Abeona, eos protege.

Capítulo 1

La batalla había durado mucho tiempo pero ahora Roma se sentía orgulloso. Había vencido a los cartaginenses y allí, de pie mirándolo con sus grandes ojos verdes, se encontraba un niño pequeño con el rostro sucio. Roma dedujo sin mucho esfuerzo de quién se trataba, pero aún así decidió preguntar. Se agachó al lado del niño y le miró con una sonrisa en el rostro.

- ¿Cómo te llamas, pequeño? -dijo Roma con un tono afable.

- Soy Hispania -dijo el niño tranquilamente- ¿Y usted? ¿Por qué se han ido los cartaginenses? Usted los mató, ¿no?

El mayor rió un poco- Eh, eh, muchas preguntas de golpe. Yo soy el gran Imperio romano. Los cartaginenses se han ido porque estas tierras ya no les pertenecen.

- Pero ellos son los que me ayudaban y me protegían -dijo el pequeño con un claro gesto preocupado.

- No te preocupes -dijo Roma cogiendo al niño en brazos- A partir de ahora estarás bajo mi protección. Cuando necesites ayuda, papá Roma estará aquí para protegerte.

A pesar que un leve escalofrío recorrió al pequeño por un momento, Hispania se quedó quieto mirándolo entre fascinado y alerta. Un silencio incómodo y extraño se instaló mientras el pequeño se agarró con las manos del hombro de Roma, mirando el paisaje desde la altura. Roma intentaba hacerle hablar, pero el pequeño contestaba con monosílabos. El campamento de los romanos estaba instalado en una gran explanada. Roma, cargando aún con Hispania, se adentró en su tienda y lo dejó encima de un lecho. Hispania miraba a los lados curiosamente, viendo objetos que no había visto cuando estuvo bajo la protección de los cartaginenses.

Roma volvió hasta donde estaba con un trapo mojado en la mano. Con suavidad empezó a limpiarle la cara y los brazos que estaban sucios de barro y polvo. Hispania cerró un poco los ojos, pero dejó que le limpiara la cara.

- Señor, ¿cómo ha dicho que se llamaba? -preguntó de nuevo el pequeño.

- No me llames señor, te he dicho que me llames papá Roma -dijo el mayor sonriendo tontamente.

- ¿Pa…? -empezó Hispania, pero repentinamente un soldado entró en la tienda.

- Eh, viejo, los demás vamos a darnos una vuelta a ver si encontramos a…-empezó el soldado con una actitud amigable.

- No hables así delante del niño -dijo Roma reprochándole su vocabulario

- Viejo. -dijo Hispania mirando a Roma tranquilamente.

- ¡Eh! ¡N-No, Hispania! No puedes llamarme viejo, te dije que me llamaras papá -dijo Roma dejando su rostro a la altura del de Hispania.

- Pero yo quiero llamarte viejo -dijo el niño mirando a Roma sin malicia alguna- ¿Por qué está mal, viejo?

- Agh… p-porque… -empezó Roma, intentando buscar alguna respuesta coherente. El niño le miró interrogante y sonrió. Aquello lo desarmó por completo ya que, en todo el rato que llevaban, el niño no había sonreído ni una sola vez- E-está bien… Haz lo que quieras. Pero piensa bien lo de llamarme papá, ¿vale?

- Vale, viejo -dijo Hispania sonriendo ampliamente.

Roma tan sólo pudo pegar un suspiro resignado.


- ¡Ven aquí! -gritaba Roma corriendo tras Hispania.

El niño correteaba por el lugar, pasando por debajo de sillas, usando las mesas como escudo. El mayor esquivaba las cosas como podía y alargaba los brazos intentando darle alcance. Cada vez que volvía a Hispania, el niño no dejaba de hacerle trastadas. Esta vez habían sido las sandalias de Roma. Se las había deshecho de tal forma que cuando se las puso se le rompieron y por poco se pega un tortazo contra el suelo. Supo que había sido él porque estaba en la entrada de la tienda, asomado y mirando hacia dentro con una expresión serena.

Siguió a Hispania hasta que vio como subía el tronco de un árbol y se quedaba lejos de su alcance, mirándolo tranquilamente. Roma puso los brazos en jarra a la vez que miraba hacia arriba con el ceño fruncido.

- Baja de ahí, jovencito -dijo Roma con tono enfadado.

- No quiero -dijo Hispania mirándole seriamente.

