HERIDAS

ABIERTAS

Nota del autor:

Bienvenidas y bienvenidos, damas y caballeros. Lo primero que me sale deciros en estas primeras palabras es daros las gracias por pararos a leer este fic. Sobre todo, porque aunque espero disfrutéis, los que lo vayáis a leer entero invertiréis aquí algunas horas. Así que, gracias.

En segundo lugar, este fanfic respeta en su mayoría el epílogo y posteriores entrevistas realizadas a J.K Rowling. De hecho, el año de comienzo de la historia, es el año del epílog, tan solo cambiando un par de cosas. Esto es un Dramione en toda regla, y como tal, habrá amor y drama. Pero me gustaría dejar claro de antemano, que este también es un fic de aventuras. Y en algunos capítulos también habrá lemon, si.

La historia (al menos su primer tomo, depende de la aceptación), está escrita al completo. Son cuarenta capítulos que irán aumentando si veo que esto tiene aceptación. Que espero que la tenga, puesto que la verdad quiero desarrollarla aún más. No es que mendigue vuestros favoritos y reviews, pero si algo no tiene mucho éxito… ¡Ya sabéis! Contestaré cada review siempre.

El primer capítulo es más corto porque es una introducción al mundo mágico de la historia. La media de los capítulos suele oscilar entre doce y quince páginas de Word con la letra tamaño normal. Subiré capítulo todos los martes. Algunas semanas, tal vez venga alguno de regalo.

Disclaimer: La mayoría de lugares y personajes que aquí aparecen son propiedad de J.K Rowling o la Warner. Supongo. Lo único que yo sé es que no me lucro con esto. Lo hago para disfrutar.

No permito copiar esta historia ni transcribirla a ninguna otra página sin mi consentimiento. Si la veis en otro sitio que no se aquí o en Wtpd, mandadme un mensaje privado. Gracias.


CAPÍTULO I

UN NUEVO CURSO

Sus manos finas, pálidas y a la vez fuertes, acariciaban con parsimonia las paredes del Castillo a la par que notaba la mirada punzante de los personajes de algunos cuadros mientras caminaba en dirección al vestíbulo. Aquellas paredes habían sido testigos inertes de momentos gloriosos de su Señor, al igual que también habían sido verdugos de muchos de sus antiguos compañeros. Cargadas de magia e historia, tras la Batalla de Hogwarts, estas habían sido remodeladas, buscando la apariencia de antaño. La Comunidad Mágica de Gran Bretaña se había recuperado muy poco a poco de todo lo sucedido en la guerra. Las heridas abiertas en el seno de la sociedad aún supuraban, tardando en cicatrizar por las virulentas acciones de quienes aún entonces, renegaban de la muerte de su Señor. Algunos, lo más inteligentes, habían claudicado a favor de la paz. Otros, míseros diablos, creyendo en una redención futura, aún mataban en nombre de Lord Voldemort. Aunque haciendo honor a la verdad, eran muy pocos los que se seguían autodenominando mortífagos. El grueso de estos, habían sido tachados como Marcados, gente con la Marca Tenebrosa tatuada en su antebrazo, gente que se había arrepentido de sus pecados…

Tras la caída del Señor Tenebroso en la Batalla de Hogwarts en los últimos años del milenio pasado, Kingsley Shacklebolt había sido nombrado Ministro de Magia por el Tribunal del Winzengamot, el cual, decretando un estado de emergencia había tomado las funciones de corte constituyente en post de la seguridad de los magos y brujas británicos. Tras una votación casi unánime, el antiguo auror había ocupado su puesto en lo más alto de la esfera política mágica. Pronto, la gente se echó a las calles, creyéndose por primera vez en años dueñas de su propio destino.

