Cuando la lila florece.
Por Margot Kraehe
Disclaimer: Versailles no bara (o Lady Oscar) no me pertenece, esta historia no posee fines lucrativos.
Prólogo.
1
Yo sólo era un niño, para mí el mundo era inmersamente pequeño; no pasaba de la ciudad de Paris ni de Versalles. Para mí la multitud era muy pequeña; no pasaban de tres personas y quizás los niños y adultos del pueblo.
Para mí, Oscar era un niño como yo, nunca lo vi como las niñas que juegan a ser mamás o que se aferran a las muñecas de trapo y paja. Oscar siempre peleaba, se revolcaba en el lodo, coleccionaba insectos, les lanzaba piedras a los niños que lo molestaban.
Para mi Oscar nunca me pareció alguien diferente a mí.
Ese fue mi mortal error en mis años de infante, pensar que Oscar era un hombre. Pienso que pude haber evitado las cosas estúpidas, pude haberme evitado confusiones y arranques agresivos.
Porque ni Oscar ni yo teníamos la culpa, tampoco la tuvo su padre… sólo fueron… acciones inesperadas y desesperadas.
Mi querida Oscar, por favor, no prestes atención a mi desvalido silencio. No veas el brillo revelador de mis miradas, yo sólo quiero permanecer a tu lado, aun si mi alma se destruye por dentro.
Capítulo I: El color de sus pétalos.
2
El anuncio del alba aclaraba las tonalidades azul marino de la vieja noche, el frío y le rocío se adentraba por mis fosas nasales y los escalofríos penetraban sin piedad mi adormilado cuerpo. En aquellos tiempos donde las rosas empezaban a florecer, donde los tintes pasionales de las rosas rojas penetraban mi iris con sensualidad; donde las rosas blancas conmovían mi curioso corazón.
El espíritu de un ser que sentía curiosidad sobre el mundo.
Cualquier cosa la preguntaba, todo lo que veía lo quería intentar; simplemente no podía detener mi desmedida indagación hacía todo lo nuevo.
Fue por aquellos días, lo recuerdo bien, en los que las lluvias hablaban de otorgarle más belleza al paisaje y surcar los grises campos en verdes pastizales. Como aun no servía a Oscar, generalmente me la pasaba ayudando al cuidado de los caballos y limpieza general del lugar.
Realmente odiaba limpiar, simplemente no era lo mío, y mucho menos llevar y traer las costosas tazas de porcelana para la hora de las visitas. La primera vez que tuve que ir y venir de mesero fue cuando mi abuela estaba muy enferma y no había nadie quien pudiera atender a los invitados del patrón. Además de que la mayoría de la servidumbre ya se había retirado a sus casas. Todo un desastre, desde ese día como castigo (y supuesto entrenamiento) me la pase por todo un mes sirviendo invitados o incluso en los días que no había nadie iba a traerle la comida o el té al patrón.
—Te ves muy tonto yendo de un lado para otro, André— Se burlaba de mi Oscar, que sólo por entretención suya vigilaba mis movimientos como si en cualquier momento fuese a atacarme.
—Cállate, esto es culpa de mi abuela por haber enfermado— Bufé molesto al ver que mi amigo no paraba de fastidiarme. Como era pequeño, ni ella ni yo sabíamos que esas acciones que hacía significaban una necesidad de llamar la atención o un impróvido sentimiento de no quedarse solo.
— ¿Culpas a tu abuela por haberse enfermado? Ni siquiera yo puedo ser tan ruin— Espetó Oscar con aparente indignación por mis palabras. Al oírlo decir eso, recordé que ese día yo estaba muy preocupado por el estado de mi abuela, tenía miedo de que quedara dormida para siempre y nunca despertara.
Baje mi cabeza un poco avergonzado.
