Habían pasado algo más de dos meses desde aquello, y ella bien sabía que, si en los siguientes días no había ninguna señal de sangrado, la situación se podría complicar. Y esos no eran momentos para más complicaciones. Realmente no estaba asustada por lo que podría pasar. Tampoco se sentía alegre y contenta, quizá porque aún no había terminado de asimilar todo lo sucedido y lo que aquello realmente podría significar. No. Tan sólo se sentía estúpida por su inconsciencia, y la de él. Al final Ayato acabaría por tener razón cuando se refería a ella como "su estúpida hermana mayor". Pero en ese momento ninguno de los dos era consciente de las consecuencias, o por lo menos no había mostrado preocupación. Pero aún siendo ese el caso, ¿qué podrían haber hecho? No había ninguna farmacia en esa calle, y de todas formas, eso habría roto la magia del momento. Magia. Porque eso era lo que había sido: mágico. Hasta ese momento ella nunca se había sentido tan especial, tan querida, tan amada y tan protegida. Hasta ese momento nunca había pensado que algún hombre pudiese sentirse atraída por ella más allá de su aspecto físico. Y por eso se había reservado. Por eso había decidido que nunca alcanzaría tal nivel de intimidad con un hombre a no ser que fuese algo recíproco, y que no sólo fuese mera atracción física. Hombre... Y de repente se dio cuenta del cambio que había pegado él. Quien lo habría dicho. Él, que era torpe y blandito. Él, que de bueno llegaba a ser tonto. Él había cambiado, ya no era torpe y blandito, ahora era habilidoso y fuerte, y aunque seguía siendo amable y dulce, por un momento se preguntó si tales cambios habían merecido la pena, pues eran muestra de todas las batallas que tuvo que librar.
Sacudió la cabeza, dando paso a una sonrisa pícara. Sin duda esos cambios en él le habían gustado. Porque aunque estaba preocupada por todo lo que él había sufrido, en realidad le había encantado poder acariciar y besar ese cuerpo fuerte y bien formado. Pero por sobre todas las cosas, le habían encantado lo suave y dulce que había sido con ella, quizás porque era la primera vez de ambos. No... no había sido por eso. Había sido porque él, aún a pesar de todo, seguía siendo alguien dulce y amable. Se llevó una mano a los labios, recordando las sensaciones de aquella noche: las manos suaves de él acariciando todo su cuerpo, sus lentos, dulces y apasionados besos, aquellos labios que, si hubiese sido humana y alguna vez hubiese saboreado la comida humana como ellos, diría que sabían a miel... Y entonces se dio cuenta de lo afortunada que había sido al ser correspondida por alguien como él, por Kaneki, deseando que todo eso no se desvaneciera como como un suspiro.
