Debería estar beteando otros fics y terminando un par que debo todavía…pero si no lo hacía ahora, se me iba la inspiración.

El título es de una canción de Within Temptation, que a mi parecer les queda perfecta a la relación que tienen estos dos.

What have you done?

I've waiting for someone like you

But now you are slipping away

What have you done now?

Why, why does fate make us suffer?

There's a curse between us

Between me and you

He estado aguardando por alguien como tú

Pero ahora estás marchándote

¿Qué has hecho ahora?

¿Por qué? ¿Por qué el destino nos hace sufrir?

Hay una maldición entre nosotros

Entre tú y yo.


I

Sentado en un costado del bar, vaciando mi copa por quinta vez lo miro empujar la puerta de la entrada y llegar hasta la barra. Me extraña no ver en su cara esa estúpida sonrisa de inocentón que lo caracteriza. A diferencia mía, yo no finjo estar alegre cuando no lo estoy. He allí a la nación más falsa de todas.

Suspiro y doy media vuelta, dándole la espalda. No quiero que me vea. Si pasa de mí, mejor. Nuestra relación es la peor de todas, tal vez si ahora me ve se me pegotea para molestarme toda la maldita noche. Y yo no estoy de humor, ni siquiera para bajarle los dientes de una trompada.

Por el cristal de mi copa lo observo sentarse y pedir desganadamente algún trago, de seguro, alguna porquería española. Para los malos trances, lo mejor es un buen trago de ron. Pero Antonio detesta el ron, me he encargado de que lo odie con toda su alma. El aliento a ese alcohol le recuerda esos bellos días en que yo lo mantenía muerto de hambre y encerrado en una celda de mi barco. Le recuerda a mis piratas, a mis corsarios que lo maltrataban a su gusto. Le recuerda a mí, y estoy seguro que eso le produce náuseas.

Pero en fin, no tengo tiempo para perder pensando en ese bastardo. Vine aquí para estar solo y pensar acerca de mi vida. Lo que menos debería hacer es mirar por el cristal y espiarlo. Así que me acomodo en mi asiento y suspiro, tomando la botella y llenando mi vaso nuevamente, hasta el borde. Total, si se acaba la botella, puedo pedir otra. Y otra. Y otra más, hasta quedar hecho un desastre. Pero hoy no está Francis para venir y llevarme a casa, ni tampoco Prusia. Está ese idiota, lo que significa que no debo propasarme con la bebida para no tener que hacer el ridículo delante suyo.

La música comienza a sonar. O tal vez ya estaba sonando de antes. No me interesa. Me entretengo mirando a esas mujeres que bailan con el primero que se les acerca, a cambio de dinero…no sé. O tal vez por placer. Sin embargo, es gracioso ver que hay tan pocas rodeadas de tantos hombres. Eso siempre genera una pelea, y me encanta ver como se muelen a palos por una que al otro día ya se va con otro.

Miro de nuevo, muy a mi pesar, por el vidrio, esta vez el de la botella. Allí sigue ese infeliz, bebiendo, con aire apesadumbrado. Debe de haberse peleado con Austria. Raro. No creo que se deprima tanto discutiendo con ese tipo con aires de señorito. Tal vez ha sido algo que Italia hizo. El pequeño parece que le da bastante trabajo, aún así, ese estúpido parece embobado con el crío. Debe ser la misma obsesión que yo tengo con Alfred.

Observo mejor. Lo noto inmóvil, con la cabeza reposando en los brazos cruzados sobre la barra. Un completo idiota, dormirse en un lugar así.

Giro el cuello, para contemplarlo con más precisión. Y al instante se incorpora y vuelve la cabeza hacia el lado contrario a mí, siguiendo con su deprimente letargo. Lo que me lleva a pensar que sabe que estoy aquí, y que ha querido evitar mi mirada. Soy un imbécil. Espero que no vaya a creer que me interesa su tristeza.

-¿Otra botella señor?

