Digimonnomeperteneceyescriboestosinfinesdelucro.

Reto de Proyecto 1-8.


Pulsión.

Irrefrenable. Insoportable. Incontenible.

Para Sirelo. Te adoro así de grande como al Sorato.


Irrefrenable: Mimí


El sonido que anunciaba la llegada de un mensaje de whatsapp ayudó a desvelarla. No la despertó, pero tampoco la levantó. Sora bostezó y fue el aviso de la llegada de uno más –un toc toc, bastante discreto- lo que logró que estirara su brazo y, desperezándose en el camino, aferrara su pequeño móvil de color blanco.

"Yamato", aún calificaba con ese nombre a su novio. Sonriendo, leyó los mensajes: "Iba un ciempiés caminando por el bosque y se tropezó. Se tropezó, se tropezó, se tropezó…", luego, una carita sacando la lengua.

Sora se restregó un ojo, volvió a bostezar y no dejó de sonreír. Les respondió con una carita feliz y sonrosada, la que a Yamato le hacía recordarla. "¿Ya te levantaste?". "A medias".

"Iba un osito caminando por el bosque y cayó en un pozo. ¿Te pareció gracioso?". "No" escribió Sora, pero no pudo evitar que la sonrisa le marcara el rostro. "Al osito tampoco." Y a pesar de lo que contestó: "Tus chistes son los peores que los de Etemon", en su habitación no hubo más que carcajadas.

"¿Ahora sí te levantaste?". "Estoy en eso" tipeó, mientras se sentaba y estiraba los brazos. Yamato siguió escribiendo mientras ella abría las cortinas y disfrutaba del sol sobre rostro. Y por si el buen clima no fuese suficiente para mantenerla de buen humor, los "chistes" de su novio la harían reír y sonreír hasta la noche.

"Mientras más pronto te levantes, antes nos veremos". "El día está muy lindo para pasear por el parque", fueron algunos de esos nuevos mensajes.

"Más que pasear, para sentarnos en silencio… tu mirando a la lejanía, yo mirándote a ti… aburrida, ofendida, molesta", replicó. Porque una buena pelea matutina y cariñosa era otra excelente manera de asegurar su buen humor.

Leyó los reclamos de su novio una vez hubo regresado del baño, casi lista para salir y completamente despierta. "Hoy voy a ver a Mimí. Ya hablamos de esto". "Pero el día está muy lindo y quiero verte". "Yamato, Mimí me necesita" redactó, preguntándose si de alguna manera su novio leería seriedad en ese mensaje, a pesar de que ella no hiciese más que sonreír y enrularse el cabello con un dedo.

"Yo también te necesito", recomenzó. "A ella puedes verla mañana", agregó.

Sora no le contestó hasta que tuvo su desayuno completo sobre la mesa: arroz, sopa de miso, una fruta y un té. "Te mandaré fotos desde el zoológico. Gracias por los chistes", y una última carita feliz. La de los cachetes, claro.

Y unos momentos después, agregó: "De verdad, sigo muy feliz contigo". Y él ya no respondió, pero no la sorprendió. Aún a pesar de los años de noviazgo, para él la dulzura y las palabras lindas no eran más que un momento, y no una característica intrínseca. Pero ese momento matutino lograría que ella, ese día lejos de él, se la pasara felizmente de buen humor pensando en su novio.


Encontró a su amiga fuera del zoológico de Ueno. Mimí vestía unos leggings morados con un abrigo rosado, junto a una abultada bufanda de un tono más oscuro que le cubría el mentón. La saludó con el brazo, indicándole que haría la cola para comprar las entradas, mientras Mimí se apresuraba a formarse en fila.

Se encontraron casi en la puerta.

—¡Qué hermoso día! Gran idea la de venir —exclamó Sora, con una gran sonrisa en su rostro.

—Sí… es un lindo día —respondió Mimí, y a Sora no se le escapó que no sonriera abiertamente.

Ahora que lo pensaba, nunca se había preguntado si su amiga era una apasionada de los animales. Ya lo descubriría…

—¡Compremos comida de animales! —y antes de que Mimí pudiese responder, se vio arrastrada por Sora, quien sostenía su mano, hacia el puesto de venta.

˃˃¿Qué animales te gustan más? A mí los pájaros. Pero voy a comprar para los osos. ¿Y tú? —a Mimí le dio la impresión que Sora estaba un poquito acelerada. No podía dejar de hablar.

—Eh… no lo sé —titubeó. Sora no amilanó su verborragia.

—¡Entonces le darás a los monos! —decretó, eligiendo el paquete—. Ya verás que son los más divertidos.

—¿Vienes muy seguido? —Mimí abrió el pequeño paquete de comida y lo acercó a su nariz, alejándolo inmediatamente con una expresión de desagrado—. ¡No puedo creer que le den de comer esto a los monos!

