Renuncia: yo sigo siendo yo y Hiro Mashima, una perra.

Prompt: Santuario [minivicios]

Advertencias: OOC. El Rating NC-17 es porque estoy paranoica.

Dedicatoria: para la siempre linda y tierna Misari. Pseudo compensación por Crazy Kids. Originalmente iba a ser un DARK-fic en todas sus letras, al final me desencanté por algo más suave (y sigo paranoica lol). En todo caso, espero le guste esta cosa horrenda (?)


Parte uno: Enfermedad

Natsu tiene seis años y un brazo roto cuando la conoce. En realidad, tiene también una piruleta en la boca, dos dólares en los bolsillos y el flequillo revuelto, aunque aquello sea poco relevante para los demás.

Para él no, él asume que todo debe recibir la debida importancia —es algo que jamás cambia con el transcurso del tiempo—.

«Los viejos hábitos no mueren».

Y tú menos.

Juega en el jardín de los Dragneel con sus figuras de acción, que no son muñecas, sino coleccionables. Parte de un set de fantasía. Posee ya el caballero, el ogro al cual debe enfrentar valerosamente, y el ejército. Pero falta una cosa. Algo necesario para que la historia pueda ser tal. Una princesa.

A Natsu no le gustan las muñecas, por eso ha protestado contra su padre Igneel que desea comprarle una, aunque la princesa sea necesaria, pues sin ella, el caballero carece de un propósito. ¿A quién protegerá? ¿Quién le enfundará valor en los momentos tristes y oscuros?

Él no conoce a su madre, ella e Igneel se separaron antes de que Natsu supiera hablar siquiera. Tampoco tiene ninguna amiga. No sabe de princesas, ni que se debe tratarlas con cuidado o se rompen fácilmente.

No me interesan los juguetes frágiles.

Eso dice.

Así, pues, prefiere ignorarlo y proseguir con sus juegos, aventuras inverosímiles en su imaginación donde los gatos son capaces de hablar —Natsu sabe que es así, sólo que la gente parece no creerle, es raro— y puede acariciar el sol sin adquirir quemaduras graves. Siente afinidad por el fuego, desde siempre. Igneel lo suele sorprender con una lupa escondida entre los cuadernos y útiles, lo mira con desaprobación (¿acaso ha hecho algo mal?) antes de quitársela, pese a que Natsu consigue recuperarla en cuanto nota una oportunidad. A veces quema el pasto. A veces alguna hormiga. A veces, nada. Limitándose a permanecer quieto, con la vista fija en el alféizar y la lupa tirada por ahí.

Esa tarde es un ejemplo de esas ocasiones, menos, claro, por el detalle de que sí hace algo aparte de observar la ventana.

El cómo se rompe el brazo es casi gracioso, piensa él. Alza al caballero que blande sin miedo su espada, en un rugido prominente, y de pronto ella aparece (sin consentimiento) en su rango de visión, asomada del lado opuesto de la valla en la casa adjunta. Es un destello, muy sutil. Cabellos de maíz. Irises de tierra mojada. Le recuerda al campo. Natsu no cuida sus movimientos, gira muy deprisa y sin notarlo. En un segundo el hueso está donde debe, al siguiente se ha dislocado acompañado por un sonoro "Crack". Ella lo oye, y él igual. Ella suelta un gritito de estupefacción al saberse sorprendida, él permanece callado.

No grita, ni gimotea, aún si el dolor empieza a esparcirse por todo su cuerpo, como un veneno. El brazo le cuelga, inerte. Moverlo le provoca más daño. Sin embargo, no aparta los ojos de los de la desconocida.

— ¿N-No estás lastimado?

Silencio.

— Ey —insiste—. Háblame, por favor.

— ¿Por qué? ¿Por qué debería? —no hay malicia o arrogancia, únicamente curiosidad. La niña se relame los labios, sin esperar aquello—. ¿Eres nueva en el barrio?