¿Otra? Una más no va a afectarme, me conozco. Pero será la última. Luego iré a otro bar, a uno donde no haya seres inoportunos y molestos como Antonio.

-Sí, la última. Aquí le dejo el dinero.

El mesonero asiente y se lleva la botella vacía, trayéndome una nueva y facturándose las monedas que le dejé. Vuelvo a servirme un vaso y lo bebo lentamente. Amo el ron. Para mí, es delicioso. Me recuerda que fui alguien a quien todos temían…bueno, ahora puede que también. Pero esas épocas en las que aplastaba la cabeza de Francia y la de este estúpido aquí presente, por ejemplo, ya están quedando atrás.

Otro cigarro que enciendo, ya van cuatro. Aspiro el humo y regreso a mi vaso, intentando buscar otro tema sobre el cual pensar que no gire en torno a España. Imposible, Su presencia es tan molesta que hasta ocupa mis pensamientos y los estorba, los nubla, los arruina. Me arruina.

Bebo un poco más, una última copa, a pesar que queda todavía la mitad del ron en el envase. Quiero irme de aquí. Antonio es indeseable, me harta, quiero alejarme de él. No tengo ganas de fastidiarlo hoy.

Pero sin embargo, al pasar por su lado siento la extrema necesidad de hacerme notar. Quiero que me vea, que me sienta, que me odie con la mirada. No quiero que me ignore. No sé por qué, pero me da lo mismo que me ignoren, sea quien sea, excepto él. Y por eso regreso por la botella que dejé abandonada en el lugar que antes ocupaba. La tomo entre mis manos y camino hacia él. Está dormido, lo sé, aunque no vea su cara. Mejor.

Paso de largo por el costado y vacío la botella sobre su cabeza, dejándola caer luego al suelo. Da un respingo cuando siente el sonido de los cristales haciéndose añicos debajo suyo. Creo que lo ha despertado más el ruido que el alcohol que le he vaciado encima, pero el motivo de su despertar no me interesa. No voy a quedarme allí parado para que sepa que fui yo el de la hazaña. Me es más grato irme y saber que el bastardo se la pasa indagando a quienes lo rodean, para saber quien ha sido el causante de la broma. Y cuando dichas descripciones le hagan saber que fui yo, cuando se voltee furioso buscándome con la mirada y no me encuentre, porque yo ya estaré tres calles abajo en busca de otro mesón, lejos de su presencia…son esas cosas las que pueden alegrarme el día sobremanera.

Antes de salir, volteo para comprobar los efectos de mi obra. Puedo verlo, tocándose el cabello empapado en esa bebida que tanto odia. Podría haber sido ginebra, o whisky. Pero no, es ron. Sonrío con placer al ver su patética cara desorientada. Observo cuidadosamente cada rasgo de su rostro, sé que esta inhalando el olor al licor inglés y que su cerebro esta reaccionando como quiero. Podría hasta escribir un libro acerca de las diferentes muecas de aversión que pasan por un segundo por su moreno rostro, pero hay cosas más importantes en mi vida como para perder el tiempo en algo así.

Y debe ser el brillo de felicidad enfermiza la que resalta en mi boca, y la que brilla en mi reflejo del espejo enfrente suyo lo que lo paraliza y lo deja pasmado. Me ha visto, mi plan ha fracasado, el desgraciado ha podido verme entre la multitud. Simplemente le sonrío, lo más socarronamente posible, antes de desaparecer por la puerta. Por mi bien, debería esfumarme rápido. Los combates con Antonio siempre son cansadores y jamás he salido ileso de ellos. Pero huir…está en contra de mi orgullo. Continúo caminando con paso tranquilo por la vereda, cuando siento un cristal romperse detrás de mío. Es él, no hay duda alguna. Es él que viene por su venganza.

Me imagino la escena antes de voltearme. Estará parado en la entrada, botella rota en mano y con una cara de alcohólico devenida en furia. Con el cabello mojado, seguramente también parte de su ropa. Y lo mejor de todo, ese brillo asesino en sus orbes verdes. Y sí, volteo.