—Es muy molesto que te la pases todo el día yendo de un lado a otro, y que yo me quede sin nadie con quien jugar— Soltó con cierta simpleza, como si hablara del clima. Por mi edad, lo que más me gustaba era jugar con Oscar, porque era el único niño que conocía y con quien me llevaba bien. Por eso, cuando me dijo aquello, sentí una gran necesidad de dejar los cubiertos que paseaban por mis manos y salir afuera y empezar con una imitada lucha de espadachines con espadas de ramas.
Pero las reprimendas del patrón, terriblemente severas, me obligaron a negar ese deseo. Sin más que hacer, mire a mi único amigo y le sonreí con la mejor cara que pude hacer.
—Terminare bien y rápido para que tu padre me deje jugar contigo— Por un momento Oscar mantuvo una cara de sorpresa, para luego sonreírme con sinceridad y una pizca de cizaña.
—Tonto, mi padre te reprenderá si te refieres a él sin honorarios— Golpeo ligeramente mi hombro, en la clara muestra de compañerismo entre dos hombres. Oscar hacía eso desde que lo vio de camino a casa, pasando por un bar del pueblo, desde entonces lo repite constantemente.
— ¡Ah, Oscar! ¡No se lo digas! ¡Me castigará!— Exclamé con un gesto de horror al recordar lo mal que lo pase cuando por accidente le hable al patrón sin los honorarios, pase varios días con el dolor. Para molestia mía, Oscar comenzó a reírse tan ruidosamente que hasta en las paredes se producía eco. Yo le mire con el entrecejo fruncido, no me gustaba que se rieran de mis tragedias, mucho menos si la experiencia la encuentro aterradora; es como si se rieran de ti por decir que le temes a la oscuridad… de hecho le temo y Oscar se ha reído por eso.
—Descuida… —Su voz apenas se oía, pues las risas le quitaron un poco el aire para hablar— yo también lo he hecho, así que estamos a mano— Esta vez una radiante sonrisa se colgó de los rosados labios de Oscar. Me vi a mi mismo ligeramente sonrojado al recibir sus palabras con algo dulce y sus gestos ligeramente suaves, contrario a todos mis años junto a ella, en los que sólo fruncía el ceño o sus expresiones eran demasiado agresivas.
Rápidamente me gire a otra dirección, corrí ligeramente para que las cosas no se cayeran de mis manos. Estaba apenado, por un fugaz momento considere a mi mejor amigo como una dulce niña; probablemente Oscar se enojaría de oír eso, y entiendo porque, a mi no me gustaría que me dijeran que parezco una niña.
—Oye, André —Me llamó en un fuerte grito, que incluso a nuestra distancia, podía escucharlo—. Mañana voy a ir al pueblo con mi padre, al parecer voy a tener un enfrentamiento oficial con un niño aparentemente prodigio. Le diré que me acompañes para que descanses por un día de eso, además quiero que veas lo fuerte que me he vuelto… ¡Así no me volverás ganar!— A pesar de haber escuchado todo lo que me dijo, no le respondí. Una parte de mi aun seguía con la imagen de un Oscar mostrando una encantadora sonrisa.
Me pregunte entre mis apresurados pasos, si todo lo habré imaginado, ya que el pasillo en el que estábamos no alumbraba mucho.
3
También por aquellos años, me preguntaba porque siempre teníamos que madrugar, incontables veces se lo repetía a mi abuela, y ella me decía "¿Qué no te lo había dicho ya, André? ¡Es para aprovechar mejor el día!" Me decía con voz entusiasta de siempre y un ojo guiñado picaron. Desde siempre, mi abuela parecía sacar energías de la nada, siempre se la pasaba de un lado para el otro trayendo y llevando cosas, susurrando preocupaciones o gritando sandeces.
Como era de esperarse, esa mañana tuve que madrugar para acompañar a Oscar a su encuentro. Y como no podía simplemente disfrutar el encuentro sin tener que estar cargando nada encima, me la pase todo el rato cargando el sable de Oscar, toda la mañana, mientras el patrón nos llevaba de un lugar a otro, presumiendo del arduo entrenamiento que llevaba su hijo y de la posible victoria que enorgullecería a toda su familia.
