No estoy muerta sólo muy ocupada. Tal vez alguien recuerde dos fics con la misma temática que había escrito con anterioridad y sólo tengo que decir que después de tanto buscar una manera pude revivirlos… con ustedes: Souichi-neko y Mori-inu(?) Espero que sea de su agrado y prometo que esta vez me calmaré con las lágrimas. Si gustan dejar un comentario es bien recibido.
Capítulo 1: Bienvenido a casa
Una mañana de peculiar y cálido resplandor llegué a esta casa en Nagoya, Japón. Mi ama, una dulce mujer en sus veintes, me encontró en una caja cuando entre prisas se dirigía a su trabajo. Ella siempre ha sido atolondrada por lo que tropezó con la caja dónde yacía haciéndome daño. Maullé con dos gotas gruesas por el frío y hambre, me sostuvo entre sus manos, me sonrió de una peculiar manera, totalmente indescriptible y me arrulló. Acarició mi barbilla por primera vez y ronroneé involuntariamente. En aquel tiempo no era más que un cachorrito inseguro y temeroso, claro que con el tiempo me he vuelto un inteligente y ágil minino. Y no es por ser pretencioso pero soy su consentido; al ser su única mascota es lógico ser su favorito y recibir toda su atención al terminar el día. Debo de admitir que le he tomado cariño a esta humana.
De mi pasado y mi progenitora recuerdo muy poco. Sé, o más bien intuyó, que nos abandonaron en el mismo cartón de mandarinas. Vagamente viene a mi memoria la sensación de mover mis patitas y alimentarme de ella. Hubo otros como yo pero al final quedamos sólo nosotros dos. Al cerrar mis tiernos ojos puedo transportarme a esa penumbra acogedora, esa falta de luz era un deleite y mamá era cálida, lo fue hasta cierto punto. En los días de lluvia el agua se filtraba y yo me escondía en su pelaje. Ella me bañaba todos los días, me protegía y velaba mis sueños. Con ella descubrí el verdadero amor. Pero tuve la desgracia de conocer lo finito, lo efímero y la desgracia. Un día dejé de percibir su calor, tan simple como eso, se desvaneció igual que si alguien soplara la vela que determinaba su existencia y dejó un bulto corpulento atrás.
Mi nueva madre humana no me baña, sin importar cuánto la amase de su piel no brota leche y tampoco habla el mismo lenguaje, no es muy inteligente y en ocasiones me hace enfurecer pero me gusta este lugar. En comparación a mi vieja caja de mandarinas la suya es inmensa por lo que hay más terreno bajo mi dominio; a ella no le molesta cederme su parte y normalmente está dispuesta a desfilar su ropa con mis pelitos y perfumar las yemas de sus dedos con mi fragancia. Debo admitir que soy un gatito muy feliz, este raro y pequeño mundo es suficiente para una larga vida de quietud y plenitud. O eso creía.
― ¡Souichi! Souichi… ― Me llamó en un tono que no me convencía. ― Ven, tengo una sorpresa para ti.
Bajé las escaleras con la elegancia que me caracterizaba; con la frente siempre en alto, una expresión dulce y un brillo sombrío que indicaba lo preparado que estaba para atacar. Me dirigí a la estancia pero mi pasó fue interrumpido por una puerta cerrada. La rasqué superficialmente y maullé quedito; como si hubiera un bebé en casa y evitara despertarlo.
― Mira lo que encontré al regresar del trabajo. ― Dijo entreabriendo la puerta e invitándome a escudriñar al ser que se encontraba cohibido del otro lado. ― ¿No es lindo?
«¿Lindo? ¿¡Lindo!? ¿Esa cosa horrorosa?» pensé alarmado. Traté de centrarme y no rechazar su iniciativa… sólo por 5 segundos. Aquel peludito detrás respiraba de forma anormal, jadeando y sacando la lengua. Sus ojos eran moderadamente grandes pero dada su proporción, y debía confesar, se veía adorable. Comenzó a olfatear, moviendo su nariz cual cazador hibernal, y luego produjo un sonido que desquició mis oídos. Ese sonido que llegaba como las olas del mar, chocaba y rompía todo a su paso, hizo que lo odiará en un siéntanme. «¡Él no es más lindo que yo!» concluí, «¡Sólo es tremendamente ruidoso!» agregué.
