hombre enamorado, además…

—¿Enamorado? ¡No me hagas reír! —se burla Li agarrando a Eriol de la corbata y regalándole una mirada llena de odio—. ¿Cómo tengo que entender que te acostaras con mi hija? ¡Te acostaste con Tsu, Eriol! ¡Y ella solo tiene dieciséis años!

—¿Es que consideras que es joven para hacerlo o qué? ¿Te recuerdo las cosas que hacíamos tú y yo con otras chicas a esa edad?

—La cuestión no es cuántos años tiene ella, sino cuántos tienes tú, Eriol… Estás a punto de cumplir los cuarenta. ¿Lo ves normal? ¡No has hecho más que meterle pájaros en la cabeza a mi hija durante todo este tiempo! ¿Crees que no sé que todo esto lo haces por despecho? Pues lo sé, Eriol, lo sé. Lo haces por todo lo que pasó con Tomoyo y lo haces porque yo prohibí a Tsu que te viera más. ¿Quién es poco profesional aquí?

—¡Basta! —Eriol hace un amago de golpear a Li, pero contiene sus ganas a tiempo. Si lo hiciera se enfrascarían en una pelea de la que acabarían muy mal parados. Li en estos momentos no está en condiciones de ver más allá porque lo acaba de perder todo, pero él todavía tiene mucho que ganar como para fastidiarlo por una discusión con el que un día fue su mejor amigo—. Por si te queda alguna duda, Li, yo quería a tu hija con toda mi alma.

—Mientes. Tú querías a Tomoyo… y la sigues queriendo. Podrás engañar a tus empleados, podrás engañar a mi hija, incluso podrás engañar a Sakura… Pero a mí no.

Eriol agacha la cabeza y se aferra con fuerza a su maletín. Ya no tiene más que decir. Ya se le han agotado las palabras. Solo tiene una cosa más de que hablar, y sabe de sobra que a Li no le va a gustar. Así, con un rápido movimiento de su brazo, toma un periódico abandonado sobre la mesa central y se lo entrega al hombre que tiene delante.

—Toma —dice mientras espera a que Li lo coja.

—¿Qué mierda…?

—Búscate otro empleo. Es lo máximo que ahora puedo hacer por ti.

—¿Ah, sí? ¿Crees que con esto se soluciona el problema? ¿Crees que dándome un periódico, que encima es de ayer, para buscar otro trabajo se arregla todo? ¡No tienes ni idea, Hiiraguizawa! ¡Ni idea! —Li arroja con todas sus fuerzas el periódico al suelo, incrementando su odio hacia el que hace unos escasos diez minutos era su jefe.

—Vete, Li, en serio… Vete. Aquí ya no pintas nada.

—Sabes que esta empresa no será nada sin mí —amenaza Li con sosiego en un último intento por conservar su empleo. Es lo último que le faltaba por perder—. No te la juegues despidiéndome.

—Vete.

Eriol ya no vuelve a encarar a Li, y él sabe que de nada sirve seguir insistiendo, por lo que después de un brusco empujón a modo de despedida, el padre de Tsu abandona la Sala de Reuniones para enfrentarse a la próxima treta que el destino le tiene reservada.

Avanza rápido entre sus compañeros de trabajo, los cuales pueden ver la expresión compungida de Li y ni se atreven a saludarle cuando pasa ante ellos. Él se traga su rabia, se traga su orgullo y hace ver como que nada sucede, pero sencillamente, nunca se le dio bien actuar. Sale de las oficinas de UR-B/arquitectos sin volver la vista atrás cuando las puertas acristaladas se cierran tras él, y busca con la mirada su coche… Aunque el vehículo no aparece. No está… Y el enfado de Li se incrementa más y más. Rastrea toda la calle sin éxito durante quince minutos y, agotado, se deja caer sobre la acera haciéndose a la idea de que se lo han robado. Justo entonces divisa un pequeño cartel que ha pasado por alto y que ocupa el lugar en donde se suponía que debía estar su coche. Es una especie de carta:

Estimado señor, debido al mal estacionamiento de su vehículo con matrícula 1806, le comunicamos que la grúa local lo ha retirado de la vía pública hasta que usted vaya a recogerlo. Infórmese en la comisaría de policía para pagar el importe correspondiente.

