La Chica que Conocí

Por McKinley Morganfield
Versión castellana de Miguel García

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Sonreí y puse empeño en estar bonita para la cámara. El fotógrafo era uno
de esos que no calificaron para la escuela de arte, que nunca llegaron a las
galerías, y que ahora ven a la fotografía comercial como su medio de
expresión. Por mí no habría problema, salvo que este creador por lo visto
creía necesario tomar cientos de fotografías idénticas antes de llegar a la
perfecta. Me había pasado ya tres horas en un traje de baño amarillo y
esnórquel, tratando de exudar entusiasmo ante la cámara, sosteniéndome
una lata de Vita Uno, la nueva bebida deportiva con doce vitaminas y
minerales, contra la cara. El fotógrafo hizo un alto en la sesión, al quedársele
la cámara sin rollo.

—¡Ranma! —exclamó—. ¡Tú, como rostro de la marca, tienes que estar más
que alegre, más que sonreír todo el rato! ¡Tienes que poseer una cierta mística,
una cosa especial!

Lo escuché hablar, aunque no terminé de entender adónde quería llegar.

—¿A ver, cómo es eso? ¿Qué debería hacer? —pregunté, sonriendo. Una
estudiante en práctica me roció con agua, para mantenerme con aspecto de
recién surgida del océano. Otra me sacudió la arena de las piernas.

—Haz algo fuera de lo común —insistió.

Reanudamos la sesión. Le abrí unos ojos inmensos a la cámara. Meneé los
hombros, como jugando. Hasta asumí algunas poses de karate. El fotógrafo
no tomaba fotos.

—No, no, no —insistió.

Sin parar de sonreír, yo intentaba idear algo que le pudiera parecer interesante.
Era frustrante. Ya sospechaba, a esas alturas, que el tipo no iba a quedar
contento con nada.

De repente, doblando la esquina, una mujer vino acercándose hacia el set.
La vi con el rabillo del ojo, y de pronto la miré sin poder creer lo que veía. La
boca se me abrió, en un estado de conmoción. No podía creer que ella hubiera
vuelto. No la veía desde hacía casi diez años...

—¡Perfecto! —exclamó el fotógrafo, tomando foto tras foto. Volví de sopetón a
mis cinco sentidos y miré al fotógrafo, con cara de no entender. El tipo había
parado la sesión—. Ahí sí que te salió insuperable. Magnífica la sesión, Ranma.
Dejémosla aquí por hoy.

Le di unas escuetas gracias antes de echar a correr en dirección a la mujer.

—¿Akane? —pregunté. Sabía quién era, pero no sabía qué pensar. Sonreí, tanto
por la sorpresa como por todo lo demás.

—Ranma, tanto tiempo sin verte —contestó ella, con voz reposada.

Mirándola, me pregunté si siempre había sido así de guapa. Me apresuré a
pensar que no: de haber tenido ella una facha así, jamás podría haberme ido
de Nerima. Parecía atlética y lozana, y tenía un cuerpo de aspecto sensual.
Llevaba ropa muy elegante, que le daba una presencia distinguida y profesional.

—Te veo muy bien —no pude evitar mirarla bien mirada. Ella sonrió, impávida.

—Y yo te veo femenina —devolvió. Supe que el efecto deseado era hacerme
sentir bochorno.

—Soy la nueva modelo oficial. Con algo hay que pagar las cuentas —dije con la
mayor naturalidad que pude. Descubrí de pronto que no quería hablar con ella.

Me siguió al vestidor, donde me sequé y me puse rápidamente un vestido de
verano. Me apronté a irme. Akane me siguió.

—Tus padres siempre estuvieron pendientes de en qué estabas —dijo—, y
hablaban de ti todos los días.

—¿En serio? Qué raro, no llaman nunca —contesté, amargamente.

—Eran demasiado orgullosos —dijo.

Pensé en eso, y en que yo también era demasiado orgulloso como para
llamarlos. No sentí culpa. Ella continuó.

—En realidad, por ellos vengo a verte.

—¿Qué? —pregunté.

—Murieron hace muy poco. En un accidente de auto. Tu padre había estado
bebiendo...

—Qué horror —dije.

