¡Hola! Ésta vez vengo a reeditarles éste pequeño, pues, one-shot.
Agradezco a las personas que se tomaron su tiempo de dejarme un review, de verdad que me ha encantado leer sus opiniones, así que para las nuevas personitas, no sean tímidos y también comenten. ¡Porfis!
Aclaraciones: Digimon ni ninguno de sus personajes me pertenecen, todo es propiedad de Bandai y Akiyoshi Hongo. Yo sólo los tomo por mero amor al arte y sin ningún fin lucrativo. Gracias.
Reviews Please!
No sé, ¿quieres brindar?
Taichi Yagami observó a sus dos mejores amigos salir de la Iglesia tomados de la mano, rodeados por una multitud de personas que los felicitaban y que luego los bañaban con una lluvia de arroces. Fijamente los escrutó a la distancia, Yamato y Sora se veían muy felices, casi radiantes. Un pequeño nudo se le formó en la garganta mientras se quedaba rezagado en las primeras bancas del templo, algunos minutos después una pequeño mano lo palmeó en el hombro, obligándolo a que reaccionara.
—Tenemos que irnos Tai —le dijeron.
Él volteó lentamente topándose con la mirada un poco ensombrecida de su amiga Mimi.
—Claro —respondió sin ánimos.
Afuera de la Iglesia Hikari se encargaba de fotografiar a la feliz pareja, familia y amigos de estos. Inmediatamente al verlos salir del templo Sora se acercó a ambos, llamando también con un movimiento de mano a la menor de los Yagami.
—Hikari, sácame una foto con Tai y con Mimi —le pidió sonriente.
Los dos apenas si se miraron de reojo, colocándose a los costados de la pelirroja con una brillante sonrisa. Pocos segundos después el flash saliente de la cámara digital les indicó que la imagen se había guardado satisfactoriamente en la memoria extraíble. Mientras un poco más alejado de donde estaban Yamato también los miró, acercándoseles luego para pedirles el mismo procedimiento.
Rápidamente la garganta del castaño se volvió un desierto por completo, apenas dejándolo hablar con fingida normalidad.
—Felicidades, esposos —dijo un tanto avergonzado.
—¿Apenas nos felicitas? —se rió el rubio incrédulo—, de verdad eres un mal amigo.
—Yamato, recuerda que es Tai de quien hablamos —secundó Sora riendo.
Después de que la pareja terminara de reír a gusto a costa de su amigo, rápidamente se dirigieron hacia el auto que los llevaría a la recepción de su boda. Poco a poco los demás invitados se retiraron también, dejando la Iglesia completamente desolada.
—Vámonos, Tai —volvió a decirle Mimi parada a su lado.
—No, no voy a ir.
La castaña estuvo tentada a hacer la pregunta caótica pero a ésas alturas ya quedaba de sobra. Sus pequeños pulmones se llenaron con el aire suficiente al tiempo que en su cabeza escogía las mejores palabras para decirle a su amigo.
—Debes de ir —replicó con voz suave—, sino Sora y Yamato se resentirán.
—¿Tienes alguna idea de cómo me siento? —preguntó él con tono molesto—. Ya te dije que no voy a ir.
Los ojos de la castaña inmediatamente se volvieron un poco acuosos, alarmando por completo a Taichi, pero contrario a lo que él esperaba ella supo aguantar bien el llanto.
—Sí tengo una idea de cómo te sientes —lo encaró con voz firme—, por eso sé que tienes que ir.
Sin darle tiempo a más replicas Mimi lo tomó de la mano, jalándolo hasta donde estaba su auto estacionado, Yagami soltó un largo suspiro mientras se subía resignado al asiento del conductor. La castaña por su parte permaneció de pie del otro lado aguardando en silencio.
—No te vas a quedar ahí parada, ¿o sí? —preguntó él con una mirada escéptica—. Súbete.
Ella simplemente obedeció subiendo en el asiento de al lado.
El trayecto hacia la recepción iba en completo silencio, lo que resultaba extraño considerado que se trataba de esos dos. En un semáforo en rojo Taichi aprovechó para voltear, notando a su amiga con la cabeza gacha y el cabello ocultándole el rostro. Eso bastó para preocuparlo.
—¿Te sientes bien? —le preguntó.
—No es nada importante —respondió bajito.
—¿Entonces qué es?
—Es sólo… es que es… no, no es nada —balbuceó.
—¿Tu novio te dejó? —preguntó al tanteo.
—No es eso —negó meneando la cabeza—, ni siquiera tenía un novio, para empezar.
—¿Entonces qué rayos te pasa? —volvió a preguntar sintiéndose un poco más frustrado.
—La persona que me gusta… se acaba de casar —dijo comenzando a soltar lagrimones—, con mi mejor amiga…
Tai enmudeció luego de escucharla, orillándose poco después de oír la silbadera de los demás autos detrás del suyo. Lentamente volvió a verla, Mimi lloraba ocultando su rostro entre sus manos.
—Mimi, acaso… ¿te gustaba Yamato? —inquirió pasando saliva.
—Sí, mucho —respondió hipando—, igual que tú con Sora.
—¿Y si tanto te duele por qué vas?
—Porque Sora es mi amiga y se pondrá triste sino me ve.
Yagami agachó la cabeza poco a poco clavando la mirada en el asiento, quizá… no, seguramente ella tenía toda la razón. Él era amigo de Sora y Yamato, él también debía estar con ellos, aunque le doliera en el alma.
—Está bien, te entiendo —le sonrió de manera comprensiva—. Anda, deja de llorar —le pidió apartándole tiernamente las lágrimas.
—Tú también, Tai —respondió ella quitándole un par de gotas que apenas se querían asomar por sus ojos.
La mano del moreno se posó encima de la mano pequeña de la castaña, apretándola con cierta sutileza extraña en él.
—Apurémonos, no queremos hacerlos esperar —susurró.
O-o-O
En el jardín donde se celebraba la fiesta Sora cachó a Tai que caminaba desorientado buscando la mesa de Hikari. Rápidamente frunció el ceño acercándosele a grandes zancadas para regañarlo, él sólo metió las manos en los bolsillos del pantalón y aguantó con la cabeza gacha como si fuera un niño que estaba a punto de ser castigado por su mamá.
—Y encima tampoco he visto a Mimi —finalizó la pelirroja suspirando.
—Debe andar por ahí —respondió él desinteresado—. Yo mismo la traje.
Sora pestañeó un poco extrañada por la aclaración de su amiga.
—Entonces iré a echar un vistazo —dijo dándose la vuelta.
—Suerte —le sonrió él.
Taichi suspiró cansinamente, volviendo a caminar mientras continuaba su búsqueda de la mesa en la que Hikari y los demás seguramente estarían juntos. Ésa larva de Daisuke… más le valía no aprovechar su ausencia para intentar algo con su pequeña hermana… aunque probablemente Takeru lo haría repelar antes.
—¡Oye Tai! —gritaron. El inmediatamente detuvo sus pasos buscando con la mirada a la dueña de la voz.
—Mimi.
—No sé… —balbuceó un poco apenada—, ¿quieres brindar? —le preguntó entregándole una copa.
—¿Y a qué dedicamos el brindis? —sonrió extrañado.
—Por los recién casados —propuso.
—Por supuesto —asintió él un poco animado—. Y por los corazones rotos también —añadió divertido.
Mimi le dedicó una dulce sonrisa mientras asentía con un pequeño sonrojo en las mejillas.
—Salud.
