Título: Llámame Phoenix

Autora: FanFiker_FanFinal

Pareja: Miles Edgeworth/Phoenix Wright

Rating: M

Disclaimer: Capcom, yo os pongo velas, pero por favor, proclamad ya canon esta pareja.

Notas de autor: Hoy hace un añito que mi mamá se marchó y quería honrar su memoria con una bonita historia (o eso espero).

El fic comienza con bastante humor, pero después se vuelve más profundo. Este hijo me salió así.

Actualizaré cada miércoles. Alabanzas, tomates, alegorías y otras opiniones, en los reviews. Gracias.

Resumen: Phoenix Wright parece compartir más tiempo del habitual con su amigo, el fiscal Edgeworth. Ha pasado el tiempo y cada día se va forjando una unión más fuerte, pero Edgeworth sigue llamándolo de forma impersonal, cuando para Phoenix es hora de empezar otra etapa.


Llámame Phoenix

FanFiker_FanFinal

Phoenix Wright terminaba su postre mientras contemplaba a su acompañante, quien, frente a él, en una pose estirada, con un brazo extendido hacia un lado, sobre la mesa, sujetaba con la otra su móvil mientras daba instrucciones al interlocutor.

La mesa estaba regada de papeles, los cuales habían sido retirados en el momento en que les habían servido el menú del día de ese excelente restaurante elegido por Edgeworth. El fiscal tenía gustos exquisitos, y a Phoenix no le importaba descubrirlos si además la factura era a cuenta de la fiscalía. Aunque sus ingresos eran más boyantes gracias al ascenso de su popularidad, estaba muy lejos de igualar la nómina del Fiscal en jefe, cuya presencia en los juzgados era mínima, dejando a sus cohortes ocuparse de los actuales casos. Para algo se tienen subordinados, ¿no?

Ya le gustaría poder mandar a alguien… aunque Phoenix tenía una relación directa con ellos… sus subordinados eran su familia. Participaban en su vida profesional y privada. Y, de un tiempo a esta parte, también el fiscal lo hacía.

Edgeworth puso a un lado de la mesa el móvil tras despedirse.

—Wright, tengo que marcharme. Tenemos más información policial.

—Está bien, pero no me dejes aquí con la cuenta.

—Tsk. Como si alguna vez hubiera hecho eso. Soy un caballero.

—Venga, Edgeworth, no me digas que no se te había ocurrido.

—Es tentador, Wright. Ahora vuelvo.

Phoenix dejó que la sonrisa de su rostro decayera, para después disfrazar el dulce paladar de su boca con un poco de agua. La tarta de queso estaba deliciosa. Edgeworth había preferido un té, consumido ya sobre la mesa. El móvil, a su lado, comenzó a parpadear. Phoenix lo acercó, por si era el Inspector Gumshoe. Seguro que a Edgeworth no le importaba cogerlo de haber sido él. Al ver el nombre, Phoenix se alejó de forma inconsciente. No es que despreciara a la mujer, pero estaba muy lejos de hacerle cualquier homenaje. Su látigo, cuanto más lejos, mejor.

El teléfono dejó de vibrar, dando paso a la pantalla de últimas llamadas. La lista rezaba:

Franziska V.

Dick Gumshoe

Sr. Wright

El joven abrió los ojos, sorprendido. ¿En serio Edgeworth le tenía grabado en su libreta de direcciones como señor Wright? No pudo precisar por qué le molestó, pero la sensación de haberse alejado del fiscal hasta el infinito y más allá se hizo palpable solo con un vistazo a esa lista.

Trató de restarle importancia, pero su mente bulló.

Señor Wright… ese es su padre. Sacó su móvil y buscó en los contactos.

Edgeworth, plasmaba su pantalla.

No era señor Edgeworth, ni Miles Edgeworth… pero tampoco era Miles, a secas. Llevaban años tratándose de forma profesional, pero le daba la impresión de sonar mucho más cercano que "señor Wright". ¿Por qué no quitaba ese "sr" y dejaba solo "Wright"? ¿Acaso podía confundirlo con algún otro, siendo necesaria esa coletilla para separarlo de su vida privada? Ya se estaba sintiendo mayor… Franziska von Karma era Franziska V. Y Gumshoe… bueno, tenía sentido. Era un detective. Lo había conocido en el terreno profesional. Ellos, sin embargo, eran íntimos desde los ocho años. Bueno, durante seis meses. Pero sus caminos volvieron a cruzarse después, y Phoenix había intentado recuperar el tiempo perdido, aunque el tiempo del fiscal fuera limitado y no precisamente dedicado a él en su totalidad.