Un cordial saludo.

Ayuntamiento de Tomoeada.

Li cree morir cuando el pulso comienza a temblarle descontroladamente en torno al aviso de papel que sostiene con fuerza. Hubiera chillado, pateado el asfalto, hundido su puño en la luna del coche más cercano, atracado una tienda, reventado alguna farola, insultado a los viandantes y destrozado un banco de madera de cualquier parque de no ser porque era uno de los más prestigiosos y reconocidos arquitectos de toda la ciudad de Tomoeda. Espera, espera… ¡Ya no lo era! Li aprieta los puños con fuerza y recoge todo el aire que el volumen de sus pulmones le permite retener. Está dispuesto a dejarse allí las cuerdas vocales cuando de pronto se ve catapultado hacia adelante, estampándose contra el suelo. ¡Genial!

—¡¿Se puede saber qué pasa ahora?

Li trata de levantarse, sobreponiéndose al golpe, para comprobar qué ha pasado. Está a punto de asestarle un bofetón al culpable de su caída cuando se percata de que es una chica; una jovencita de largo pelo castaño que bien podría tener la edad de su hija. Instantáneamente la rabia y el dolor de Li desaparecen como por arte de magia. Esta muchacha le recuerda a alguien…

La chiquilla se pone en pie palpándose la cara. Suspira aliviada al comprobar que no se ha hecho nada, pero después su expresión cambia fugazmente de la felicidad a la preocupación.

—¿Se ha roto? ¿Se ha roto? —pregunta desquiciada buscando algo por el suelo— ¿Se ha roto?

—¿Perdón?

—¡Dime que no se ha roto! —exclama tomando a Li por los hombros mientras lo zarandea con una fuerza que nadie diría que una chica así pudiera poseer.

—No entiendo lo que…

—¡Es de cristal! ¡Se puede romper con mucha facilidad y entonces…! ¡Dios! —chilla ella llevándose las manos a la cabeza y enterrando sus dedos en un sombrero a juego con el abrigo que lleva puesto.

Li le tapa la boca a la joven con la mano, obligándola a detener los alaridos que escapan de sus labios. Toda esta situación se le hace más y más rara a cada segundo que pasa. De pronto, un brillo reluciente lo ciega momentáneamente y cuando echa la vista hacia el lugar de donde procede el pequeño resplandor, comprueba que se trata de una botella de vidrio con un tapón del mismo material en forma de pájaro. Sufre un terrible presentimiento cuando contempla el objeto.

—¿No será…?

—¡Es eso! —grita ella lanzándose a por la botellita, comprobando su contenido, desilusionándose en el acto— ¡NO ESTÁN!

El hombre se incorpora con un gesto de desaprobación en el rostro, pensando que no tiene un tiempo ilimitado como para perderlo en estas tonterías.

—¡Estupendo! —dice con ironía dejando caer las manos sobre sus rodillas—Tsu, la discusión, el despido, el coche… y ahora la loca del barrio. Mira, niña, no estoy para perder tiempo contigo. Yo me largo. Suerte…

La muchacha, claramente indignada, se acerca a Li reflejando seriedad por primera vez mientras se aferra con fuerza al asa de su bolso, donde sobresale un perro de peluche de color azul.

—No estoy loca. Esa botella estaba llena de algo muy importante para mí… Algo que… ¡Oh, ahí están! —contesta mientras se agacha repentinamente y va recogiendo uno por uno, unos caramelos que más bien se asemejan a erizos de mar de colores. Acto seguido los guarda en la botella, la cual introduce cuidadosamente en el bolso cuando termina—. ¡Menos mal!

—¿Caramelos? —se extraña Li sin comprender—. Eso que es tan importante para ti… ¿Son caramelos?

Ella lo mira como quien hubiera dicho una blasfemia.

—¡Error! No son caramelos —responde y procede a realizar un análisis visual de Li. Por alguna razón decide que es alguien de confianza, por lo que le ofrece una explicación más detallada—. Son corazones.