Es exactamente lo que me imaginé, a diferencia de que está apoyado contra un poste de luz, con un aire a borracho perdido que da risa. Yo estoy algo lúcido hoy, se necesitan más que esas botellas para ponerme en un estado así. Parece que esta noche saldré victorioso.

-Ar…turo...ca-cabrón de mierda.

Apenas escucho sus palabras incremento mi sonrisa y suelto una carcajada suave. Debo parecer un demonio. Mejor.

-No voy a ensuciar mi idioma con tu nombre, España.

Se adelanta unos pasos, o mejor dicho, trastabilla hasta ponerse enfrente mío. He evaluado sus movimientos, no es capaz siquiera de levantar la mano que sostiene esa botella rota. Mi actitud es demasiado audaz, sé que puede costarme caro, pero aún así lo hago. Apoyo mi mano sobre su cabello y le acaricio, fingiendo lástima.

-Hueles estupendo. ¿Te apetece un baño?

No contesta, solo me mira, pero ya sin esa veta de odio. Está sonriendo. Reprimo la acción de fruncir el ceño ante su cambio de actitud, me dedico a ponerme en guardia, Antonio puede ser muy impredecible con sus movimientos. Abre la boca, seguramente para decir algo, lo cual estoy ansioso por escuchar.

-Déjame pasar, no voy a dedicar mi noche a pelear contigo.

En realidad, su deseo debería ser el mío, el plan inicial había sido huir de su presencia. Pero ahora siento eso como un golpe demasiado bajo. Realmente me estaba divirtiendo a su costa, y mi ansiedad debe haber sido tal que ha captado mi debilidad. ¿Debilidad?

-Entonces lárgate.

No pienso darle el gusto de detenerlo. Pero ya le he dado el placer de dejarle ver como mi sonrisa desaparecía en una mueca inconsciente de frustración. Y por eso está sonriente, he perdido unos buenos minutos de mi vida para fastidiarlo y él, con una sola frase, gana la partida. Por eso lo odio.

-Quita tu mano de mi cabeza y lo haré.

Mi maldita y puta mano. Tiene razón, la había dejado estática allí. Con cada palabra que dice me siento como si me pateara el culo, y me enferma. Quiero golpearlo. Tirarlo al piso, pisotearlo, dejarlo maltrecho. Estoy en ventaja física. Pero con eso sé que estaré dándole una victoria subliminal, por experiencia propia sé que los golpes no afectan su moral. Le hace sentir, extrañamente, victorioso.

-Ve.

Es todo lo que atino a decir, haciéndome a un lado y dejando caer mi mano a un costado. Mi cara debe ser la decepción personificada, a pesar de mis vanos intentos por sacar a relucir mi sonrisa clásica de pirata. Aprieto con fuerza mis dientes, apoyándome contra la pared y haciéndole un ademán de cortesía para que pase por mi lado.

Murmura algo, no sé que cosa porque ya empecé a caminar en dirección contraria. Quiero beber, el bastardo tiene la capacidad para otorgarme un placer indecible y a la vez para provocarme un bajón histórico.

"No está Francis, no está Prusia, ¿quién te llevará a casa?" me repito mentalmente, como una cantaleta. Pero está decidido, voy a beber hasta quedarme dormido. Pensaré en Al, que está creciendo y que cada día está más fuerte, en Matt, en los problemas financieros de Francia, y todas esas cosas que me hacen feliz y que no necesariamente llevan el nombre de España. Porque España arruina mi vida, aún más cuando hace fracasar mis intentos por arruinar la suya.