—A ellos les encanta. ¡Ya verás! Empecemos por los felinos. ¿O te asustan? —Sora sostenía con fuerza la muñeca izquierda de Mimí. Esta la miraba fijo, sorprendida por sus accionares.

—Empecemos por donde tu quieras… busquemos un mapa.

—¡Yo sé donde están! Aquí, en la zona Este —Y Mimí volvió a sentirse arrastrada.

—Tal vez debería haber invitado a Miyako… —murmuró, pero Sora, atacada por una ola bastante sorpresiva de buen humor y excitación, no la escuchó.

—¡El tigre! —soltó a su amiga y corrió a sostenerse de la baranda que la separaba de los peligrosos mamíferos.

A desgano, Mimí se ubicó junto a ella, no sin haber pedido disculpas a algunos de los padres ofendidos porque Sora les hubiese pasado por encima a sus niños, en su afán de ubicarse adelante de todo.

El tigre más cercano a ellas, un macho inmenso, estaba recostado de lado con expresión de aburrimiento. Sora, posesa, no dejaba de sacar fotos. El tigre bostezó.

—¡Mimí, el tigre, bostezó!

—Creo que no está de buen humor… —opinó Mimí, viendo con nerviosismo como el felino había comenzado a golpear la punta de su cola contra el piso, una y otra vez, una y otra vez.

—¡Esto es fantástico! —y foto, foto, foto, mientras Mimí se preguntaba si sería muy obvio que imitase la expresión facial del tigre—. ¡Tienen una chita! —gritó Sora, sosteniendo a su amiga de la mano y saliendo casi a la carrera.

Mimí sostuvo el paquetito de comida con su otra mano, se aferró a él y quiso olvidar su olor nauseabundo. Y los gritos de los padres llamando a sus hijos, los empujones de estos cuando intentaban colarse entre sus piernas, los graznidos y mugidos y gruñidos y el sol, el sol, el sol de invierno que le calentaba la cabeza y le incomodaba las botas. Y Sora, claro, Sora hiperactiva corriendo entre animales como si se le fuera en ello la vida. O como si fuese la primera vez que los veía.

—¡La última vez que vine no había chitas! —explicó, en una mano su cámara fotográfica y en la otra la mano de su amiga. De a ratos, Mimí sentía que la apretaba y hasta le clavaba las uñas: pareciera que, a Sora, la emoción se le escapaba por allí.

Aún no se había atrevido a decírselo o a interrumpirla, porque realmente la veía muy feliz. Además, no era como si Sora fuera a escuchar cualquier cosa que le dijera…

—¿Vienes muy seguido? —repreguntó, aunque insegura de querer saber la respuesta.

—No tanto como quisiera —admitió Sora, con ambas manos aferrando la jaula. Mimí estaba bastante segura de que eso no estaba permitido… — ¡Mimí, le van a dar de comer! ¡Nos tenemos que quedar un rato más! —exclamó, esta vez sosteniendo a su amiga del pecho (afortunadamente, los tapados no se arrugan).

Mimí asintió, nerviosa, sin saber como explicarle a Sora que ella quería hablar. Pensó que le rompería el corazón…

… si es que a Sora no le estallaba de emoción al ver a la chita, mansa, tirándose de lado para que el trabajador del zoológico le diera su comida…

—¡Tuve que haber comprado comida de chita!

—Pero ya le están dando de comer, Sora… a lo máximo le generas una indigestión por comer mucho —sonrió, tratando de que su tono sonara ameno, afable, humorista (pero toda esa situación, para ella, no era graciosa).

—Oh, Mimí, no creo que la chita esté a dieta —respondió, sonriendo, y a Mimí le pareció que era en forma condescendiente, lo cual la enojó bastante—. Además, ¡mira todo el espacio que tienen para correr! —recorrió con los brazos el extenso parque del animal—. ¡Este lugar es fantástico!

—Creo que a eso ya lo habíamos dejado claro… —murmuró.

Y Mimí tuvo que contentarse y dejarse arrastrar, empujar, incomodar, incordiar y molestar. Hasta asustar, cuando a un macaco se le ocurrió saltar hacia la reja, justo donde ella se encontraba tratando de darle de comer, y chillarle como marrano en el oído. "¡Te quiere!" había exclamado Sora, emocionada. "Comer" había pensado Mimí, escandalizada.

—Hay un monorraíl que conecta el jardín Este con el Oeste. Son tres kilómetros —explicó Sora, una vez hubo finalizado de bailar y saltar como loca para atraer a los osos a los que debía darles de comer—. De aquel lado hay grandes animales de África, y tienen un hipopótamo bebé. También hay animales de América Latina, unos que nunca imaginarás que existen. ¿Vamos?

