Disclaimer: THG y todos sus personajes no me pertenecen, son parte de la maravillosa obra de Suzanne Collins.

Atlas


"...Sometimes the wire

must tense for the note..."


Peeta y yo estamos sentados en la arena húmeda, de espaldas el uno del otro, mi hombro derecho y mi cadera presionaron contra los suyos, yo descanso mi cabeza en su hombro. Sienta su mano acariciar mi cabello.

— Katniss — dice en voz baja — no sirve de nada fingir que no sabemos lo que el otro está tratando de hacer.

— No sé qué tipo de acuerdo piensas que has hecho con Haymitch, pero debes saber que él me hizo promesas también.

Ya sé lo que viene a continuación. Sé que es lo que Peeta quiere decirme, sé que es lo que Peeta quiere darme.

Todo. Eso es lo que Peeta quiere que tome de él.

Sin embargo, el cielo se ve de un color más carmesí del que recuerdo, y la selva detrás es de un verde agua chillón, muy parecido al color de piel de Octavia. El silencio es total, pareciera que el agua ya no hace ruido al mecerse, y que todo el ambiente simulado de la arena se ha puesto mudo.

— Nadie realmente me necesita.

Mis mirada se dirige a su rostro, pero sus ojos no me ven. Están perdidos en el horizonte, y las lagrimas salen libremente de ellos. La desesperación que me inunda hace que mi respiración se detenga. Quiero decirle que todo estará bien, pero sé lo que viene luego en su vida.

— Van a ganar — su voz es un murmullo — Lo único que no estaba dispuesto a dejarles tener, lo único que no quería perder, era a mí mismo. No me importaba morir. Pero ellos se van a quedar conmigo, y van a convertirme en un monstruo.

No sé como describir la sensación, más allá de un nudo en mi garganta. Quiero ayudarlo, liberarlo del dolor. Tomarlo y huir con él, antes de que se lo lleven. Es una mezcla de impotencia, frustración y dolor.

— Debí hacerlo en los primeros juegos, Katniss.

Sus palabras me desconciertan, y soy consciente de que las lagrimas ya casi no me dejan ver. Su dolor es tan fuerte, tan palpable; y combinado con el mío, temo que mi pecho se abra.

Nada me preparó, de todas maneras, para la imagen que inunda mis ojos al enfocar la vista nuevamente en él.

Su mano ya no acaricia mi cabello, y no hay rastro de lagrimas en su cara. Sus ojos están cerrados, y su boca entreabierta. La mano sobre su regazo aprieta un puñado de nightlock.

Peeta se aseguró de que tome todo de él.

— ¡Peeta!

El grito que salió de mi garganta es inhumano. Y tan fuerte que hace que me duela. Pero no se detiene ahí. Sigo gritando y llorando, aun a pesar de saber ahora que fue un sueño. La visión de su ser muerto no abandona mi mente. Lo que destroza mi corazón es la expresión de paz que tenía, mucho más tranquilo que en cualquier momento con vida en que lo haya visto antes.

Aun cuando sus brazos me rodean desde atrás, aun cuando siento su corazón latiendo rápidamente en su pecho, aun cuando su mano vuelve a acariciar mi cabello, aun sabiéndolo vivo y a mi lado, no puedo olvidar sus palabras ni su imagen.

No sé cuanto tiempo ha pasado. Peeta no dice nada, solo me abraza, sentados en la cama, en una cálida noche de verano. Deja que llore todo lo que sea capaz de llorar, meciéndome como si fuera una niña. Para cuando mi llanto cesa lo suficiente como para dejarme pensar, separo las manos de mi rostro y rodeo su cuello. Lo siento suspirar y sus brazos me aprietan un poco más.

— Fue solo un sueño, Katniss — su voz suena ronca en la noche.

Yo solo entierro aun más mi cara en su pecho y asiento. Aun sabiendo que está aquí conmigo, y que el Capitolio no se lo quedó, sé que de muchas más que de una manera ellos ganaron. O que nosotros perdimos.

Pero entre tantas perdidas, jamás vi a Peeta como una de ellas. No sé como vi a Peeta en la revolución, realmente, pero no es algo que vaya a pensar ahora.

Así que simplemente, me conformo con tenerlo cerca, ya que es lo único que puede consolarme en este momento. No soy lo hipócrita suficiente como para decir que lo peor de mi pesadilla, no fue verlo muerto. Separado, irremediablemente y para siempre, de mí. Más allá del dolor que sentí por verlo sufrir, no se compara con el de saberlo muerto.