Enfurecí con desmedida. Mi expresión se transformó repentinamente alzando mi nariz y labios superiores, frunciendo mi ceño y gruñendo. Ataqué la puerta arañándola con tremenda velocidad. Bufé indicándole al cachorro que se alejara de mi dueña, ella era de mi propiedad y no tenía ningún derecho de invadir mi territorio. Me irritaba verla acariciando su pelaje y sonriendo. También estaba molesto con ella.
― ¿¡Qué haces aquí!? ¡Lárgate perro callejero! ¡Fuera! ¡Vete! ― Le indiqué entre bufidos.
― ¿¡Qué te pasa Souichi!? Tranquilízate pequeño. No tienes que enojarte con nuestro nuevo inquilino. ― Trató de calmarme con su voz apacible.
― ¿¡Qué!? ¿¡Cómo que nuevo inquilino!? ¡No lo quiero! ¡Llévatelo! ¡Ya me tienes a mí! ¡No necesitas otro compañero!
Mi ataque de histeria alteró al cachorro provocando que se encogiera y se refugiara en sus brazos. Lo escuchaba aullando aunque ya no podía verlo a simple vista, mientras ella lo consolaba posiblemente acariciándolo. Mis emociones cambiaron de repente y me invadió un profundo sentimiento de abandono. ¿Será que ya no me quería? ¿Ese animalejo sería mi reemplazo? ¡No quería algo como eso! Volví a arañar la puerta incrustando mis garras y arrancando un trozo de madera. El pequeño era tan cobarde que no se dignaba en responder a mi furia.
― L-lo siento. ― Escuché de repente un murmullo tan tenue como un pincelazo sobre un lienzo.
Me detuve a reflexionar de dónde provenía esa voz ¿Era del cachorro?
La puerta por fin se cerró y ella me gritó regañándome desde el otro extremo de la puerta.
― ¡Souichi tienes que aprender a convivir con él! Sé que es difícil para ti pero no tengo otra opción. No voy a obligarte a quererlo pero al menos sé un buen Senpai y cuida de él hasta que encuentre una familia que quiera adoptarlo.
Me aburrí de su explicación y me retiré a mi escondite secreto; uno que ni ella conocía. En aquel rincón me eché a dormir con la esperanza de que mi estado de ánimo se normalizara. Mi colita se movía de un lado al otro con rapidez y denotaba brusquedad. Giré cambiando de posición un sinfín de veces pero mi furia no me permitía descansar. Mi nariz se había llenado de su desagradable olor y al recordarlo sólo podía cubrirme con mis patitas. Ese fétido aroma me enfermaba.
Por la noche ella sirvió mi tazón a la hora acostumbrada pero por más que me llamó yo no bajé. «No te enojes por favor» o «Sé un buen gatito y ven a comer» fueron sus palabras. No me conmovió ni un poco. La escuché dándole alimento al intruso y luego jugar con él. Se suponía que jugara conmigo, no con ese adefesio. Gruñí un par de veces antes de quedar dormido.
Durante la madrugada bajé a conseguir comida pues moría de hambre. La porción en mi tazón estaba muy sabrosa y el agua muy fresca. A lengüetazos chupaba los restos de comida y luego me bañaba al quedar satisfecho. Mis prioridades eran la comida y estar limpio así que no desaprovechaba la oportunidad para asearme; uno nunca está lo suficientemente limpio. Pero en el transcurso de mi baño algo me interrumpió, era un quejido expresado con gran tristeza.
― ¿Dónde están mami, papi? ¿Cuándo van a regresar? Los extraño. ― Aullaba y con sus patitas rascaba suplicante la puerta.
Cada uno de sus lamentos llegaban a mis oídos y, a pesar de que me fastidiaba, también rasgaba un pedazo de mi corazón. No era ningún villano, sólo defendía lo que me correspondía pero eso no me hacía un animal de frío corazón. Las palabras de ella resonaban en mi cabeza y me acerqué a interrogarlo.
