Asdf, me pregunto por qué se me juntará tanta cosa, bien, este es un fic dedicado a mi Doppelganger por su cumpleaños. Que pasó hace muchos meses ya y me demoré mucho, espero me disculpes.
· Dedicado a: Doppelganger, porque a pesar de ser algunas veces como el "poto" has estado en los momentos difíciles, me has apoyado.
· Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, si no a su respectivo autor (Himaruya Hidekaz) y no estoy haciendo esto por fines de lucro ni nada, sólo por entretención mía y de los que me leerán.
· Pareja: Egocéntrico!Alfred/Arthur (Estados Unidos/Inglaterra), Antonio/Lovino, Francis/Matty.
· Advertencia: Egocentrismo, metrosexualismo, narcisismo, semi-lemon.
Empezando por la controversia no todos en una historia romántica encuentran al amor de su vida de una manera irreal y mágica, tampoco a todos ese chico o chica de sus sueños lo rodeara una afeminada, homosexual y brillante luz dorada de resplandor polaco cuando lo viera y correría por un camino hecho de arcoiris y mostacillas sisadas en cámara lenta mientras coincidentemente son las ocho de la tarde y hay puesta de sol hollywoodense.
A veces no era Romeo ni Julieta, a veces ni siquiera era Cenicienta que se marchaba a las doce, sinola Cenicientaque se marchaba a las cuatro de la mañana borracha pensando al día siguiente en si quedó embarazada a o no y tratar de recordar si el hombre de su vida se llamaba "Almagro o Almendro", empezaba con A…o quizás lo único que se acuerda que gritó en la noche fue sólo "Ah..ah...a-hh"
Esta es la historia de Alfred F. Jones, él no era Romeo, nunca intentó serlo, él era ese típico estadounidense nacido en la movida y peligrosa New York que parecía que consumía esteroides, era el chico de la sonrisa casi imaginaria, era el joven de los lentes de contacto para no usar ópticos, era el más guapo e hipnotizante creativo de toda la empresa de publicidad en la que trabajaba, el más cotizado, él no salía de su cama si su trabajo no tenía al menos cinco ceros. Nunca quiso un trabajo cuadrado o matemático, o con mucho termino lógico, por eso la publicidad era lo suyo.
Algo imaginativo, no sé si se entiende, pero algo que jugara con las reacciones de la gente ante el producto planteado. Poder plasmar con cada trazo la sorpresa, el interés, seducir con los colores, todos los elementos suasorios que fueran posibles, encantar con los mensajes, interactuar con naturalidad y sentirse identificado con las imágenes presentadas tanto en publicidad, en imprenta o televisiva. Ese americano era un ejemplo a seguir desde que logró salir de la pobreza de su familia escalando hábilmente a un peldaño lleno de poder, dinero.
Todos el mundo diría que "Es el hombre perfecto" "Que me viole", entre otros, pero el tenía un serio problema, complejo, quizás enfermedad o trauma. Él no amaba, sólo se amaba, se adoraba, se idolatraba, una cosa era personalidad, pero Jones estaba enamorado de él mismo, le encantaba su cuerpo, se encontraba exquisito, su pelo, sus ojos azules, él era su único amor platónico, la única barrera a superar era él.
—"Eres perfecto tal y como estás, eres más que un héroe Alfred, eres un superhéroe" —sonaba a modo de coro repitiendo lo mismo su singular despertador con una foto de él mismo, lo tacharían de loco muchos, pero le encantaba oír alabanzas a su persona al despertar, era muy egocéntrico.
Por eso, una hora en el baño era hacer milagros, se dejaba espectacular, nada fuera de tono, todo en sincronía. Recuerda aún cuando se puso algo rellenito, casi se muere, la depresión le duro meses, bulimia era poco decir.
El teléfono suena, él ya está casi totalmente listo, sonríe con una expresión exquisita y elegante mientras ninguna mancha se hace presente en su estilizada ropa.
—Alfred…—se escuchaba desde el otro lado.
—Aquí Jones, Alfred F. Jones…—decía mientras se ponía su elegante chaqueta de cuero negro, no por ir formal no podía verse bien.
—¿Qué haces? —un acento medio francés se hacía presente en su voz.
—Siendo hermoso, desmayando ángeles, produciéndole hemorragias nasales a mis vecinas, atrayendo sicópatas, lo típico.
—Alfred…
—Francis, deberías entenderme, mis uñas no se liman solas, pero deberían.
—Ni lo menciones, tengo una uña encarnada…
—¡Dios, horrible! —la voz melodramática de Jones era real, nada peor que una uña encarnada.
—Lo sé… ¿Y que hay de tu espinilla?
—Querrás decir: "Grano del mal arruina perfectos y sexy rostros estadounidenses", o Mr Fealdad, no te preocupes, ya no existe.
