Este fic participa en el I Fest de la Noble y Ancestral casa de los Black

PROMPT#51 —En el que Luna es la mujer más buscada de Inglaterra y Adrian está harto de no luchar


Capítulo I: Fugitiva


Ginny Weasley, quien hasta entonces había sido la mujer más buscada de toda Gran Bretaña, murió en Londres un cinco de enero. Las órdenes eran capturarla viva o muerta y los aurores llevaron su cadáver al atrio del Ministerio de Magia para que todo el mundo admirara como la líder del Ejército de Dumbledore había muerto. Adrian no se atrevió a acercarse mucho al cadáver. La exposición a la que sometieron el cuerpo le parecía algo grotesco ―pan y circo, como decían― pero igual no dijo nada. Se le daba bien eso. Agachar la cabeza y no decir nada. Podría decir que era su mejor habilidad porque llevaba casi cinco años en el ministerio y nadie lo había molestado en todo ese tiempo. Cosas de tener un apellido como el suyo, una familia como la suya. Una herencia como la suya.

El seis de enero sepultaron a Ginny Weasley en una fosa común. No era normal que mataran a una mujer. Casi siempre se las quedaban los de arriba como prisioneras o esclavas, según el caso. Pero Ginny Weasley tenía que morir. Tenían que enterrar sus ideales para siempre, mostrarle a la población que su heroína era mortal. Adrian no estuvo allí para ver como la fosa común se llenaba de flores mucho más valiente que él.

Él estaba en Dublín, haciendo su trabajo. Se le daba bien lo que hacía. Recaudar los impuestos que el Ministerio había implementado. Llegaba a las casas y tocaba. A veces no le abrían. A veces sí. Él sólo tenía que recibir los impuestos estipulados y largarse. Se le daba bien no mirar la miseria que dejaba atrás y las caras tristes de la gente. Siempre se le había dado bien.

Las calles de Dublín estaban nevadas y el frío era insoportable. De tres casas, lo recibieron en dos. Los segundos le recordaron a su madre, a su abuela y el resto de su ascendencia. Le dio igual. No eran los primeros que lo hacían y no serían los últimos. Llevaba la bolsa llena de galeones y eso era todo lo que importaba.

«Recauda los impuestos, agacha la cabeza y cállate».

La nieve le caía casi en la cara. Estaba cansado aunque no sabía por qué. El frío se le colaba en los huesos. Dublín estaba solo. Había poca gente en la calle, sólo unos cuantos niños a los que sus madres habían abrigado para que pudieran salir a lanzarse bolas de nieve. No le gustaba aquella ciudad. Aquel lugar ni siquiera pertenecía a la Gran Bretaña de los muggles. Sólo a los magos, que llevaban siglos controlándola y seguirían haciéndolo.

―¡Ay! ―Una voz de mujer, aguda infantil―. ¡Auch!

Adrian enarcó una ceja y de detuvo. No se veía nada desde donde estaba. Pero había oído el quejido justo al lado de él.

―¿Quién está allí?

Otro quejido de dolor. La misma voz de mujer, aguda, como si fuera de una niña.

―¿Hay alguien allí? ―volvió a intentar.

Y entonces la capa se cayó y Adrian pudo ver a la mujer que estaba escondido bajo ella y la herida que tenía en el brazo. Había dejado algo atrás al desaparecerse. La mujer volteó a verlo, sin sorprenderse casi de que estuviera allí y sólo pronunció una palabra.

―Ayuda.

Después se desmayó.

No había nadie más en la calle. Todas las personas habían elegido refugiarse en sus casas de la nieve. Adrian, sin poder contener la curiosidad, se acercó. Era imposible no reconocer aquel rostro, aquellos cabellos rubios, los ojos grandes que le habían perdido ayuda sin saber si en realidad iba a ayudarla. Luna Lovegood. Después de Ginny Weasley, la mujer más buscada de toda Inglaterra. Y ahora que Weasley estaba muerta, Adrian supuso que le quedaba bien el título. Era la última líder que le quedaba a la resistencia.

Weasley y Longbottom habían muerto.

Acercó su mano hasta la joven, cuyo cuerpo descansaba sobre la nieve y la retiró en un momento. Podría entregarla. Recibir una medalla por sus servicios al país. Volverse famoso. No mirar atrás cuando la mataran o la metieron en una celda en Azkaban. Podría.

Sin embargo, extendió la mano, aferró a Lovegood y se desapareció con ella.

Todo lo que estaba pasando estaba mal.


Despertó cuando Adrian se había encargado de vendarle el brazo. Recuperó el aliento y en cuando abrió los ojos se incorporó en la cama, alerta. Se encontró con Adrian parado en la puerta, cargando una bandeja con una jarra y una taza de té.

―Te hice té ―fue lo único que Adrian atinó a decir―. Para cuando despertaras.

―Ya desperté.

Su voz aun parecía la de una niña. Probablemente tendría más de veinticinco años y su voz todavía sonaba como la de una niña. Tenía en cabello rubio revuelto, sin recoger y llevaba los aretes más extraños que Adrian había visto nunca. No se había fijado en todo eso cuando la había llevado hasta allí.

―Aquí estás a salvo ―aseguró él.

―No se está a salvo en ningún lado ―respondió ella, desviando la mirada, fijándola en la pared. Su voz aun sonaba infantil, pero mucho menos dulce que la primera vez―. Nunca.

―A nadie se le ocurriría buscarte en la casa de un empleado del ministerio ―dijo Adrian. Se había quedado parado en la puerta, como un idiota, con la bandeja en la mano―. A nadie… ―repitió.

Se acercó. Puso la bandeja en la mesilla de noche y jaló una silla que estaba frente a un pequeño escritorio pegado contra la pared. Se sentó allí.

―Así que sabes quién soy.

«Como si fuera una sorpresa», pensó Adrian. No lo dijo.

―Todo el país sabe quién eres. ―Levantó la tetera―. ¿Té?

Ella asintió y él lo sirvió.

―Gracias ―dijo y agarró la taza con las das manos. Le dio un sorbo y luego volvió a dejarla en la bandeja―. Por no entregarme.

―Claro.

―Yo no sé quién eres ―repuso ella, después de un momento―. Aunque tú sí sepas quien soy.

Adrian extendió su mano.

―Adrian Pucey ―se presentó.

Ella la estrechó, pero su mano se sintió débil y su apretón, aún más. Como si estuviera muy cansada. Sonrió un poco, apenas curveando las comisuras de los labios y su sonrisa también pareció un poco cansada.

―Mucho gusto, Adrian Pucey.

Ella no preguntó si podría quedarse allí y él no respondió a la pregunta que ella no hizo. Los dos sabían exactamente la respuesta.