— ¿Quieres hablar de ello?

Niego con la cabeza, sin abrir los ojos, sintiendo la preocupación en su voz.

No estoy preparada para contarle, para encontrarme con la expresión de sus ojos cuando sepa lo que mi inconsciente piensa de sus heridas de guerra, de lo que hicieron con él, y de lo que hubiera o no preferido.

En vez de eso, giro lentamente sobre mi misma y me siento sobre sus piernas, rodeando su cintura. Empujo suavemente con mi torso, y Peeta se deja caer conmigo en la cama. Literalmente, estoy acostada encima de él. No hay forma de que él se mueva sin que yo lo note.

— Katniss...

Su voz suena desolada. Lo oigo suspirar una vez más. Escondo mi cara en el hueco de su cuello, uno de mis lugares favoritos, y empiezo a relajarme sobre él.

Sus manos se dirigen a mi cintura nuevamente, para quedarse allí sin hacer presión, sabiendo que no hay más nada que me pueda decir esta noche. Soy yo la que nos sorprendo a ambos, cuando de mi boca empiezan a brotar frases.

— Lo siento, Peeta, te juro que lo siento. No sabes cuanto lo siento.

Las lagrimas nuevamente acuden a mis ojos, mojando su cuello. Los sollozos retoman su marcha y siento el cuerpo debajo mío tensarse.

— Katniss, sé que no quieres hablar de ello, pero me estas asustando, por favor, dime qué esta mal.

Oh, Peeta. Incluso en estas situaciones, cuando temo por él, sigo perjudicándole. Simplemente me agarro más de él, y me aprieto contra sí de una manera, que en otras circunstancias, o con la mente más clara, consideraría vergonzosa. Los sollozos se hacen paulatinamente más débiles, mi agarre afloja lentamente, pero no me muevo, sigo completamente encima de él, rodeándolo con manos y piernas.

Una buena media hora después, mi respiración se ha calmado, y solo se escuchan los sonidos de la noche. La respiración de Peeta se hace cada vez más pesada, pero siento como pelea por no caer dormido y dejarme sola contra mis miedos.

— Peeta —mi voz es menos que un murmullo.

— Dime Katniss.

— ¿Puedo dormir aquí?

Siento como su pecho oscila con sus leves carcajadas, suaves, y que me reconfortan levemente.

— Claro que puedes — dice levemente, deposita un beso en mi sien y luego agrega, con su voz perdiéndose en la noche— Ya pasó, Kat. No importa lo que haya sido, lo superaremos.

Y esta vez lucho con todas mis fuerzas para no llorar, y para detener el temblor de mi cuerpo. ¿Cómo decirle, que esta vez, no fue alguno de los horrores que hemos sobrevivido? ¿Qué si llegara a ocurrir, no hay manera de que lo superemos? Porque si algún día esta pesadilla se cumple, será suya la mano que desencadene el dolor, y no estará conmigo para superarlo.


Unas horas después, las primeras luces del amanecer empiezan a colarse por la ventana. Sé que en unos minutos Peeta se despertará con ese odioso aparato que le mandó Johanna por su cumpleaños pasado. Desearía haber pensado en eso, dado que Peeta tiene una tendencia a quedarse dormido, y siendo el panadero del pueblo, debe levantarse muy temprano todos los días. En vez de eso, yo pasé más de la mitad del día sin saber que era su cumpleaños. Sí, vamos, Katniss, vamos.

No me he movido en toda la noche, a pesar de ser consciente que el chico del pan tendrá calambres y dolores en todo el cuerpo en la mañana. Dormir con Peeta, de esta manera, no es algo común. Es la primera vez que dormimos de esta forma, por lo general, en las noches en que las pesadillas no son soportables, las noches en que lo que me asedia es un monstruo sin rostro, una amenaza latente, las noches en que no se trata de perdidas pasadas, sino que es algo presente, que no deja que vuelva a dormir; en esas noches, en las que el miedo es insoportable, no alcanza con que Peeta me abrace, o con acurrucarme en sus pecho, sino que es necesario que duerma casi completamente sobre mí, cubriéndome totalmente, como si fuera una manta más, de cualquier cosa que me asedie. Sí, son horas eternas hasta un nuevo día en que ninguno de nosotros duerme realmente, yo por el miedo, y él porque no puede relajarse por el temor de aplastarme. Como si pudiera; pesa mucho más que yo, y la sensación de estar aplastada contra la cama es asfixiante, pero es mucho mayor el confort de saber que él está ahí, que no hay nada que pueda tocarme sin pasar antes por él, que me protegerá hasta de lo que no puede. Aunque sea egoísta de mi parte pedirlo, es la única expresión de calma que encuentro, cuando me veo reducida a un animal asustado.