—¿Usaste la crema?
—Tres veces al día—sonrió desde el otro lado.
—Hoy vamos de nuevo a cazar, en la fiesta del ruso…—mencionó el francés haciendo de su voz algo más pervertido.
El neoyorquino se relamió los labios con una sonrisa casi frívola en su rostro observando su itinerario arreglándose con suavidad la corbata, tenía libre toda la tarde del jueves, en su abrigo metió un par de cremas y un espejo lo suficientemente pequeño para que no hiciera bulto.
—Descríbeme a la chica… o esta vez ¿Es un sensual chico?, recuerda que no me gustan muy bajos.
—Es una chica y sabes que sé como te gustan, altas, de ojos azules y rubias, de piel clara… de hermosa sonrisa…
—Como yo—se rió dándole los últimos retoques a su look—Si son más como yo… son aún más perfectas.
—Eres un estúpido superficial…
—Soy realista Francis, la belleza soy yo.
—No creo que tu pene sea lindo.
—¿Me lo has visto? Es hermoso… tan… tan…
—Tú, entiendo, no lo he visto, quizás brille en la oscuridad o tire serpentina en vez de semen, ya quiero verlo—marcó un sutil sarcasmo lo suficientemente notorio para molestar a Jones.
—Sigue burlándote y hago que te despidan engendro mal depilado…
Y cortó para volver a la acción, su vida era un fenómeno, él hacía que todo fuera un éxito, porque él era importante, él sería alguien, a él lo admirarían. Y al pie de la letra, todo aquel día fue como debió de ser.
—Espectacular idea como siempre Jones-san—un joven de contextura pequeña y delgada con acento japonés se acercó a Alfred que revolvía los papeles después de toda la extenuante jornada laboral.
—Gracias Kiku, vivo para complacer a mi público y hacer comer tierra a la estúpida empresa rusa de Iván.
—Ya veo… la empresa rival.
—Me siento tan realizado al lograr todo esto.
—Ella estaría orgullosa de usted también—susurró el nipón suavemente.
El americano se paró con una sonrisa calida y estática que parecía no haber escuchado las palabras del japonés, éste al notar aquello sólo rió con nostalgia y tristeza, porque Jones había logrado realmente mucho, porque había dejado de amar todo, solo se quería a él mismo, pero no era por simple soberbia y egoísmo, algo más se ocultaba en todo aquello, en esa alegre sonrisa, ese americano era más cerrado de lo que cualquiera podría creer, ni sus amigos sabían en qué pensaba cuando su tristeza lo sumía a la desesperación.
La puerta de la lujosa oficina de conferencia fue abierta mientras la canción afeminada de fondo hacía intuir que era un francés.
—Mon ami…¿Listo para la fiesta del enemigo?—el francés era extravagante, pero lucía sensual sin opacar el juvenil traje oscuro de Alfred para la noche y su cabellera delicadamente hacia atrás. Alfred volteó hacia la puerta con su dentadura pepsodent que cegaba y mataba a las gaviotas con lentes de sol.
—Francis…—susurró—Llegas temprano—un último tacto con el hombro del japonés fue necesario para una solemne despedida que el oriental valoraba más que a nada. Después de todo, sentía algo más que admiración por el creativo más codiciado de todo el lugar, quizás algún día se diera el valor para decírselo.
Podría sonar frío pero la única razón de Jones para hacerse amigo de aquel francés encargado de la publicidad de perfumes era el hecho de que fuera un sujeto de una melena rubia junto a esa linda y coqueta sonrisa y ojos brillantes del color que lo volvía loco, el azul. Aunque…odiaba su pelo largo, su desaliñada barba, una que otra vez le tendía trampas mortales para poder depilarlo a lo que Francis gritaba como nena y salía ileso.
—¿Va tu primo?
—¿Mi primo? ¿Tengo un primo?
—Aquí vamos de nuevo…—suspiró el francés.
Pero ellos dos nunca tuvieron algo, me refiero a Alfred y a ese francés, y eso que Francis ha tenido algo con cualquier cosa que se mueva en esa empresa, hasta quiso tirarse al conserje del piso cuatro, un español de ojos verdes, ese chico que se llamaba Antonio, él era un artista, uno muy bueno, pero siguiendo su corazón fue a dar con ese rudimentario empleo sólo para acercarse al contador italiano más difícil y cascarrabias de todos, el irremediable amor de su vida, al que quería ver todas las mañanas y soñaba que le diera el "acepto" en el altar, pero aún era un caso difícil, para Lovino aquel español no era más que el que mantenía limpio sus vidrios y barrida su oficina. Pero el amor desata nudos y rompe murallas, y ese hispano no estaba dispuesto a rendirse.