Como eran principios de primavera, el frío invernal aun se lograba percibir hasta el mediodía, hora en la que el encuentro de Oscar daría inicio; pero no eran ni las diez de la mañana y yo ya me estaba cansando de dar vueltas y vueltas en donde sólo paramos para oír a los aburridos adultos hablar.
—André, ven— Me hablo Oscar mientras se escabullía de unas nobles con sus ridículos vestidos pomposos, por alguna extraña razón atraía mucho la atención de esas mujeres. Me acerque hacía el con el mismo sigilo para no ser interceptado por el patrón, él sabía que si yo me iba, Oscar también.
— ¿Qué pasa, Oscar?— Interrogué cuando logramos salir del barullo de nobles.
—Esto es bastante aburrido, ahora que aun nos queda tiempo antes del mediodía, hay que jugar un poco— Alce una de mis ceja y lo mire un poco preocupado.
— ¿No te regañan si llegas con la ropa sucia?— Oscar refunfuño un poco molesto de no haber pensado eso, pero un gesto repentino me aviso que una idea se le termino por ocurrir.
—Está bien, sólo no tengo que ensuciar lo que tenga encima ¿verdad? —Asentí levemente aun sin entender lo que trataba de decir— Me quitare lo que tenga y tú me prestaras tus pantalones— Me detuve al medio asentir al entender sus propósitos.
—Un momento ¿Y yo que voy a llevar?— Espeté al dar por entendido que andaría en calzoncillos por ahí, tal vez no sea de la nobleza, pero aun podía sentir vergüenza.
— ¿De qué te quejas? Tú la mayor parte del tiempo andas en calzoncillos cuando jugamos— Me recriminó con un tono parecido al de mi abuela cuando se queja de mis travesuras. Avergonzado, desvíe mi mirada mientras mis pómulos se enrojecían ligeramente.
—No es lo mismo —Defendí—, eso es porque estamos en las tierras del patrón y conozco el lugar… pero en el pueblo es diferente— Excuse un poco avergonzado de mis propias palabras, y es que, Oscar era el único al que le podía hablar de mis temores o desesperanzas, aun si se burlaba o luego lo usaba en contra para que hiciera cosas a su beneficio, no tenía a nadie más con quien recurrir.
—Que cobarde eres— Me miró con los ojos entrecerrados y un tono retador. Tras unos instantes de silencio su suspiro de cansancio sólo se logró escuchar— Muy bien, yo también me andaré en calzoncillos ¿Así ya no andarás de nena, verdad?— Le mire molesto por el apodo de nena, pero asentí con el ceño fruncido.
—Y no soy una nena— Aclaré, formando un puchero en mi cara. Oscar sonrió con esos aires de noble.
—No diré lo contrario a menos… ¡De que me ganes una carrera hasta ese arbusto de lilas!— Y tras decir eso corrió como alma que se la lleva el diablo, maldije con las palabras que conocía mientras intente alcanzarlo. Diablos, de nosotros dos, Oscar siempre ha sido el más veloz.
— ¡Oscar! ¡Eres un tramposo! ¡Tú ya sabes que no puedo alcanzarte!— Le grite mientras miraba su espalda aun muy lejos de mí.
— ¡Y mira que sigues sonando como nena! ¡Si no tienes que alcanzarme, tienes que rebasarme!— De fondo podía oír las sonoras carcajadas de Oscar mientras su velocidad bajaba un poco por la falta de aire al reírse.
Como pude, di lo más fuerte con mis piernas y cerré los ojos, como si parte del esfuerzo tuviera que ver con cerrarlos. Inconscientemente grite para liberar la tensión, sin embargo, mi grito fue mal interpretado por Oscar y se paro casi en seco para corroborar mi situación. Desgraciadamente, yo en ese momento no me di cuenta que se detuvo de su carrera y terminamos los dos por caer el suelo violenta y torpemente.