Se produce un silencio incómodo tras la declaración de la muchacha. Li no sabe si sentirse ofendido, si echarse a reír o si abandonar a esta chica con su locura y hacer un paréntesis en su vida, como si esta conversación nunca hubiera tenido lugar. Opta por este último recurso.

—Y luego dices que no estás loca. ¡Corazones!

Li le da la espalda a la joven y comienza a caminar en dirección a los juzgados. Por un momento había olvidado que tenía un juicio pendiente… Un juicio con ella, con Sakura. Entonces, ¿por qué está aquí hablando con esta chica de la cual no sabe ni el nombre? ¡Es ridículo!

—¡No, espera! —lo retiene ella tomándole del brazo— Lo digo de verdad. Son corazones que he ido recogiendo de la gente. Corazones tristes que cuido con mucho esmero para hacer a sus propietarios felices. Yo… ¡Curo los corazones de las personas y…!

No llega a terminar la frase porque Li ya no la escucha.

—¡Déjame en paz! —espeta él con arrogancia cuando la chica lo toma del brazo. Li se desprende de ella con una facilidad tan abrumadora que la extraña loca no vuelve a insistir.

—Veo que, en tu caso, sería sencillamente imposible —susurra misteriosamente contemplando los cordones de sus zapatos mientras acaricia el perrito de peluche azul que sobresale de su bolso.

Se produce un incómodo silencio entre ambos que sólo es roto por el trasiego de la gente que pasea por la calle. El sol se ha ocultado de repente, y Li toma el hecho como un mal presentimiento. No debería estar allí…

—Mira, si te has perdido, puedes venir conmigo. Ahora tengo un juicio muy importante, pero después quizá puede acompañarte a una comisaría de policía para que ellos se encarguen de ti. —dice Li intentando sonar compasivo, aunque es como si la muchacha hubiera perdido toda su alegría y vitalidad de pronto.

Ella clava sus ojos castaños en los de él. Se sostienen la mirada durante unos segundos decisivos que, sin embargo, les conducen al punto de partida.

—Déjame aliviar tu corazón —murmura acortando la distancia que los separa y apoyando la cabeza sobre el pecho de Li en un abrazo que no llega a realizarse.

El hombre se pregunta si es normal que una desconocida actúe de este modo tras haber intercambiado cuatro palabras mal dichas sin mayor razón que la de que tocaba decirlas. Pero se deja llevar empezando a creer que la locura de esa chica sea sólo superficial.

—Mi corazón está perfectamente —asegura él acariciando vagamente los cabellos castaños de la joven—. No hay por qué curarlo.

—No, justo aquí, ¿ves? —ella presiona el pecho de Li con sus manos— Aquí no late…

Sobresaltado por la declaración, Li se aparta otra vez de la chica y se palpa el corazón casi con ansiedad. Espera hasta cinco segundos y después respira aliviado. ¿Qué dice? ¿Que no late? ¡Pero si está palpitando a mil por hora!

—¿Cómo no va a latir? Yo sí que lo siento…

—Te equivocas. —afirma ella plenamente convencida de sus palabras. Li alza las cejas con sorpresa. Ya no sabe qué creer y qué no— No late porque en él no hay amor. Y eso es precisamente lo que deseas. Tu deseo es volver a amar. Amar a esa persona, ¿me equivoco?

Li permanece callado. Sus palabras mueren antes de que puedan ser pronunciadas, quizá porque realmente no tiene nada que añadir, aunque todo le parezca cada vez más surrealista y tenga ganas de protestar. Sólo quiere desviar el tema de la conversación, ya que si no lo hace, tiene la horrible impresión de que terminará cayendo en una estafa de la que resultará difícil salir.

—Dime, ¿cómo te llamas?

—¿Qué importancia tiene eso? Si sabes o no mi nombre no hará que cambien las cosas. En cambio, si aceptas que necesitas ayuda, mi ayuda en concreto, ganarás más de lo que imaginas. Bien, responde, ¿cuál es tu deseo?

De nuevo, silencio. Un deseo… Sí, Li tiene un deseo pero, desgraciadamente, no está al alcance de nadie.