Y lo era, sí, pero lo sentía en cierto modo remoto, como si acabara de
enterarme en las noticias de la muerte de un pobre tipo al que no conocía.
Hacía años que había borrado de mi vida a mis padres, y saber de su muerte
me importó poco.

—Le dejaron el dojo a la Escuela de Artes Marciales Nabiki, pero la mayor
parte del testamento está dirigida a ti.

—¿Y qué dice? —pregunté. Dejé de caminar.

—No lo sé, mi padre y nuestro abogado son los únicos que lo leyeron. Pero
entiendo que se te pide oír la lectura en el dojo de Todo Vale. Vengo a
a hacerte la invitación, para que vengas y oigas la lectura del testamento.

—Bastaba con que me buscaras en la guía y me llamaras, ¿no?

—Dudaba que vinieras.

-o-

El dojo parecía una versión ideal de lo que yo recordaba. De inmediato
me impresionó lo limpio que estaba todo, lo prístino, que hacía al dojo
semejar una atracción de museo del siglo 16. Las paredes del dojo ya no
eran un parcheado de tablas tapando boquetes, sino que tenían un aspecto
fuerte y permanente. Afuera, un letrero de pintura reluciente decía "Nabiki
Tendo. Artes Marciales Todo Vale". Entré al dojo. Nabiki guiaba a un grupo
de alumnos en la ejecución de un kata. Me sorprendió lo avanzado del kata
para la edad tan temprana de los alumnos. Nabiki advirtió mi presencia,
pero no se volvió hacia mí hasta que el kata estuvo terminado.

—Jóvenes, jóvenes —exclamó. Me estaba presentando. Me quedé ahí,
abochornado—. Les presento a Ranma Saotome, Mejor Artista Marcial de
Todo Vale del Mundo. Ella iba a ser, en algún momento, la sensei del dojo,
no yo. Ahora —Hizo un alto, e hizo como quien sostiene una lata, mirando
hacia el lado—, es la modelo oficial de Vita Uno.

Nabiki sonrió, pero los pupilos parecían genuinamente impresionados. Vita
Uno estaba usando mis fotos con esnórquel como centro de una campaña
publicitaria descomunal, y era muy posible que los niños hubieran visto los
anuncios por toda la ciudad.

Luego, sin mediar advertencia, Nabiki me tiró un puñetazo a la cara. Por
reflejo, bloqueé el golpe con el antebrazo, y devolví con un izquierdazo.
Ella bloqueó, pero conseguí impulsarme en el brazo con que bloqueó, dando
una voltereta por sobre ella. Teniéndola aún sorprendida, le di dos jabs de
boxeo, luego le tiré un derechazo recto al pecho. Ella cayó al suelo, rodó
alejándose del golpe para terminar en pie, y luego sonrió. Los alumnos
aplaudieron.

—Esas técnicas no las van a aprender hasta mucho después —dijo—. Por
ahora, quiero que repitan diez veces el último kata que hicimos.

Cuando terminó de dirigirse a los alumnos, vino hasta mí y me dio un abrazo:

—Por Dios, no pensaba que te volvería a ver. ¿Cómo te ha ido?

—Fue duro al principio, un tiempo, pero, la verdad, las cosas van repuntando.
Me instalé en Tokio otra vez, y vivo con Ukyo... —Hice un alto, no queriendo
ahondar en ese tema—. Pero bueno, a decir verdad, me sorprende un poco
verte encargada del dojo. Siempre pensé que sería Akane.

Nabiki se rió:

—Lo mismo pensaba yo, pero así salieron las cosas. Primero me encargué
del funcionamiento, y después me metí en los ejercicios, y al final me cayó
en las manos. —Nabiki miró la puerta—. Ya casi termina esta clase. No me
cabe duda de que el resto de la familia está esperando afuera, listos para
leer el testamento. Todos andan bastante aprensivos con todo esto.

—Yo ando el doble de aprensivo —contesté, tratando de tomar el asunto a
la ligera. A decir verdad, quería salir pronto de aquel desbarajuste. La
simpatía de Nabiki era genuina, pero esta era una parte de mi vida que yo
quería mantener clausurada.

—Puede que esta reunión no sea muy grata, Ranma. Yo en esos tiempos
vivía en mi mundo, y no me metí en todo el lío ese. Y me fascina ser la
dueña del dojo. Pero créeme, los demás de la familia jamás perdonaron el
que te hayas ido.