- Te estás portando muy mal últimamente -dijo Roma- No entiendo por qué te portas así con tu padre que tanto te quiere.

- Pensaba que te ibas a quedar conmigo -dijo Hispania mirándolo aún serio- Pero no haces más que irte y dejarme solo. Te lo mereces.

Hispania se removió un poco en el lugar donde estaba sentado y sin querer perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás. Roma se movió correctamente y lo agarró al vuelo antes de que se diera algún golpe contra el suelo. Una vez que se vio a salvo, Hispania se agarró a Roma con algo de miedo por lo que había ocurrido.

- Vamos, vamos. Ya está. ¿Lo ves? Papá Roma te salvó de nuevo -dijo el hombre acariciando su cabello para intentar calmarlo.- Te dije que lo haría. Lo siento, pero no puedo quedarme siempre aquí. Tengo otros de los que cuidar. Eso no significa que te quiera menos, Hispania.

El niño no le dijo nada. Se quedó allí agarrado, dejando por fin de sentir aquella soledad que le invadía cuando se quedaba solo en la península. Roma frunció el ceño ante el silencio del niño, esperaba que le dijera algo que le quitara importancia a lo que había dicho con anterioridad. Algo que le hiciera pensar que Hispania no le hacía esas travesuras porque se sintiera solo. Pero era verdad, el niño le había dado mucha importancia al asunto y tampoco es que le faltara razón.

- ¡Mira! ¡Ya sé qué vamos a hacer! -dijo Roma logrando captar la atención del niño- ¿Quieres venirte de viaje conmigo?

- ¿De viaje? -dijo Hispania mirándolo asombrado- Pensaba que no podía salir de la península.

- No vamos a ir lejos, vendrás conmigo y yo te protegeré de cualquier peligro -dijo Roma- Así pasaremos unos días juntos. ¿Qué te parece?

- ¡Genial! ¡Me voy de viaje con el viejo! -canturreaba Hispania, sonriendo de manera radiante y abrazándose al cuello de Roma, el cual echó a reír.- ¿Y a dónde vamos?

- Tu padre es tan genial que ha logrado conquistar el territorio que hay entre el de ambos. -dijo Roma empezando a caminar hacia la villa en la que residía cuando venía a la península- Así ahora tendré menos dificultades para venir. Vamos a conocer a parte de la Galia. Concretamente la Galia Comata.

- Galia Cona… Goma… Toma… -empezó Hispania intentando pronunciar aquella palabra que no había escuchado nunca hasta ahora.

- Comata -dijo Roma tras reír un poco- Puedes llamarlo Galia a secas, ya se identificará con ese nombre.

Dejó a Hispania en una silla mientras le buscaba unas sandalias de su tamaño para que no fuera descalzo por ahí. Tenía la manía de quitarse las sandalias y caminar sin ellas.

- Además, Galia está al lado de la península. Así que, mientras yo no esté, tendrás un amigo con quien pasar el rato -dijo Roma atándole las sandalias a los tobillos.

- ¿Eh? ¿En serio? ¿No es mentira? -dijo Hispania mirándole con los ojos brillantes de la emoción ante la idea que le acababa de proponer.

- ¿Por qué habría de mentirte? Es cierto. -dijo Roma sonriéndole de manera agradable- Si os hacéis amigos podréis jugar y así ya no estarás solo mientras yo estoy fuera.

- ¡Bien! -dijo Hispania saltando al suelo. Empezó a corretear alrededor de Roma sonriendo contento y dando saltitos.- ¡Tendré un amigo con quien jugar! No es que no me gusten los conejos para jugar, pero no dan mucho tema de conversación.

- Está bien, está bien. Veo que te gusta la idea -dijo Roma después de reír ante la reacción del chico. Hispania afirmó con la cabeza a la última frase que dijo el mayor.- También quería hacerte un regalo

- ¿Regalo? -dijo Hispania mirándolo curiosamente, observando como se incorporaba y buscaba algo. Roma se agachó frente a él y le puso una especie de colgante que le quedaba bastante grande y del cual colgaba una especie de medalla. La agarró con sus manos y la miró.- ¿Qué es esto? Pesa…

- Se llama bulla. -dijo Roma- Es una medalla que te protegerá de los malos espíritus. No te la tienes que quitar nunca hasta que cumplas los 17 años y te hagas un adulto.

- ¿Me protegerá? -dijo Hispania aún mirando la medalla. Roma afirmó con la cabeza y se lo quedó mirando sonriente. El pequeño estiró los brazos y rodeó el cuello de Roma, abrazándolo y sonriéndole cálidamente- Gracias, viejo.

