Capítulo 1

-Muy buenas noches, queridos seguidores de Cita con el Amor. Hoy les traemos un programa enfocado en lo que se puede esperar tras empezar una relación – así comenzó Edward la transmisión, mientras yo me encargaba del control técnico.

Aun a esa distancia era tan apuesto que resultaba inevitable observarlo repetidamente.

-Varias ocasiones me han dicho: ¿Edward, por qué la magia desaparece a medida que para el tiempo? – al hablar apretaba su pelotita anti-estrés, dando suaves vueltas en su silla. Me miró y sonrió – La respuesta es muy sencilla: ¡Rutina! Oh, desgraciada que hace fracasar también a los matrimonios.

Mi mente se desconectó en su mayoría, recordando la primera vez que vine a Twilight Radio. Estaba sumamente nerviosa… Aro Vulturi era mi profesor en la Universidad por aquel entonces e insistía casi que sin descanso para que trabajara para él.

Era un hombre muy bondadoso. Me apoyó varias veces en proyectos que otros simplemente ignoraban por las dudas en mi capacidad.

Me deslumbró el conjunto de edificios del grupo Vulturi; en el central, que era al que me dirigía, predominaban en las paredes unos vitrales y pinturas sobre el Renacimiento italiano, adquiriendo curiosas tonalidades por la luz que se filtraba en los grandes ventanales.

Creo que por eso no es de extrañar que me sintiera dentro de un mundo fantasioso cuando vi a Edward Cullen por primera vez.

El viento alborotaba su cabello cobrizo, la piel pálida sin imperfecciones, de nariz recta y labios finos. Su complexión era alta y musculosa, sin llegar a exagerar, pero lo más impresionante fueron sus ojos.

Verdes como esmeraldas.

Él tomaba un capuchino y escribía en una agenda. Me fijé en el color de sus orbes cuando de pronto levantó la vista hacia el techo, como si buscara inspiración.

Yo continuaba inmóvil cual estatua.

-Srta. Swan, puede pasar – indicó la agradable secretaria, haciéndome despertar de mi ensoñación.

Sí, así lo conocí.

Edward indicó que ya podrían entrar las llamadas, dándome un alivio porque así desaparecería el pitido por la cantidad de gente que telefoneaba; le hice una seña, comunicándole que ya había alguien en línea.

-Aló, estás al aire. ¿Cuál es tu dilema? – preguntó, levantándose para pasear por la cabina gracias a su audífonos con micrófono.

-Hola. Mi novio y yo llevamos ya tres meses y me está sofocando. ¡Me tiene harta con lo dulce que es! – Ed sonrió, copiándome, después se encogió de hombros y puso los ojos en blanco, exasperado.

Lo entendía perfectamente. Vivimos quejándonos de que alguien es frío, y cuando es tierno, también nos molesta.

-Mujeres – articuló con los labios, sin emitir sonido alguno, provocando que le sacara la lengua para no reconocer que tenía razón. Me encantaba hacerlo rabiar –Linda, por lo que entiendo, su interés en ti es mayor que el tuyo, por lo que probablemente en eso radique la situación – prosiguió, tamborileando con los dedos en la mesa – Sin embargo, tengo una duda… ¿tiene amigos?

-¿Qué? – ella parecía descolocada.

Preparé la canción que sonaría después y jugué con el bolígrafo. Mi compañero desordenó su cabello, frustrado, pues no le agradaba repetirse.

-Me refiero a que si tiene más compañía que tú.

-Ah, eso. La verdad es que no: es bastante solitario porque es adicto a la lectura – explicó con un leve deje de irritación – Verlo tan diferente al resto de los de mi escuela, me atrajo.

-Ahí está el problema. Si tuviera amigos, no centraría su atención completamente en tu persona.

-¡Cierto! No lo había visto así, Edward. ¡Gracias! – noté que estuvo a punto de colgar, mas se arrepintió - ¿y cómo se los consigo?

Dios mío, esta mujer era tonta. Mordí mi labio, acallando mis protestas. ¿Hello? Al chico le gusta la lectura y en Estados Unidos abundan los grupos centrados en esa temática, entonces: ¿tan difícil era que uniera los hechos?