De cualquier modo, le ponía de mala leche, sin saber precisar un motivo.

Una ráfaga color magenta reapareció en la mesa, solo para decir que ya había pagado, recoger su móvil y su chaqueta. Phoenix le vio salir por la puerta, después volvió la vista a su móvil, sus dedos paseando por las teclas como si estuvieran magnetizados, planeando borrar ese nombre. Lo hizo, sustituyéndolo como "fiscal demonio". ¿Cómo se sentiría Edgeworth si viera cómo lo llamaba Phoenix en su lista de contactos? Ese mote le había granjeado muchos enemigos, se refería a un pasado oscuro en su profesión, ligado inevitablemente a Von Karma, y a la búsqueda de la perfección. Le haría daño. Volvió a borrarlo, no quería poner eso.

"señor fiscal estirado", fue la siguiente opción, y cuando recibió una llamada de ese número estando en la oficina y apareció eso en la pantalla, tuvo tal ataque de risa que no pudo responder.

Aunque estaba considerando dejarlo como terapia alternativa para cuando estuviera de bajón, lo cambió a "fiscal engreído". Lo conservó durante varias semanas, hasta que Trucy le gritó un día desde la cocina, donde se había dejado el móvil:

—¡Papá, te llama el señor Edgeworth!

Trucy ya no era una niña, con diecisiete años, y encontró algo infantil que su hija viera aquello. Se avergonzó de verdad. Él era el padre que debía dar ejemplo. Si Trucy reconocía a Edgeworth solo por esa descripción, no estaba siendo buen padre, y aquel detalle, por ínfimo que fuese, podía decir mucho de él.

Unos días después salió a celebrar la victoria de un juicio y Larry estuvo allí. Ambos rieron recordando su infancia y cuando el fiscal se unió durante un rato, Larry recordó el acontecimiento de las grullas de papel, una actividad en la que participaron que el fiscal nunca pudo llevar a buen término porque nunca fue capaz de hacer papiroflexia.

Después de aquello, mientras él y su socia preparaban juntos un caso, el móvil de Phoenix sonó en la sala de descanso justo cuando Phoenix estaba en el baño. Athena miró a la pantalla y vio "Sr. Grulla". Creyendo que era un potencial cliente, descolgó enseguida. Cuando Phoenix volvió del baño, Athena lo miró con curiosidad, puso ambos brazos en jarras y preguntó:

—Señor Wright, ¿el señor Edgeworth hace yoga?

—¿C-cómo?

—Acaba de llamar y usted lo tiene grabado como "señor Grulla" —Phoenix se carcajeó, y después recordó que al fiscal no le haría ninguna gracia ser conocido entre sus subordinados como "aquel que no sabe hacer papiroflexia". Se sonrojó de la vergüenza—. ¿Señor Wright?

—N-no preguntes, Athena. Es una broma entre Larry y yo y no voy a contar nada.

Widget se volvió de un color rojo intenso.

—Señor Wright… ayudo a Trucy más de lo que me gustaría, no tengo paga y ni siquiera soy digna de que me cuenten chismes…

—Lo siento, es algo personal. Y de todos modos, si tienes esas quejas, deberías hablar con Trucy. Ella siempre reconoce el talento donde lo ve.

—¿Significa eso que podré dedicarme a maga si mi carrera de abogada fracasa?

—No creo que Blackquill dejara que pasara eso.

—Señor Wright, ¿qué significa eso?

—Es tu admirador, me parece. No dejaría que tu carrera se malograra, aunque yo tampoco.

—¿Simon dijo eso?

—El juicio va a continuar, por favor, que la defensa ocupe su puesto —les interrumpió el funcionario, algo que Phoenix agradeció.