Por desgracia, cuando alguien se cree portador de la absoluta verdad, se convierte en un tirano. Eso pasó exactamente cuando muchos ciudadanos decidieron tomarse la Justicia por su mano. Muchos, demasiados, fueron los asesinatos de antiguos siervos de Lord Voldemort. La persecución fue tal que a lo largo de los cinco primeros años de "paz" la sangre que se derramó fue tal, que bien podría haber sido un río de agua rojiza y pálida. Estos acontecimientos, que posteriormente fueron denominados por los historiadores de la magia como "La persecución del Bien", llevaron a la muerte a mortífagos que habían renegado de su pasado, arrepintiéndose y habiendo cumplido condena en Azkabán. Estos Marcados, perdonados ya por la Justicia, terminaron en manos de sus perseguidores. El cazador, se convirtió en cazado, y el cazado en cazador.

Era de esperar que su recibimiento no fuese cálido. Después de todo, él, aunque ahora estuviese casado -y así lo mostraba el anillo que Astoria y el llevaban siempre consigo- era un Marcado. Un insurgente en una época ya pasada que luchó por ideales puristas y al parecer, macabros. Ideales, que aún hoy seguía defendiendo en su fuero interno. Con el paso de los años, sus sentimientos y sensaciones en lo referente a la pureza de la sangre se habían radicalizado de tal modo que había terminado por maldecir los errores que había cometido en el pasado. Aun así, Draco Malfoy no era un tipo tonto. Caracterizado por la astucia de los mejores slytherins, se había mostrado ciertamente arrepentido en público por su comportamiento, eludiendo para él y para el resto de su familia, las penas que otros habían tenido que acatar. A lo largo de aquellos largos diez años, el antiguo slytherin se había hecho con un nombre. Había invertido mucho dinero, se había convertido en alguien altruista para los demás, ignorando estos que, en realidad, su corazón estaba cargado de odio y furia. Furia que solo podía expresar de la manera más brutal posible, furia que pagaba Astoria cuando cada noche entraba en ella hasta la extenuación, haciendo crujir y partirse el cabecero de la cama. Si antes no podía afirmarse, ahora si: Draco Malfoy se había convertido en una mala persona. Sobre todo, porque sus padres también habían sido perseguidos en "La persecución del Bien". Torturados y vejados hasta el extremo habían sido desterrados de Gran Bretaña, obligados a establecer su residencia en Francia. Tal vez, de no haber sido por aquello, no podríamos contar esta historia.

La fama del joven de los Malfoy (aunque en realidad ese sobrenombre le perteneciese ahora a su hijo) había crecido como la espuma tras los acontecimientos acaecidos dos años atrás en Londres. A Draco nunca se le había tenido por un buen duelista, por lo que fue una sorpresa que pudieran enfrentar a cuatro perseguidores que buscaban su caza. Como no tenía nada que perder, ya que el Ministerio se había posicionado a su favor, los cazadores acabaron siendo entregados a las autoridades gracias a su temple con la varita. Tras esto, la figura del slytherin empezó a mitificarse, creyéndole poseedor de una poderosa magia… Había sido algo bastante importante para él, pues después de tantos años, el joven profesor aún intentaba redimirse de los errores cometidos bajo las órdenes de su Señor.

—No es bueno dar tantas oportunidades a gente como él —oyó que decía uno de los cuadros mientras pasaba por su lado.

—Destruyeron el mundo mágico, deberían de haber pagado por ello —comentó otro.

La sonrisa del antiguo slytherin se ensanchó. Siempre había pensado que lo importante no era que hablasen bien o mal de uno, si no que hablasen, da igual de que manera. Con un gesto soberbio y firme, les ordenó:

—Silencio —su voz sonó clara y potente, autoritaria. La orden la cumplieron a rajatabla pues como profesor de Hogwarts tenía plenos poderes sobre retratos, armaduras y estatuas que poblasen el Castillo.