Conozco un bar. Un mesón de los suburbios, metido en un callejón. Las mujerzuelas abundan, pero me conocen y saben que paso de ellas. Es bueno ver que no me joden más. Aunque últimamente he pensado en recurrir a ellas en lugar de emborracharme. Si supieran que tienen el honor de acostarse con la personificación de su nación…

Llego al lugar y me sorprende no encontrar a alguien en las afueras, siempre hay borrachines peleando. Tampoco hay mujeres. Ni música, ni olor a alcohol. Entro a la callejuela y me detengo frente a la puerta como un idiota. Acaricio la madera, la cual cede al peso de mi mano y se abre hacia adentro. Es demasiado obvio, mi fonda favorita ya no está. Maldita ley de sanidad.

No hay alcohol, no hay mujeres. No hay música que me distraiga, no hay conversaciones de borrachos idiotas que me hagan reír, ni disputas ridículas en el barro del patio trasero. No tengo ya ganas de rehacer mis pasos para buscar otra taberna. Maldito España, maldita su presencia en mi país, maldita su presencia en mi bar y…

Entro y me apoyo contra la pared, dejándome caer de rodillas. Creí que podía con esas botellas. El efecto del ron me está mareando, eso sumado a mi depresión estúpida me hace dar sueño. Tiro el cuello hacia atrás y miro hacia el techo, atravesando la oscuridad con mis ojos.

-Has caído bajo, Kirkland.

Debo estar soñando. Y que mierda de sueño, hasta la voz de ese mal nacido esta en mis pesadillas. Intento abrir los ojos, y noto que ya los tenía abiertos. Una silueta algo encorvada y con una botella en la mano está parada en la puerta, haciendo contraste con la luz de la luna que entra por ella.

-Vete de mi sueño, rata.

Veo que se adelanta hacia mí. Sé que no estoy soñando, desearía estar soñando. Me ha seguido, no se por qué motivo, pero lo ha hecho. Ahogo un suspiro al reconocer en él el aliento a ron. El aliento…sí, lo tengo casi enfrente de mí. No se que pretende, y tampoco me interesa. Ladeo la cabeza a un costado, para no mirarlo. Quiero que sepa que no es mi deseo compartir su presencia, y mucho menos disfrutarla. Aunque me siento mareado y algo acelerado. Muy en el fondo estoy complacido por tenerlo a mi lado.

-¿Por qué me buscas, bastardo?

Abro los ojos aún más y giro para mirarlo, a esos orbes verdes que brillan extraños. Su descaro me da náuseas, y su pregunta es algo que me desconcierta y a la vez me provoca un malestar en el estómago.

-¿Qué yo te busco, infeliz? Si tu fuiste el que me sig…

Mierda mierda y mierda. Se ha acercado tanto que me quedé sin habla.

-Tú me seguiste, peste.

Me felicito por haber terminado mi frase, pero la alegría dura poco.

-No te hagas, Arturo.

Odio, odio que me llame así. Elevo mis brazos y lo tomo del cabello, pegando mi frente con la suya. Mis mejillas arden, mis manos tiemblan, soy consciente de eso pero más consciente soy de que le tengo que poner en su lugar.

-O-odio…que me llames así, bloody h…

No concluyo mi blasfemia. Algo me impide hacerlo, y por cierto, tardo en darme cuenta de que me está besando. Mi primera orden mental es apartarlo. Cuando intento llevarla a cabo, me encuentro cruzando mis brazos detrás de su cuello y perdiendo mis dedos en su cabello. Metí la pata, porque sé que está sonriendo victorioso. Y ya no tengo idea de cómo salir de ésta. No sé que excusa poner para explicarle que lo estoy besando porque quiero, porque me gusta, porque me doy cuenta de que el son of a bitch me resulta más adictivo que la misma droga.

Tampoco sé como explicarle el gemido que acaba de salir de mi garganta. No tengo porqué explicarle nada, hago lo que quiero. Pero con España es distinto, me veo obligado a darle cuenta de cada una de mis acciones, detalle por detalle, para que no se haga ilusiones de que pretendo algo con él.

Se separa de mi boca, no sin antes dedicarme un lametón encima de mis labios. Estoy jadeando, al igual que él. Y mi cara debe lucir sorprendida y satisfecha. La de él simplemente se ve… complacida.