Tuvo que atender la clase, luego intercambiando una reverencia con los
alumnos para cerrar la práctica. Tan pronto como los niños salieron del dojo,
entró el resto de la familia. Soun, Nabiki, Kasumi y Akane. Para no haberlos
visto en casi diez años, no parecían muy distintos. Soun entró primero,
con el pelo entrecano. Me hizo una seña leve con la cabeza, y se arrodilló
al extremo del dojo, junto a un altar. Lo siguió Kasumi. Estaba más subida
de peso, y era obvio que trataba de ignorar mi presencia. Parecía enojada
por el solo hecho de tener que estar entre las mismas cuatro paredes que yo.
Akane entró con gran soltura, sin dar señas de advertir mi presencia. Estaba
tan atractiva como antes. Nabiki me vio mirándola y sonrió, caminando
conmigo en dirección a los demás. Nos arrodillamos, y miré a Soun, que
sacaba el testamento. Empezó a leerlo con voz desabrida.

—Última voluntad y testamento de Genma y Nodoka Saotome: Nosotros,
en nuestro amor de padres, quisimos solo lo mejor para nuestro hijo. Con
tal fin dedicamos nuestras vidas a convertirlo en el mejor artista marcial
que le era dado ser. En cambio, a los diecisiete años de edad, él optó por
hacer caso omiso de sus obligaciones filiales, y huyó a un país extranjero,
abandonando a su prometida. No sentimos sino vergüenza por...

-o-

Me volví caminando a donde vivía con Ukyo, para ejercitar. La vieja espada
de la familia colgaba en mi mano; era la única herencia u objeto de valor
que me había tocado en el testamento. Era, supuestamente, un recuerdo
de cuando nuestra familia todavía era samurai, aunque no recordaba haberla
visto cuando niño. Akane iba caminando a mi lado. Aquello no me gustaba.

—Te tocó pesada la cosa allá dentro —ofreció.

—Dejé de escuchar después de las primeras páginas de insultos.

Akane estuvo callada un instante.

—¿Sabes algo? —dijo—, si no hubieras sido tú el que huyó, me habría ido yo.

No la miré. —Déjate de bromas. Hubieras seguido con el matrimonio. Cada
vez que yo perdía el conocimiento, me decías que me querías.

—Puedes creer eso si tú quieres. Pero por ningún motivo me hubiera casado
contigo.

—Bueno, si tú lo dices... Ahora qué más da. —Me di cuenta de que ella
quería aguijonearme, y yo no quería seguirle el juego.

—Eras demasiado grotesco. Lo único que hacías era pelear con la gente y
convertirte en mujer.

Eso ya era maldad:

—¡Y por qué carajo crees que me fui! ¡Era mi familia la que me estaba
convirtiendo en una cosa grotesca, en una fantasía del kung fu o quién
sabe qué!

Me descubrí gritando y conté deliberadamente hasta diez. Detesto salirme
de quicio. Continué, despacio:

—Y yo no era eso. No quería ser eso. Y me fui. Me gusta pensar que ahora
soy más normal.

—¿Y entonces por qué te andas paseando como mujer siempre?

De no haber estado cuidándome, me habría enojado. En vez de eso, tomé
a Akane de la mano y la llevé al onsen que estaba un poco más adelante
de donde estábamos. Le tiré a la señora dinero más que suficiente para
un baño caliente para Akane y para mí. Tomando la toalla, me saqué la
ropa a tirones, la dejé en el casillero, y me lavé bien rápido con agua
helada. Me volví a mirar a Akane, que se apresuraba en seguirme el paso,
entre protesta y protesta.

—No tienes para qué convertirte en hombre ahora, ni estarme demostrando
nada... —decía ella. Así y todo, me siguió a la sala de baño, donde unos
pocos bañistas de media tarde y turistas se relajaban. Con unos ojos
enormes, me miró entrar al estanque de agua caliente.

No pasó nada.

—¿Estás... trabado así? —preguntó. Se metió al baño junto a mí—. ¿Qué
pasó?