Estaba cansado. Llevaba cansado mucho tiempo ya. Su familia ya había sido suficientemente crucificada como para que la próxima generación, donde se encontraba su hijo, también fuera culpada de los males del pasado. Scorpius, que aquel año entraba en Hogwarts, se había visto salpicado más de una vez por aquellas cuestiones hasta el punto de ser agredido por gente a la que Malfoy aún no había encontrado. El problema residía en que ya no solo los perseguidores eran un peligro, si no que la gente normal, ciudadanos de a pie, se habían tomado la desvergüenza de vejar públicamente a cualquiera que se considerara un marcado.

La calma que se coronó entre los cuadros tras su mandato otorgó al joven profesor una perecedera sensación de triunfo. Triunfo que se añadió al hecho de haber sido nombrado profesor de pociones aquel año. A parte de porque sus conocimientos en pociones eran bastante avanzados, también había sido un punto a su favor en su candidatura el hecho de que los Malfoy hubiesen estado engrosando las arcas de la Escuela de Magia y Hechicería año tras año.

Sus piernas le llevaron de una manera casi inconsciente hasta el vestíbulo, destino obligado si quería llegar hasta el Gran Comedor. A medida que se acercaba a su destino, el bullicio que provenía del lugar iba aumentando gradualmente. Cuando estuvo en la puerta, vio de lejos a la directora McGonagall sobre el antiguo atril de extendidas alas. Por lo que Draco pudo observar los nuevos aún no habían llegado y ahora estaban presentando a los profesores de todas y cada una de las asignaturas. La antigua profesora de transformaciones ya llevaba algunos años como directora del Castillo. De hecho, tras la caída del Señor Tenebroso, el Ministerio había tomado cartas en el asunto en un intento por volver a la normalidad. La política que había seguido el Ministerio no era una política de ruptura, de hecho. Sobre todo, porque habían intentado volver a una situación insostenible, la de varios años atrás. McGonagall había sido una de las piezas claves. Ella sería la encargada de seguir gestionando Hogwarts con la benevolencia con la que Dumbledore lo había hecho. Un error, o al menos eso pensaba el antiguo slytherin, ya que había sido aquella gestión la que tantos quebraderos de cabeza le había dado.

—Y como nuevo profesor de pociones, debido a la inesperada e irremediable jubilación del profesor Slughorn, tengo el placer de comunicaros que contaremos con el señor Draco Malfoy. También será Jefe de la Casa Slytherin—dijo la voz de la directora a lo lejos.

Para este, la reacción de las diferentes casas y los profesores ya sentados en su correspondiente mesa fue la de esperar. Seguramente, si hubiera estado solo uno por uno con los que le habían abucheado, estos no se hubieran atrevido. La mesa de slytherin irrumpió en fuertes aplausos, al igual que algunos ravenclaws. Por supuesto, la casa de Gryffindor fue un constante abucheo, signo del malestar y la desigualdad en la Comunidad Mágica. La altanera sonrisa que dibujó Malfoy pasando por al lado de los leones fue tal, que estos aumentaron aún más el volumen de sus increpaciones.

—Silencio, ¡silencio, ¡silencio! —ordenó la profesora McGonagall.

Tras su voz, potente y férrea, el Gran Comedor se sumió en un profundo silencio, tan solo destronado por el sonido de los pulcros zapatos del nuevo profesor a cada paso que daba. Mientras subía los escalones en dirección al atril decidió ajustarse la chaqueta que llevaba. A diferencia de la mayoría de los profesores, que vestían túnica, Draco llevaba una sobria y elegante chaqueta negra con una camisa blanca. Unos pantalones también negros como su corazón de tela fina, rectos, pero ligeramente pegados al tobillo de acuerdo a los estándares de la moda actual y unos zapatos a juego. El traje en si le quedaba perfectamente entallado, entre otras cosas, gracias a las horas de ejercicio que le dedicaba a su cuerpo. El cual era fruto de diversos favores que le habían hecho en las altas esferas.

—Míralo, es perfecto —oyó que decía alguien.

