Relato basado en un juego de RPG titulado "Festival de Dionisio" cuyas escenas quedaron incompletas. El punto de vista de Hilda es enteramente de mi invención, el resto del texto es una adaptación a lo escrito y a las ideas que originalmente surgieron de los usuarios que llevaban a los demás personajes, en particular las de mis queridas amigas, Laura Suky (Shaka) y Katt (Hera/Dionisio).

Este cuento describe una situación hipotética y la acción gira en torno principalmente a los personajes nombrados. Aparecen también varios otros personajes que no han salido aún en la serie animada ni en el manga.

Disclaimer: los personajes de Saint Seiya pertenecen a Masami Kurumada y Toei Animation. Historia escrita sin ánimo de lucro.

Capítulo 1

La fiesta estaba celebrándose en la arboleda de Simila, cerca del monte Aventino. Todos los caballeros, guerreros, generales marinos, dioses y demás integrantes tanto del panteón griego como del nórdico habían sido invitados por Dionisio, el dios del vino. Dionisio quería que todos los presentes pasaran un buen rato, que pudieran dar rienda suelta a sus pasiones e intentaran hacer realidad sus más recónditas fantasias.

Ya tan sólo quedaba saber si caerían en las tentaciones ofrecidas por su anfitrión y si lo hicieran, ¿hasta qué punto llegarían?

El dios del vino estaba sentado en su trono de oro rodeado de sus sirvientes y sostenía un racimo de uvas en su mano derecha mientras daba la bienvenida a sus invitados con una divertida sonrisa dibujada en su hermoso y andrógino rostro.
Cada invitado era recibido con una copa de oro cargada del más delicioso y extasiante vino dulce para empezar aquella antigua tradición.
Sus ojos no perdían detalle de quienes estaban allí presentes mientras que sus sirvientes se encargaban de cargar jarras cargadas del delicioso producto de la vid mezclado con la miel de los dioses y rellenaban las copas de los invitados que lo solicitaran. Ambos productos eran verdaderas delicias capaces de causar el mayor placer a cualquier dios o mortal que se aventurara a probarlos.

Varias doncellas repartían coronas de laurel y de flores y antes de que llegaran los invitados se habían dispuesto centros de mesa elaborados con flores del más delicioso perfume. Otros encendían velas aromáticas y aceites en las alturas del templo que entre los cortinajes de seda respladecían dando un toque de privacidad y sensualidad aún mayor.

La primera invitada en llegar fue la diosa Hera, quien sonrió al recordar otra ocasión en la que el dios más joven la había invitado a una de sus fiestas. La reina olímpica quedó de nuevo impresionada al ver las molestias que el anfitrión se había tomado para que esta velada fuera inolvidable gracias a su buen gusto en cada detalle y la exquisita sensualidad latente en el lugar.

Sonrió complacida cuando un fauno le entregó una copa de oro que contenía el rojizo vino de tan embriagante aroma que Dionisio fabricaba.
Se fue directa a él y besó suavemente su mejilla a modo de saludo. Coquetamente colocó sobre su cabello una cascada de hermosas florecillas y Dionisio, como buen anfitrión, ordenó que los músicos comenzaran a tocar una exquisita melodía en honor a la bella diosa. Unos sátiros se les acercaron ofreciéndoles una botella cargada de dulce aceite aromático que ambos recibieron con una sonrisa, en anticipación a los placeres que la noche estaba a punto de ofrecerles.

Quizás a muchos les extrañaría la presencia de Hera en este lugar pues durante varios milenios había sido fiel a Zeus a pesar de no haberse visto correspondida de la misma forma. Sin embargo, desde hacía mucho tiempo a nadie parecía importarle un ardite el que se mantuviera fiel a un dios tan mujeriego y ese fue el motivo principal por el que la diosa decidió que había soportado bastantes humillaciones y que finalmente, decidiera pagarle con la misma moneda. Eso sí, al contrario que Zeus, se comportaba muy discretamente y siempre procuraba que sus interludios ocurrieran cuando andaba ocupado en alguna escapada de tipo amoroso. Por lo tanto, con su marido fuera de escena, esta fiesta le ofrecía numerosas posibilidades y una excusa perfecta.