— Sí. Mi nombre es Lucy —ya que Natsu no hace amago de continuar la conversación Lucy se anima— Heartfilia. Y tú eres–

— Etherious Natsu Dragneel —suelta de sopetón y sin pausas. Como papá le enseñó, siendo respetuoso. Muestran genuino interés en el otro, por lo que Natsu avanza vacilante hasta quedar frente a frente, separados por las tablas de madera en fila. Casi pueden tocarse las manos, acariciándose los dedos con timidez absurda y sin motivo eso provoca que Natsu le sonría, con sinceridad.

— Seré tu nueva vecina —contagiada por la alegría que despide Lucy se esfuerza más en ponerse de puntitas y observarle mejor—. Cuida de mí.

Pero a ti no te gustan los juguetes frágiles, ¿lo olvidaste?

Aprieta los puños, y el brazo le arde con más intensidad. Pese a todo, no deja de sonreír.

— ¡Claro!

Con Lucy llegan las mentiras también. No obstante ya no hace falta comprar una princesa, así que está bien todo.

(…)

Natsu tiene ocho años y un moretón cuando él y Lucy formalizan una relación. Sucede de pronto, sin advertencias. Caminan hacia la primaria, Natsu tarareando una tonada pegajosa de un infomercial que pasaron la noche anterior, una propaganda para usar detergente. Lucy detrás de él —es que ella siempre va tras su espalda, es feliz con eso y puede que sea incómodo, un poquito, al principio, pero ya se acostumbró— bailoteando con sus zapatos rojos de charol que brillan debido a que los pule cada día, sin falta y con esmero.

(¿A que son una monada absoluta Natsu?, inquiere juguetona. Él no responde y ella lo toma como un ).

a que sus padres estén de acuerdo a su amistad, a que Lucy duerma alguna que otra vez en casa de Natsu, colándose en su colchón pese a las protestas de éste, a que pasen el rato en el parque y él la invite a usar los columpios, prometiéndole que la hará volar muy alto y que Lucy ría estridentemente al ver cumplido su juramento.

Son inseparables. Lo notan todos, nadie comenta al respecto.

— Es un pelín perturbado, sabes —asegura en una ocasión Minerva, compañera de salón—. Seguro no lo notas todavía, pero él les habla a los animales. Y afirma que le contestan. Aunque eso es más broma que nada, no lo hace en serio, su pasatiempo es jugar con la gente.

— ¿La gente? —Lucy arruga el ceño.

— Ya. Hay dos Natsus. Pronto conocerás al otro —y dicho esto, Minerva se acomoda el cabello tras la oreja, enigmática para una cría de nueve. Lucy no sabe desconfiar aún—. Personalmente prefiero al otro. Es… encantador.

— Pero con las personas no se juega, es imposible —replica.

— Ah. Como digas.

Lucy lo toma como una ofensa y decide no volver a hablar con Minerva a menos que sea necesario. Es también a partir de entonces cuando Lucy se apega más a Natsu. Quizá por miedo a que Orland tenga razón, quizá por fascinación propia. Le gusta admirar la espalda de Natsu, de cualquier manera. Y la consumen las ganas de acariciarle el pelo rosado y la piel bronceada, los brazos, tal vez. Nunca se han abrazado antes.

Da pasos más sonoros intentando no perder su ritmo (ni a él).

— Natsu —le llama.

— ¿Hm?

— Me gustas.

— Tú igual a mí, Luce.

Siente esperanza al escucharlo, con las mejillas calentándose igual que unos troncos en la chimenea en época de navidad.

— ¿De verdad? Así que, si nos gustamos mutuamente podríamos ¡podríamos salir!

Natsu se detiene y Lucy choca contra la mochila que carga, esa estampada con la caricatura de una bomba cuya expresión es de alguien que cometerá algo malo. Una travesura.

— Estamos afuera —señala él, sin captarlo.

— No… me refiero… ser pareja.