—¿No quieres almorzar primero? —preguntó, derrotada, apretando el paquetito vacío de comida de monos que casi le cuesta su larga cabellera.

—Podemos comer de aquel lado, también. Si vamos ahora, seguro que hay menos gente en la cola —razonó, y Mimí aceptó su razonamiento.

Después de todo, durante esos tres kilómetros de transporte, finalmente podrían hablar. Y una vez llegados allá, podrían seguir hablando mientras almorzaran. Porque los animales no entraban a los restaurantes, eso era muy poco higiénico. Se encargaría además de encontrar una mesa lejos de las ventanas, solo por las dudas.

El monorraíl que las transportaría hasta el otro extremo del extenso zoológico se encontraba alzado en el aire, sobre unas vías anchas. Eso era espectacular para su plan: ningún animal se les cruzaría en el camino, no habría nada que hacer más que sentarse juntas, como las mejores amigas que eran, sostenerse las manos y soltar cientos de relatos y chismes. Mimí abriría su corazón a su mejor amiga y le hablaría de Koushiro y de sus miedos por regresar sola a Estados Unidos, sin el despistado, para estos temas, pelirrojo que le prestaba menos atención que a su ropa (porque todos estaban de acuerdo en que Koushiro se vestía mal).

Le sorprendió descubrir que los asientos eran bastante cómodos, anchos, casi parecían nuevos. Había parlantes que dejaban salir sonidos de animales, relajantes, mientras una amena voz explicaba las medidas de seguridad, allí y en el zoológico, y les recomendaba pasar por tal o cual atracción, informando de horarios y procurando educar a los turistas sobre precauciones alrededor de animales salvajes. Sora le había explicado que, del otro lado, algunos pequeños pájaros y mamíferos estaban fuera de sus jaulas.

Es decir que Mimí debía apresurarse para hablar con Sora, porque llegadas a aquel lado, presentía que se desataría el caos.

—Que cómodos estos asientos —dijo, con intención de no abordar el tema que la incordiaba tan directamente.

—Pasan videos de animales —respondió Sora, sosteniendo el asiento delantero con la vista fija en los televisores.

Pero solo unas imágenes, filmadas, no podían ser suficiente para alejar la atención de Sora de ella, es decir, documentales de animales veían todos los días y nunca había notado este nivel de fanatismo de parte de Sora.

Pero solo por las dudas…

—Oye Sora, hay algo de lo que quiero hablarte.

—¿Sí? —preguntó, sonriendo y por primera vez girando la vista hacia ella y desentendiéndose de los animales que la rodeaban.

Claro que Mimí no pensó que, al estar Sora sentada en el pasillo, mirarla a ella equivalía a mirar a la ventana y, a través de la ventana, se veían jaulas, algo lejanas, de animales grandes.

A esta reacción de Sora, sí que Mimí no la hubiera esperado nunca.

—¡WOW! —gritó, y sin importarle que ella estuviese en ese asiento, saltó a la ventanilla a mirar las jirafas que, lejanas, pastaban en paz.

Y Mimí perdió la paciencia y se levantó, sacándose a Sora de encima, y sin dar ninguna explicación se marchó por los vagones, arrastrando su tapado rosa, hasta encontrar una ventana vacía desde la que observar como el Jardín Este, el maldito Jardín Este, se alejaba para siempre, ya que Mimí no volvería ni aunque se lo pidiera Koushiro.

Sora la encontró con ambos puños y la frente apoyadas sobre el vidrio de la puerta del último vagón, en soledad, y con su flequillo desordenado y transpirado por haberse restregado la cabeza con furia.

—Mimí, lo siento, sé que ibas a decirme algo —se disculpó Sora, agarrándola del hombro, pero Mimí se sacudió y la obligó a soltarla.

—Ya no importa. Saldré por el otro extremo y me iré —replicó, ofendida.

—Oh, Mimí, pero ¡eso no es necesario! De verdad quiero hablar contigo —reintentó, esta vez sin tocarla.

—Hoy no te conozco, Sora —reclamó, girando sobre sí y observándola con los brazos cruzados—. ¿Qué es esta locura de los animales y sus comidas y conocerte la ubicación de cada jaula de este zoológico de catorce hectáreas? ¿Acaso trabajaste aquí y yo no lo sabía? —soltó su catarata de preguntas sin respirar, queriéndole demostrar con el tono que no estaba nada contenta.

—Pensé que lo sabías, Mimí, cuando me invitaste al zoológico. Si lo que necesitabas era hablar, cualquier lugar habría sido adecuado, pero en el zoológico, no sé… —Sora detuvo su parloteo y enfocó a su amiga, quien ahora la miraba sorprendida, aunque aun reflejando tristeza.

