Disclaimer: Los personajes y el argumento de Rurouni Kenshin son propiedad de Nobuhiro Watsuki. Este escrito sólo tienes fines recreativos y no percibo ningún dinero por él.


La luna que vemos, es siempre la misma.

Primer acto: A través de la lluvia.

Realmente no podía hacer más que estar allí sentado sobre sus rodillas y contemplando el jardín. Le sorprendía el tiempo que podía pasar en aquella posición y ya hablaba tan poco que al escuchar su voz siempre le sonaba ajena, pero no tenía ningún apuro, no había ningún lugar en particular al que ir y tampoco qué decir. Sólo necesitaba esa calma, ver cómo cambiaba el color de los árboles con las distintas luces del día, perseguir el recorrido de una libélula en los charcos, con sus pensamientos vagando de un recuerdo a otro.

Cerró los ojos y permitió que la luz del atardecer le traspasara los párpados tiñendo las imágenes que llegaban desde sus recuerdos con una leve neblina verde. Desde ahí lo miraba Tomoe con sus mejillas pálidas y una sonrisa apenas dibujada, algunas palabras se formaban en sus labios finos pero a Kenshin no le llegaba el sonido que salía de ellos, sólo eran movimientos. Ya que aunque recordaba qué le había dicho ya no podía traer desde el pasado el tono con que esas palabras fueron pronunciadas. Una sequedad se formó de pronto en su boca y se sintió incómodo, pues él quería recordar por siempre todos los detalles de los momentos que compartió con ella. Abrió los ojos y el presente le entró a torrentes, no había una Tomoe en sus brazos, no estaba aquel rostro contemplándolo con ese dolor reprimido en una sonrisa sutil. Sintió que algo lo dejaba y miró el fondo del paisaje donde la forma de unos árboles puntiagudos se recortaba contra las montañas azules, una brisa le pasó por el cuello como una caricia y se relajó, después de todo por horrible que haya sido verla morir, él no tendría que verla sufrir nunca más.

Dios está ausente

las hojas muertas se amontonan,

todo está desierto.

(Bashô).

oOoOo

Kaoru llevaba tiempo caminando bajo la lluvia y aunque el frio comenzaba a afectarle sabía que no tenía más opción pues se encontraba en tal punto del camino que ya regresar representaba el mismo esfuerzo que avanzar y lo mejor, creyó, era continuar. Quizás si hubiese escogido el camino principal habría hallado alguna posada u otra residencia en la cual descansar mientras se detenía la lluvia, pero en la situación política que se encontraba el país las restricciones a los viajeros eran tremendamente duras y en especial para una mujer que iba sola. Ni siquiera contaba con un permiso para recorrer los caminos y llevaba tan poco dinero que no podía permitirse comprar el "descuido" de los policías que cuidaban los límites entre los pueblos.

Por tanto sólo le quedaba continuar su viaje por aquel sendero internado en el bosque e ignorar la carga extra que se había convertido su ropa empapada y el dolor que en sus piernas provocadas por el esfuerzo. Pero como si la lluvia supiera de su desgracia y quisiera torturarla, se hizo aún más intensa y el viento que la acompañaba hacía que la capucha que le cubría se hiciera completamente inútil. Las piernas se le entumecieron y cayó de rodillas a la tierra, más abatida por la angustia que la molestia física. Y el llanto la inundó con tal magnitud que no pudo resistirse, era un sollozo sofocado con una mezcla de pena e ira. Kaoru no comprendía cómo podía sentir a la vez tales emociones con tanta intensidad, pero de alguna forma era tranquilizador poder finalmente desbordarse justo ahí, sin nadie que la oyera desgarrarse.

Después de todo ella no había podido permitirse sentir la pena de la pérdida de su padre y ahora estaba toda la emoción ahí, intensificada y haciéndola más miserable que nunca. Se encontraba sola, más sola de lo que pensó estar nunca. Qué sería de ella en un mundo dominado por los hombres, dónde podía ir si todo era un caos y en qué futuro pensar si hasta el destino del país era incierto. Pero definitivamente ahí no iba a terminar, ella no se permitiría abandonarse en medio de un camino perdido entre las colinas, si se dejaba moriría de frío y quizás nadie encontraría su cuerpo siquiera, ella se merecía algo distinto, no sabía si mejor o peor pero sí algo diferente. Se levantó del piso embarrado y acomodó nuevamente en su espalda la bolsa que traía sus pocas pertenencias, y caminó colina abajo hasta que la altura en la que se encontraba le permitió ver una casa de techo azul al borde del sendero y pensó que ahí podría pedir refugio.

Un poco inconsciente de su cuerpo y el trayecto pudo llegar hasta la enorme casa, ésta tenía paredes blancas y parecía lujosa aunque la madera que la conformaba estaba un poco arruinada. Pensó en que tal vez el camino que la trajo hasta ahí daba con la parte trasera de la casa pues no vio los grandes muros y puertas que servían comúnmente para los accesos principales.

- ¡Perdón!, ¡perdón!- intentó que su voz sonara por encima de la lluvia pero no obtuvo respuesta.

