Bajé mi arma y entré en la habitación, me acerqué al hombre que se retorcía en el suelo, sosteniendo la herida con ambas manos, la boca abierta y sangre saliendo a grandes cantidades. Era una imagen asquerosa, pero me hacía sentir un poco mejor, solo un poco.
Él abrió sus ojos con pánico e intentó alejarse de mí, pero no lo dejé, acorté las distancias y apunté mi arma justo entre sus cejas.
―No…por favor― imploró ahogándose en su propia sangre.
No le dije nada, solo lo miré y apreté el gatillo. La bala salió disparada del cañón y perforó la piel, el hueso explotando dentro de su cabeza. Sus ojos se abrieron ampliamente y rodaron hacia atrás mientras la sangre salía a borbotones del agujero.
Miré fascinada cómo la sangre escapaba del cuerpo sin vida y se desparramaba por la alfombra, tiñéndola rápidamente de rojo. Hubo un tiempo en que odiaba la sangre, en que su asqueroso olor lograba descomponerme hasta el punto de marearme y desmayarme. Pero ahora me resultaba maravilloso ver ese líquido bañar los muertos de forma artística, el olor impregnado en el ambiente cantando que la muerte había pasado por allí y se había llevado un alma, llevándose un espíritu maligno al infierno, para castigarla…
Como me habían castigado a mí. No, no iba a pensar en eso, no me lo tenía permitido, si lo hacía todos los recuerdos volverían y mis sentimientos de desbordarían, tenía que mantener la calma y seguir con el plan.
Aparté la mirada del muerto y guardé mi arma dentro del estuche. Salí del cuarto y caminé hacia las escaleras, no iba a tomar el ascensor, no a sabiendas que tiene cámaras de seguridad. A medida que bajaba las escaleras me iba deshaciendo de mi ropa.
Me quité los guantes marrones de cuero, doblándolos y metiéndolos dentro de mi cartera. Luego me saqué la peluca rubia y solté mi cabello, enterrando mis dedos entre las hebras marrones y lo agité, dejando que cayera libre por mi espalda y hombros. Me detuve en uno de los descansos de la escalera y me saqué las botas negras de tacón, reemplazándolas por unas simples convers negras desgastadas y viejas. Doblé lo más que pude mis botas y las metí dentro del bolso.
Finalmente llegué al primer piso y me dirigí a la puerta trasera, por donde entraban los empleados y pedidos, no iba a arriesgarme a salir por la entrada principal donde todas las cámaras tomarían mi rostro. Abrí la pequeña puerta y el frío aire golpeó mi cara. Cerré la puerta y caminé fuera del estacionamiento, siempre manteniéndome resguardada entre las sombras. Mi auto estaba aparcado a dos cuadras abajo del hotel, abrí la puerta trasera y me metí, comencé a sacarme la ropa.
Metí dentro de mi bolso la polera ajustada negra y los pantalones, saqué mis jeans azul suelto y una camiseta verde oscura. Me vestí rápidamente y me cambié al asiento del conductor, encendí mi auto y prendí la calefacción. Mientras esperaba que el ambiente dentro del auto se calentara, tomé mi móvil y lo encendí, de inmediato saltaron varios mensajes y llamadas perdidas, todos de la misma persona. Suspirando devolví la llamada.
― ¡¿Dónde estás?― le gritaron apenas atendieron la llamada.
―Voy en camino―dijo simplemente y cortó la llamada.
Descansé la cabeza en el asiento, cerré mis ojos y suspiré con fuerza. A mi mente vino la imagen del hombre que había matado, su expresión asustada, viéndose indefenso en el suelo, imposibilitado a poder defenderse, implorando.
―No…por favor― gemí desesperada.
Mis ojos eran los únicos que podían moverse, mi cuerpo estaba quieto, no podía moverlo así quisiera, me sentía pesada y vulnerable… Había muchos pares de ojos mirándome, demasiadas manos tocándome. Solo conocía a uno de todos los que había.
― ¿Por qué…me….haces esto?― le pregunté.
Él no me respondió, solo me miró y sonrió con burla.
Mordí con fuerza mi labio inferior, y golpeé con fuerza el volante. Quería gritar, arrancarme los pelos, salir encontrarlos y matarlos a todos.
Sentimientos de venganza y rencor se mezclaban en mi pecho, me estaban volviendo loca. Nuevamente la imagen del tipo muerto en el suelo vino a mi mente y esta vez la imagen me causó nauseas.
Abrí la puerta del auto y salí bruscamente, cayendo de rodillas y vomitando en el asfalto.
Ellos no habían tenido compasión de mí, yo tampoco iba a tenerla con ellos.