— Oh. Y ¿cambiaría algo entre nosotros? —inquiere, con la duda sembrada en su voz. Lucy niega con velocidad—. Y si nos mantendremos igual, ¿por qué quieres ser pareja?

— Es un trato Natsu. No nos abandonaremos. Nunca. Y seguiremos tomándonos de la mano, ¿no te agrada eso?

Por un instante teme que le confiese que no. Que hay muchas otras chicas a las cuales tomar de la mano allá afuera.

— Bueno.

Aunque es infundado. Natsu accede. Lucy puede respirar en paz. Debido a su incontenible alegría brinca contra él, golpeándose Natsu el ojo por error contra un poste. No tarda en disculparse, afligida. Incluso si él finge que no pasa nada.

No importa. Está bien. De verdad no importa.

El amor provoca sufrimiento, a fin de cuentas. Es normal ¿no es cierto?

(…)

Natsu tiene trece años y dolor de cabeza cuando se dan su primer beso. Que no es tal. Siente miles de agujas diminutas enterrársele en el cráneo y anda de mal humor debido a ello. Igneel le pide que se tome unas aspirinas, así se le pasará más rápido.

Men-ti-ra.

Y él asiente, un tanto molesto. ¿Por qué no? No pierde nada.

Pero pasan los segundos, y los minutos, y una hora, y el dolor de cabeza continúa allí. Obstinado. Lucy le acompaña, ojeando un libro de historias. Natsu quiere darse de topes contra la pared. Lucy quiere a Natsu.

(Juraste no irte. Juraste quedarte conmigo. Eternamente).

— Estuve considerándolo, yo soy la princesa y tú mi caballero y–

— Luce, no. No es un buen momento —interrumpe.

— ¡Natsu! Déjame terminar. Lo pensé, y tal vez, como en un cuento de hadas, un beso te cure.

— ¿Un beso?

Tonterías.

Los besos son asunto de mujeres. Natsu las detesta, excepto a Lucy, porque es Lucy y el personaje que le hacía falta y con el cual puede sentirse calmado. Aunque ella sea todo terquedad.

— ¡No me ignores, Natsu! Esto–

— ¡Cállate ya, no voy a besarte!

Más silencio.

Porque es la clase de persona que la mayoría del tiempo actúa por mero instinto y deja la racionalidad de lado.

— L-lo siento —de pronto Lucy está llorando, intenta detenerse, no lo consigue. Y llora. Mucho.

Un papanatas, básicamente.

— Yo, en serio, perdón, no era mi intención —hace amagos de salir huyendo. Ahí él lo impide, halándola de la manga de su blusa. Sutil, muy sutil. Lucy lloriquea otro tanto, sin saber cómo reaccionar. Es algo nuevo. Una emoción apabullante. Sin mediar dialogo Natsu posa los labios en las manos de Lucy, mirándola.

— Ya. No llores Luce. Te he besado, así que no debe doler —señala. Lucy parpadea, lo asimila. Sí. Sí. Todo está en orden.

Aún si la mirada de Natsu es menos nítida. Aún si es la crueldad encarnada en hombre.

(…)

Natsu tiene catorce y quema hormigas en la acera cuando se percata de que Lucy es una chica, con pechos y demás. Pero es una mentirosa, también. Con ojos enormes. Natsu admira sus piernas más tiempo de lo debido, escondidas tras esa falda. Son bonitas.

— Somos novios ¿qué más añoras? —indaga.

— Nada —por otro lado, Lucy tiene catorce y una muela floja cuando descubre que Natsu es un despiadado rompecorazones—. ¿Me quieres?

Y no hace nada al respecto para cambiarle.

—… A veces.

Él es algo así como lindo, después de todo.


Nota: Ando perdida, muy perdida. POR QUÉ ESCRIBÍ ESTO (?) eh, pues actualizaré a finales de abril, si a alguien le interesa. Es un capítulo más y ya. Que Misari me perdone el regalo weirdo.