Qué dolor de cabeza estaba dándole un solo hombre. O mejor, qué dolor de cabeza se regalaba a sí mismo. ¿Había necesidad? Además, ¿en qué momento iba Edgeworth a ver cómo lo tenía guardado en su lista de contactos? Edgeworth jamás invadía la privacidad de nadie. El hecho de que le llamara al móvil mientras estuviera a su lado era ínfimamente probable. Phoenix podría darle el teléfono en plan "mira a ver si llama Trucy", pero nuevamente, el fiscal no se detendría a mirar su lista de contactos.

Lo más fácil era incriminar a Larry.


—Hey, Edgeworth, Larry y yo vamos a tomar algo mañana a las siete. ¿Por qué no te vienes? —así de preciso decidió ser el abogado, el día de marras.

El fiscal ni se inmutó, siguió recogiendo carpetas y legajos.

—Al contrario que tú y Larry, no tengo tiempo libre, Wright.

—Venga, despéjate. Solo una hora.

—Sé en qué se convierten las horas al lado de Larry. Sobre todo si bebe.

—Venga, Edgeworth, ¿cuántas personas te llaman para salir durante la semana?

Ahora la mirada de acero se tornó inculpatoria.

—¿Qué significa eso?

—Queremos tu compañía, ¿es tan difícil de entender?

—…

—¿Edgeworth?

El hombre acabó de recoger y suspiró, como si aceptar fuera a mitigar sus dolores de cabeza.

—De acuerdo, dadme la dirección del sitio y allí estaré a las siete y cuarto. Más os vale llegar antes que yo. Y solo me quedaré una hora.

—Qué buen regateador eres —bromeó Phoenix, moviendo la cabeza a uno y otro lado. ¿Qué hacía ese hombre en su tiempo libre, además de trabajar? ¿Se había aburrido alguna vez? Quizá por eso mandara a hacer ese ajedrez de la oficina…

El planteamiento de la quedada no cumplió su cometido, en primer lugar porque Larry se largó en cuanto vio a una chica en el bar que respondió a sus avances; segundo, porque Phoenix se encontraba tan a gusto charlando con Edgeworth a solas que olvidó por unas horas la poca familiaridad con la que el fiscal lo llamaba. Tal vez tuviera que ver con que había sido dejado en casa en ese magnífico coche deportivo rojo, como si viniera de una cita.

Phoenix suspiró. Los días pasaban y él seguía apareciendo en esa pantalla como "señor Wright". Edgeworth era tan hermético… si bien con el tiempo había podido conocerlo mejor, todavía seguía siendo un enigma para él. Es cierto, se relacionaba mucho mejor. Gumshoe y Franziska eran muy cercanos a él, pero Ema también parecía haberse acercado más al fiscal, admiraciones aparte. Aún así, ciertos acontecimientos parecían unirlos explícitamente a ellos dos, y Phoenix seguía decepcionado de saberse tan cerca del fiscal y que este lo considerara solo un amigo casual.

Habían tenido conversaciones profundas sobre el pasado de Edgeworth, quien no había dudado en expresar su admiración y agradecimiento, porque ahora mismo él no estaría ahí de no ser por Phoenix. Podría haber sido encarcelado y juzgado, y toda su carrera reducida a cenizas, siendo, además, inocente.

Si en realidad Edgeworth lo consideraba tan valioso, acudía en su ayuda cuando lo llamaba y no dudaba en saltarse las reglas solo por él… ¿no debería ser Phoenix Wright la persona más especial de su vida? Sobre todo después de aquella conversación, tres meses atrás…

Suspiró, sin saber hasta cuándo podría aguantar ese grado de frustración que amenazaba con crecer sin medida.


—Hey, Trucy, ¿tú podrías hacer aparecer algo a voluntad en tu mano y volverlo a dejar en el mismo sitio donde estaba sin que su propietario se diera cuenta?

Su hija, bendita ella, se había cubierto la boca con la mano en señal de sorpresa y comentado:

—Papá, ¿quieres darle un susto a Apollo?

—No, no a Apollo precisamente. Pero di, ¿podrías?

El joven rostro de Trucy se tornó pensativo.

—Podría, pero necesito un cómplice.

Tenía sentido, y algo que ver con el truco, seguro.

—He invitado a Edgeworth a la actuación del jueves y me ha confirmado que vendrá.