Hera se despidió momentáneamente de Dionisio y tomó su lugar en un diván cercano desde el cual tendría una vista magnífica de todo lo que estaba a punto de suceder.

Uno de los primeros mortales en presentarse a tan variopinta reunión fue Shaka de Virgo, el guardián de la sexta casa del Santuario de Atena. Su presencia allí tambien constituía una gran sorpresa pues normalmente pasaba su tiempo guardando la casa que le correspondía por su signo o meditando solo o con sus pupilos en el Jardín de los Sales Gemelos. No obstante, Shaka sabía que si rechazaba venir sin tener una buena excusa, se arriesgaba a ofender no sólo a Dionisio, sino a las demás deidades allí presentes. Todos sabían quien era este caballero y eran conocedores de su enorme poder, por lo cual siempre les había producido curiosidad el encontrarse frente a frente con un mortal tan excepcional y, ¿para qué negarlo?, aparte de sus habilidades a más de un dios o diosa no les pasaba desapercibida la gran belleza física de la que este hombre era poseedor.

Shaka no deseaba correr el riesgo de antagonizar ni a deidad ni a mortal y no porque temiera por su propia vida, sino porque ello repercutiría en la diosa a la que servía y ya bastantes problemas habían tenido hasta entonces en el Santuario. Aunque se tratara de una ocasión informal, como el fiel guardián que era, decidió asistir a la fiesta ataviado con su armadura en vez de simplemente con ropajes normales o su túnica de meditación y siguiendo su costumbre, sus enigmáticos ojos azules permanecían ocultos bajo sus párpados.

Nada más llegar, tomó una copa de delicioso vino de manos de un sátiro y aceptó gustoso las flores que unas doncellas le ofrecieron, tras lo cual se dirigió al anfitrión para agradecerle su invitación. Dionisio le devolvió el saludo, le instó a que disfrutara de la fiesta y se disculpó pues debía atender al resto de invitados que estaban llegando, entre los cuales se encontraban otro caballero de oro y uno de los guerreros de Asgard.

Unos segundos después, la atención del caballero rubio se centró en la bella reina olímpica, cuya presencia sintió al llegar.

—Diosa Hera, no esperaba verla— le saludó educadamente elevando su copa con la suya mas sin beber de ésta.

—Ni yo esperaba ver al caballero de Virgo y mucho menos en este lugar— respondió ella sonriendo tras haber escuchado sus palabras. También pensó, algo maliciosamente, que sería interesante el ver durante el curso de la fiesta si en verdad el epíteto de "hombre más cercano a los dioses" era merecido o no—. Veo que tus compañeros han comenzado a llegar, así que no te retendre más.

Le sonrió con cortesía y luego de hacer un ademán gentil con su copa regresó a su diván, desde donde miraba a los que estaban llegando y su atención se centró en alguien que le llamó poderosamente la atención: una joven valquiria y eso la hizo recordar a su hermano Poseidón. Hera suspiró profundamente y casi con alivio de que aquel capítulo de la vida el dios de los mares hubiese terminando, ¡fue algo tan bochornoso!... no obstante, ese no era el momento para pensar en agua pasada.

Acarició con cuidado los rizos del fauno que estaba junto a ella y continuó disfrutando de la música, alejada un poco de los mortales al igual que Dionisio, para marcar su lugar como divinidad.

Mu, que acababa de llegar, se fue a saludar al anfitrión. Al igual que su compañero de armas, se presentó a la fiesta para no ofender a los dioses y porque pensó que seguramente el resto de sus compañeros lo harían también. Se sintió casi embriagado por la majestuosidad del lugar y su sensualidad, tanto, que estuvo a punto de rechazar una copa de aromático vino que le ofreció uno de los sátiros más juguetones, sin embargo, terminó aceptándola junto con un ramito de flores y un aceite de aroma afrodisíaco.
Suspiró y dio un vistazo a lo largo del lugar hasta que se fijó que la persona con la cual entablaba conversación Shaka, nada más y nada menos que la diosa Hera, lo cual le pareció de lo más curioso.