Me apego más contra la pared, casi hasta hacerme uno contra el muro lleno de telarañas. Quiero distancia, llegó la hora de poner cada cosa en su lugar y necesito espacio personal para pensar cada uno de mis pretextos con minuciosidad.

-¿Que mierda hiciste, estúpido? – es lo primero que mi boca suelta, y, obviamente, no es lo que quería decir, así que me maldigo internamente.

-Nada que no disfrutaras, Arthur.

Sí, lo disfruté. El cabrón besa como las mil maravillas. Tan bien que mi cuerpo reaccionó solo, me doy cuenta de ello cuando bajo la mirada y veo que mis piernas se han separado levemente, rodeando su cuerpo apenas. Que lo he despeinado y hasta lo he arañado en una mejilla. ¿En que jodido momento hice todo eso?

-Estoy borracho, estúpido. No te aproveches.

-Te vi rechazar a Francis incluso en un casi estado de coma.

Es que jamás aceptaría en público una propuesta como las que me hace ese sapo. En público.

-Si a lo que quieres llegar es a que te tengo ganas, estás muy equivocado.

Podría haber usado otro vocablo, otra expresión. Pero es bueno ser directo.

-Déjame que lo compruebe.

Sé que está borracho, tan borracho como yo, mierda. Que ese no es el Antonio normal, que casi parece un extraño. Que en estado sobrio, jamás diría lo que dice. Pero por el amor a mi reina que este cabrón me hace volver loco, y me importa una mierda el alcohol que corre por nuestras venas. Lo que me preocupa es, como siempre, lo que pueda pensar el de mí después. Jamás me perdonaría que por una puta debilidad mía yo le diera una ventaja sentimental sobre mí. Que en un futuro cercano me refregase en cara que me entregué a él porque mi maldita obsesión con todo España podía más que mi moral. Y aunque yo alegara mi estado de ebriedad, sería en vano.

-Aléjate, rata de alcantarilla.

Siento sus dedos presionar mi muñeca con rabia y sonrío. Sonrío aún más cuando lo veo pensando alguna respuesta para retrucarme, y me siento en el paraíso cuando noto que desiste y se rinde. Al menos eso creo, porque me ha soltado y se ha alejado un poco de mí. Muy en el fondo de mi corazón siento la frustración corroerme, pero la gracia en esto está en disimular. Con España todo es disimular, esconder cada nuevo sentimiento, cada palabra que inconscientemente saldría de mis labios que no necesariamente son insultos.

Bostezo y reclino mi cabeza hacia atrás, apoyando la nuca contra la pared, mirando hacia el techo. Por alguna razón me veo necesitado, pero no sé si lo que preciso es soledad o compañía. Los movimientos de la boca del idiota contra la mía…todavía puedo sentirlos y eso me hace estremecer. Por supuesto que quiero más, más Antonio, más. Y a la vez necesito estar horriblemente solo, como siempre.

De repente, el bastardo toma la botella que dejó en un costado, sobre el suelo, y que ignoro cual es su contenido. Bebe un poco y la vuelve a dejar en su posición anterior, para luego clavar sus pupilas en mí, con un aire devorador que no había notado antes. Sí, en ocasiones beber demasiado cambia un poco las personalidades. Aunque no sabía que eso sucediera con España, lo vi emborracharse miles de veces y al contrario, se pone más estúpido que de costumbre. Pero parece que conmigo es diferente.

Pero hay algo malo en esto. Algo nuevo que noté y que me hace deprimir.

Mientras intento adivinar de qué se trata, clavando mis verdes pupilas en las suyas, Antonio vuelve a pegarse contra mí. Simplemente sonrío, porque no me queda otra. La cordura se está esfumando de mi cerebro, ya casi me es imposible volver a imponerle esa barrera de sarcasmo y odio. Pero soy consciente de que hay algo que está mal, y que me duele en el fondo.

