Y lo más probable era que Tonks (quien, pese a todo, había tenido, o tenía, un sentido del humor muy particular) estuviera revolcándose de risa en la tumba. (Aunque luego pensara aunque fuera un solo segundo en el pobre Harry, y se diera cuenta de que era mucho mejor callarse, porque ella había pasado por una situación similar, y no era agradable en lo absoluto.)

Porque todo había comenzado por culpa de Tonks, que había decidido morirse (en realidad había sido culpa de unos rizos pelirrojos extremadamente Gryffindor, y unas caderas redondeadas excesivamente Ravenclaw, pero tirarle el fardo a un muerto es, por supuesto, siempre mucho más sencillo). ¡Que decisión tan poco oportuna! Porque si Tonks no hubiese sido tan poco reacia a la idea de abandonar la vida, Ginny Weasley, diecisiete años recién estrenados, las heridas de la guerra cerradas pero sin cicatrizar (y los rizos pelirrojos ya mencionados), no se hubiera sentido en la obligación moral de llevar a Teddy, su no-es-ni-mi-ahijado-pero-es-casi-como-mi-hijo, a visitar la tumba de su madre. Y Penélope Clearwater, veintitrés años, el alma corroída por el dolor provocado por un Weasley que le había roto el corazón, y por otro que buscaba en sus besos el sabor de los labios de una muerta (y no podemos dejar de lado las dichosas caderas), no hubiera llegado a esa tumba buscando una última esperanza de expiación.

Se miraron fijo a los ojos por un segundo antes de reconocerse sin dudar. Penélope había visto a Ginny por última vez cuando ella era apenas un boceto borroso de la mujer que luego era, pero el cabello, las pecas, los ojos, los labios, hacían imposible que Ginny pudiera renegar de su sangre, si hubiera querido (y Penélope conocía esa sangre demasiado bien). A la pelirroja tampoco le hubiese sido permitido olvidarse de ella: Ginevra Weasley nunca olvidaba (y ni que fuera tarea sencilla olvidar a la única mujer que le había conocido a Percy).

- Penélope.

- Ginny.

- ¿La conocías?- La pelirroja cambió de pie el peso del cuerpo: Teddy comenzaba ser lo suficientemente pesado como para que a Ginny le causara molestia llevarlo cargado demasiado rato.

- No.- Y la castaña desvió la mirada.

- Charlie.

La Ravenclaw alzó la cabeza, sorprendida ante la afirmación tan categórica, pero no la negó. Un silencio tenso se interpuso entre ellas.

- No debería estar aquí.

- Quizás no. Pero qué importa si te hace bien. ¿Te hace bien?

- ¿Quién sabe?- Penny estiró los brazos. Ginny le entregó al bebé.- Se parece al Profesor Lupin.

- Así es.

- ¿Tu ahijado?

- No. De Harry.

- ¿Cómo está?

La pelirroja se encogió de hombros, impotente.

- ¿Recuperándose? Tal vez. No logro entenderlo.

- Dale tiempo. Debe ser difícil, Ginny.

Ginny se puso de perfil para no mirarla a la cara, evidentemente resentida.

- También es difícil para mí, y aquí me tienes.

- Las mujeres nos caracterizamos por esa clase de fortaleza.- Y frotó su nariz contra la del bebé, suavemente, mientras una única lágrima le rodaba por la mejilla.

Fue en ese mismo lugar donde se encontraron la vez siguiente, y varias más, a veces para hablar y consolarse penas, otras para compartir el silencio de la mutua compañía. Fue en ese mismo lugar que Ginny fue descubriendo que Harry tal vez no era todo lo que podía importarle en la vida, y que Penélope confirmó que tenía debilidad por los Weasley.

Fue en ese mismo lugar que se hicieron compañeras, amigas, cómplices, inseparables.

(Para alivio de la memoria de Tonks, no fue en ese mismo lugar que Penny decidió que necesitaba probar a qué sabían los labios de Ginny. Únicos, por supuesto, porque era la única Weasley).