Una alegría se instaló en la cara de la chica. Juntó sus manos, emocionada.

—¡Oh! Yo también estaré encantada de que venga. ¿Le has contado que haré por primera vez el truco del patito?

—No, Trucy. No creo que haga falta, si ha venido tantas veces es porque reconoce tu talento. Eres muy buena, pero cada día te superas.

—¡Sí! —aplaudió, encantada por el halago—. Haré que la tropa Gramarye esté orgullosa de mí. Explícame, entonces, ¿qué debo hacer?

Phoenix le dio instrucciones muy precisas y el jueves a las seis el fiscal llegó al local con su traje color magenta, su pañuelo de chorreras y una cara de pocos amigos.

Phoenix se volvió al verlo, tomaba un mosto en la barra.

—Oh, hola, Edgeworth —el fiscal se arrimó a la barra. Parecía tener ojeras.

—Wright.

—¿Mal día?

—No podría definirlo mejor. Tengo ganas de que termine. Estoy seguro de que esta será la única parte agradable del día.

Phoenix sonrió y le puso una mano en el brazo.

—Venga, hagámosla mejor. ¿Qué quieres tomar?

—Un gintonic.

—Uh, vienes fuerte —Phoenix se giró hacia la barra para pedir.

El fiscal oteó el escenario, cubierto aún por una cortina de brillos. Bajo el escenario había diversas sillas y mesas, casi completas. El espectáculo comenzó media hora después. Trucy dio entrada a unos trucos de cartas para después complicar la materia involucrando a gente del público. Un mechero por aquí, un papel mágico por allá, una carta blanca, una levitación improvisada… La gente aplaudía impresionada. Edgeworth, como siempre, no despegó la vista de ella, en su afán por descubrir cómo hacía esos impresionantes trucos sin que pareciera que la joven abriera y cerrara las manos y se materializasen de la nada.

Poco después apareció en escena también Athena, como ayudante. Si estaba asustada, en ningún momento lo mostró. De hecho, a Phoenix le parecía que la joven estaba especialmente contenta. En general, Athena solía quejarse de la efusividad de Trucy en los ensayos. Miró alrededor por si se le hubiera escapado algo, o hubiera alguna persona especial para ella entre el público, pero los asistentes parecían completos desconocidos.

Trucy anunció el truco del Señor Sombrero y después Athena fue envuelta en una tela enorme, saliendo de ella segundos después con un traje completamente distinto.

Edgeworth frunció el ceño.

—Eso puede resultar altamente útil si el tráfico de Los Ángeles no me permitiera llegar a tiempo. Wright, ¿crees que Trucy podría enseñarme eso?

Phoenix, que masticaba las almendras del aperitivo del bar, tragó despreocupado.

—Si consigues que te revele un solo truco, ya habrás logrado más que yo. Llevo años intentando que me explique cómo limpiar el cuarto con un toque de varita.

—Wright… eso se llama ser vago.

—Que tú digas eso cuando tienes un automóvil que corre más que la media americana tiene delito, Edgeworth.

—Mi automóvil no tiene ninguna deficiencia, como tampoco el despertar tempranero de mi persona. El problema se llama embotellamiento, pero no creo que lo hayas sufrido nunca.

Phoenix se encogió de hombros. No quería mirar demasiado hacia los bolsillos de Edgeworth, donde se supone que guardaba el móvil, pero tampoco quería distraerse mirando su perfil. ¿Cuándo iba a llamar Trucy al fiscal a escena? Dudó que pudiera manipular nada desde la barra del bar, a pesar de estar separados por menos de cinco metros.

Dos trucos después, Trucy requirió la ayuda del personal presente, y al fin llamó a Edgeworth al escenario. El fiscal, pensando en Phoenix como posible precursor, le miró de la misma forma dedicada a los testigos cuando tenían que testificar la verdad en la corte. El abogado se encogió de hombros y animó a Edgeworth, para después contar en su cabeza. Dirigió la vista hacia la mochila negra con publicidad de un hotel, colgada en la parte de atrás de la silla, aquella que pidió Trucy para que el truco funcionase, y cuando la maga hizo una señal inequívoca, se dirigió al baño llevándosela, para después sacar unos guantes estériles.