Miré el agua:

—Hace unos años, me di cuenta de que el agua caliente del baño ya no
alcanzaba. No me podía transformar sin el agua prácticamente hirviendo.
Casi me quemaba cada vez, y así y todo, llevaba unos segundos para que
pasara algo.

—¿O sea que ya no te puedes transformar?

—Depende. En este momento, no hay caso. Pero hay días en los que me
puedo convertir sin ningún problema, igual que antes. O casi igual que
antes. No hace falta mucho para volver a convertirme en mujer, unas
gotas y listo. O pongamos que estoy como a un metro de un vaso de agua,
y me transformo. A veces con solo pensar en agua basta para volver a
convertirme en mujer.

—¿Y qué piensas hacer? —me preguntó.

—No sé. —Callé un momento—. Aprender a vivir con esto, me imagino.

La miré, y la desnudez de ella me golpeó de repente. Dí un cierto respingo,
y ella se dio cuenta. Sonrió, pero hice como si ella no hubiera percibido
nada. Hablamos de trivialidades, cosas pedestres, durante el resto del baño,
poniéndonos al corriente de la vida del otro, y me sorprendió lo cambiada
que estaba. Me había estado aprontando seriamente para odiarla y no volver
a hablarle jamás, pero su personalidad, si bien no se había dulcificado del
todo, se había hecho más apacible y más grata. Pero todavía podía ser de
ciertas ideas fijas, y mostrar la pasión que yo recordaba de hacía tanto
tiempo. Era un placer hablar con ella. Al marcharnos del onsen, me encontré
todavía conversando.

—Tenemos que vernos, algún otro día —dijo ella por último. Tenía que irse
en ese momento, a hacer algún trámite.

—Akane, vivo con Ukyo...

Ella sonrió:

—A tomar un café o algo así, nada más. A lo mejor nos podemos juntar en
el restorán de ella. Ah, Ranma, una cosa...

—¿Dime?

—Te mentí. Jamás hubiera huido de ti, en ese entonces.

Se hizo más adelante y, tomándome por sorpresa, me dio un beso ligero
en los labios. Se rió.

—No quería pasarme toda la vida sin darte un solo beso —dijo—. Te llamo
algún día de la próxima semana.

Echó a correr, casi como colegiala.

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El problema de mis peleas con Ukyo es que no somos capaces de
escondernos nada, no somos capaces de hacernos daño, y los dos lo
sabemos. El asunto se vuelve rápidamente un listado mutuo de las
mismas quejas de las que nos hemos quejado antes.

—No deberías juntarte con ella, Ranma —me dijo, mirándome desde
detrás de sus anteojos y gorra de chef—-. Es obvio que te tiene ganas.
Además, de sobra está recordarte todo lo que te ha costado dejar atrás
esa parte de tu vida. La verdad, ni siquiera entiendo por qué podrías
tener ganas de volver a encontrarte con ella.

—Estás celosa porque me dio un beso.

—Sí, estoy celosa. ¿Tú no lo estarías? Ya llevamos cinco años viviendo
juntos. Lo nuestro es exclusivo.

—Claro, y esa exclusividad es la que me tiene sin tocar nada la mitad del
tiempo —me quejé. En realidad, estaba pegado como mujer nueve días
de cada diez.

—No soy lesbiana, Ranma. No me voy a casar con una mujer. Tampoco
pienso besar a una mujer, tal como tú no besarías a un hombre. Sabes
que te quiero, pero de rarezas ya nos basta con...

Era una ridiculez. Me alegré de que sonara el teléfono y que interrumpiera
nuestra discusión.

—¿Diga? —pregunté.

—Ranma, encuéntrate conmigo en la estatua de Hachiko lo antes posible.
Se trata de tu maldición.

No tuve para qué preguntar quién era; reconocía la voz de Akane. Continuó:

—Creo que encontré una cura.

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Vi a Akane junto a la estatua; estaba ocupada ignorando a un tipo que
trataba de conquistarla a punta de labia. Con ese físico, con la forma
en que iba vestida, me habría sorprendido que no se le acercaran los
donjuanes. Se acercó al verme.

—Ranma, cómo me alegro de que vinieras.

—Por supuesto que iba venir, si me das un mensaje como ese.

Yo estaba genuinamente entusiasmado, y sonreía como idiota. Ella
sonrió también.

