El ogro elevó la mirada, tenía los ojos como platos. Se paró sobre sus inmensos pies cubiertos de moho y estiércol. Estaba asustado, y todos saben que sólo hay una cosa que asusta a los ogros. Comenzó a correr cruzando el pastizal en donde dormía aquella siesta.
Su travesía fue larga, corrió durante días a la deriva, hasta que llegó al único lugar en dónde todos los seres podían estar seguros. La Orilla. Unos monumentales castillos de roca caliza, que crecían a lo largo de los años, establecidos al borde del Río Para, bordeado de algarrobos. Era un lugar fascinante, mágico.
Allí vivían los magos, quienes fueron notificados por el ogro. Entonces mandaron a un mensajero para que intente entablar una conversación con él. Pero todos saben que no se puede negociar con él, con un nigromante.
Las brujas del bosque de sauces también lo vieron cuando cruzaron sobre el pastizal. Y fueron a La Orilla, el hogar de los magos.
Pero no, esta historia no se centra en La Orilla. Se centra en Mystadur, el joven mago enviado a hablar con el nigromante.
Un nigromante es, como todos lo saben, un mago que ejerce la magia prohibida, la magia negra. Y envenena el mundo, siempre quieren conquistarlo.
El más grande nigromante fue Dan el Temido. Puso a todos los seres bajo sombría oscuridad, nubló el mundo en tinieblas. Nadie podía enfrentársele. Excepto Lospydur el Alumbrador, un mago que nació de la mezcla de una bruja y un maá. Todos saben que él fue el primer mago, ya que antes sólo existían los nigromantes.
Los maá se extinguieron con el último, el padre de Lospydur, Saro el Último. Unos seres que empuñaban espadas de oro mezclado con bronce, tenían bastones de roble y sombreros de paja, y lo más distintivo: un anillo de plata con un rubí azul, que era la fuente de todo su poder.
Mystadur todavía no tenía ningún seudónimo. Pero estaba seguro que luego de esta travesía lo conseguiría. Iba por el sendero con su magnífica capa blanca, su cabello dorado como el sol desprendía destellos cegadores.
Llegó a un largo puente de madera. Y paró de golpe, se acordó del consejo de Arrydur el Manso, su instructor, que tenga cuidado en los puentes, porque los trolls podrían sorprenderlo. Pero no había ningún troll, si no que el que custodiaba el puente era un duende.
Con su sombrero de cuero negro, con dos orificios por los que salían sus orejas marrones, fumaba de una pipa, y tenía la cara pacífica.
– Quién osa de querer pasar este puente, ah, un mago. – dijo el duende.
– Necesito ir rápido, tengo que hablar con el nigromante.
– Ese está queriendo conquistar el mundo y todo eso, pero los seres somos muchos para ser dominados. Que insulso.
– Eh, este, bueno. Me dejarás pasar, ¿No?
– ¡Si obvio! Pero antes la adivinanza, es la ley.
– Bueno, dímela.
– ¿De qué color es el caballo blanco de Saro?
– ¿Eh? ¿Ésa es tu adivinanza?
– Los nigromantes no me caen bien, es bueno que lo vayas a destruir
– No voy a hacer eso
– Sí, un nigromante está hecho para destruir y destruir. No negocia, en el último instante lo vas a tener que matar, ¿Y quién no si no es el descendiente de Lospydur el Alumbrador?
– No soy el descendiente de Lospydur.
– Sí lo eres, los duendes podemos percibir eso. La respuesta entonces.
– Eh, sí, eso… era blanco.
– Muy bien, pase mi amigo, Lospydurcito.
Mystadur cruzó el puente aturdido aún por la información del duende. Pero se acordó del nigromante y tomó camino hacia el pastizal.
En La Orilla, mientras el ogro se enamoraba de una bruja. Arrydur hablaba con Hassadur el Dueño, era el rey de los magos, acerca del nigromante.
– Me parece que el niño no puede completar la tarea. – dijo Arrydur.
– Es uno de los pocos descendientes de Lospydur.
– Pero eso no lo convierte en Lospydur.
– Es todo lo que tenemos.
– Llamemos a la adivina, es lo más conveniente – dijo Arrydur.
– No, esa mujer es una farsa. No sirve para nada, igual que el resto de los Humanos.
Pero Arrydur el Manso no estaba de acuerdo con la opinión de su jefe. Fue con la gitana, se decía que vivía en los pantanos más oscuros. Y todos saben que no hay pantano más oscuro que La Ciénaga Tiniebla.
Continuará. Gracias por leer mi cuento, si te gustó házmelo saber, díganme que les pareció, y si sigo con el relato.