-Antonio… - me escucho susurrar y el español detiene sus caricias. Muy probablemente sea por el tono lastimero que empleé. Me maldigo, esa no era mi intención. O, sinceramente, eso no estaba planeado, escapó de mi garganta sin mi permiso.

El silencio me deja escuchar su respiración ansiosa. Entiendo que la pausa me ha sido otorgada para continuar lo que sea que iba a decir. Me fuerzo a mi mismo a pensar alguna idiotez para rellenar el espacio, y mientras lo hago la mente se me aclara levemente y percibo que era lo que me molestaba. Y antes de digerir la idea, de procesarla para buscar una manera correcta de comunicársela, mis labios se entreabren, de nuevo sin permiso.

-Si necesitas emborracharte para estar conmigo, entonces prefiero que no me toques y te largues.

Mierda, no debería haber dicho eso. Con eso estoy haciéndole saber que estar con él no es cuestión de piel, del momento, que va mucho más allá, que es algo más… ¿profundo? Eso es algo nuevo para mí, acabo de darme cuenta que Antonio me gusta pero no para compartir una noche. Que me gusta, sí, eso también lo acabo de descifrar, pero lo que me aterra es saber que la cosa es mucho más intensa de lo que pensé.

Estoy en desventaja, holy shit.

Espero una risa, alguna burla, pero no sucede nada. Noto que aquel brillo de acosador ha desaparecido totalmente, y que el desconcierto ha conquistado cada una de sus facciones. ¿Acaso… él también estaba fingiendo?

Lo que sea, mis palabras lo han dejado helado. No hay respuesta, no se mueve. Parece sumido en sus ideas, y en ellas seguramente aparezco yo, porque me está mirando fijamente, como buscando algo en mis ojos.

¡Reacciona imbécil! ¿No ves que acabo de declarar de una manera idiota que me importas? Y toda esa basura… ¿Qué, acaso no piensa continuar con lo de antes? Ya no es un capricho, quiero que continúe. No es una cuestión de necesidad, es una cuestión de sentirme completo. Al menos hoy, mi cuerpo y hasta mis sentidos piden a gritos su presencia. Y no, tal vez no hoy, desde hace tiempo. Sólo que…hoy acabo de darme cuenta. Y no quiero solo caricias, besos…lo que sea. Quiero sentir que le importo, quiero que me diga cosas estúpidas, que me quiera, ser lo único que ocupe su mente.

Pero sé que si se lo digo, se reirá. Después de todo somos enemigos, aunque mi corazón lata con fuerza debajo de mi piel.

Los segundos pasan como si fueran horas. Estamos en plena batalla de miradas, yo intento comprender que es lo que pasa por su cabeza y él solo me mira fijamente, con los labios entreabiertos.

Adoro sus labios. Son suaves, saben a pasión española, a tierras áridas y a sol. A alegría, a recuerdos. Los míos deben saber a frío, a soledad, a lluvias y a tristeza. Mierda, ¡si yo no estoy triste! Pero amo su boca, me encanta, me pierde. Si estuviéramos juntos podría decírselo sin temor a salir lastimado, podría decirle cada una de las cosas que me gustan de él. Y disfrutar de su patética cara de enamorado, esa cara que nunca será para mí, porque en realidad él no me quiere. Es un puto capricho. Nos odiamos tanto que soy incapaz de confiar en él. Siempre voy a creer que está buscando alguna clase de interés conmigo, nunca le creeré absolutamente nada que salga de esos labios.

Sin querer bajo mis pupilas hacia ellos, explorándolos. Casi al instante los vuelvo a subir, centrándome en sus ojos, pero los vuelvo a bajarlos cuando noto que el imita mi acción. Se ve tan…sincero. No hay ni un solo dejo de falsedad, de malicia.

Humedezco mi boca, por el simple hecho de que me esta la observando y me hace poner nervioso, y al instante vuelvo a sentir la tibieza de su lengua colándose por ella. No es un beso rudo, como el anterior. Sus manos que descansaban en el suelo suben hasta mi rostro y lo aprisionan, en un acto de posesión en el que me siento como un botín, y no me molesta. Las mías quedan apoyadas en el suelo, hasta que me digno en levantar solo una y acariciar su cabello.