—Yo no deseo nada.

—Mientes —corta ella—. Todos los seres humanos desean algo. Algunos ni tan siquiera son conscientes de ello, pero su más preciado anhelo se encuentra en lo más profundo de su corazón... Y yo existo en este mundo para hacer esos sueños realidad.

—Lo siento… Lo que yo quiero no lo puedes conseguir. Ni tú ni nadie.

La muchacha enarca las cejas.

—¿Apostamos algo… Shaoran Li?

A estas alturas de la conversación ni siquiera tendría que resultarle extraña la idea de que la chica conozca su nombre, pero aún así no puede disimular su asombro. Sin embargo, no responde a su pregunta, y antes de que pueda pronunciar palabra, la joven ya está hablando de nuevo:

—Piénsatelo —murmura ella antes de volatilizarse en el aire como un suave soplo de viento.

Shaoran se masajea las sienes con pesadumbre. Siente fuertes pinchazos en la cabeza y cree desfallecer. Se pregunta si todo aquello no ha sido más que una alucinación provocada por una desconexión momentánea de sus neuronas. Es decir, él ha podido tocar a la chica, comprobando que era de carne y hueso. Eso no ha sido nada irreal… pero sus ojos tampoco le han engañado cuando ella se ha esfumado delante de sus narices. Y la gente no desaparece así por las buenas, ¿verdad?

Suspira abatido por las dudas mientras arrastra los pies por las calles, camino del Ayuntamiento, camino de su sentencia… Y hacia el encuentro con el que no quiere tener nada que ver.

Sakura Kinomoto.