—Bueno, ojalá esto te sirva. Tiene que ver con el testamento de tu
padre.

—¿Lo que oí el fin de semana pasado, dices?

—No. Había más. Algo que era privado, para mi padre y para Nabiki.

—¿Y te lo dijeron? —pregunté.

—Mi papá dejó el testamento en su cuarto, y me entró la curiosidad, y
bueno... —Hizo un alto.

—¿Qué decía?

—Tu padre tenía una cura.

—¿Una cura? —pregunté. Estaba estupefacto. Jamás había sabido nada
de eso.

—Tal parece. Alcanza para una sola persona, pero nunca la usó. Por lo que
decía el testamento, me da la impresión de que Shampoo te la envió. Pero
ella no sabía que te habías ido, y la hizo enviar al dojo.

—¿Y qué pasó con la cura? —pregunté.

—No sé. La tiene Nabiki, y con ella no me llevo muy bien que digamos.

Hizo un alto. Estábamos al lado de una máquina expendedora, y Akane
puso dinero para una lata. Sacó la lata, y metió dinero para una segunda,
que me entregó a mí. Era de Vita Uno. En cada lata venía la imagen mía
haciendo esnórquel en traje de baño.

—Bien mirado, tienes suerte de haber entrado con Vita Uno. Es bien rica
esta cosa, se va a vender como pan caliente.

—No sé —dije—. No soy muy de bebidas deportivas. Prefiero tomar agua
antes que algo dulce cuando hago ejercicio.

—¿Eres la modelo oficial y nunca la has probado? —preguntó, en tono de
broma—. Pruébala, te vas a sorprender.

Abrí la lata y me eché un trago. Era más refrescante de lo que uno podría
haber creído posible, y eso que no tenía ni sed. Quedaba un dejo en la
boca, además, un gusto muy sutil a frutos rojos y trigo.

—Es bien rica —dije, genuinamente impresionado—. Digo, no soy de
tomar bebidas deportivas, pero esto es otra cosa, esto se puede beber.
De verdad es bien rica.

—Y tiene doce vitaminas y minerales esenciales —añadió ella, con tono
de chiste.

—Eso, hasta se siente un poquito de efecto, como de energía —Me había
acabado la lata. Casi me daban ganas de comprarme otra.

—¿O sea que estás contento de ser la modelo oficial? —preguntó ella.

—Es un trabajo y punto, y el producto para el que modele no me importa
mucho —contesté.

Y decía la verdad, pero lo que ella había dicho sí explicaba algunas cosas.
La empresa hablaba de un contrato exclusivo de modelaje, y había otra
sesión de fotos fijada para la semana entrante. Me daba cuenta de por
qué metían la publicidad con tanto ímpetu. Esta cosa iba a llegar más
lejos que la Coca-Cola. Akane me interrumpió las ideas.

—Eso tendrá que acabar, cuando tengas la cura. No creo que quieran a
un hombre en traje de baño amarillo.

No dudé ni un segundo:

—Me tiene sin ningún cuidado, si me puedo quitar esta maldición.

—Vas a tener que hablar con Nabiki para tenerla —dijo ella, volviendo
al tema.

—¿Eh?

—Nabiki está a cargo del dojo, y la cura le fue legada al dojo.

—¿No se la puedes pedir tú?

—Sabes que no. Sería demasiado sospechoso... A fin de cuentas, yo no
soy la que necesita la cura. Vas a tener que pedírsela tú.

—No debería haber problema. No veo que ella me tenga tirria ni nada.

Akane calló un momento. —No creo que sea tan fácil. La cura ahora
pertenece al dojo. Y tú no.

—¿Dices que tengo que convencerla, o algo así?

—Tal vez. Y puede que se la tengas que quitar.

Miré a Akane, desconfiando. —¿Y por qué me cuentas esto? ¿Por qué
quitarle algo a tu propia hermana, a tu propia familia?

Akane volvió la cabeza, despacio, para mirarme. Era bellísima, su pelo
largo atado con una cinta blanca.

—Porque no me quiero casar con una mujer —dijo.

Me di cuenta de qué hablaba, pero antes de poder decirle nada, ella
me estaba besando. Y yo correspondía el beso.

