En el tranvía, de camino al centro de la ciudad, Bella hizo lo posible por ignorar el murmullo de voces, pero le resultó imposible ignorar el encabezamiento del artículo en la portada del periódico que estaba leyendo el hombre que se hallaba sentado frente a ella:

El multimillonario italiano Edward Cullen en medio de una disputa de divorcio con su esposa in fiel.

Bella se vio presa de un ataque de culpabilidad mientras el hombre pasaba la página para leer el resto del artículo en la página tres. No necesitaba volver la cabeza para leerlo, sabía lo que estaba es crito allí. Durante los últimos dos meses, su vida privada había aparecido en todos los periódicos y revistas del país.

El hombre bajó el periódico, la miró y achicó los ojos con expresión desdeñosa.

Bella se bajó del tranvía cuatro paradas antes de la suya y recorrió andando el camino a las oficinas de Cullen Corporación, con vistas al fangoso meandro del río Yarra.

Llegó sintiéndose pegajosa e incómoda debido al extraordinariamente cálido día de primeros de octubre, sus oscuros cabellos eran una masa de ri zos húmedos alrededor de su rostro. Respiró pro fundamente antes de cruzar la entrada del edificio y acercarse a la recepcionista, de la que recibió una gélida mirada.

—No quiere verla, señora Cullen —la informó Bree con brusquedad—. Se me ha prohibido termi nantemente que le pase una llamada suya y que le permita el paso. Así que, si no se marcha de aquí in mediatamente, me veré forzada a llamar al guarda de seguridad,

—Por favor… tengo que verle —dijo Bella con de sesperación—. Es… urgente.

Los ojos azules de la recepcionista la miraron con incredulidad; pero tras unos momentos de ten sión, lanzó un suspiro y agarró el auricular del telé fono interior.

—Su… su esposa está aquí, quiere verle. Dice que es urgente.

Bella tragó saliva cuando la recepcionista colgó el teléfono.

—La verá cuando acabe de hablar por teléfono —le dijo la recepcionista poniéndose en pie—. Yo tengo que marcharme, el señor Cullen vendrá a buscarla cuando esté disponible.

Bella era consciente de que había cometido un acto que había matado el amor de él por ella.

Edward nunca la perdonaría.

¿Cómo iba a hacerlo, cuando ni siquiera ella po día perdonarse a sí misma?

Bella se sentó en un sofá de cuero que había en la recepción y observó las revistas que se hallaban en cima de la mesa de centro. Se le encogió el corazón al ver que todas mostraban en sus portadas el pe cado de ella. Agarró la que más cerca tenía; en la portada, había una foto de ella saliendo del edificio de apartamentos donde Jacob Black vivía la ma ñana después de…

—Hola, Bella.

La revista se le cayó de las manos al levantar la mirada y ver a Edward delante de ella. Se agachó para recogerla, pero él la pisó.

—Déjala ahí.

Bella se puso en pie. Se sentía completamente fuera de lugar, vulgar en presencia de él. No había tenido tiempo de cambiarse después de su trabajo en el estudio y sintió la oscura mirada de él fija en ella. Debía de estar pensando que iba vestida así a propó sito, con el fin de enfadarle.

—Supongo que eso tan urgente de lo que quieres hablar conmigo se refiere a tu hermano y a mi so brino —dijo él—. Acabo de hablar con el jefe de estu dios del colegio, que me ha contado lo que está pa sando.

—Sí. No sabía que hubiera llegado tan lejos. Creía que eran buenos amigos, a pesar de… lo que ha pa sado.

Edward juntó sus oscuras cejas.

— ¿Cómo no se te ha ocurrido pensar que tu com portamiento afectaría a mi sobrino y a tu propio her mano? —Preguntó él con incredulidad—. Tu aventura amorosa con Jacob Black me ha puesto en vergüenza, a mí y a mi familia. Yo puedo perdonar mu chas cosas, pero no ésa.

—Lo sé… y lo siento —respondió ella controlando las lágrimas.

—No te molestes en disculparte —dijo él—. No voy a perdonarte y no te voy a dar ni un céntimo de dinero.

—Yo no quiero…

—Olvídalo, Bella —dijo él, interrumpiéndola—. En estos momentos, tenemos que hablar del asunto de los chicos como dos personas adultas y racionales; aunque, por supuesto, soy consciente de tus limita ciones en ese sentido.

—No puedes evitar humillarme, ¿verdad? —dijo ella—. Tienes que aprovechar todas y cada una de las oportunidades que se te presentan de hacerlo.

—No es momento para hablar de mi comporta miento, Bella, ni siquiera del tuyo —dijo él en tono implacable—. Hay peligro de que expulsen a uno de los chicos, quizá a los dos. Eso es lo que tenemos que discutir, nada más.

Bella se avergonzó de su comentario.

—Está bien —dijo ella bajando la mirada—. Hable mos de ello.

—Ven a mi oficina —dijo Edward—. El café se está haciendo.

Ella le siguió por el amplio pasillo, el fragante aroma la conducía como un imán. No había desayu nado ni había almorzado y, después de la llamada de su madre para informarle de los problemas de Anthony en el colegio, no había tenido tiempo de comer un tentempié antes de la cena. Estaba algo mareada, pero tenía la impresión de que no era por falta de alimentos. Estar en presencia de Edward la hacía sentirse desesperadamente vulnerable.

— ¿Sigues tomándolo con leche y tres cucharadas de azúcar? —preguntó él delante de la cafetera.

— ¿Tienes sacarina? —preguntó ella.

Edward se volvió para mirarla con expresión in quisitiva.

—No estás a dieta, ¿verdad?

—No del todo.

—Mi secretaria tiene sacarina en la sala del perso nal. Iré a por ella, enseguida vuelvo.

Bella respiró profundamente cuando él salió del despacho, y se sentó en uno de los sillones de cuero delante del escritorio. Al instante, sus ojos se posa ron en una fotografía enmarcada que había encima del escritorio; despacio, le dio la vuelta.

Casi le dolió físicamente el amor que él le había profesado el día de su boda. Sus ojos brillaban y su sonrisa era tierna.

—La conservo para no olvidar lo que puede ocu rrir cuando uno se casa precipitadamente —dijo él entrando en la estancia.

Bella dio la vuelta a la foto y se encontró con la oscura mirada de Edward.

—Suponía que no la tienes aquí por motivos senti mentales —dijo ella—. ¿Vas a quemarla en un ritual o simplemente la vas a tirar a la basura cuando nos den el divorcio?

Edward le dio el café, sus dedos rozaron los su yos.

—Me alegro de que hayas sacado la conversación —dijo él con una enigmática mirada.

Bella dejó el café en el escritorio.

—Creía que íbamos a hablar de Anthony y Emmet, no de nuestro divorcio.

Edward se sentó detrás de la mesa sin dejar de mirarla ni un segundo.

—He retirado mi petición de divorcio.

— ¿Qué? —Bella abrió mucho los ojos.

Edward le dedicó una fría sonrisa.

—No te emociones, Bella. No estoy interesado en volver contigo permanentemente.

—No se me ha pasado por la cabeza.

—Sin embargo, creo que deberíamos suspender el proceso de divorcio temporalmente con el fin de que tu hermano y mi sobrino piensen que nos hemos reconciliado.