Se conocieron en el último de curso de Preparatoria, justo para entrar en la Universidad al año siguiente. No hablaban mucho, pero las pocas veces que lo hacían, la conversación resultaba ser de lo más entretenida y fluida. Shaoran recordaba que podía estar hablando horas con Kinomoto sin aburrirse ni mostrarse incómodo. Estaba a gusto perdiéndose en los ojos color esmeralda de ella, que destilaban un brillo especial capaz de hacerle frente hasta el mismo sol. Sakura era una muchacha vital, alegre, inocente y sencilla, amante de la bondad que no siempre encontraba en las personas, y enemiga a muerte de las Matemáticas. No tardó en necesitar la ayuda de Shaoran en ese campo si quería aprobar el curso y tener acceso a las pruebas para la Universidad. Así pues y con esa excusa, se veían cada vez más, estrechaban los lazos que poco a poco comenzaban a unirlos con más fuerza, se reían, bromeaban, salían juntos a dar una vuelta, iban a ver una película y, a paso lento, surgieron las miradas intensas, las indirectas muy directas, las largas charlas por teléfono… y la relación culminó en un beso con el que Shaoran acabó por declararse a Sakura el día de su cumpleaños, el 1 de abril, cuando ella hacía los dieciocho. Se sentían el uno para el otro. En realidad, desde el primer momento en que intercambiaron sus nombres, sabían que ambos estaban destinados a vivir juntos, a amarse… Y así lo hicieron año tras año. Su vida universitaria fue un suspiro y pronto ya estaban buscando trabajo. No tardaron mucho tiempo en encontrarlo y establecerse. Decidieron formalizar su noviazgo, dar un paso más, y por ello acabaron a los pies del altar antes de cumplir los veinticinco. Shaoran era muy feliz, el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra. Tenía una vida perfecta y deseaba con todas sus fuerzas que nada ni nadie estropeara todo lo que le pertenecía… Y de pronto Sakura se quedó embarazada. Y con ese detalle llegaron todos los problemas. No es que Tsu hubiera echado al traste la vida de ambos. De hecho, Shaoran aceptó la noticia con toda la ilusión que un hombre puede albergar y prácticamente vivía pegado a la barriga de Sakura, susurrándole, acariciando esa redondez que cada día se hacía más grande. Pero los años fueron pasando para todos y la convivencia continua y eterna terminó por pasarle factura tanto a Shaoran como a Sakura. Las palabras amables se convirtieron en fuertes discusiones por la educación de Tsu. Ella era una niña rebelde, a quien le gustaba construir la vida a su manera sin importarle su edad. Tsu crecía antes de tiempo y avanzaba más deprisa que cualquier otra chica. Sus padres hacían todo lo que estaba en su mano para llevarla a remolque, pero era imposible… y lo sabían. Sakura comenzó a desistir, aunque aquello no era precisamente lo que quería. En cualquier caso, empezó a volcar cuerpo y alma en su trabajo: escribir… Llenar folios y folios en blanco con cualquier tipo de historias: cuentos infantiles, novelas para adultos, juveniles… Estaba tan metida en sus creaciones que ni siquiera prestaba atención a su familia. Shaoran tiraba solo de Tsu, deseando encontrar en ella un mínimo de sentido común. Sin embargo, él también estaba desesperado y la indiferencia de su esposa y los problemas que le deba su propio empleo de arquitecto, no ayudaban en nada. Aún así, hicieron todo lo que pudieron… pero no fue suficiente. Y al final tuvieron que enfrentarse a que su preciada hija, Tsu Li, mantenía en secreto una relación sentimental con Eriol Hiiraguizawa, un hombre que le sacaba más de veinte años, jefe de Shaoran y, además, amigo de la infancia de Sakura. Fue simplemente la gota que colmó el vaso. Li rompió cualquier tipo de relación que hubiera habido entre su hija y él, mientras que Tsu, perdida dentro de una inmensa desolación y vagando entre la soledad, el desasosiego y el desamor, únicamente se refugiaba entre las cuatro paredes de su habitación, deseando que el mañana nunca llegara. Sakura no podía hacer oídos sordos a esa situación tan tensa que había perdido cualquier etiqueta de "familiar" que pudiera poseer. Y es que veía cómo poco a poco su familia se desmoronaba sin que ninguno pudiera hacer nada por impedir lo que ya era inevitable. Compartió sus miedos con Shaoran, desde luego, buscando sentir consuelo y también deseando escuchar palabras, sus palabras, que mermaran la presión de esa soga invisible que ella misma se había atado alrededor de su pálido cuello. Pero él siempre rechazaba los momentos en que se quedaban a solas para tratar el tema… porque había descubierto que ya no le interesaba seguir luchando en una guerra que desde sus inicios estaba perdida. No le interesaba su vida, la cual se había convertido en un gran desastre, un fracaso… Tampoco sentía lástima o consideración por las lágrimas de Tsu, por muy cruel que este pensamiento pudiera parecer. Y Sakura… Ella… Decir que no la quería sería quizá decir demasiado, pero tampoco soportaba su presencia. Había llegado un punto en que su simple contacto le hacía daño, así que así se lo hizo ver. Descubrió entonces que su esposa ya no aguantaba más el hecho de tener que compartir techo con él, con su hija, que necesitaba tiempo para seguir con sus novelas, para relajarse y descansar, que simplemente necesitaba libertad. Y él la amaba con toda su alma, pese a todo. Fue por eso por lo que la dejó marchar. Sola. Y Shaoran se quedó a cargo de Tsu.

Una noche, después de varios meses sin dar señales de vida, Sakura telefoneó a Shaoran. Este recibió la llamada con sumo entusiasmo, deseando que ella regresara porque había entendido que de verdad la necesitaba a su lado, y que Tsu no podía vivir sin ella, sin su madre. Sin embargo, la sonrisa de Shaoran se borró de sus labios cuando Sakura le confesó que no iba a volver a casa nunca más, que había construido su vida sola, sin ellos, y que, aunque no tenía la menor intención de cortar los lazos de amistad ni con su hija ni con la persona a la que más había amado durante años, lo cierto era que ella quería el divorcio. Fue un duro golpe para Shaoran, quien definitivamente se volvió un ser arisco y desconfiado, odiándose a sí mismo por haber entregado un amor puro y delicado a la persona equivocada, a la mujer por la que habría dado su propia vida si con ello hubiera conseguido alargar la suya. Colgó el teléfono sin hacer falsas promesas, sin mediar palabra. Estaba enfado. Mucho. Muchísimo. Y, si Sakura quería el maldito papel que certificaría la ruptura de su matrimonio, él, sólo por fastidiar, no estaba dispuesto a dárselo.