— ¡André, que torpe eres! ¿Se puede saber porque estabas gritando?— Al oír su voz tan cerca de mí abrí los ojos y note que había caído encima de él. Como siempre, ahí estaba su entrecejo fruncido.
— ¡Es porque necesitaba fuerzas para alcanzar a Oscar! Por eso tuve que gritar con fuerza— Note que mi amigo me miraba aun sin comprender mis palabras. Sin pensarlo, yo también lo vi de la misma manera— ¿Qué tú no lo haces?— Le interrogue extrañado. Yo que iba y venía al pueblo seguido, me tocaba ver enfrentamientos entre borrachos y el cómo gritaba sin control. "Ah, lo que pasa es que el gritar me da más fuerzas para pelear" me dijo una vez un hombre que aun estaba medio lúcido.
¿Será que Oscar no conoce esas cosas por ser un noble? Ahora que lo pienso, nunca he visto a un noble pelear sin armas, deben ser personas muy frágiles, aunque Oscar es muy fuerte cuando peleo contra él.
—No, mi padre siempre me dice que debo mantener la calma cuando pelee— Aclaró, y en sus ojos emergía una deslumbrante curiosidad— ¿Y eso de gritar? ¿Funciona?— Pregunto sin ocultar su interés en ello. Yo le sonreí con confianza.
—Te alcance ¿no?— Oscar me contesto con una sonrisa de complicidad.
—Eso fue trampa— Se quejó en una vieja excusa que yo ya había utilizado. Un momento perfecto para mi pequeña venganza.
—Ahora tú eres quien suena como nena— Me burle de él, aun sabiendo que el decirle nena le iba a molestar mucho. Esperaba uno de sus golpes violentos, pero lo único que recibí fue el rutinario golpe en el hombro, con fuerza de más, claro.
—Tienes suerte de que hoy tengo competición con la esgrima— Me advirtió mientras un brillo amenazante tintineaba en sus ojos azules. Mientras se incorporaba yo suspire lleno de alivio, vaya buena suerte que tengo hoy.
Que mal que no siempre es así de buena mi suerte.
—Oye, André. Mira esto— Oscar se encontraba a unos pasos de mí, note que se quedaba mirando algo fijamente.
— ¿Qué sucede?— La mirada de Oscar parecía ausente, aun sin entender nada, busque con la mirada aquello que capturaba su atención. Delante de nosotros había un arbusto que nos llegaba al hombro, lleno sólo de hojas verdes, sin ninguna flor que adornara su primavera.
—Antes, en ese arbusto… crecían muchas lilas violetas— Comentó aun con un poco de usencia en su voz. Es verdad que como niños, sentíamos curiosidades por cosas tan triviales como el llamativo color púrpura de las lilas, o el cantar de un grillo; pero esas cosas yo ya las había descubierto hace tiempo, así que, orgullosamente le respondí.
—Bueno— Comencé, para llamar la atención de Oscar. Lleve un de mis dedos a frotaste contra la parte inferior de mi nariz— Me han dicho que si podan las lilas, no vuelven a crecer hasta dentro de cinco años o tal vez más— Explique, me sentía orgulloso de saber algo que Oscar desconocía, aunque si lo pensaba bien, no era la primera vez que Oscar me cuestionaba lo que veía.
Pero también, Oscar sabía muchas cosas que los adultos saben, como jugar póker, los bailes de etiqueta… yo no sé nada de eso, y ni me interesa, pero aun así me sorprende lo que Oscar sabe de ellos. Debe ser porque él es un noble y yo sólo soy el sirviente.
—Será mejor que nos vayamos o mi padre se dará cuenta y nos reprenderá a ambos— Advirtió mientras se marchaba de nuevo a la multitud de aristócratas.