- Ah, qué mono eres~ -dijo el mayor abrazándolo y frotando su mejilla contra la del pequeño.

- V-viejo, la barba rasca -dijo Hispania intentando apartarse del roce de la barba de Roma.- S-suelta…

El niño le pegó un golpe en el puente de la nariz que hizo que Roma lo soltara para llevarse una mano a frotarse el porrazo. Hispania se atusó la ropa y volvió a mirarse la bulla sonriendo alegremente. Era el primer regalo que recibía de Roma y el significado que tenía le hacía sentir que era aún más especial. El mayor se incorporó y lo miró tiernamente. Le hacía ilusión ver que le gustaba.

- Hoy es un día perfecto para emprender un viaje. Hace buen tiempo, está dentro de los días favorables y ahora que tienes tu bulla, todo va sobre ruedas.

- ¡Estoy preparado! -dijo el niño afirmando con la cabeza, con cara de decisión.

- ¡Vamos a conocer a tu nuevo amigo! -dijo Roma una vez hubo cogido su espada.

- ¡Vamos! -gritó Hispania con ganas.


- ¿Falta mucho? -preguntó Hispania por vigésimo quinta vez.

Roma suspiró inaudiblemente por vigésima vez. Las primeras cinco veces le había llegado a parecer hasta mono. Las otras veinte fueron, aunque entendibles, pesadas. Comprendía que el niño era pequeño, que se cansaba con más facilidad y que se aburría aún con más facilidad.

- Ya casi estamos. Ya hemos entrado en territorios galos -dijo Roma.

- Eso lo dijiste también las otras veinticuatro veces y no era verdad -dijo Hispania frunciendo el ceño un poco.

- ¿Las has contado? -dijo Roma sorprendido mirando al niño- Pensaba que era el único.

- Calculo tu límite -dijo Hispania sonriendo.

- ... Eres un pequeño demonio cuando quieres -dijo Roma mirándolo con una gota recorriendo su sien.

Hispania rió un poco y Roma pensó que, a pesar de aquello, el niño era mono cuando quería.

- Bueno, ¿entonces queda mucho? -volvió a insistir el pequeño.

- Sí, queda un cuarto de hora aún -dijo Roma para ver si así el niño dejaba de dar la lata un rato.

- ¿Eeeh? Yo no quiero caminar tanto rato. -se quejó- Llevo muchas horas andando, me duelen los pies con estas sandalias.

- Pues quédate ahí -dijo Roma intentando cortar las quejas de Hispania.

- Pues eso haré -dijo Hispania y se sentó en una roca que había en el camino.

- Hispania, no seas tonto. Vamos. -dijo Roma parándose y mirando al niño. El susodicho negó con la cabeza de manera mona, pero aún así no se dejó convencer- Hispaniaa... Está bien, aquí te quedas.

La idea de dejar al pequeño Hispania detrás le pareció buena y coherente hasta que pasaron diez minutos. Si no fuera porque unos soldados romanos le saludaron, hubiera salido corriendo hacia atrás para buscarlo. Su mirada se detuvo en un o una niño/a más o menos de la misma estatura que Hispania y que lo miraba tímidamente. Se agachó a su lado y le sonrió amablemente.

- Tú eres Galia, ¿verdad? -el niño afirmó- Yo soy Roma. A partir de ahora cuidaré de ti. Eres un niño, ¿no es así?

- S-sí, soy un niño -dijo Galia mirándolo aún muy cohibido.

- Bueno pues, a partir de ahora me puedes llamar papá Roma -insistió en cada letra que conformaba la palabra papá. No quería que se repitiera el accidente con Hispania.

- Papá Roma... -dijo Galia esbozando una sonrisa tímida.

- Aw, qué mono eres. -dijo Roma acariciándole el pelo de manera cariñosa, cosa que hizo que el niño se sonrojara levemente.

- ¡Te encontré, viejo! -se escuchó gritar a una voz de niño pequeño.

Roma se incorporó y se giró para ver a Hispania, respirando agitadamente, con la cara manchada un poco de barro. Sintió un gran alivio cuando vio que el muchacho no tenía ninguna herida más y que había logrado encontrarlo, pero su boca se entreabrió con sorpresa cuando vio la cara que empezaba a poner Hispania. El pequeño tenía una expresión triste y lágrimas empezaron a asomar por sus ojos.