Tsu comprendía la situación de su madre y con frecuencia trataba de hablar con Shaoran para que cediera y le dejara a Sakura continuar con su vida y con las novelas que a ella tanto le gustaba escribir, pero todo era inútil. Shaoran seguía obcecado en no permitir que se fuera, en mantenerla bien atada para que él jamás pudiera perderla de vista, ya que no soportaría verla en brazos de otro hombro tal y como había visto a su propia hija besando al que un día fue su mejor amigo. Por su parte, Sakura, cansada de esperar una respuesta, regresó a Tomoeada, a su hogar, y, sin saludar siquiera, las únicas palabras que le dijo a Shaoran fueron las que le indicaban el lugar y la fecha del juicio por conseguir el divorcio. Así, a las malas, sin haberlo consultado previamente con él.

Shaoran se negó a acudir a la cita en un principio, pero él solito se hizo a la idea de que ya no tenía otra opción, de que había perdido a Sakura Kinomoto para siempre y de que ya no merecía la pena luchar por ella porque perdería lo poco que le quedaba: Tsu, a la que, pese a todo, seguía queriendo con locura… y a la que acabaría perdiendo de todos modos.

Shaoran se mira la punta de los zapatos, visiblemente alicaído. Siente que todo en su vida ha sido un maldito engaño y se pregunta qué ha hecho él para merecer semejante castigo divino. Ya es cruel y duro que tus amigos te dejen de lado, pero que también te abandone tu familia…

El edificio del Ayuntamiento de Tomoeda se yergue, imponente, frente a él, y Shaoran siente que, en vez de ir a un juicio para tratar su divorcio, se mete de cabeza en un juicio en donde recibirá un billete de ida al infierno, que es lo que le falta para tener el set completo. Mira a través de las ventanas, más allá de los cristales, y trata de distinguir su figura entre las demás. El frágil cuerpo de Sakura Kinomoto, el que tantas veces le perteneció y que ahora se encuentra a años luz de él. Aunque nunca le interesó lo más mínimo saber que ella lo amaba lo suficiente como para entregarse por completo a él.

Su pelo largo y castaño claro, su tez ni demasiado pálida ni demasiado morena, sus ojos verdes llenos de vida y esa sonrisa que nunca más será para él. Obviamente, no es capaz de ver nada de todo eso. No es Ultravisión, al fin y al cabo, aquel superhéroe que, de haber existido, hubiera sido buscado por los aeropuertos de Nueva York para hacer las veces de escáner y evitar los conflictos actuales a la hora de salir o entrar a la ciudad.

Comienza a subir las escaleras poco a poco, muy despacio, como si en el fondo no quisiera avanzar. Pero lo hace, vaya si lo hace. Y, cuando llega al último peldaño se detiene.

¿Cuál es tu deseo?

Las palabras de aquella chica tan rara que ni siquiera le dijo el nombre revolotean en el interior de su cabeza. Shaoran no desea nada pese a haber perdido todo. Lo único que quiere es continuar su vida de un modo u otro, seguir adelante, empezar de cero y recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, sabe que es inútil, que los años que ya han pasado jamás volverán a ser suyos, que ha desperdiciado parte de su juventud, de su vida, sin apenas darse cuenta… Una sensación de rabia invade su cuerpo cuando sus dedos se cierran en torno al enorme picaporte férreo de la puerta del Ayuntamiento. Quizá sí que tiene un deseo. No puede vislumbrarlo del todo e incluso percibe una punzada de miedo y dolor con sólo pensar en esa posibilidad, en esa remota idea que se le hace muy lejana… aunque no pueda evitarlo. Sencillamente no puede canalizar el odio que ahora mismo motiva sus acciones. El odio hacia quien se lo ha quitado todo. Así, antes de entrar en los juzgados, Shaoran Li susurra en un murmuro casi inaudible:

—Ojalá no la hubiera conocido…

Y finalmente abre la puerta con un suave tirón, perdiéndose en el interior de los pasillos del gran edificio que, muy lentamente, comienza a difuminarse tras sus propios pasos.