—Pero si fuiste tú quien quiso irse a jugar— Mofé enfadado. Volteé a ver de nuevo aquel pequeño arbusto que se mecía gentilmente con el viento— ¿Sabes? Al parecer Oscar sólo vino a verte… intenta florecer lo más pronto posible para que te vuelva a sonreír— Como respuesta el arbusto seguía meciéndose con suavidad. Yo le sonreí complacido.
— ¡André! ¿Qué tanto estás haciendo? ¡Apresúrate!— A lo lejos, la pequeña silueta de mi amigo parecía estar a punto de desaparecer sobre el suelo entre al blanco y el verde.
— ¡Si, ahí voy! ¡Espérame, Oscar!— Exclamé espantado por lo lejos que se divisaba, a todo lo que me permitieron mis piernas, corrí a su encuentro.
—Eres muy lento ¿Qué tanto te entretenía allá?— Me habló apenas y llegue con él. Por mi esfuerzo, termine absurdamente cansado y ahogado sin aire.
—Tu… que… no avisas…— Dije apenas y con el poco aire que pude contener para hablar.
—En todo caso, dame mi sable, por favor— Alzó su mano cerca de mí para recibir su arma, yo lo mire un poco confundido. La mirada de Oscar no parecía señalar que bromeaba.
—Pero, todavía falta para tu encuentro, ¿no?— Le recordé. La mano blanquecina y pequeña de Oscar seguía ahí sin moverse de su lugar.
—Tú te las has estado llevando todo el rato, además necesito practicar un poco antes del encuentro. No sé qué tan bueno vaya a ser mi oponente— Sorprendido, le el sable a su mano que esperaba ansiosa recibir su arma. Yo en aquellos momentos no conocía muchas palabras, y en ese instante, no sabía que la acción de Oscar tenía por nombre la palabra amabilidad.
4
Ya pasado del mediodía, el calor comenzaba a flotar en el ambiente. El cantar de los pájaros que venían desde el alba, la muchedumbre que comenzaba a llenar las tiendas y los comercios, el tronido de los cascos que venían de los caballos y acompasaba la melodía con el crujir de la carreta. En aquellos días en Francia donde el hambre era hecha de rutina, pero casi nadie se quejaba, porque guardaban la esperanza de una próspera vida en el futuro.
Oscar pegó un fuerte grito en su último movimiento, y con una fuerza descomunal logró con un estoico y estratégico golpe despojar a su oponente de su arma. El niño que se encontraba frente a él lo miraba impactado, probablemente esa fue la primera vez que perdió ante alguien. Oscar descanso su sable, se acerco a mí para que lo guardara y yo lo acepte entusiasmado.
— ¡Oscar eso fue genial! ¡Lo venciste más rápido de lo esperado! —Exclamé emocionado— ¡Sobre todo tu último movimiento! ¡Ha sido increíble!
— ¿Pero qué dices, André?— Sonrió con complicidad— Si fuiste tú quien me lo enseño— Cuando comprendí lo que me dijo me sonroje un poco. Era cierto, él realmente grito con fuerzas antes de ejecutar su movimiento— Realmente sirve, incluso puedo decirte… que realmente es un oponente muy bueno, creí que iba a perder— Lo mire impresionado, no creí no que me decía ¿Yo le había ayudado?
—Parecía que lo tenías todo bajo control— Oscar se rió, no sonoramente, esta vez su risa fue un poco más suave, como una risita encantadora.
—Te equivocas, estuve a punto de perder mi arma cuatro veces— Abrí mis ojos, no cabía de la impresión.
— ¿Cuatro veces? —Repetí esa parte de la oración, aun sin creerlo— ¿Cómo lograste mantenerte estable?— Le interrogué aun sin entender cómo logró su victoria si tan cerca estuvo de perder el duelo. Oscar formo una sonrisa confianzuda.
—Te lo dije, fue por lo que me dijiste hace unas horas, como era mi última oportunidad pensé en intentarlo —Se cruzó de brazos y alzo ligeramente su cabeza, mostrando su pose de enorgullecido— Soy muy bueno— Se felicito a sí mismo. Sin embargo, yo me quede pensando en que fue una acción un poco peligrosa.