Draco lo sabía. O al menos, creía saberlo. Su fachada de prepotencia, débilmente apagada por sus continuos arrepentimientos en post de su libertad, no era nada comparado con el narcisismo que el joven profesor llevaba por dentro. Sabía quién era y cómo era, algo que le hacía estar bastante seguro de sí mismo. En eso, aún se parecía al niño que años atrás había frecuentado aquellas estancias, aquel Castillo.

Cuando llegó al atril, antes de sentarse, solo dijo unas escuetas palabras:

—Muchos ya hemos pagado nuestros pecados. Las heridas abiertas aún no sangran por culpa de gente como yo…—su voz sonó fría, distante. Gris, al igual que eran sus ojos.

Al llegar a la mesa, se fijó en que el profesor Flitwick no estaba.

ɸɸɸɸ

Si había un momento de la ceremonia en la que Draco Malfoy iba a estar nervioso, era en la Ceremonia de Selección. El antiguo slytherin no era alguien demasiado apegado, ni cariñoso, ni si quiera podía considerarse buena persona. Pero si había algo en la vida que le doliese tanto como el mismo, ese era su hijo, Scorpius Malfoy. Tardó muy poco en reconocer su cabello rubio como el oro aparecer por la puerta del Gran Comedor. Scorpius, a diferencia de su padre, era un joven bastante inseguro, cargado de traumas debido a las diferentes persecuciones y muy introvertido. A su lado pudo reconocer al hijo pequeño de Potter, al igual que durante los minutos que habían pasado desde su llegada había podido conocer al mayor y a los hijos de los Weasley. Todos ellos habían cumplido estrictamente con lo que marcaba su sangre: Gryffindor.

Aunque el nuevo profesor de pociones debería de haber besado los pies de Potter, el nuevo jefe de la oficina de Aurores, este último nunca se había encargado de recordarle aún que Draco le debía la vida. Aunque al slytherin le costase admitirlo, aquello era cierto. Aún así, la pureza de su sangre le impedía postrarse ante nadie. Este hecho, solo ocasionaba más odio y oscurecía aún más su corazón.

El que abría la comitiva no era otro que Neville Longbottom. Este, tras la guerra, había terminado siendo profesor de herbología, subdirector y jefe de la Casa Gryffindor. Algo que él llevaba con orgullo y honor. En sus manos llevaba el Sombrero Seleccionador. Un viejo sombrero de una sola punta con decenas de remendones que había pasado por las cabezas y decidido los destinos de miles de magos británicos.

Draco, con las manos reposando sobre la mesa de madera y las piernas cruzadas de una manera elegante observó con falsa paciencia el nerviosismo de su hijo. Nunca le había transmitido amor, ni cariño, pero si algo de eso podía reflejar su gélida mirada, aquel era el momento. Su vástago lo miró con ojos brillantes. Ambos se habían buscado con la mirada. Ambos sabían que, de momento, estaban solos. Padre e hijo se habían dado cuenta sin necesidad de hablar, que aquella era una guerra que ambos tenían que librar. El ascendiente sabía que a su hijo le costaría un poco encontrar su lugar, aunque estuviese amparado por los vástagos de otras familias que en otro tiempo habían jurado pleitesía de forma implícita a los Malfoy. Pero, aun así, Scorpius había sido un crío mimado y sobreprotegido hasta el extremo por su madre, Astoria, la cual había intetnado apartarlo de todos los males posibles. El chico jamás había tenido opción de equivocarse y aprender.

La ceremonia pasó sosiego y calma. Con demasiada tranquilidad, pensaba Draco, el cual, ansioso, había empezado a cambiar intermitentemente su postura, denotando cierto nerviosismo. Nervios que quedaron completamente anulados cuando escuchó la voz del profesor de herbología decir el nombre de su descendiente:

—Malfoy, Scorpius Malfoy.

