A cámara lenta
O
- ¡No! ¡No quiero quedarme aquí! ¡No voy a bajar del auto! ¡Suéltenme, por favor, suéltenme!
Katyushka levanta la vista de los papeles que lee sobre el escritorio de su oficina y la desvía hasta la ventana, observando cómo ya hay algunas enfermeras y uno que otro paramédico que corren hasta alcanzar el nuevo auto que ha llegado y que sabe que trae a alguien nuevo. Suspira inconforme, porque hace tiempo que no oían los gritos a la entrada de un paciente.
El centro de rehabilitación de la clínica Santa María es un prado extenso, con infraestructura moderna y de colores llamativos. Tiene un letrero que es accesible a la vista desde metros de distancia y hay perros que guardan las entradas principales y traseras. Es un lugar de ayuda para personas con trastornos de la conducta, específicamente, en el ámbito alimenticio. El centro de rehabilitación Santa María, acoge a hombres y mujeres que presenten síntomas de anorexia y bulimia o de cualquier tipo de pérdida del apetito intencional. Tiene grandes estatutos y credenciales y todos quienes trabajan ahí –que no son demasiados, tampoco- dan su mejor esfuerzo por lograr que cada paciente salga recuperando su libertad y su derecho a vivir y por sobre todo, el entendimiento de que sólo se están haciendo daño a sí mismos con cada comida que se niegan.
Pero tal parece que ésta será una ocasión difícil.
- ¡Mamá, no me quiero quedar aquí! ¡Te juro que voy a comer más, lo prometo, pero no me dejes aquí, por favor! ¡Mamá, por favor!
Los gritos son desesperados. Katyushka decide salir para verlo por sí misma pero tropieza con el pie de uno de los paramédicos y él chico le toma de los brazos, en un intento de impedir la caída.
- Lo siento –murmura.
- No importa. ¿Qué está pasando afuera? ¿Qué son todos esos gritos?
- Es un chico –le dice. Ambos caminan rápidamente por el pasillo rodeado de las habitaciones donde están los pacientes- Algo escuché de que los papás lo van a internar; Natalia lo vio. Dice que parece un muerto.
Katyushka y el joven rubio salen de la gran casa y con la mirada encuentran el auto blanco que está lleno de gente vestida del mismo color. Alfred intenta ver por entre todas las personas al chico que ésta gritando como si le asesinaran y Katyushka tira de su brazo para que se acerquen. Los dos están confundidos, hace mucho tiempo que no tenían que lidiar con un paciente tan conflictivo.
- ¿Dónde está Arthur? Necesito ver la ficha del chico.
- Allá, ayudando a sacarlo del auto. Parece que tiene fuerza.
Alfred lo dice de una manera burlona y Katyushka le mira con los ojos entrecerrados. Se mueve nerviosa mientras su delantal blanco lo hace al viento y también su cabello platinado, que contrasta con su piel blanca.
A veces, Katyushka cree que no es lo suficientemente fuerte para soportar todo cada día en esa clínica de rehabilitación, a las chicas que no hacen más que esconder la comida o que la vomitan cuando vuelven a sus habitaciones, las que lloran silenciosamente por las noches y de las que ellos deben cuidar irremediablemente. Katyushka las entiende, porque ella sufrió de anorexia en un momento determinado de su vida y necesitó entonces gente que fuese capaz de ayudarle a salir del hoyo en el que se encontraba, por eso, ahora da lo mejor de sí misma para tratar de tenderles una mano, porque se ve reflejada en ellas.
Mientras se acerca, es capaz de tener ante sus ojos el rostro del chico. Hace tanto tiempo que no tenían a un paciente hombre nuevo en casa… con éste serán dos, pero éste es muy diferente al que lleva años allí. Tiene el cabello rubio ondulado y sus ojos parecen fuego de lo ardientes que están, su rostro luce demacrado y los pómulos se sobresalen, es muy pálido y las ojeras se dejan mostrar como si aquel muchacho no hubiese dormido en días. Y es así, probablemente.
Hay una mujer a su lado, que se ve envejecida y miserable, tomándole de los hombros y a quien se aferra irreparablemente, llorando. Katyushka ve que Arthur le tiene agarrado de la cintura y que su mueca es casi de dolor o asco, no está segura.
- ¡Vámonos a la casa, mamá, no me quiero quedar aquí! ¡Te prometo que voy a comer más, te lo prometo, mamá, por favor!
Y Katyushka fija su mirada en la mujer adulta, que cierra los ojos llenos de cansancio. Todos se han quedado en silencio y ella toma la palabra, abriendo la boca reseca, como si fuese un esfuerzo abrumador. El agotamiento es evidente, Katyushka le entiende, le hace recordar a su propia madre.
- No tiene caso que hagas promesas que no podrás cumplir, Matthew.
- ¿Hace cuánto tiempo que ha mostrado estas conductas?