¿Qué estamos haciendo? Esto no estaba planeado, claro que no. Inicialmente quería beber ron en paz. El plan siguiente, después de encontrarme con la rata española, era buscarme otra taberna y una mujerzuela que sacie mi frustración. Dicha frustración tenía el nombre del bastardo hispano en cada una de sus letras. Pero ahora no hay plan, no hay nada. Estoy contra la pared, con Antonio besándome y en medio de una guerra interna de sentimientos.

Se separa un momento y aprovecho para aspirar el oxígeno que me ha quitado. Cuando sus manos me despojan de mi ropa, o al menos de lo que llevaba de la cintura para arriba, me estremezco. No conforme con quedarme atrás, le ayudo a deshacerse de su chaqueta y de su prenda. Recorro su pecho con mis dos manos, acariciándolo, sin medirme en el deseo que pongo en dicho acto. Bajo hasta su vientre y delineo sus cicatrices, sus heridas viejas, incluso aquellas que le ocasioné yo cuando estaba en mi barco. Y mientras lo hago él se dedica a besar mis hombros, mi cuello, a repartir lametones por doquier, haciéndome gemir de placer.

La estoy pasando genial. Entonces ¿por qué hay una pequeña angustia escondida en el fondo de mi alma?

Termino acostado en el suelo, la arena del piso de madera se clava en mi espalda, los restos diminutos de basura me lastiman, pero no me interesa. Antonio es todo lo que quiero, aunque luego le diré que me dejé llevar para que no se haga ilusiones. Y de paso para cortar mis utopías.

Me doy cuenta de que hasta el momento no hemos dicho ni una palabra, y por eso, cuando su lengua explora mi ombligo, cuando sus manos me recorren entero, le doy el placer de hacerle escuchar como su nombre sale de mi garganta, entre unos cuantos jadeos. No solo su nombre, su nación también.

España, España. Mi boca no deja de pronunciar eso. Me siento desolado cuando llega hasta mi cintura e intenta desprenderme los pantalones. Quiero que lo haga, pero hay una desazón infernal corroyéndome las venas y lo detengo.

-¿Que pasa? – lo oigo indagarme con voz ronca e insegura.

-No sigas.

Parpadea confundido e inclina su cabeza a un costado. Parece un perrito perdido, me da ternura, pero eso no quita que él sea Antonio Fernández Carriedo, el tipo al que odio y empiezo a querer con la misma intensidad.

Me muerdo los labios. Estoy deteniendo esto para que él no logre vislumbrar mis sentimientos, pero estoy fallando. La indecisión que pinta mi rostro, la inseguridad, la duda y el miedo a ser lastimado están escritos en mis rasgos, y el lo debe leer a la perfección.

-No sigas – repito, solo para apagar ese silencio que, a diferencia del anterior, es mucho más perturbador.

Estoy atrapado entre sus brazos, bajo su cuerpo, y él esta aprisionado por mis piernas. Quisiera quedarme así toda la noche, pero sé que es imposible. Quiero que me obedezca, que se largue y me deje solo. A veces me maldigo por mi incapacidad para disfrutar un momento así, sin sentir culpa. Por no poder expresar mis sentimientos libremente, por siempre estar temiendo lo que los demás vayan a pensar de mí. Y ese miedo a resultar herido que me aterra y me hace temblar. Quiero que se vaya, por Dios, sí. Que se largue, que me deje en paz. Yo lo odio, y en serio, ahora estoy odiando haber descubierto que soy horriblemente débil si se trata de él.

-No sigas – repito, como un mantra.

Exhalo un gemido cuando su boca vuelve a perderse en la mía. No voy a devolverle el beso, claro que no. Eso es lo que pienso inicialmente, pero cuando atrapa mi labio inferior y lo rodea con los suyos, haciendo que una gota de saliva se escurra por un costado, me desespero y atrapo su cuerpo con mis brazos, apretándolo. Y ya no quiero que se vaya, lo necesito.