— ¿Y qué hubieras hecho si eso no te funcionaba?— Me atreví a preguntarle, aun si no le agradaba contestarme, yo solamente le exprese mi preocupación. Pero todo lo contrario a lo que yo esperaba o suponía, Oscar no se mostro enojado, no hizo nada agresivo. Sólo me miro por unos instantes, con un rostro que no era serio, pero si pensativo.
—Supongo que lo más obvio —Dijo con simpleza— Entrenaría de nuevo para un próximo combate— Alzó ligeramente los hombros, restándole importancia a la situación. Con movimientos lentos, se retiro del campo y se adentro entre la multitud. Me le quedé viendo, impactado por las palabras de Oscar y su calmada reacción.
— ¡Ah, espérame Oscar!— Exclamé cuando me di cuenta que Oscar me estaba dejando atrás, de nuevo.
Pero ya era demasiado tarde, estaba completamente fue de mi vista.
No quería quedarme es ese opresivo lugar, por lo que me dispuse a buscar a Oscar fuera del bullicio. Lo busque por los alrededores del lugar, detrás de las carrozas, por las ramas de los arboles, incluso me fije si había vuelto con el patrón aunque todos sabíamos que la relación entre padre-hijo no era fuerte entre ellos. Permanecí buscándolo por una media hora, hasta que recordé el lugar al que recientemente escapamos con la excusa de apartarnos de los adultos y ponernos a jugar.
Y cuando llegue… logre divisar a Oscar, pero una cantidad creciente de niños pueblerinos, de la misma edad o más grandes que Oscar, acorralando y portando palos o piedras, lo que fuera que se hubiesen encontrado en el suelo. Inesperadamente, Oscar no parecía asustado o con ganas de huir, por el contrario, se mantenía firme con su sable sujetado fuertemente en su mano derecha.
— ¡Oscar! —Grite. Todos los presentes voltearon a verme, yo me acerque rápidamente a Oscar, ignorando las miradas molestas de los demás niños— Oscar ¿Qué está pasando aquí?— Le mire interrogante. Oscar ni dijo nada, pero me miro con su acostumbrado entrecejo fruncido, y por alguna extraña razón, había algo diferente en él.
— ¡Ese maldito noble se cree que puede ir con su sable y vencer a nuestro amigo sólo porque le gusta practicar la esgrima! ¡Él quería ser como ustedes, pero sólo lo han humillado ganándoles con un noble que es varios años más pequeño que él!— Grito uno de los pueblerinos. Yo mire a Oscar por unos momentos, preguntándome como lograríamos salir de este problema; no entendía del todo su enojo, hasta donde nosotros sabíamos, el otro acepto el encuentro.
—No sé a qué viene toda esta palabrería —La voz de Oscar sobresalió de la multitud—, pero puedo asegurarte, que ambas partes consentimos el encuentro, el pudo haberse negado desde el principio si sólo deseaba practicar la esgrima— Todos guardaron silencio. Oscar tenía la razón con sus fundamentos, desgraciadamente, ellos no querían fundamentos, querían desahogar su frustración.
— ¡No nos importan tus sofisticadas palabras de noble! ¡Te haremos pagar por humillar nuestro amigo sólo porque no es u noble como tú!— Todos los demás gritan a unísono, uniéndose a las intenciones del voceador.
— ¿Por qué siempre te metes en estos problemas, Oscar?— Pegue mi espalda a la suya para enfrentar a los pueblerinos que nos rodeaban. Era una situación bastante peligrosa, sólo dos contra casi una multitud inconforme; sude en frío.
—Honestamente, no lo sé… pero no puedo simplemente salir corriendo, porque me esperarían la próxima vez que vuelva al pueblo— Hace tiempo también nos pasó una circunstancia similar, esa vez ambos huimos de los agresores, pero cuando volvimos de nuevo, ellos nos llegaron por sorpresa. Por ello, para Oscar era mejor enfrentarlos ahora y así evitar aquel terrible acontecimiento.