Se acercó más al cobertizo de la construcción y llamó de nuevo con más fuerza pero nuevamente sólo le llegó el sonido de la lluvia cayendo con fuerza. Le pareció extraño que una casa estuviera tan silenciada, por lo que decidió continuar el camino por el cobertizo hasta una puerta de madera bastante grande. Dudó un poco pero la corrió e ingresó con cuidado a un espacio que parecía una cocina, se encontraba un poco desordenada y había maleza creciendo en una parte que se encontraba a ras del suelo donde se preparaba el fuego. Creyó que la casa podía estar deshabitada pero de todos modos se adentró en ella con cuidado, pues en aquel tiempo lugares como ese solían convertirse en refugio de maleantes o de samuráis que habían caído en decadencia.

Al cruzar la cocina llegó a un patio de interior que conservaba cierta belleza pese a que la naturaleza había dominado ahí, y las plantas crecían en desorden a su antojo. Parecía que ese patio comunicaba varias habitaciones a través de otro cobertizo que le daba la vuelta entera. Kaoru de repente se sintió sin energías al pensar que debía revisar toda la casa y pensó que de haber habido alguien lo habría notado ya, así que sólo corrió un par de puertas y se dejó caer sobre el tatami de una. Estaba tan cansada, pensó que tal vez sería una buena idea regresar a la cocina y buscar si quedaba alguna leña seca para encender un fuego, pero ella no pudo levantarse, simplemente se acurrucó buscando el calor de su propio cuerpo y el sueño la arrastró violentamente.

Sus sueños mezclaban recuerdos y algunas fantasías en que veía a su padre regresar a salvo de la guerra, pero éste apenas le veía giraba dándole la espalda y se alejaba sonriente. Luego volvió a la escena de su último tiempo en Tokio, ya era el segundo día del funeral de su padre. En la ceremonia no había un cuerpo, sólo había llegado junto a la carta oficial de condolencia una chaqueta sin botones que solía usar.

Kaoru se encontraba devastada, el dolor la había enajenado de su cuerpo y paseaba de una habitación a otra sirviendo té a los invitados de la ceremonia. No oía sus palabras de consuelo, pero a veces entre ellas distinguía el nombre de su padre, y sólo se quedaba con eso, repitiéndolo una y otra vez en su mente. Hasta que la voz de su tío la trajo a la realidad, se giró buscándolo y alcanzó a ver cómo la llamaba con un gesto antes de introducirse en una habitación apartada.

Al entrar lo vio junto al bracero, no estaba sólo, le acompañaba su esposa. Kaoru se sentó sobre el tatami e hizo una inclinación profunda.

- Tío Sakuzo, es honor recibirlo en mi casa. Gracias por haber venido desde tan lejos… -

- ¡Silencio! Tus formalidades son innecesarias. Además, esta ya no es tu casa… -

Kaoru supo desde ya que cualquier cosa que dijese estaría mal para su tío, así que prefirió guardar silencio y desviar la mirada.

- Te lo dije Yoko – dijo su tío a su esposa- mi hermano sólo trajo problemas y vergüenza a la familia. Él era un egoísta… jamás pensó en nosotros. Ni siquiera pensó en conseguirle un esposo a su hija, la dejó sola… ¡Lo único que existía para él era esa locura de la espada viva…!-

- La espada que protege la vida, tío.- Dijo Kaoru e hizo una reverencia para disculparse por la interrupción.

Su tío tenía el rostro desencajado y rojo de furia. Kaoru tenía que hacer grandes esfuerzos por no quedarle viendo, pues un problema cerebral había dejado paralizada la parte derecha su boca y ahora cada vez que hablaba se hinchaba una mejilla por el aire que no podía salir.

- Veo que Sakuzo tenía razón en lo que me dijo de ti –dijo la esposa de su tío con un cierto aire de dignidad- eres obstinada y muy irrespetuosa. Supongo que tu padre no pudo hacer más al criarte pues tu madre murió cuando estabas muy pequeña. – la mujer suspiró- En fin, ya no hay mucho qué hacer, sólo queda encontrar algún esposo para ti, que no se fije en tus defectos ni la miseria en la que te encuentras. ¿Sabías que mi esposo tendrá que pagar tu dote? Pues claro, si lo único que tenías era este dojo viejo que tuvo que venderse para pagar el funeral de tu padre.- A Kaoru le sorprendió que pudiera decir palabras tan duras con una voz tan suave.

- Yoko tiene razón, es una pérdida de tiempo quejarse. He hablado con un amigo que vino hoy desde Saga a la ceremonia, y le he contado tu situación. Me ha dicho que tiene un sobrino comerciante, se divorció una vez pero tú no están en condiciones de tener en cuenta algo como eso. Mañana enviaré a través de mi amigo una carta a aquel comerciante, explicándole que estás interesada. -

Su tío encendió su pipa y dio por terminada la conversación. Kaoru hizo otra reverencia antes de salir y fue hasta la cocina, le temblaron las manos y decidió ir afuera para que nadie le preguntara por qué estaba tan perturbada. De alguna forma el frio de la noche la tranquilizó, observó sus manos y vio que eran delgadas y blancas, las cerró con fuerza pensando en que si fuera más fuerte, como las de un hombre, nadie la obligaría a casarse y sería libre de escoger su camino. Con ese último pensamiento observó la oscuridad del sendero al costado del dojo y en ese momento decidió que ella prefería huir y vivir en la vergüenza que permitirle a otros escoger su desgracia.