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Me hallaba en la cama, pensando en lo que había sucedido con Akane.
No había pasado de ahí. Pero podría haber pasado. Hay veces en que
uno está hablando con una mujer, y uno sabe que puede encamarse con
ella si se expresa decentemente, si no se porta como tarado, y eso mismo
había sentido con Akane. Pero estábamos recién entusiasmándonos
cuando me di cuenta de que no quería traicionar lo que tenía con Ukyo.

Ukyo estaba a mi lado en la cama. Yo estaba en mi cuerpo de hombre.
Nos gusta pasar un rato de intimidad cuando no estoy pegado como mujer.
Uno de sus empleados estaba en el piso de abajo, atendiendo el restorán.

—¿Ukyo?

—¿Qué?

—Se trata de Akane.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó.

Me callé un momento. No quería guardarle secretos, y nunca antes le
había mentido, pero no pude decírselo.

—Eh, nada —dije, dándole un ligero apretón. Ella me sonrió. Me sentí
culpable. Sabía que si se lo contaba todo se iba a enojar, pero nada trágico.
Se iba a enojar de verdad, eso sí, si yo no aceptaba dejar de ver a Akane.
Y por mucho que detestara admitirlo, yo quería volver a verla. Decidí
hablarle de otra cosa.

—Bueno —continué—, no sé si es una idiotez o no, pero ella me dice que
mi padre tenía una cura para mi maldición. Que él nunca la usó, pero que
se la legó al dojo, y que yo podría conseguirla hablando con Nabiki.

—¿Y le crees? —preguntó Ukyo. Calló unos segundos. Sé que odiaba
sonar tan negativa—. Hemos buscado por tantas otras partes, Ranma, y
ninguna ha resultado. Yo creo que Akane está usando esto como alguna
de especie de maquinación. Si hasta ella misma admite que nunca se olvidó
de ti.

—¿Entonces por qué hacerlo así? Akane no dice que ella tenga la cura.
Con la que tengo que hablar es con Nabiki, y Akane ya no se lleva bien
con ella.

Ukyo sacudió la cabeza. —Tú decides, pero ya llevas tanto tiempo huyendo
de tu pasado. No entiendo por qué estás tan deseoso de volver a tener que
ver con los Tendo, por el más mínimo rumor de una cura.

Me volví hacia Ukyo y la miré a los ojos:

—Tú sabes cuánto significaría la cura para mí. Y sabes cuánto significas tú
para mí, Ukyo.

Rodé y me puse encima de ella, sin dejar de besarla.

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Nabiki estaba sola en el dojo, entrenando. La miré. Tenía bastante talento.
Tal vez no tan hábil en el Todo Vale como yo lo había sido, pero por cierto
que mucho mejor de lo que yo era ahora.

—Debes pasártela practicando —alenté.

—Eso —dijo ella—. Pareciera que estoy todo el santo día o enseñando o
practicando.

Me reí. —Y tú que estabas siempre tan metida en cosas comerciales.

Ella se rió de vuelta. —Sigo un poco en eso, yo creo. Tengo el dojo
funcionando a un margen de utilidad anual de 80 por ciento. ¿Tú todavía
practicas, Ranma?

—¿Yo? No mucho. Al menos no el Todo Vale. Boxeo sí hago, un poco. Por
el ejercicio.

—¿Boxeo? —preguntó ella, con recelo.

—Eso, como Mike Tyson y cuanta cosa.

—No patean, ni se mueven mucho. Están ahí parados y tiran puñetazos.
Eso es una limitación, como si te ataras un brazo a la espalda.

Sonreí. —Eso pensaba yo, pero cambié de opinión. Deberías intentarlo
alguna vez.

—Tal vez —dijo—. Si tanto te gusta. En fin, ¿qué te trae por aquí?

—Nada del otro mundo... —Hice una pausa. No quería mencionar a Akane,
de modo que ya había pensado un poquito lo que iba a decir—. Se trata
de algo que Shampoo me contó, justo antes de que me fuera. Me dijo que
había una cura para la maldición, y que era posible que la enviara acá.

—¿Eso dijo? —preguntó Nabiki, mirando hacia el rincón del dojo.

En realidad, Shampoo se había ido un día y punto, sin decir nada, pero
Nabiki no tenía modo de saber eso.