No se escucharon demasiados abucheos, para sorpresa de su padre. Aún así, proveniente de la mesa de Gryffindor si que se había oído alguna que otra frase que desmerecía la estancia del joven en Hogwarts. El rubio tuvo la sensación de que uno de los instigadores de aquellas increpaciones había sido Ted Lupins. Por desgracia, Draco no pudo ver el rostro de su hijo que ya se había sentado de cara al público. Fue una elección que tardó bastante más de la cuenta. De hecho, la última que recordaba tan larga había tenido lugar veinte años atrás: la de Harry Potter. Pasados unos minutos, el Gran Comedor se quedó completamente en silencio. El antiguo slytherin pudo ver como su hijo jugueteaba con sus pies, mirándolos, seguramente en un intento por no mirar al frente. Justo cuando los nervios volvían a tomar la postura de Malfoy, el Sombrero habló:

—¡Slytherin!

El padre aflojó los hombros, al igual que el hijo, que se levantó entre los enormes vítores y aplausos de su nueva casa. Draco sonrió. Su hijo también. Por desgracia y la vez de manera orgullosa, Slytherin se había convertido en el refugio de los descendientes de los Marcados. La mayoría se apoyaba mutuamente en un intento por sobrevivir, con sus valores, a las acometidas de una sociedad cada vez más injustas.

—Potter, Albus Potter —dijo entonces Neville.

Aquello sería divertido, pensó Draco mientras se incorporaba ligeramente en la silla y apoyaba sus brazos sobre la mesa a la par que sus manos sostenían su cabeza. El chico fue recibido con tímidos aplausos.

—¡Slytherin!

—Por Merlín —oyó que decía justo a su lado Rubeus Hagrid, que seguía dando Cuidado de Criaturas Mágicas.

Y entonces, silencio. ¿Slytherin? Incluso Draco se lo cuestionaba. ¿Cómo era posible que uno de los descendientes de Potter hubiera acabado en la casa de las serpientes? El nuevo profesor escudriñó las caras de los demás en las cuales también había dibujado un gesto de asombro y estupor. El rubio frunció el ceño mientras observaba como el chico no era recibido por nadie. Bueno, en realidad si fue recibido con un solo apretón de manos.

El de Scorpius Malfoy.

Su hijo.

ɸɸɸɸ

Mientras Draco Malfoy comía un trozo de pastel de calabaza al lado de Rubeus Hagrid y la profesora Trelawney, observaba como su hijo y el de los Potter mantenían lo que parecía una interesante conversación, ya que ambos sonreían sin parar, ajenos a la polémica que había suscitado la elección del joven Albus. Aquello, ciertamente peculiar, estaba empezando a alzar la furia del profesor. Ira que se vio aplacada por la repentina incorporación de la directora McGonagall. Aún no habían terminado de comer, aún no era hora de irse, ¿o sí? A lo lejos, en la puerta del Gran Comedor, Draco pudo observar una figura que no le era familiar.

—Como algunos ya sabréis, la muerte del profesor Flitwick es algo que ha pesado mucho en esta institución —comentó la antigua profesora de transformaciones. —Por eso hemos decidido traer a una de las mejores brujas en esta disciplina. No ha otorgado un favor maravilloso pidiendo una excedencia en el Ministerio de Magia para poder dar clases en Hogwarts. Sea bienvenida, señora Granger.

Draco sintió como un nudo se le cogía en su estómago mientras veía como Hermione Granger se acercaba con elegantes andares sobre unos zapatos finos de tacón hasta la mesa de los profesores. Nudo, que el profesor de pociones dio motivo de sorpresa. Sin embargo, no sabía si la sorpresa venía provocada por el espectacular cambió que había tenido la nueva profesora. Negó con la cabeza.

Aquello no podía interferir en sus planes.


Espero que el primer capítulo os guste.

No olvidéis agregar la historia en favoritos y comentar para que Draco sea vuestro nuevo profe de... ¡lo que queráis! :P