― ¿Qué tienes? ¿Por qué eres tan escandaloso?
Pero no me contestó.
― ¿Por qué no hablas?
Me molestaba porque percibía su llanto, él estaba despierto y me ignoraba.
― ¡Vaya mocoso! Haz lo que te plazca de todas formas ella dijo que te irías pronto.
Y cuando estaba por retirarme escuché un ligero susurro.
― Quiero ver a mis papis… Senpai. ― Seguramente ella le había metido una loca idea en la cabeza para que me llamara así.
― Escucha, no soy ni tu Senpai ni sé dónde están tus padres. Hay una gran posibilidad de que te hayan abandonado. ― Le confesé con gélida crueldad. ― Las madres suelen abandonar a sus hijos, no es más que el ciclo de la vida… ― Pronuncié para él y para convencerme a mí mismo. ―… vete acostumbrando porqué a lo largo de tu vida tendrás que renunciar a muchas cosas.
― No me gusta este lugar, tengo mucho miedo. Además está oscuro.
― ¿Le tienes miedo a la oscuridad? ― Pregunté con escepticismo, yo amaba esa dama vestida de negro que llegaba cuando se escondía el sol.
― Sí. Lo que más odio es estar solo.
El tiempo transcurrió de manera imperceptible y acabamos conversando toda la noche a través de la puerta hasta que se quedó dormido. El tono de su voz había cambiado por uno más cálido y parecía haber desaparecido el miedo en sus frases. Su respiración traspasaba por debajo y el aire evaporaba sus suspiros. Por alguna razón me enterneció, tal vez estaba demasiado cansado pero esa sensación me arrulló y me tumbé ahí a descansar.
Cuando los rayos llegaron para quemar mis pupilas unos roces y una humedad que cubría mi cara llegaron para despertarme. Se trataba del cachorro. Era la primera vez que admiraba su figura completa; media la mitad de mi proporción, en apariencia era más esponjocito que yo y su mirada derramaba inocencia, sus ojos eran profundos y serenos. Sus lengüetazos hicieron que reaccionara y despertara mi instinto de atacarlo. Su olor y mi consciencia asesina no combinaban. Seguía siendo un intruso en mi territorio, no podía tolerar su presencia así que saqué mis garras. Cuando estaba a centímetros de su rostro escuché el peculiar sonido de una lata abriéndose y me detuve. Mis ojos se dilataron y sin poder contenerme salté de inmediato a la cocina.
― Es hora de desayunar. ― Sentenció poniendo dos platos frente a mí.
Reconocí la jugosa comida que me pertenecía y detecté las croquetas. El cachorro se acercó con timidez y luego de dudar un rato se aproximó para acompañarme. Yo tenía tanta hambre que ignoré su presencia y me concentré en mi plato. La gentil mano de ella acarició mis orejas y bajó mi barbilla. No podía disimular mi felicidad así que ronroneé. Ella nos acarició a ambos de manera intercalada pero cuando terminé y alcé mi vista no pude encontrarlo. Se esfumó en el aire y al cuestionárselo a ella sólo dijo «¿Disfrutaste el desayuno?» y me dio uno de mis bocadillos favoritos. «Hice algo bueno ¿Pero qué?» Pensé extrañado pues no solía regalarme galletas sin un motivo especial. «Quizá sea su disculpa por lo de ayer» seguí cavilando.
La presencia del cachorro se hizo constante día con día y sospeché que no se iría jamás. No sabía cómo manejar esta realidad, él no parecía un mal chico pero no soportaba el hecho de compartirla. Empezamos a reunirnos en sesiones de juegos y peleábamos en ocasiones. Tengo que confesar que era muy torpe, probablemente por ser tan pequeño, pero me satisfacía mi posición de "invencible". No había nada mejor que ganar; excepto comer y estar limpio.