La razón de que Alfred y Francis no llegaran si quiera a intentar algo es que la química entre ellos no servia ni para prender un fósforo y sin mencionar la atracción casia maniática que tenía el europeo por el primo-hermano de su amigo, "El innombrable" "El otro" "Mr invisible" "El canadiense" "La cosa" "El chico apodos" "La monja2.0""Timineitor" y unas cuantas otras formas de llamarlo, nadie se acordaba de su nombre empezaba con M, y no, no era Margarita.
En fin, aquella noche había una fiesta de la empresa enemiga, Alfred estaba invitado por su archienemigo ruso, poco le importaba en realidad ya que dicen que si odias a alguien es que ya le estás prestando atención, así que hacía caso omiso a sus retos, sólo le pateaba el trasero en ventas siempre que podía. Su vida era simple, era sólo seguir hacia adelante, no mirar el pasado, sólo proyectarse en el futuro. Gustar de las cosas que le recordaran a él, amar toda su vida.
No mirar nada diferente.
—Quiero verla—susurró con impaciencia Jones. No sufría de satiriasis o algo similar, pero hace tiempo que no tiene un acalorado y apasionado sexo.
—Debería estar aquí…—entrecerró los ojos el francés tratando de ubicarla entre la gran cantidad elegante que estaba en aquella gran fiesta.
Todos vestidos de forma distinguida, con ropa cara y de calidad, los pisos brillaban y las finas alfombras de colores turquesa y rojo hacían un bello contraste con el color del techo y de las paredes, había mesas expandidas en el centro donde había diferentes tipos de jugos y cócteles y uno que otro camarero iba a atender a los invitados, entre ellos…
—¿Señor, le apetece un canapé? —el hombre de ojos verdes que antes se podría afirmar que era un conserje del piso cuatro atendía con suma dedicación a cierto italiano.
—Creo que este es el octavo que me ofreces…—frunció un poco el seño. —¿A caso es un plan para dejarme inconciente?
—No, claro que no…—se reía el español que llevaba un bigote para pasar desapercibido —Sólo quería dejarte atontado para llevarte ilegalmente a España, borrarte la memoria gracia a hipnosis, violarte con pasión y ser felices junto a nuestros hijos Guillermo y Spirit.
—¿Nuestros hijos cuanto? —el italiano no sabía como reaccionar, a primeras instancias se estaba llenando el estomago de pan con palta y huevo y a la otra un camarero demente con un mostachito le dice que se lo violará en tiempos futuros.
—Guillermo y Spirit, pronto los adoptaremos—corrigió con una gran sonrisa.
—Me estás asustando…
—Y tú… enamorando, no importa donde vayas, estaré allí…y algún día… seré importante en tu vida, lograrás recordarme… —y con eso desapareció entre la gente, el italiano quedó confundido tachándolo de idiota acosador a ese hispano. Jamás se podría enamorar de alguien así, es más, ya hasta había superado el trauma.
Alfred se encontraba sólo bebiendo un refrescante licor mientras esperaba a que el francés se dignara a parecer con la chica que tendría aquel día, se fue al rincón de la gran sala de aquella mansión junto a una lámpara antigua de un aspecto algo persa de colores verdes un tanto musgoso, suspiró poniendo sus pensamientos en orden para toser repentinamente a algo que ingresaba a través de su garganta.
—Cof… mierda…—Alfred odiaba el tabaco, volvió a respirar y sintió como el smog se colaba en sus branquias. —¿Qué parte de prohibido fumar no entienden?
Buscaba con la mirada al responsable.
—Creo…que la parte en que tengo que dejar de hacerlo…
Fue un susurro suficiente para distinguir una voz más ronca y madura que la suya, fue cuando encontró unos ojos algo tristes de hermoso jade entrecerrados mirando hacia adelante, su estilo era único, un traje de dos botones desabrochado de color azabache y una camisa rallada de blanco y plomo donde caía una arreglada corbata negra, su cabello corto estaba levemente tirado hacia atrás como el de americano, rubio brillante, más fogoso que el del norteamericano, piel blanca similar a la nieve y uno labios fruncidos hacia abajo tomando de la comisura el cigarro, aspirando con fuerza y soltando con sensualidad, era un joven realmente hermoso, si no fuera por unas gruesas cejas arribas de sus atrayentes ojos.
Alfred no lo comprendió, pero no podía dejar de mirarlo, un sudor frío se hacía presente en su frente y su corazón latía más fuerte que lo normal, sus ojos se desviaron desde su hermoso rostro a su pecho, su entrepierna, incluso lo que podía ver de su trasero, se sonrojó, es verdad, le gustaban los hombres, también la mujeres, pero era imposible que estuviera sintiendo atracción por ese extraño, no con esas horrendas cejas, esos ojos color pasto orinado, ese rubio cabello casi teñido y esa piel sin broncear, era un ser horrible, no se parecía a él.