Es por eso que esta noche sentí la necesidad de protegerlo, está vez mi inconsciente teme por él. Esta noche fue mayor el miedo a perderlo que a sufrir algún daño. Quizás sea aleatorio, quizás solo lo piense hoy, y que mañana, con una nueva pesadilla, lo vea de otra perspectiva; pero hoy, sintiendo el calor de su cuerpo debajo del mío, y su olor suave pero completamente masculino y reconfortante, oyéndolo respirar profundamente, es que pienso que no me importaría enfrentarme a las amenazas sin nombre que me persiguen, con tal de no volver a ver a Peeta lejos de mí.

Incluso cuando no me pongo ante todo soy egoísta. Porque tampoco podría soportar que Peeta me deje, no verlo, no escucharlo, no tenerlo cerca son cosas que no creo que soporte. El comienzo del sueño vuelve a mí, la parte que es real, la que corresponde a un recuerdo. El estaba dispuesto a darme todo, su vida y la mía. Un final feliz, aunque él no estuviese en el. ¿Qué hice para merecerlo?

El desdichado aparato empieza a sonar, pero en vez de apagarlo me sumerjo más en su pecho, rogando porque el pitido acabe y Peeta no se despierte.

Por supuesto, mis plegarias no son escuchadas. Uno de sus brazos busca su camino hacia el reloj, tanteando la mesa de noche al lado de mi cama, hasta que logra apagarlo. Suspira. Pero es otro tipo de suspiro, el que uno hace en sueños.

Unos minutos después, cuando casi me convenzo de que se ha dormido, y que no irá a la panadería hoy, comienza a revolverse suavemente debajo de mí. No colaboro, finjo dormir. Sus manos se posicionan en mi cintura, y suben suavemente hasta mi cuello, justo debajo de mi mandíbula y mueve las yemas de sus dedos suavemente, provocandome cosquillas. Mierda.

— ¡Peeta!

— ¡Katniss! — imita el tono de mi vos.

Una leve risa se escapa de mis labios, y apoyo los codos en su pecho para mirarlo. El solo me mira de vuelta, con una leve sonrisa en el rostro.

— ¿Vas a dejar que me levante o me retendrás prisionero el resto del día?

— ¡Por supuesto que no! —mi voz sale ofendida — ¿De dónde sacas esas ideas? Pensaba conservarte aquí por el resto de la semana.

Sus carcajadas resuenan en la habitación, y no puedo evitar sonreír al ver su cara somnolienta arrugarse al reír.

— Pero ahora que lo dices, hay bastantes fallas en mi plan ¿verdad? — finjo resignación — Así que supongo que puedes irte.

Lenta, muy lentamente, me dejo caer hacia un costado, aunque sigo abrazada a él. Peeta solo sonríe, y deposita un beso en mi mejilla. Eso es suficiente para que me sonroje. Al ver mi cara su sonrisa se ensancha, y se levanta lentamente de la cama.

— Si vamos a dormir así más seguido, necesitaremos pensar en algo para el calor. ¡Estoy empapado!

Es entonces que noto la leve película de sudor que cubre su cara y cuello, o como su camiseta de dormir se pega a él. Claro, el durmió debajo de mí y de las sabanas, por supuesto que tendrá calor.

— Lo siento — murmuro — yo no noté q...

— No importa Kat — su sonrisa es tranquilizante — De verdad. Iré a ducharme.

Sin una palabra más entra al baño y en unos minutos escucho el agua correr. Sabiendo que no podré dormir de todas maneras, decido levantarme, y hacer el desayuno.