Algo más tarde vio a una hermosa mujer de largos cabellos plateados ataviada de forma un tanto exótica para aquel lugar, para quien fue una verdadera sorpresa el que se le permitiera aceptar una invitación de este calibre. No obstante, por motivos que sólo a él concernían, Odín decidió hacer una excepción y pidió a Hilda que fuera en su lugar pero sin darle explicación alguna acerca de este tema, lo cual le resultó muy curioso. Una vez que se hubo marchado su señor, comenzó a barajar todas las probabilidades y creyó que la más acertada era que el padre de los dioses del norte siempre se ha limitado a consumir hidromiel, que al rechazar todo tipo de alimentos y ofrecerlos a los lobos que siempre le acompanaban por doquier quizás ofendería a los dioses griegos.

Gracias a los conocimientos del seid que el dios le transmitió antes de que partieran a la arboleda de Simila, Hilda invocó a la diosa Freya para que alguna de sus valquirias tomaran su lugar durante el ritual y con las formalidades ya completadas, partió hacia la fiesta.

No tardó mucho en llegar allí montada sobre la grupa de Sleipnir y tan pronto como puso los pies en el suelo, uno de los sirvientes del anfitrión le ofreció una copa del brebaje por el que su señor siempre ha sido tan famoso. Notó el delicioso aroma que emanaba y ciertamente, su calidad debía ser exquisita pero antes de catarlo, Hilda preferió observar los alrededores ya que también sentía una muy fuerte curiosidad por saber quién más había sido invitado.

Vio que entre los invitados había una bellísima mujer de largos cabellos rojos poseedora de una cosmoenergía poderosísima, de quien no creía que se tratara de una mortal; varios hombres jóvenes, entre los que estaban un chico de cabellos cortos y oscuros y otro de largos cabellos rubios vestido con una armadura dorada que le llamó poderosamente la atención.

¿Es éste chico uno de los afamados caballeros de oro de Atena? pensó Hilda.

Al desviar momentáneamente la mirada del joven rubio, pues hubiera sido de muy mala educación el seguir mirándolo tan fijamente, notó que otro de cabellos largos y lilas estaba algo oculto de las miradas de los demás, pero cuando se llevó la mayor sorpresa de su vida fue cuando vio a uno de los hijos de Odín: Mime de Benetnasch. Por un momento le enfureció el verlo puesto que recordaba nítidamente la última escenita que tuvieron en palacio. Tuvieron una discusión fortísima en la que salio a relucir el tema del anillo de los nibelungos y descubrió que algunos de los dioses guerreros la veían como incapaz de llevar a cabo las labores encomendadas por Odín.

El mero pensar en la época en que llevaba incrustado el anillo de los nibelungos le producía un terrible dolor que llevaría a cuestas de por vida y que desde entonces había tratado de hacer enmienda por su terrible comportamiento, no era suficiente para algunos guerreros divinos. Ni Mime ni Alberich le habían perdonado lo ocurrido, a pesar de que este último presenció el momento en el que se vio en apuros y ni tan siquiera se molestó en avisar a los demás. No obstante, la joven se recompuso rápidamente y aunque ésta fuera una ocasión informal su conducta reflejaría la del panteón nórdico, por lo tanto, disipó aquellos negros pensamientos, sonrió algo maliciosamente y no se puso a su vista justo entonces.

Quizás Mime se daría cuenta por sí mismo de que estaba allí o quizás no, pero por ahora, a Hilda le divertía observar a todo el variopinto grupo que se había formado, además de que las normas de cortesía demandaban que primero fuera a saludar al anfitrión.
—Señor Dionisio, en nombre de Odín os agradezco enormente vuestra invitación.

Tras un breve intercambio de palabras con el dios, la joven se apartó de él, algo indecisa sobre a quién más dirigirse.

—Es un gusto conocerla, señorita Hilda— oyó decir la joven.

