Disclaimer: los personajes de Harry Potter no me pertenecen, son una creción de J.K Rowling y yo sólo los uso para mejorar la historia. :p

ADVERTENCIA!: en éste fic Narcissa tiene la misma edad que Sirius y sus amigos, el resto de las edades estarán intactas.

.

.

.

Prólogo

.

.

.

.

— ¡Yo maté a Sirius Black, yo maté a Sirius Black…!

El infernal canto de Bellatrix aún resonaba en su cabeza.

Cerró los ojos y suspiró profundamente, en un intento de deshacerse de aquella horrenda melodía. Juntó las manos sobre su regazo, adoptando la aristocrática pose que solía usar por costumbre, aunque su rostro ya no demostraba frialdad ni repugnancia hacia todo lo que la rodeaba; no, ahora sus ojos, usualmente fríos e indiferentes, mostraban el peso de una enorme y profunda tristeza, adornados por los estragos que el llanto había dejado en su níveo rostro.

Una lágrima silenciosa rodó por su pálida mejilla, lágrima que se apresuró a limpiar; las apariencias aún eran lo más importante y no podía permitirse ser débil, mucho menos ahora que Draco la necesitaría más que nunca.

La puerta detrás de ella se abrió con un ligero chirrido; Narcissa ni se inmutó, simplemente se enderezó sobre su asiento retomando su fría expresión característica, mirando hacia el frente sin demostrar demasiado interés en el recién llegado.

— Buenas noches, Narcissa— saludó el recién llegado, cordialmente.

— Albus— Contestó tajante.

El viejo director tomó asiento frente a ella, detrás de su enorme escritorio; lucía cansado, abatido, pero aún así le brindaba una cálida sonrisa, teñida con un tinte de tristeza.

— Curiosa noche escogiste para hacerme una visita, Cissy— comentó tranquilamente, sopesándola con la mirada— Estoy seguro de que estas al tanto de lo ocurrido hoy en el Ministerio…

— Lo estoy. Es por eso que he venido— hizo una breve pausa—, quiero ver a mi hijo.

— Sí…me lo imaginaba… ¿una píldora ácida?— la elegante mujer negó con suavidad, haciendo un ligero ademán con la mano.

— Fue muy triste lo sucedido…— volvió a hablar el director—. Pero sé que para ti fue más doloroso que para nadie, incluso si el joven Draco supiera…

— Por favor, Albus— lo cortó con voz suplicante, algo muy extraño en ella—. Quiero ser yo quien le dé la noticia a mi hijo…

El hombre asintió con suavidad, dedicándole una comprensiva mirada.

— ¿Sabes? Draco es muy parecido a ti, pero cuando sonríe, me recuerda a su padre… ha heredado muchas cosas de él; como sus gestos, su manía de ser el centro de atención y su habilidad para buscar problemas…

Narcissa sonrió débilmente debido a lo absurdo del asunto. Nadie, además de ella y Albus Dumbledore, había notado aquellos detalles.

— Incluso sus ojos… tan vivos y salvajes, son idénticos a los suyos— dijo con pesar, pero dándose cuenta al instante de su pequeña indiscreción. Sin embargo, la señora Malfoy pareció no molestarse ante el comentario.

— Lo sé… pero su carácter es débil…y eso lo heredó de mí—. Se lamentó mientras las lágrimas amenazaban con volver a caer.

— ¡Tonterías Cissy! Tú eres y siempre has sido una mujer valiente, y lo sabes mejor que nadie… el amor por tu hijo te hizo más fuerte, y así pudiste cuidar de él. Aunque no comparto las enseñanzas que Lucius le inculcó, sé que el Joven Draco encontrará su propio camino, como tu primo lo hizo—. Dejó escapar un suspiro de tristeza al recordar a Sirius— ¡Pero ya no quiero seguir entreteniéndote con mis cosas de viejo senil!— exclamó de pronto, haciendo un ademán al notar que la rubia mujer no podría contener las lágrimas por mucho más—. Puedes pasar a verlo— declaró—. Supongo que recuerdas el camino a las mazmorras, ¿verdad?