Renuncié a mis planes para echarlo de casa, ella parecía muy encariñada con el perro y a mí me gustaba verla feliz. Sus sonrisas me daban vitalidad y me recordaban a la familia que no conocía. Generalmente no mentía por lo que quería proteger nuestro vínculo. No me descuidaba y no hubo cambios especialmente drásticos. Una noche después de las dos semanas cumplidas rasguñé la puerta del cuarto de lavado, lugar donde dormía el cachorro sin nombre, con la intención de conversar.
― ¡Oye! ¿Estás despierto?
― ¡Senpai! ¿¡Eres tú verdad!? ¿¡Verdad que eres Senpai!?
Casi podía imaginarlo saltando de felicidad, jadeando con la lengua por fuera y moviendo enérgicamente su colita. Tenía tanta energía y sus preguntas eran obvias con demasía que me hacía dudar de su inteligencia. En algún documental recordaba haber escuchado que los perros no eran muy inteligentes, ¿O era un programa de chismes? Qué sabía yo. Al verlo concluía que era verdad.
― Cállate quieres. Tengo algo importante que decirte. ― Respiré y rogué tener la paciencia para no volverme loco y darle una lección de una buena vez. ― Estoy seguro que ella no está cumpliendo con lo que dijo, no hay señales de que esté buscando una nueva casa para ti, de modo que si vas a quedarte tienes que seguir mis órdenes.
― A mí me gusta este lugar, también me gusta Senpai, eres muy divertido así que eso no me importaría.
― No seas grosero que estoy hablando. ― Afiné mi voz para enunciar un par de reglas con elocuencia. ― Primero que nada, te tiene que quedar claro que ella es de mi propiedad, tengo derecho de antigüedad así que si llega el momento de elegir se tendrá que quedar conmigo. Segundo, el cojín derecho del sofá es mi espacio personal, igual que el pasadizo de la ventilación, la alacena, el rincón debajo del sofá, cualquier caja que entre a este departamento, mi caja de arena y por supuesto, su regazo; tienes prohibido acercarte. Tercero, no puedes hacer ruido, aunque por norma general los de tu especie son ruidosos tendrás que arreglar ese problema porque no quiero que interrumpas mis horas de sueño. ― Pensé algunos segundos y cuando no se me ocurrió algo que agregar a la lista di por terminada la discusión. ― Creo que es todo por ahora. ¿Está claro?
― Sí, haré lo posible por mantener mi promesa.
Me paré en dos patas y me estiré hasta alcanzar el picaporte. Era habilidoso con mis patas y aprendí abrir las puertas. Fue trabajoso pero luego de un rato de girarla se abrió y desvelo al ser detrás. Sus orbes brillaron con la luz de luna y saltó sobre mí para agradecérmelo. Estaba sorprendido de mi inteligencia y pasó su lengua por toda mi cara.
― ¡Basta porqué me ensucias! ― Lo reprendí.
― Perdón. Sólo estoy muy pero muy feliz. ― Confesó moviendo su colita y saltando en círculos. No entendía su felicidad, siempre exageraba la situación de forma dramática.
― Creo que sólo me queda decir… bienvenido a casa.
¿Qué me podía esperar al lado de alguien tan molesto? Resoplé y me resigné. Él también parecía feliz y tenía que confesar que ese lado suyo me agradaba más que el cachorrito que aullaba con tristeza cada madrugada. «Todo saldrá bien mientras siga siendo tan pequeño como una pulga» pensé.
― ¡Oye mocoso! ¿Recuerdas que raza eres? ¿La has escuchado decirlo no es así? ― Cuestioné con curiosidad.
― ¿Raza? ― Volteó a verme inclinando un par de centímetros su cabeza en confusión. ― Creo que lo mencionó cuando miraba ese rectángulo gigante frente al sofá ¿Cómo fue que me llamó?... ¡Husky!
«¡Husky! No logro recordar cuánto era el crecimiento aproximado de un perro de ese tipo ¿Pero no pueden crecer demasiado? ¿Verdad?» Medité con incertidumbre y un mal presentimiento.
= Continuará =
¿Alguna idea de quién es la mujer que cuidará de nuestros angelitos? ¡Hasta la próxima! n.n