Katyushka pregunta suavemente, sin la intención de sonar una muchacha entrometida. A su lado derecho está Alfred, anotando en un cuaderno todo lo que la mujer –su nombre es Ashley- tiene que decirles. El chico está sentado junto a su madre, mirando permanentemente al suelo. Está como encogido y da una apariencia precaria por sus hombros delgados y caídos.
- Hace dos semanas, dejó de comer por completo, pero comenzó hace más de dos meses.
- ¿A qué se refiere con que dejó de comer por completo?
- No almorzaba, ni en casa ni en el colegio. Dejó las golosinas, la comida chatarra y a él antes le encantaba… y hasta hace tres días, más o menos, no aceptó agua. Mi marido y yo tuvimos que dársela a la fuerza.
- Bien… anota eso, Alfred.
El americano obedece, mirando de reojo al chico que sigue sin levantar la vista.
- Y bueno, ¿qué edad tiene el paciente?
- Hace poco cumplió los diecisiete.
- Está en plena pubertad… eso es algo que también influye mucho en las personas que padecen anorexia nerviosa. El cuerpo experimenta muchos cambios, físicos, psicológicos, las hormonas se revolucionan y es muy común que los adolescentes se sientan inseguros de su propia apariencia –explica, paciente- porque recién están formando su yo interno y externo.
Ashley asiente.
- Pero, también sabemos que la anorexia es causada por varios factores, entre ellos la herencia genética, la baja autoestima, las situaciones personales, la presión social… ¿Matthew ha vivido, o han vivido ustedes, como familia, algún hecho que les haya llevado a un nivel importante de estrés?
Matthew levanta la vista al instante que escucha eso. Sus ojos, violetas, se fijan en Katyushka y después en su madre y frunce el ceño, con un puchero evidente de llanto. La mujer joven dice despacio a Alfred que entregue un pañuelo al chico, y el rubio lo hace con un apuro que es casi obvio.
Matthew no acepta el pañuelo y no levanta las manos. Sólo está mirando fijamente a su madre, rogándole sin palabras que por favor no lo haga.
- Ha habido cosas… muy difíciles.
- ¿Cómo cuales? ¿Han sido muy fuertes para Matthew? Eso puede ser un dato importantísimo para descubrir el origen de su anorexia.
- Algunos días antes de su cumpleaños… –comienza a hablar, viéndose limitada por la mirada oscura de Matthew, casi quemando sobre su piel- Nosotros somos una familia de cuatro. Francis, Matthew, Chloé y yo…
Y Matthew cierra los ojos al oír ese nombre, apretando los dientes con fuerza.
- Pero ahora… Chloé…
No lo aguanta, es demasiado, demasiado doloroso.
Matthew se pone de pie botando la silla, abre la puerta y súbitamente corre hacia afuera, importándole un bledo si alguien grita su nombre. Él no quiere escuchar lo que su madre va a decir, ni recordar ese momento, porque es lo más fuerte que ha vivido en toda su puta vida.
- ¿¡Qué estás esperando, Alfred!? ¡Ve a buscarlo!
Katyushka llama y el rubio parece despertar y acelera el paso, pero el cuerpo delgado de Matthew ya no se ve entre la bruma invisible de la Clínica de rehabilitación Santa María.
- Hora de la comida, chicos. Levántense, vayan a lavarse las manos y bajen al comedor.
Elizabeta pasa frente a todas las habitaciones golpeando las puertas. Son las nueve y media de la noche y corresponde la cena.
Las niñas comienzan a salir de los cuartos lentamente, desganadas, conversando algunas entre ellas, esperando que la comida de este día no sea tan contundente como la que siempre sirven. Caminan despacio, ni siquiera sonríen a Elizabeta, que toma del brazo a una de las chicas, la niña menor del recinto, Victoria, de sólo 13 años, que parece que se quebrará si pega un par de pasos más.
Él espera a que todos salgan, y se desliza lentamente entre el umbral, pasándose la mano por el pelo. Mira curioso hacia todas partes, intentando saber dónde está el chico nuevo, escuchó los gritos hace unas horas, pero nada se ve alrededor, así que él, Iván Braginski, el único hombre internado, camina sin prisas hasta el comedor.
Es muy delgado, aunque macizo y su rostro, demacrado. Los ojos violetas parecen más oscuros de los que deberían y hasta su cabello rubio es débil, probablemente por lo maltrecho de todo su cuerpo.
Iván llega hasta donde todas las chicas están sentadas y donde los paramédicos y enfermeras se encuentran vigilando. Echa un vistazo a toda la habitación y se sorprende cuando ve a alguien que no debería estar ahí o que él no recuerda. Entonces este es el chico nuevo.
El chico nuevo, de hombros gachos, ojos tan hinchados. Iván le hace un escaneo de pies a cabeza, tiene un plato de pollo y arroz al frente y el rubio se sorprende, porque él ni siquiera se había fijado en el suyo.
Matthew toma cuidadoso el tenedor con su mano izquierda y comienza a juguetear con la comida. ¿Por qué le han dejado aquí? Él fue muy claro. Si su madre se iba y le abandonaba en esa cárcel, él jamás volvería a comer. Y bueno, ha ocurrido.