—¿Qué es lo que pasa en los zoológicos?

—Pues… supongo que dejo salir a mi niña interior como en ningún otro lugar, Mimí… Yamato dice que venir conmigo es una experiencia sobrenatural… —lo dijo en tono de broma, pero no sonrió, por miedo a que Mimí se enojase. Ella demoró más de lo normal en contestar.

—Y… ¿Yamato viene contigo muy seguido?

—Bueno, cuando yo estoy enojada, o triste, o cuando nos peleamos, o cuando quiere sorprenderme…

—Eso parece querer decir que te trae una vez a la semana, Sora —respondió, y casi esbozó una media sonrisa.

—Tampoco peleamos tanto, si a eso te refieres… supongo que sabe que me gusta mucho.

—Y a él… ¿a él le gusta venir? —preguntó; no se imaginaba a Yamato Ishida saltando desbocado entre jaulas de animales y peleando con su novia por verlos más de cerca.

Esta vez Sora no respondió. Mimí pensó que nunca se lo había preguntado a ella misma, tal vez.

—En realidad yo tengo la respuesta a esa pregunta tan tonta—dijo Mimí, sosteniendo una mano de Sora y apretándola con cariño—. Lo que sucede es que a Yamato lo que le gusta mucho eres —y esa frase, tan alegre, tan simple, tan dulce y tan Mimí, la convenció de que ya estaban haciendo las paces.

La abrazó fuerte mientras el tren se detenía, y fueron las primeras en bajar.

—¿De qué querías hablar? —le preguntó en las escaleras.

—Creo que de Yamato.

—¿De Yamato? —en diez años de noviazgo, Mimí jamás la había citado para hablar de su propio novio.

—No de Yamato, exactamente. Es que Sora… creo que quiero a alguien a quien yo le guste tanto como él a ti. ¿Me explico?

Sora sonrió y le apretó la mejilla con una mano, mientras con la otra le arreglaba el flequillo, ya que si Mimí se veía con esas pintas, se desataría la tercera guerra digimon.

A sus espaldas se encontraba el complejo de comidas, aún semi vacío, los baños y una tienda de recuerdos. Ningún animal a la vista, aunque sí escuchaban un concierto de sonidos de animales que ella no podría nombrar, ni identificar. De este lado había menos niños, tal vez porque las especies menos peligrosas se hallaban en el otro jardín.

—¿Vamos a comer? —pidió, enlazando su brazo con Sora.

Y fue allí, al girar ambas para encarar el camino a los restaurantes, cuando los vio. Tras ellas, anteriormente retirados de su línea de visión debido a las plantas, había dos pájaros, grandes, con plumas brillantes. Con hermosas, largas, espectaculares y llamativas plumas blanco-plateadas.

Mimí nunca había visto un pájaro tan bello.

Ambas se detuvieron, ninguna habló. Mimí vio que Sora apretaba los labios y hasta sintió su cuerpo tensarse en su agarre. El ritmo de sus parpadeos aumentó; Mimí pensó que, de ser una persona nerviosa, alguno de sus tics hubiera salido a la luz. Supo que Sora tenía los puños apretados y hasta le pareció escucharla golpear con fuerza el piso mientras intentaba retomar la marcha.

Suspiró, sabiendo que lamentaría lo siguiente.

—Sora… ¿quieres ver los pájaros antes de comer?

—No —respondió rápidamente, sin mirarla a ella, y tratando de no mirarlos a ellos, aunque la vista se le escapaba hacia allí.

Mimí sonrió.

—Ve, Sora. Yo te saco fotos desde aquí —dijo, quitándole la cámara que llevaba colgada. Y como su amiga se resistía, la empujó suavemente.

—Son pavos reales blancos —explicó, ella la que se sabía todas las especies de animales del planeta.

—Ve a verlos —insistió.

Y las fotos de Sora saltando entre los pájaros, graznando como ellos, tratando de acariciarles las plumas y escapando de sus picoteos furiosos, sin dudas valieron que su conversación se demorara una media hora más.


Notas: ¡Hola! Esto es un reto de Sirelo, pidió tres momentos en los que Sora deja salir el buen humor que vimos en el capítulo de Rusia: con Mimí, con Taichi y con Yamato. Serán en ese orden y temporalmente hacia atrás, es decir que se irán haciendo más jóvenes con cada capítulo.

Espero que les haya gustado y no, no me inspiré en nadie que conozco para describir las reacciones de Sora en el zoológico.

(SkuAg pone su mayor cara de inocencia y asume que los lectores entenderán que es de lo más normal que ella sepa de la existencia de los zoológicos de Japón, aunque nunca haya andado por allí. Piensa que los engañó y, contenta, pone punto final a este capítulo).