Phoenix no podía creer el talento de Trucy. Metió la mano en uno de los bolsillos y ahí estaba el celular de Miles Edgeworth, con su funda de terciopelo rojo vino. Tecleó con rapidez en la agenda, mientras su corazón no dejaba de martillear. Se quitó el guante estéril, cuyo destino fue la papelera, se mojó las manos y regresó de nuevo a su lugar.

Edgeworth tenía cara de pocos amigos: Trucy había hecho desaparecer su móvil y Athena estaba intentando localizarlo en su ropa, sin éxito. Todo formaba parte de la pantomima, incluso la actuación de Phoenix, pero Edgeworth todavía no sabía nada.

—Parece que el señor Edgeworth está preocupado porque no podrá dar órdenes a sus subordinados —indicaba Athena, divertida, mientras un Miles Edgeworth cruzado de brazos dudaba entre seguirle la broma o acabar con la diversión de la sala.

—Tal vez podamos enviarlo un poco más lejos, Athena —dijo Trucy haciendo unas filigranas con la varita mágica, para después mostrar una cara de preocupación—. Mmmm, me parece que lo he enviado demasiado lejos. Tendré que arreglarlo. Señor Edgeworth, por favor, ¿podría sentarse? Le prometo que al final de la actuación se lo devolveré.

El fiscal gruñó algo por lo bajo, molesto al dejarle incomunicado con cualquier posible incidente o conversación con la policía, pero hizo caso. Phoenix, ya en la barra, aprovechó para chincharle.

—Me parece que Gumshoe tendrá unos días de paz.

—Seguro que la has convencido tú para esto. No tienes piedad, Wright.

—Ninguna —pensó mientras pensaba en su travesura y desplegaba una sonrisa deslumbrante.

Ambos siguieron atentos a la actuación y sus bebidas, cuando Trucy solicitó la presencia de otro voluntario a escena. Esta vez, su propio apellido salió de la boca de la joven.

Phoenix se señaló, confundido. Se suponía que el truco con el móvil de Edgeworth estaba finiquitado, pero ¿quién era él para conocer la magia detrás de los trucos?

—Oh, ahora debe ser la parte de los chistes —bromeó Edgeworth, fulminado por el abogado.

Trucy y Athena lo aguardaban, expectantes. Phoenix tenía el ceño fruncido. ¿Le harían meterse en la caja para partir su cuerpo en pedazos? ¿Acaso usarían el truco de la guillotina? ¿El de hacer y deshacer nudos en la cuerda? ¿Le haría levitar?

—Bienvenido, señor Wright, le agradecemos su participación —habló Trucy y se dirigió hacia el público—. El señor Wright me adoptó cuando era una niña. Si estoy aquí y ahora es gracias a él y todo su apoyo, a pesar de que pasamos tiempos oscuros. Estoy muy orgullosa de llevar su apellido. ¿Quién de entre ustedes recuerda a alguien que haya sido especial en su vida, alguien con quien querrían estar para siempre, a quién elegirían? Van a ver que la magia existe, y puede unir personas. Señor Wright, ¿puede prestarme su móvil?

Phoenix palpó en su bolsillo y sacó el Nokia irrompible que todo el mundo llevaba cuando los móviles estaban en auge; una antigüalla; un ladrillo en los tiempos que corren. Trucy sonrió, mostrándolo al público.

—Miren, a mi padre le gusta lo clásico. ¿Por qué no has cambiado de móvil en todo este tiempo?

—¿Para qué cambiar? Ese funciona —respondió el abogado, inseguro de dónde iba a llevarle esto. Incluso escuchó un bufido en la zona de la barra, seguro que era ese fiscal engreído.

—Eso es cierto. Es una suerte que el truco funcione también con este tipo de móvil, si no te habría mandado comprarte otro —risas del público.

Trucy alzó el móvil en su mano. Ninguno de los dedos tocaba las teclas. Así, la joven de diecisiete años anunció cómo ese móvil se pondría en contacto con la persona especial en vivo y en directo. Ordenó al público desactivar su modo avión.

—Solo necesito que pienses intensamente en ese alguien, papá.