Esa noche Kaoru huyó, sin dejar carta ni despedirse de nadie. Sólo empacó un kimono extra, junto a otros artículos básicos y la chaqueta sin botones de su padre. Tomó una parte pequeña del dinero de la venta del dojo y se perdió en la oscuridad, sabiendo que jamás podría regresar pues desde ahora su familia dejaría de pronunciar su nombre ante la vergüenza de una mujer que escapa por desobediencia.

Y el camino se hizo cada vez más claro, hasta un blanco brillante enceguecedor. Era la luz de la mañana que traspasaba sus párpados y se mezclaba con sus sueños. Al despertar permaneció un momento observando el techo, reviviendo una vez más sus sueños.

-Ya no tiene caso pensar en eso.- murmuró y se levantó para ir a la cocina para ver si podía encender algo de fuego.

oOoOo

Suavemente el sonido de la lluvia le llegó, se había quedado dormido pero generalmente el sueño no solía acompañarlo mucho tiempo y pese a que ya no era un Ishin Shishi seguía despertando a la hora del gallo, mucho antes del amanecer.

Después de todo ese periodo de su vida lo había marcado profundamente, incluso más allá de la cicatrices que ahora tenía en su rostro. En el último tiempo solía pensar en la posibilidad de dejar todo aquello atrás, pero aunque su alma necesitara ese descanso una parte de él se sentía indigno de recibirlo… ¿no era después de todo un acto de cobardía no aceptar el dolor que había producido con creces a otros? Claro que sus intenciones siempre fueron nobles, él sólo deseaba liberar de su dolor a aquellos que no tenían voz, entregarles esa libertad que les pertenecía en principio pero que le era negada por la codicia de algunos. Pero el camino había comprometido dolor y haber diseminado el odio en toda una nación, después de todo qué podía haber de digno y de libertario en la muerte de otros.

Los resultados tampoco fueron los que imaginó en su ideal, esos a quienes defendió y protegió para alcanzar el poder ahora se lo disputaban como animales de carroña. Había algo perverso en mucho de ellos, él lo sabía… lo vio en sus rostros, en sus ojos cargados de codicia. Y aunque algunos de ellos mostraban ser hombres honorables, les bastaron unas migajas de poder para transformarse en seres extravagantes envueltos en trajes extranjeros, encerrados en sus lujosos palacios completamente ajenos a las necesidades de los más débiles.

Él había sido ingenuo, tal como dijo su maestro: la espada sólo puede entregar justicia cuando es libre, pero su naturaleza es en esencia causar la muerte. Pero esa ya era una lección tardía, ahora sólo le quedaba reparar el daño causado y encontrar algo de tranquilidad en esa posibilidad.

Parecía de día pero las nubes del tifón oscurecían el lugar así que buscó a tientas una vela para encenderla. La luz iluminó una habitación en completo desorden, llevaba algunos días allí pero rara vez salía por las intensas lluvias. La verdad es que no le causaba problemas el mojarse mientras continuaba su viaje, pero la última vez que lo hizo le vino tal resfrío que permaneció dos semanas sin avanzar y eso es un problema para alguien que siempre camina solo. Por lo demás, tampoco llevaba muchos artículos que le permitieran resguardarse o abrigarse, así que permanecer en esa casa abandonada era una buena alternativa.

No le gustaba estar encerrado y mucho menos tener la mente desocupada. Miró las sombras bailar en los muros por efecto de la vela y un destello le llegó desde el piso, era un espejo un poco sucio. Lo atrajo hacia sí y recordó que hace mucho no se miraba, una sonrisa se le escapó ante tal idea vanidosa pero la imagen que observó se la borró de inmediato. Se veía ojeroso, no sabía si esas sombras eran muy oscuras o su piel estaba demasiado pálida, llevaba la coleta desarmada y el cabello se veía enmarañado, sus ojos además eran opacos y tenía la mirada de alguien a quien vivir le cuesta demasiado.

No se reconoció y lanzó el espejo a un rincón, decidió salir en busca de agua para asearse pero al correr la puerta lo sorprendió la imagen de una mujer de brillantes ojos azules al otro lado del patio. Por un momento pensó que podría ser un alma del bosque pero la forma en que ella se sorprendió al verlo e inclinarse hacia atrás le trajo a la realidad.

El perfume de las orquídeas

en las alas de las mariposa,

empalagan.

(Bashô).


30 de Noviembre del 2012,

No tengo claridad si este es el lugar correcto para dejar un comentario, si me equivoco por favor discúlpenme. Me costó decidirme publicar esto, pero ya está. Gracias a quien lea y saludos.