-Llévalo a alguna sesión de grupos de lectura. En la biblioteca de la secundaria Forks hay reuniones todos los sábados a las 2 p.m. – indicó el conductor.

-Muy bien, lo haré. ¡Gracias y hasta luego! – exclamó contenta.

-Ahora apreciados oyentes les presentaré el tema Come fly with me de Michael Bubble. Es muy pegajoso, por lo que sé que les caerá bien en esta hermosa noche – anunció.

Entretanto sonaba, se acercó a mí. Le di su capuchino caliente por estar en el microondas.

-Eres una santa, ¿lo sabías? – aduló agradecido.

Le hice una mueca.

-No empieces – advertí. Este hombre tenía serios problemas: continuamente me halagaba.

-Eres insoportable, Bella. Siempre te digo verdades y ¡nunca las crees! – murmuró indignado.

-Es que son falsas. Sólo soy una chica delgaducha, paliducha, y todo lo que termine en "ucha" – refuté fijándome en cómo subía el índice de visitas en la web de la estación. Estaba consciente de ser anónima, pocas veces la gente se percataba de mi presencia, ya que no llamaba la atención.

-Ser blanca, menuda, de cabello y ojos chocolate no te vuelve inexistente – objetó. Se puso a mi altura y me dio un beso en la mejilla, haciéndome sonrojar – Te hace adorable.

Su olor causó que mi corazón latiera erráticamente.

-Respira, que no te besé – dijo guiñándome un ojo para luego volver a su puesto con su taza.

Ya quisieras, Swan – exclamó mi subconsciente.

¡Por supuesto que sí! Pero Edward estaba lejos de mis posibilidades de ligue, y no solamente por mi aspecto, sino por algo mayor: era gay.

Ese Adonis de alto coeficiente intelectual era homosexual.

Mi gozo en un pozo.

Se veía tan relajado como animador, haciendo lo que le gustaba, que sentí ternura.

El tiempo pasó volando, me di cuenta de ello al salir hacia el implacable frío del pueblo. Llevaba mi acostumbrado suéter grueso, gorrito y bufanda tejida por la abuela Marie.

Seguramente parecía un esquimal o un montón de prendas ambulantes.

Edward me siguió hasta la puerta de la estación, tras saludar a la linda Tanya que se derretía por él desde hace meses. ¡Qué novedad! Como si no lo adoráramos ya bastantes.

Fingió venir en cámara lenta y me apretó las mejillas.

Reí, a veces era un sol.

-Si no fuese gay Bella, créeme que te comería a besos. Pareces una muñequita de porcelana – comentó mirándome con aprobación.

-Gracias – susurré. Si no fueses gay, YO sería la que te comería a besitos – pensé abatida.

Un estruendo proveniente de un tubo de escape nos hizo voltear.

-¡Jake! – exclamó emocionado al ver a su novio. Ay no, esa visión era demasiado para mi mente inocente.

Él le dio un beso en la frente al moreno y este le despeinó sin bajarse de la moto.

¿Lo más cruel? Ambos eran tan guapos. Y luego se preguntan por qué hay tantas lesbianas. Casi no hay hombres y lo que existen están casados, en la cárcel o juegan para el otro bando.

-¡Isabella! – saludó Jacob con un ademan.

-Hey, Jake – respondí. No me gustaba que me dijeran de esa forma, pero el hacía oídos sordos cuando le replicaba.

-¿Hoy si aceptarás mi invitación a la disco? – inquirió esperanzado.

Reprimí un escalofrío.

Música estruendosa y yo, no éramos una buena combinación.

-Lo lamento, pero no quiero que me vuelvan pervertida - ¿olvidé mencionar que a donde pretendía llevarme era a un bar de striptease? Discoteca mis medias, ¡ja!

-Algún día lo harás – intervino Edward observándome con diversión.

Sí, vamos, todos búrlense de la aburrida Bella.

Se fueron dejando tras de sí una estela de humo, así que comencé a andar hacia mi casa donde encontraría a Charlie. Hacía tanto tiempo que no me visitaba.

Sonreí animada.

Hola! Traigo nueva historia; hace rato me rondaba en la cabeza un Ed/Bella, así que aquí está. Espero que lo disfruten tanto como yo al escribirlo. Besitos!