Una vez en la cocina, mientras preparo todo, deseando tenerlo listo antes de que Peeta baje, pienso lo hogareña de la situación. A lo que debería ser una situación hogareña. Pero la nuestra dista de ser esa fabulosa normalidad, Peeta y yo no somos una pareja. Bueno, no en el sentido estricto de la palabra. Somos un dúo. El vive en mi casa prácticamente. Dormimos juntos, lavo su ropa, preparo sus comidas. Él se encarga de mí, aun cuando yo le grito que se aleje. Pero romanticamente, no pasa nada. Es decir, al menos no físicamente. Sé que tarde o temprano daremos ese paso, es más creo que estamos próximos a ellos, y a veces pienso que no me importaría, pero Peeta no parece... ¿interesado? en ese aspecto.

Así que lo dejo estar, con tal de que esté cerca.

Para cuando Peeta baja, oliendo a manzanas, yo no he acabado, así que él se encarga de poner la mesa mientras tanto. Desayunamos en silencio, y él se va a la panadería. Hoy me cuesta más que otros días verlo irse.

Me preparo para ir de caza, pero a último momento decido que no es una buena idea. Decido llevarme a Buttercup conmigo a dar un paseo. El gato, desde que Peeta vive con nosotros parece el animal más cariñoso del mundo. Bueno, al menos cuando él está cerca. Digamos, que el minino es otra victima del encanto de Peeta.

Una de las peores cosas de haber vivido las cosas que vivimos, es la sensación ahora de que no hay nada que pueda hacer para retomar mi vida. Es más, aunque no hubiese tenido el lugar que tuve, las cosas son muy distintas ahora; la gente ya no muere de hambre, y sin el temor de una nueva cosecha, y goza de una relativa libertad. Pero vivir en un lugar con tan poca gente, sin necesidad de hacer nada para sobrevivir (digamos que formamos parte del gasto público aquellos que tuvimos alguna participación en la guerra), deja demasiado tiempo para pensar y recordar. Y eso no es algo que ayude mucho.

De un tiempo a la fecha, sin embargo, he llegado a pensar que las cosas pueden ser buenas de nuevo. Realmente, es Peeta quién está convencido de ello, y poco a poco su optimismo me ha contagiado. A pesar de los días en que nada parece bueno, o cuando tiene sus ataques, las cosas parecen en paz. Al menos de momento. No deja de haber cosas que me preocupan, como los días en que Peeta se recluye en su casa, o con Haymitch (si éste no está demasiado borracho), generalmente después de un episodio.

A veces, siento que es Peeta quien carga mi mundo; carga conmigo, mis fantasmas del pasado y con mis miedos futuros. Sin embargo, yo no siento nunca cargar con él, con nada. Todos cargan con lo que quedó sin quemarse de la chica en llamas. Sin embargo, del chico del pan nadie necesita preocuparse, el carga con todos. Y los únicos momentos en que está vulnerable no es a mí a quien recurre.

No es que no lo entienda. No he probado ser lo que Peeta necesita, ni lo que merezca. Pero a veces, y hoy especialmente, siento la necesidad de cargar con él. Ser a la persona que vaya cuando tiene algo que no recuerda, o que me despierte cuando tiene alguna pesadilla, que me llame a gritos cuando se sienta al borde de un ataque, o que deje ayudarlo con su pierna en los días en que el dolor no lo deja en paz. Que me necesite, de la manera en que yo lo necesite, aunque nunca lo diga.

Desearía que me dejase cargar con su mundo también. Porque, en definitiva, eso es lo que hicimos siempre, de esa forma sobrevivimos, cargando con el otro.


¡Hola a todos!

Por supuesto que saben que el título y la frase al inicio de este capítulo vienen de la canción de Coldplay que se usó en cierta película que no puedo sacar de mi mente. Desde que la vi, ya hace más de una semana, me recorrí todo el fandom en español y en inglés, pero no encontré precisamente lo que buscaba. Aunque me topé con increíbles trabajos, la mayoría de ellos son AU, lo que realmente no comprendo, dado que Suzanne dejó tanto espacio para el fanfic, o por lo menos eso me pareció.

Bueno, sin ir más lejos, saben que ADORO a Peeta, y pienso que es un personaje que debió explotarse más, como también su relación con Katniss. Así que esta es una pequeña, pequeñísima, contribución. No creo que vaya a ser lo mejor que lean, lejos estamos, pero espero que al menos los entretenga unos segundos.

Muchísimas gracias por leer, y saben que adoro sus comentarios, críticas y lo que sea que quieran decir; así que ¿qué opinan?

30/11/2013