— Sí—. Contestó con simpleza, poniéndose de pie—. Muchas gracias, Albus—. Dijo con toda sinceridad mientras el anciano hizo otro ademán, restándole importancia.

Ella se puso de pie, arreglándose elegantemente el fino vestido.

— Cissy— la llamó antes de que abandonara su despacho, haciéndola girarse levemente para observarlo.

— Siento mucho lo de Sirius…—. Narcissa se tensó al oír el nombre de su primo— y lo de tu esposo, aunque eso era algo predecible…—. Comentó con algo de pesar en la voz.

— Gracias…—. Musitó débilmente, bajando la mirada, volteando para irse una vez más.

— Y, Narcissa— volvió a alzar la vista para observar al director— respecto al joven señor Malfoy… sé que no es asunto mío, y no es que me guste meter las narices donde no me llaman, pero… tal vez, quizá, sería bueno que él supiera la verdad de una vez…

Narcissa se tensó al instante y el anciano sonrió, débilmente, haciendo otro gesto para, una vez más, restarle importancia al asunto.

— Ya vete, Cissy, no quiero retrasarte más.

Narcissa Malfoy asintió, algo contrariada, y salió del despacho de Dumbledore, encarrilándose diestramente por los corredores del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Aún no amanecía afuera, por lo que los extensos pasillos de Hogwarts estaban desiertos y sólo eran iluminados por la débil luz de las antorchas.

La delgada y estilizada figura de la señora Malfoy se desenvolvía con gran elegancia, haciendo resonar sus tacones en la fría piedra, los cuales hacían eco en aquel abandonado corredor que la llevaría hasta la Sala Común de Slytherin; su túnica y su largo vestido ondeaban con cada paso que daba al igual que su lacio y largo cabello platinado, que caía como una cascada por sus hombros hasta más debajo de su cintura y brillaba con los últimos rayos de luna que se filtraban por una pequeña claraboya.

Se ubicó fácilmente a pesar de la oscuridad y del hecho de que no transitaba por allí desde hacía mucho tiempo; después de todo, había recorrido los mismos pasillos abrigada bajo el manto de la oscuridad una infinidad de veces en su época de estudiante.

Cruzó el umbral de la sala común con la contraseña que Severus la había dado minutos antes de su entrevista con Dumbledore; el lugar estaba vacío, como era de esperarse, y caminó hasta dar con la habitación de su hijo. Draco no compartía el dormitorio debido a que en Slytherin los prefectos tenían sus propias habitaciones. Abrió la pesada puerta de roble con extremo cuidado de no hacer ruido para no despertarlo; la tenue luz de las antorchas del pasillo irrumpió en el oscuro recinto, marcando su sombra dentro de la habitación. Sobre la cama de doseles color verde oscuro pudo distinguir la delgada y larga figura de su hijo tendido bajo las mantas del mismo color, respirando acompasadamente.

Se acercó a él con cautela; Draco volteó su cuerpo hacia ella gruñendo entre sueños pero sin despertar, y su madre se detuvo para verlo dormir (cosa que no hacía desde que él era pequeño) y no pudo evitar sonreír. Su hijo se veía tan apacible cuando estaba dormido… como un niño pequeño; hasta se veía tierno, al igual que su padre; de hecho, le recordó mucho a él cuando ambos eran jóvenes y soñadores…

Volvió a sonreír; Dumbledore tenía razón: Draco cada día se parecía más y más a él; en sus gestos, en su forma de ser… cada día la esencia de su padre se hacía más y más presente en su persona, y ella lo notaba, aunque nadie más pudiera hacerlo.

Suspiró con pesar. Había otra cosa en la que Dumbledore tenía razón: él merecía saber la verdad por más dolorosa que fuera, y quizá ya era tiempo de que le contara su verdadera historia…

.

.

.

.

Continuará...