- ¿P-por qué me has abandonado? M-me dijiste que me protegerías, ¿es que me odias? -dijo el niño llorando, llevándose las manos cerca de los ojos, para quitarse las lágrimas que resbalaban por sus mejillas y mirando al suelo tímidamente- Me han perseguido unos lobos y pensaba que me iban a comer. Si ésa es tu manera de protegerme, da asco.

- Por Hércules, no llores. No es cierto que te odie -dijo Roma agachándose a su lado, con los brazos en un intento de calmarlo de algún modo, pero sin atreverse a tocarlo.

- Viejo mentiroso -dijo Hispania aún sollozando

Galia miraba al niño recién llegado que no dejaba de llorar por mucho que Roma intentaba calmarlo con palabras. Podía notar como el niño parecía desconsolado y aquello le dejaba intranquilo. No conocía a ese niño pero tampoco quería que llorara. Se acercó a él y le miró con cierta angustia. Roma se apartó un poco, pasando su mirada de uno al otro.

- N-no llores… Ya ha pasado todo y ahora no estás solo, ¿vale? -le dijo Galia.

Hispania dejó de sollozar por un momento y se quedó mirando a Galia con alguna lágrima por su mejilla y una expresión un poco confundida. Galia se miró las manos por un momento, comprobando que no estuvieran sucias, y acto seguido le quitó las lágrimas con ellas.

- Tú… eres Galia Con…Come…Goma… -empezó Hispania, teniendo otra vez problemas en recordar cuál era la palabra que había usado Roma.

- Te dije que podías llamarlo Galia a secas, Hispania -dijo flojito Roma, temiendo que el niño echara otra vez a llorar sólo por el hecho de hablarle.

- ¿Tú eres Galia? -dijo Hispania mirándolo curiosamente. El susodicho afirmó con la cabeza sonriendo un poco y ese hecho se le contagió al hispano- ¿Eres una chica?

- S-soy un chico -dijo tímido Galia.

- Oh… Es que, tienes unos rasgos bonitos como los de una chica -dijo Hispania sonriendo inocentemente, logrando, sin proponérselo, dejar a Galia avergonzado.- ¡Seamos amigos!

- ¿Eh? -fue lo único que pudo pronunciar, confundido por la efusividad del chico.

- El viejo -se escuchó de fondo a Roma repetir la palabra "papá"- está casi siempre de viaje y nos dejará solos -dijo Hispania moviendo los brazos insistentemente- Por eso, como vivimos cerca, deberíamos ser amigos. ¿Qué te parece?

- Um… ¿Y si eres mi amigo no estaré solo? -dijo Galia mirando a Hispania aún no muy convencido, éste afirmó con la cabeza insistentemente- V-vale, seamos amigos… eh… N-no sé cómo te llamas…

- ¡Hispania! Seamos grandes amigos, Galia -dijo sonriendo.

El galo le devolvió la sonrisa y aquello animó a Hispania, que le dio un amistoso abrazo mientras seguía gritando cosas sobre lo amigos que eran. Roma rió enternecido por la situación. Esperaba que eso arreglara alguno de los problemas que tenían debido a sus largas ausencias.


Bueno, bueno, bueno… Aquí estoy con un nuevo fic. Tenía en mente tres: uno es histórico y los otros dos eran así más relax have fun. Así que al final me decidí por empezar este que era menos pesado (a la hora de documentar). La verdad es que me he divertido más de lo que esperaba escribiendo este fanfic. Las escenas se escribían solas y no podía dejar de pensar: Aw, qué mono es chibi!Antonio y después cuando hice salir a chibi!Francis me moría de risa pensando: este niño mono es ese pervertido.

Ahora quería comentar dos cosas. Tuve problemas con el título como siempre *porque soy una tiquismiquis de mierda* y quería que fuera en latín, así que agradezco a Phant y Nitha que me han ayudado a traducir la frase que quería al latín. El título significa "Protégelos, Abeona." Abeona es la diosa romana que vigila a los niños que por primera vez abandonaban las casa de sus padres, salvaguardando sus primeros pasos solos.

Sobre la frase de que ya no tendrá que jugar con los conejos viene porque Hispania significa: tierra abundante en conejos y por tanto es lógico que éstos sean amigos del pequeño Antonius (lol XD lo he llamado Antonius por culpa de una amiga XDDD (Oh Izu ye little…))

Esto es todo por esta vez. Nos vemos en el próximo capítulo.

Bye :3

Miruru.