Phoenix miró a Athena y a Trucy, entre desconcertado y confuso, pero acató la orden igual. Cerró los ojos, y pensó en la persona que fue su luz en tiempos difíciles. Aquella que le impulsó a seguir adelante, que le dio fuerzas para continuar, aquella que estuvo a su lado…

Un ring se escuchó en la sala. Trucy metió la mano en su bolsito topit y rio al sacar su propio móvil timbrando.

—¡Papá, ja, ja, ja! Te agradezco mucho el detalle, pero no puedo ser yo, la gente pensará que esto está amañado. Veamos, debemos ser unas veinte personas en la sala, no creo que tengas reparo en que ellas conozcan quién ha sido tu persona especial en la vida. Aparte de mí, me ha quedado claro.

A ver, concéntrate otra vez.

Un ring se escuchó en la sala, un tono de la banda de animación del Samurai de acero. Phoenix abrió los ojos, impresionado. Miles Edgeworth se quedó en shock. El móvil seguía timbrando pero nadie lo cogía.

—Veamos, ¿es que este móvil no tiene dueño? Athena, ¿podrías por favor localizar el móvil? Es obvio que suena en esta sala.

Athena se dirigió sin demora hacia la fuente del sonido, una pequeña mochila junto a la silla de Edgeworth. Señaló la bolsa.

—Viene de ahí.

—¿De quién es esta bolsa?

Phoenix alzó la mano.

—E-es mía Trucy, pero…

—-Oh. ¿Tal vez sea el móvil del señor Edgeworth?

El fiscal vio las señales de Athena instándole a hacerse con el aparato. Edgeworth metió la mano, confuso. Había dos bolsillos, lo localizó en el segundo. La pantalla brillaba y la melodía llenaba el lugar. Edgeworth miró bien y quedó helado. En la pantalla se leía "obsesión inconfesable". Abrió los ojos, y después los cerró, mirando a Athena tosió y escondió el móvil a su espalda hasta que dejó de sonar.

—Es su móvil, ¿señor Edgeworth? ¿El que había hecho desaparecer Trucy? —habló Athena, satisfecha.

—Sí, es mío.

El público comenzó a aplaudir.

Él sudó copiosamente. Avergonzado, miró al suelo. No creía poder esconderse lo suficiente para no revelar su rubor.

Cerró los ojos al escuchar a Athena volver al escenario, mientras Trucy agradecía al público la ovación y despedía a Wright.

Se giró y pidió una segunda consumición. Cuando el abogado llegó, no le prestó atención, quería desaparecer. Obviamente, el show no seguiría eternamente, de hecho, Trucy ya estaba despidiéndose. Ella y Athena desaparecieron para cambiarse en bambalinas. El camarero le entregó un refresco, y Miles echó un buen trago.

—Eh… vaya truco. Me ha dejado a cuadros —Edgeworth no se giró, pero creía ver a Wright rascándose la nuca como cuando estaba nervioso.

—Nggh —gruñó el hombre, sin ganas de entablar conversación. Miró el reloj, pensando qué excusa podría poner a su mejor amigo para regresar a casa. Pero no podía hacerlo sin despedirse de Trucy, quien bajaría de bambalinas para saludarlo.

"¿Quién me manda venir a estos espectáculos? Esa niña un día sacará todos mis trapos sucios…"

—No puedo estar más orgulloso, aunque me preocupan la calidad de sus trucos —confesó Phoenix, ahora orientado también hacia la barra, imitando la postura del fiscal.

—Mis pensamientos exactos.

—Si me presento con ella en un juicio, la fiscalía podría tenerlo crudo.

—Ni se te ocurra —avisó Edgeworth, mirando por fin a la cara a ese hombre—, no tendrás tribunal para correr. Además de la demanda. El juzgado no es un circo, Wright.

—Todo vale para ganar, ese era tu lema cuando eras un fiscal perfecto, ¿no?

El rostro de Edgeworth se tornó sombrío.

—Eso cambió, ya lo sabes. No estoy interesado más que en revelar la verdad.

—Además de limpiar la fiscalía de corrupción. Eres todo un ejemplo —el fiscal se giró hacia el otro lado, subiéndose las gafas, incómodo.

Phoenix fue a añadir algo cuando las chicas vinieron totalmente emocionadas, cargadas con bolsas y petates.