-Me vuelves loco – me susurra sobre mi húmeda boca.

Por primera vez soy consciente del intenso calor que me rodea. Que estoy transpirando, que tal vez por eso el pecho del español está brillando y a eso se debe la facilidad con la que se desliza sobre el mío. Lo tomo del cabello y lo separo, para plantarle un gran mordisco en el cuello. Jadea y eso me encanta.

Mi ropa empieza a desaparecer. Al igual que la suya. Cierro los ojos, y reprimo el deseo de volver a detenerlo. Tengo que disfrutar, tratar de vislumbrar que se esconde detrás de esos intensos ojos color esmeralda. Lo que sí tengo claro es que esto no es un juego. No lo es, de ninguna manera. Y mañana…no sé si despertaré afligido, tirado en el suelo de un bar abandonado, desnudo y solo, o tal vez en una habitación, en una cama, abrazado a él. O quizás en este mismo bar, pero con él, cubierto con una camisa o algo. En un gesto que denote que me quiere, que no se está sacando las ganas conmigo. Porque si es así, tendré que convencerme que yo estuve haciendo algo parecido con él, y odiaría tener que engañarme a mí mismo.

El dolor me hace gemir fuertemente, el contacto con su piel me enloquece, el sentir que está dentro mío me llena de placer y de algo que no logro comprender. Locura, tal vez eso sea. En eso consiste quizás lo que siento por él, porque es un capricho, a la vez deseo, y a la vez algo tan intenso que no logro verle los límites. Es una locura sentir eso por alguien a quien aun odio, aun cuando me arranca de mi garganta sonidos lascivos de delicia.

Lo envuelvo más con mis piernas, lo presiono contra mi cuerpo. Busco su boca con delirio, sus labios enloquecedores. Lo necesito de tal manera que me asusta pensar que después de esta noche no pueda vivir sin él.

Duele. Lo está haciendo demasiado fuerte, golpea mi interior con tanta pasión que me hace gritar. Es demasiado placer para mí, Antonio me desborda, es mi droga. Lo quiero con toda mi alma, aunque no pueda dejar de odiarlo, de fastidiarlo, de querer aplastarlo. Es tan…extraño.

Sus jadeos son deliciosos. Su manera de gemir contra mi oído, de acariciarme cada rincón de mi cuerpo. Es el momento perfecto para morir ¿no?

Tal vez mi odio mute en amor. Algún día. Tal vez pueda dejar de aborrecerlo, dejar de encontrar molesta su mirada desafiante, reprimir mis ganas de pisotearlo con fuerza, de lastimarlo.

O quizás encuentre una manera de amarlo que no necesariamente sea la normal. Que el odio siga, que la rivalidad no muera, que el deseo de aplastarlo sea el mismo deseo de hacer esto que estamos haciendo. Poder golpearlo de la misma forma en que lo acaricio.

El éxtasis me sorprende susurrándole al oído que lo quiero. No sé si es cierto, no sé si estoy seguro. Pero él me ha dicho lo mismo segundos antes, con la misma incertidumbre que yo empleo en mi entrecortada voz. Lo rasguño hasta hacerle sangrar, y él repite lo mismo conmigo. Los cristales diminutos del suelo perforando mi piel, el suplicio mutando en un placer indecible. Se derrite dentro de mí, haciéndome desfallecer por la lujuria que me rebalsa los sentidos.

Quizás encuentre una manera…algo. Acaso… un modo de disfrutar del dolor que me provoque, sea cual fuere, del mismo modo que disfruto hacerlo sufrir. Un amor tan sádico como masoquista. Un amor enfermo, de esos que tanta falta le hacen a mi vida.

Un amor que creo que no tiene ninguna oportunidad.


Todo tendrá su explicación, próximamente xD

Reviews will make me turn off 8D (¿?)

It's a joke, reviews make me happy.