Hilda se volvió para ver de quién se trataba pues aquella voz le era desconocida y cuando lo tuvo de frente, su primera impresión fue una muy favorable pues este caballero evidentemente no descuidaba sus deberes hacia la deidad que servía. Nunca lo había visto antes, pero las trazas de cosmoenergía tenían algo familiar, al igual que el diseño de su armadura, la cual era completamente dorada y poseía una hermosa piedra roja. Era muy diferente a las de los guerreros divinos pero igualmente llamativa.

Recordó que hacía ya algún tiempo, cuando Syd estuvo en el Santuario atacó a un hombretón que también vestía una armadura completamente dorada, pero aquella tenía una forma completamente diferente pues aquel hombre era mucho más fornido, más alto y su casco tenía un cuerno a un lado.

El muchacho tenía una copa de vino en la mano y sus ojos estaban cerrados. Aquello le pareció un tanto peculiar pero creyó que tal vez fuera ciego o tuviera algún impedimento visual. Aunque era improbable que fuera un problema muy grave, de hecho, varios de sus dioses estaban permanentemente lisiados: Odín era tuerto pues tuvo que dar un ojo a cambio de poseer el don de la profecía; Thyr, el dios de la guerra, era manco porque para poder controlar al lobo Fenris tuvo que poner la mano en su boca y el animal, que era hijo de Loki, se la mordió arrancándosela de cuajo y Holmdur, el hermano gemelo de Baldur, era ciego.

La joven sacerdotisa sonrió al oír aquel cortés saludo y al tener la oportunidad de observar más de cerca las facciones de aquel hombre.
—El placer es mío. Aunque yo estoy en desventaja puesto que no conozco su nombre, ¿estoy acaso en presencia de uno de los caballeros atenienses?

Shaka la observó atentamente mientras aquella mujer lo miraba con interés. Se dio cuenta que Hilda se fijó principalmente en sus ojos e intuyó por pasadas experiencias el motivo: la mayoría de la gente tendía a pensar que era ciego por llevar siempre los ojos cerrados.
—Discúlpeme —dijo mientras descubría sus pupilas—. En efecto, señora, soy un caballero de Atena. Permítame presentarme, mi nombre es Shaka y soy el guardián de la sexta casa.

Hilda se llevó la mayor sorpresa de su vida cuando abrió sus parpados y dejó al descubierto los más bellos irises azules que jamás había visto. Se sintió algo avergonzada, no por pensar inicialmente que el chico fuera ciego sino más bien porque quizás lo había estado observando demasiado fijamente.
Hilda pensó que era una verdadera lástima que normalmente los tuviera cerrados pues el chico, ¿para qué negarlo?, le parecía guapísimo.

—No tiene porque disculparse, Shaka —le dijo en tono pausado— de hecho, quien debería hacerlo soy yo por haber hecho una suposición incorrecta.

No le preguntó por qué lo hacía, supuso que debía ser simplemente una costumbre suya o tal vez una de sus técnicas de combate y aunque únicamente fue por un instante muy efímero, se dio cuenta de que la cosmoenergía de Shaka era muchísimo más poderosa de lo que aparentaba ser. Otro detalle que había despertado su interés era el que un muchacho de aspecto europeo, que no se hubiera visto fuera de lugar entre los guerreros vikingos, tuviera un nombre oriental.

Aunque era cierto que podía haber invocado a Hugin y Munin o haber hecho uso de sus conocimientos del seid para averiguar lo que necesitaba saber, aquel no le pareció el momento mas oportuno para hacer algo así, ya que se suponía que estaban en una fiesta y debían respetarse las treguas existentes, sin cometer acciones que tal vez pudieran ser interpretadas como un acto de agresión. No obstante, Hilda maldijo internamente su ignorancia con respecto a los caballeros de mayor élite de Atena pues a los únicos que hasta entonces había visto en persona eran los cinco de bronce que lucharon contra los guerreros divinos y según supo después también vinieron con ellos dos jóvenes guerreras, cuyos rostros permanecían ocultos tras una máscara en todo momento y un niño pelirrojo.