Lo que estaba sintiendo no era encanto, no podía serlo.
El inglés no chocaba miradas, pero luego de dar una suave calada y relamerse los labios fijo su vista hacia al chico, algo en la forma en que lo observaba hizo sentir nervioso al americano.
—Me llamo Arthur kirkland…estúpido metrosexual. —Jones se sorprendió un poco de que lo llamara así, nunca pensó que su estado fuera tan obvio.
—¿Por qué tengo que saber tu nombre?
—Simple, creo que debes saber el nombre de quien te enamorará…—sonrió sutilmente apagando el cigarro deliberadamente en el costoso inmueble de madera barnizada. —No me gustan las formalidades, por eso he de decirte que desde que te vi… me he enamorado de ti.
El norteamericano sólo lo miró durante prolongados segundos mientras su acento inglés retumbaba su mente con aquella atrevida confesión, el americano no lo sabía, pero aquel anglosajón lo conocía hace más tiempo del que podía imaginar y que había viajado solamente para poder conquistarlo… y él… simplemente se sentía extraño, por que ese chico no debería producirle aquello.
No siendo mucho más feo que él, mucho más diferente, lo diferente de él lo asustaba. Jones sonrió con arrogancia.
—Eres uno más de la lista cariño, saca numero—rió algo nervioso mientras retrocedía alejándose de él. —Pero… no creo que tengas posibilidades conmigo, bye bye…
No sabía porque, pero inevitablemente mientras se sumergía en el mar de gente escapando de aquella inquisitiva mirada de aquel chico volteaba la vista viendo si seguía allí, si seguía mirándolo de aquel puesto mientras fumaba descaradamente sin importarle la opinión del publico. No quería verlo más, algo en él lo asustaba, quizás el hecho de que fuera tan diferente a él… o que muy en el fondo, había sentido deseo al observarlo.
Alfred se fue del lugar dando zancadas mientras trataba de no acordarse de aquellos penetrantes ojos verdes, trataba con toda la concentración del mundo en imaginar a la chica que Francis le presentaría, rubia, de ojos azules. No como ese chico, no quería verlo nunca más, algo extraño le pasaba cuando estaba cerca de él.
Al fin de un rato, encontró a Francis cercano al bar que se había instalado en una esquina de la casa donde antes estaba un piano antiguo familiar de su enemigo. Hablando de él, no lo había visto en toda la noche… a ese tal Iván.
—Maldito inglés con estúpidas cejas…—no sabía la razón, pero lo había recordado.
—¿Qué? —el francés abrió sus ojos dejando de tocar el trasero del pobre inocente que estaba delante de él —¿Có-cómo dijiste que se llamaba?
—Su nombre… nombre… hemmm—lo pensó un poco—Arthuro… Karin… Kikiriki…
—¿Arthur Kirkland? —la voz del francés era casi de ultratumba.
—¡Ese tipo! ¡Sí, era horrible, me dañaba mi hermosa retina! ¡Mira que tener ojos color pasto orinado! ¡Todos saben que el color azul cielo es lo de ahora!
—Alfred…
—Además fumando, es un desubicado, que se meta el cigarro en el poto, y de preferencia prendido…
—Alfred…
—Y también…
—¡Alfred! —habló lo suficientemente alto para callarlo —Él es… él es… un inglés extremadamente millonario.
—¿Y eso qué? ¡Que le presuma sus millones a su abuela!
—No lo entiendes, el está en la industria de computadores, el tiene todo lo que desea…—tragó con fuerza —Y es… es nuestro cliente, sólo vino a los Estados Unidos para contratarte a ti, en resumes es tu nuevo jefe…
Alfred abrió los ojos, era de las pocas veces en que una mueca de incertidumbre se planteaba en su cara, porque había decidido no verlo nunca más, porque él… sólo él, tan diferente de lo que consideraba y considera "hermoso" había logrado estremecer su pecho de esa forma, hacerlo suspirar con regocijo, enrojecer sus mejillas, desearlo, sólo él se le había confesado de esa forma tan directa, sólo de él… tenía miedo llegar a enamorarse.
Este fic no tardaré mucho, la razón es que está escrito pero en mi cuaderno, fui a Brasil por diez días, me fui el dos para regresar el doce, pasé por Argentina también y Paraguay, todos los países tienen algo hermoso que mostrarme… y allí fue cuando empecé a desarrollar este fic, está completo, pero no lo he pasado al computador.
Mientras viajaba… me di cuenta de algo ¿Los argentinos se llevan mal con los brasileños? Si es así… ¿Por qué? :C
Bueno eso, sé que es un asquiño de historia, pero espero que a una humilde lectora le guste.
PD: Sí, tienen derecho a odiar a Alfred, hasta a mí me cae mal ponerlo así :C