CONTINUARÁ...


Notas de la autora:

¡Sorpresa! ¡He vuelto! No sabéis lo gratificante que es volver a estar por esta página. En serio, desde septiembre (cuando terminé mi último fanfic, Mentir por Amor), no he vuelto a pasar por FanFiction y es genial poder estar otra vez aquí con todos vosotros. No sé cómo describirlo, pero me siento bien recordando aquellas veces en las que me sentaba a actualizar, a subir un capítulo tras otro y a leer vuestras opiniones (que yo agradezco infinitamente). ¡Que estoy muy contenta de haber regresado por estos lares, vamos! xDD

Bueno, hablemos de Perfecta (Im)perfección. Antes de preguntaros qué os ha parecido quiero aclarar algunos puntos que numeraré para explicarlo de la forma más ordenada posible:

1) El primer capítulo de este fanfic está escrito a modo de puente para enlazar la trama principal que se desvelará en el próximo episodio de próxima publicación. Por ello, no tiene mucho (prácticamente nada) que ver con el resto de capítulos, pero es vital empezar de esta manera esta nueva historia. En el nº 2 entenderéis por qué.

2) Pese a que este capítulo presente un narrador omnisciente (ya sabéis, el que lo sabe todo, en 3ª persona), el resto de la historia está escrita al igual que en Mentir por Amor. Esto es, desde el punto de vista de los personajes, tanto de Syaoran como de Sakura.

3) En cuanto a lo que se va a alargar... Sinceramente no tengo nada planeado. Es decir, la historia está pensada de principio a fin, pero no puedo decir cuántos capítulos va a abarcar. Probablemente alrededor de 15 (sí, soy amante de las historias largas).

4) ¿Actualizaciones? Bueno, con Mentir por Amor actualizaba cada una o dos semanas (a excepción del verano, que me tomé unas señoras vacaciones en todos los sentidos y no estuve por aquí), pero con Perfecta (Im)perfección la situación va a ser un poco distinta... Y ahora es cuando hago el copy/paste de mi blog, Lie for Love xDD Como sabéis (o no), estoy estudiando Periodismo (este es mi primer año) y será más fácil o más difícil que otras carreras, pero también hay que trabajarla para sacarla adelante, por lo que NO voy a priorizar el fanfic sobre mis estudios. Si tengo exámenes, trabajos o prácticas importantes, no habrá actualización. Sin embargo, procuraré subir un capítulo por mes (no lo prometo pero lo intentaré). A parte de esto, he de decir que estoy escribiendo mi propia novela y a ella le doy mayor importancia que al fic (más que nada porque prometí terminarla a finales de este año y lo llevo un poco crudo). En cualquier caso, al principio de cada capítulo resumiré los aspectos más importantes del anterior para que nadie se pierda nada relevante, así que que no cunda el pánico (Bah, no es para tanto).

Algo que no está relacionado con el fanfic, es decir que recientemente he creado un par de cuentas en Twitter donde podréis seguirme si queréis. Una de ellas es "ess_enigmaSaku" dedicada básicamente a mis vídeos de YouTube. La otra es "Esther_Ampuero" y en ella hablo de mi vida en general. Podéis seguirme en cualquiera de las dos ^o^

Creo que no me dejo nada más en el tintero. Antes de dejar de escribir este apartado, quiero agradeceros de antemano vuestro apoyo. Del mismo modo, os recuerdo que podéis contactar conmigo a través de las cuentas de Twitter mencionadas anteriormente y de:

- CUENTA YOUTUBE (Buscadme por "enigmaSB21saku)

- BLOG ~ LIE FOR LOVE

Eso es todo por el momento. Os pido que no me falléis en el próximo capítulo, ya que ahí arrancará esta historia. Dadme un plazo de dos semanas para actualizar la historia. Como muy tarde lo colgaré el 15 de abril si no hay imprevistos.

¡Un abrazo muy fuerte y recordad que espero volver a leer vuestros comentarios!

¡GRACIAS!

Ess-chan :)