—¡Papá! —Trucy se echó a los brazos de Phoenix—. ¡Ha sido un éxito! Muchas gracias por venir, señor Edgeworth.

El fiscal se giró, asintiendo.

El pequeño Widget habló sin permiso.

—¡Cuánta confusión en su corazón!

—Está impresionado todavía por mi truco de desaparición del móvil —sonrió Trucy.

—Ha sido lo mejor de la tarde —añadió Athena, juntando sus manos—. Eres increíble, Trucy.

—Y tú una gran ayudante.

—Siempre que no insistas en practicar conmigo la guillotina, podré seguir ayudándote en el futuro.

Las chicas estallaron en risas, era evidente su subidón de energía. La mayoría del público ya se había marchado, aunque varios asistentes se acercaron a ellas para pedirles autógrafos, entre ellas, Juniper Woods, amiga de Athena, visiblemente emocionada.

Phoenix contempló a su hija: con tan solo diecisiete años era una promesa en el mundo de la magia. Tenía sus propios espectáculos y ganaba dinero, siempre apoyada por productores y otros magos debido a la barrera de la edad.

—Lleva a las chicas a casa, Wright. Estarán cansadas y van muy cargadas —sugirió Edgeworth, aún con la mitad del refresco. No creía poder bebérselo rápidamente ahora.

—¿Eh? Teníamos pensado ir a cenar, Edgeworth.

Oh. Otra cena en grupo. Ya intuía quién iba a llevarles a todos.

—N-no me viene bien hoy. Ve con ellas. Nos vemos otro día.

Phoenix frunció el ceño, extrañado. Desde hace tiempo, siempre había insistido al fiscal a unirse a sus reuniones festivas posteriores a cualquier acontecimiento. Edgeworth había ido a algunas, se había ausentado en otras. Era obvio que estuviera ocupado, y Phoenix no sabía si podía seguir jugando a rogar sin ser evidente de cuánto gustaba estar en la compañía del fiscal.

Athena y Trucy, tras finalizar la firma de autógrafos y sacudidas de mano, se giraron hacia ellos.

—Señor Edgeworth, tenemos que pedirle un favor.

—¿Adónde? —preguntó el fiscal, entendiendo como pregunta "nos lleva por favor al restaurante X de comida rápida para celebrar".

Trucy arrugó el gesto.

—No se le da bien leer la mente, tal vez tenga que darle alguna clase —Athena rio fuerte—. Queríamos pedir que por favor lleve a papá a casa cuando acaben su charla. Athena y yo vamos a quedarnos en casa de Juniper esta noche.

Phoenix elevó las cejas, confuso.

—No sabía nada, Trucy. ¿Qué vais a hacer con esos bártulos?

—El padre de Juniper nos recoge.

Phoenix vio a Juniper asentir y alzar un móvil.

—Debe estar al llegar.

—Quedaos aquí hasta que venga —Phoenix arrastró a su hija un poco más cerca para susurrarle algo, pero la respuesta de Trucy pareció avergonzar al abogado, que la despidió con un—. Ya hablaremos de eso.

Así pues, en quince minutos, Jeremy Woods apareció en la puerta. Phoenix lo saludó, intercambiaron breves palabras y el bar se quedó tan silencioso como cuando no había nadie, salvo varios clientes en la barra, fiscal y abogado.


Edgeworth, ya sin consumición, trataba de esperar un poco más a que le bajara el efecto del primer gintonic para poder conducir, pero no tenía ninguna gana de enfrentarse a una charla con Wright, por lo que se excusó yendo al baño. Mirándose al espejo, sacó el móvil, hasta dar con la agenda de contactos. En lugar de Sr. Wright, ahora el listín lo identificaba como "obsesión inconfesable". ¿Era parte del truco, elegir aquel nombre? Miles Edgeworth era un hombre muy precavido, y siempre llevaba con él unos polvos de detección de huellas. Hacer el examen sobre el lavabo fue cosa de críos. Para compararla necesitaba ir a la comisaría.

Y aunque no fuera urgente, tenía una tremenda curiosidad.

Porque ya fuera Trucy o fuera Phoenix Wright, estaba claro que alguno de los dos era el culpable.

¿Y quién mejor que él para desenmascararlo?


CONTINUARÁ