- Deja de jugar con la comida, Matthew –dice Alfred, con los ojos fijos en él. El niño no responde, sigue haciendo círculos en el arroz y siente asco, tanto asco con apenas el olor de la cebolla.
La mayoría de las chicas sentadas comen con la cabeza apoyada en el puño, como si les doliera. Tragan a duras penas, aguantándose los deseos de vomitar o de mandar todo al carajo, porque las reglas son claras, si alguien vomita ahí será castigado con más comida.
A Iván le ha pasado un montón de veces, pero él sigue insistiendo. Ha estado ahí desde que tiene 18 años –no hace tanto cumplió los 22- y no planea irse pronto, porque sabe que no le dejarán. Iván es un niño problema y daría una pésima reputación a su padre, el senador respetado del congreso, así que a todo el mundo allá afuera les conviene que él siga encerrado.
- ¿Cómo está la comida? Tienen que acabársela toda, después viene el postre, hicimos flan, especialmente para ti, Lily.
La aludida –que es rubia, muy pequeña, Matthew siente que todo el mundo allí es exageradamente débil y precario- apenas asiente, llevándose el tenedor a la boca.
- ¿Y tú, Matthew? ¿No te gusta el postre?
Matthew no contesta, ni mira hacia Elizabeta.
- El flan es de chocolate, y podemos darte más de una ración si quieres.
- No quiero –murmura despacio.
- Entonces cómete toda la comida, por lo menos. La regla es dejar el plato limpio.
- Eso es jodidamente asqueroso.
- No toleramos las groserías en esta casa, joven. Compórtate.
- No voy a comportarme porque no quiero estar aquí.
- Estás aquí por tu propio bien. Si no comes, Matthew, vas a morir. ¿Sabes lo delgado que estás? No alcanzas a pesar 39 kilos, deberías pesar por lo menos 60.
- Eli tiene razón, Matthew –dice Alfred, acercándose a él. Matthew no le mira a los ojos, ni siquiera lo hizo cuando le encontró llorando y se lo llevó despacio hasta la oficina otra vez.- ¿Quieres que te de yo la comida? –pregunta sonriente, como intentando serle agradable.
- Sí, intenta dársela, o si no, no va a comer nada.
Alfred asiente, y se pone en cuclillas a su lado. Matthew sigue estático, jugando con la comida, desparramando el arroz hasta los bordes del plato. No ha tocado el pollo. El rubio le quita el tenedor de la mano suavemente pero Matthew mantiene apretado, sin dejarle.
- Dale, Matthew. Pásame el tenedor, tienes que comer. De a poquito, así no te dan ganas de vomitar ni nada.
- A ver, Matthew. Dale el tenedor a Alfred. Él quiere ayudarte, como todos en esta casa y…
- ¿Por qué me tratan como si fuese enfermo? ¡Yo no estoy enfermo! ¡Y ya dije! ¡Si me siguen teniendo en esta mierda, no voy a comer nunca más!
- Entonces vas a morir.
- ¡Entonces quiero morir!
Elizabeta le quita el tenedor de las manos al americano y con poca delicadeza fuerza a Matthew a abrir la boca y tragar la comida, la gran porción de arroz que alcanzó a ser contenida. El niño patalea y chilla pero Elizabeta hunde el tenedor en su boca y Matthew no tiene más opción que tragar. Todos en la mesa están mirándolo fijamente, Iván mastica el pollo con los ojos violetas fijos en la expresión de disgusto de Matthew y en las convulsiones que parece experimentar.
Todo el cuerpo le tirita y las arcadas son tan inminentes y Matthew no puede evitarlo, porque al momento en que siente en plenitud el sabor de todos los condimentos en su boca, devuelve todo, vomitando completamente el plato de la comida.
Elizabeta se enfada y le grita. Alfred intenta limpiar la mesa.
Las chicas e Iván están observando todo en silencio. Las enfermeras se llevan a Matthew de inmediato. Elizabeta refunfuña y el americano se queda con la mirada baja, pasando un paño húmedo.
Comienza a pensar para sí.
No es que Matthew no quiera comer, es que ya no puede.
Y hace mucho tiempo que no tenían un caso así.
Cierra los ojos con cansancio y hace una mueca de preocupación.
Le hubiese gustado estar en la oficina junto a Katyushka en el momento en que Ashley contó lo ocurrido antes del cumpleaños de Matthew, tal vez así tendría una idea pequeña de cómo ayudarle.
Okay... tenía esta idea hace harto tiempo.
Me gusta la problemática, porque me gusta crear fanfics con contenido, así que intenté hacerlo lo más realista posible; también me es de cierta manera fácil, porque conocí la anorexia por un tiempo.
Me inspiré también en la canción Julien de Placebo.
Por cierto, Chloé sería Seychelles :D y Ashley sólo un nombre inventado para mamá de Mattie xd ¿reviews?
