¿Cuánto sufrimiento puede soportar una sola persona? ¿Cuánto dolor corporal y emocional puede soportar un cuerpo humano? ¿Cuántas sonrisas se pueden fingir en un día? ¿Cuántos secretos se pueden guardar? Preguntas que todos los días pasaban por la cabeza de aquella chica confundida, buscando con desespero una respuesta a todas ellas.
Ya había perdido la cuenta de las veces que tuvo que sonreír a su madre, a su hermana, a sus compañeros de la escuela, a todos los seres humanos que la rodeaban; en incontables ocasiones tuvo que fingir estar bien, adornando su pecosa cara con una sonrisa hipócrita.
¿Cuánto más tendría que sonreír?
También guardaba secretos, no muchos, pero sí uno que equiparaba el peso de un millón de ellos. Uno tan grande que, si era revelado, podía destruir a su familia entera. ¡Imaginen a una chica de 16 años cargando en sus hombros tamaño problema! Sentir que en sus manos esta el destino de su gente, que de su secreto depende la felicidad y tranquilidad de los que la rodean, e incluso que de ello depende la vida de un ser querido.
¿Cuánto más tendría que callar?
Ella sufría, sufría por esas sonrisas, por ese secreto, por esas pequeñas cosas que para cualquiera son insignificantes, pero que para ella pueden significarlo todo. Dolía muy profundo en su pecho, como una espina clavada, una espina tan pequeña que es casi invisible, al grado de no saber donde se encuentra localizada, pero que aún así sigue causando dolor. Su cuerpo también dolía, menos que su mente, pero igual dolía. Sentía que en cualquier momento iba a colapsar, que sus piernas cederían ante su peso dejándola tendida en el suelo. Inconsciente. Incapaz de despertar de nuevo. Los rasguños, los moretones, todo eso era un recuerdo constante de aquello que debía guardar, de aquello que la mataba de a poco.
¿Cuánto dolor tendría que seguir soportando? Es más… ¿Podría seguir soportándolo?