—Si hubieses sido una niña, creo que no me molestaría peinar tu cabello en vez de acompañarte en estas peleas— Bromeé para quitar un poco la tensión que se estaba sintiendo. Oscar se río ligeramente.
—Diciendo tonterías como siempre— Contestó actuando indignación en una clara muestra de que me seguía el juego. Él también estaba aterrado, al igual que yo.
El primer golpe vino de uno de los pueblerinos, era un tipo que nos llevaba varios años, su tamaño era como el de una pared y su pequeña cabeza apenas lograba resaltas de sus enormes hombros. Su puño iba en dirección a Oscar, y tomándolo desprevenido, lo lanzó de su posición firme al suelo. A partir de ahí todos estallaron en un estruendoso grito de guerra, y así, todos se abalanzaron sobre Oscar.
En un intento de ayudarle a mi amigo, propiné varios puñetazos a algunos que se encontraban muy cercas de llegar a Oscar; pero eran demasiados para que yo solo pudiera detenerlos, y antes de que lograra reaccionar, varios puños y patas se estrellaron contra mi espalda y mis piernas, cayendo inevitablemente. Pensé que este iba a ser nuestro fin, eran demasiados y muy fuertes.
Tan asustado, que sólo quise cerrar los ojos y olvidarme de todo este desastre.
Y Osca grito fuertemente, daba ecos por mi cabeza y su figura emergía de los golpes y las maldiciones. Con un fuerte movimiento se quito a varios de encima y los enfrento con fiereza.
—André ¿Qué haces ahí tirado? ¡Pelea si eres un hombre!— Yo me quede sin palabras. Mudo, sólo lo mire fijamente sin reaccionar… era extraño, aun con el labio cortado, ligeras raspaduras y la frente sangrando, se paraba firmemente y los enfrentaba sin rehuir del asunto.
Fruncí mis entre cejo y torcí mis labios, tenía muchas ganas de llorar, de correr y refugiarme en algún lugar. No podía, Oscar estaba quizás más herido que yo y seguía enfrentándolos con esa pose de noble digno.
Tan admirablemente valiente… ¿Cómo dejar a mi amigo en el peligro? ¿Cómo pensar tan siquiera en abandonarlo, cuando él en muchas ocasiones siempre enfrentaba los problemas conmigo?
¿Cómo dejar a Oscar solo si en sus ojos me suplicaba ayuda?
—Estás siendo muy presumido, si tu puedes aguantar esto ¡Yo también lo haré!— Imperioso, me incorporé y nuevamente me ubiqué a la espalda de Oscar para resguardarlo de los ataques sorpresa.
No sabré decir cuánto duro la pelea, sólo sé que termino cuando el patrón nos encontró y todos los pueblerinos huyeron despavoridos. Para nuestro mal, fue tiempo suficiente para terminar muy lastimados, creo que mi nariz sangraba mucho y mis rodillas ardían terriblemente. Oscar estaba en la misma situación que yo, la sangre de su frente ya se había secado, pero llego a sus ojos y se vio obligado a cerrarlo durante la pelea.
Si, éramos todo un desastre.
Era inevitable el castigo que se nos impondrá por este suceso, pero probablemente el haber huido nos otorgaría un castigo por igual. Así de volubles y extraños eran los adultos, simplemente te castigan por tus acciones y al final difícilmente lográbamos entenderlos.
Yo en esa edad ignoraba muchas cosas, como el hecho de que Oscar era una mujer, como el cambio que empezaba a experimentar en su cuerpo, como mis propios sentimientos…
En ese enfrentamiento, Oscar recibió menos daños que yo, pero no fue por inoportuno… y es que, ni yo mismo me di cuenta de que inconscientemente la estaba protegiendo.
