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Gira y cada movimiento es poesía que envuelve mundos
y entre melodías sus piruetas dibujan
en el aire sus sueños y metas ,
se recrea en saltos que
quieren tocar el cielo ,
se suspenden deteniendo
en el espacio al tiempo
es la prosa y el verso
que se escribe de puntillas
generando sensaciones
son estrellas
o ramilletes de flores
ángeles,hadas o mariposas
plumas sinuosas que vuelan
danzan al son de la música
perpetuando en segundos
alegrías,dulces caricias
quebrantos,utopías
es lenguaje
es pasión
arte."
-Adela.
Un, dos, tres. Un, dos , dos, tres, developé, pirouette. Concentrarse, con-cen-trar-se. Recordar la coreografía. Ignorar el leve pinchazo que resintió en el dedo gordo de su pie izquierdo, producto de tal vez una herida en este. Que por su mente no pasara ningún gesto de disgusto que hiciera notar el malestar en sus falanges producido por soportar su peso pluma sobre las macizas puntas. De sus hombros no se desplegaba brazos, si no unas preciosas y delicadas alas que danzaban al compás de su cuerpo, guiadas por la música con toda la delicadeza que pudiera caber en ella. Barbilla y pecho en alto, vientre apretado, respirar profundo y contener. Uno, dos, tres, cuatro.
Sus dientes tomaron su labio, gesto adquirido con años de errores. Podía imaginarse los abucheos de unos invisibles espectadores frente a su tambaleo, a su incapacidad de cumplir más de cinco fouettés sin lucir como su tío ebrio luego de Navidad. De repente ya no tuvo alas, si no torpes brazos que trataban de recuperar su equilibrio. De repente su peso pluma se transformó en mil kilos que la llevaron a dar su huesuda rodilla contra el piso de madera. Y de repente el ambiente ya no se llenaba de los suaves acordes de Tchaikovsky, si no de los quejidos de su profesora.
—Non, petit cygne.—La imponente voz de Madame Dumont rebotó en las acústicas paredes del teatro, y las escuchó como si la mujer gritara por un megáfono en su oído. Timidamentr escondió avergonzada el rostro tras su flequillo en lo que la mayor se acercaba al escenario desplazándose con la elegancia de una reina, algo que tal vez nunca conseguiría. Hasta se preguntó si en vez de caminar, flotaba.
—Si no mantienes la cabeza al frente, nunca lograrás una serie de fouettés completa, Agatha. El equilibrio es lo más importante para una bailarina.
Madame Dufort flotó sobre la escalera, desplazándose hasta alcanzarla y opacar su triste metro cincuentaycuatro con el casi metro ochenta de origen soviético-francés. Y como si se tratara de su nieta, acunó su moreno rostro entre sus manos blancas. Su piel besada por el sol de su Grecia natal siempre contrastaba entre tanta gente de palidez espectral. Intentó no fruncir el entrecejo ante el error de su nombre, a poco de convencerse que ni tras seis años aprendería que sus padres le habían llamado Agasha. A-ga...sha.
—Si no te concentras nunca serás un cygne parfaite, seguirás siendo otro ganso más ¿Je comprends?
—Comprendo, Madame.
Y esa fue la sencilla respuesta otorgada en tono bajito, buscando evitar que las aves de rapiña a las que llamaba compañeras escucharan su asustada voz. No necesitaba rusas estiradas riéndose de su debilidad. La segunda persona regresó con su retintín al asiento que ocupaba anteriormente ¿Sería Madame Dufort un alien?
Su cuerpo se puso tenso como una cuerda en el espacio en que la música comenzaba. Si Serinsa no le hubiera enseñado aquellos ejercicios de respiración, Agasha no existiría más, evaporándose por la galaxia como polvo estelar. Causa de muerte, nerviosismo extremo por unos ojos cobalto inspeccionándola con tanta atención que le hizo sentirse una rara de laboratorio.
La música inició y su mente viajó a planes astrales distintos, a otra galaxia. Al mundo en que los niños bailaban ballet vestidos de animales del bosque, a orillas de un encantador y resplandeciente lago y en el que ella tenía alas. De nuevo, sus brazos se volvieron alas y toda torpeza hizo metamorfosis a la delicadeza que sólo salía a relucir con las notas de ese señor de apellido que estaba de más pronunciar.
Albafica inspeccionó minuciosamente su coreografía, hasta el mínimo detalle. Aún no relucía la limpieza que tanto buscaba, comparable al blanco de las plumas de un cisne maduro. Peeeeero, no pudo hacerse el idiota ante la pureza e inocencia que emanaba con cada gesto, como si su cuerpo se hubiera desvanecido y el alma danzara por ella. Tenía la misma sensación que cuando escuchas a un niño de la calle contar su triste vida.
Hasta podía formar una película con las escenas que su cabeza se negaba a olvidar, recordándole una y otra vez por qué una niña de dieciséis años estaba a la cabeza del proyecto más importante en su vida. Albafica no era conocido por actuar de manera espontánea, siempre tenía un plan, una estrategia. Su plan de elegir como bailarina principal a la mejor de ellas y que menos ojitos le hiciera se fue a la borda cuando la menor del grupo entró al salón, calzó sus zapatillas e inició sus estiramientos ignorando su presencia por completo. No fue hasta que descubrió que ahí sobraba alguien con un cromosoma distinto al femenino que se volvió, y miró al peliazul como si una segunda cabeza de dragón saliera de su cuello.
La quiso. Y su madre se negó, quejándose ante tan dantesco error de escoger a la más pequeña y una de las menos experimentadas para ser Odette ¡Qué sabía esa mujer sobre lo que él buscaba!
Si le preguntaran sobre Agasha de inmediato pensaría en el patito feo trancisionando a cisne. No porque fuera fea, si no por la forma lenta en la que evolucionaba, siempre para bien.
Su ensimismamiento fue roto con las palmas de su mano, golpeándose entre sí de la forma en que lo hacía cuando era un niño y comenzaba a dar sus primeros pasitos en la danza. Y Agasha resplandecía de la misma forma que él al lograr sus cometidos.