—Sí, eso me dijo —dije—. Yo sé que ustedes me habrían entregado
cualquier cura, de haberla, o me habría enterado de alguna manera.

Ella asintió, y miró hacia el rincón del dojo.

—Pero —seguí—, ¿me preguntaba si ella ha enviado algo? ¿Alguna vez
volvió a pasar por aquí? ¿Dio al menos algún aviso de si la cura funcionaba
o no?

Nabiki parecía nerviosa. —No sé nada de eso. De haber algo, te lo
habríamos dicho.

—Es que quería asegurarme, eso es todo. Tú me entiendes, no me estaba
llevando bien con mi familia, y si hubiera sido algo así como "falsa alarma",
me imaginé que la familia no me hubiera dicho nada. Pero me gustaría
saberlo a ciencia cierta.

—Pues... —Se calló un momento, y miró el rincón—. No que yo sepa. Le
puedo preguntar a mi padre...

Odié hacerlo, pero noqueé a Nabiki con un gancho al mentón. No más
fuerte de lo necesario, pero lo suficiente para procurar que se desmayara
en el acto. Se desplomó al suelo, y fui a ver el rincón que ella tanto
miraba.

Parecía igual que cualquier otro punto del dojo. Di unos cuantos golpecitos
a las paredes, atento a cualquier sonido extraño, como si hubiera sabido
lo que hacía. Nada. Frustrado, atravesé una tabla de un puñetazo, sacando
un pedazo. Metiendo los dedos por el boquete, tiré de la tabla, hasta revelar
el armazón interno. Solo lo hice con unas pocas tablas más antes de dar con
lo que, supuse, era el botín: un cristal negro, que parecía brillar con reflejos
turquesa. Me lo metí al bolsillo y eché a correr.

-o-

El local estaba vacío, salvo por Ukyo y por mí. Esperábamos a Akane. Había
avisado que nos diría cómo funcionaba el cristal. La piedra no venía con
folleto de instrucciones, y por cierto que no podía consultar a Nabiki. Al
parecer, a los New Age les gusta hacer collares con cristales, pero eso ya
lo habíamos intentado, y no pareció surtir efecto alguno. Ukyo tenía cierta
noción de que los cristales podían molerse hasta hacer una especie de polvo,
pero este no lo podíamos machacar a tontas y a locas. Habíamos intentado
todo lo que a uno se le pudiera ocurrir, pero, ¿qué se espera que uno haga
con un cristal?

Ukyo lo examinaba.

—Parece ser alguna piedra preciosa, o algo así —dijo, aportando bastante
poco—. ¿Cuándo crees que llegue Akane, en todo caso?

Ya llevábamos más de una hora esperando; Akane no había sido muy
específica en sus planes. Y, claro está, Akane entró a la estancia en ese
preciso momento.

—Parece que Nabiki está molesta, Ranma —dijo Akane, muy suelta de
cuerpo, sin siquiera saludarme—. No dice nada del asunto, claro, pero me
doy cuenta.

—Me siento pésimo por haberlo hecho. Ojalá no haya tenido alguna
lesión.

—No. Al menos no le vi ninguna venda.

Akane avanzó hacia mí. Tenía las manos detrás de la espalda, descansándolas
en su cinturón.

—Bueno y, ¿me puedes decir qué hacer con el cristal este? —pregunté—.
¿Cómo me puede ayudar?

—Déjame verlo y te muestro —dijo Akane.

Le hice una seña a Ukyo de que le pasara el cristal. Ukyo no se movió.

—A ver, dínoslo —dijo Ukyo—. No tienes para qué tomarlo. —Bajó los
párpados a la mitad, y no parecía contenta de ver a Akane.

—Tengo que demostrarlo —repitió Akane—. No es tan simple.

Ukyo no se lo tragaba. Sujetó firmemente el cristal, y se limitó a mirar a
Akane con gesto rabia. Me sorprendió la actitud de Ukyo, pero me sorprendió
mucho más lo que pasó después. De detrás del cinturón, Akane sacó una
pistola. Era la primera pistola que veía en mi vida, ¡y estaba apuntada a
Ukyo!

—Entrégame el cristal —dijo en voz categórica.

—¿Te volviste loca o qué? —le pregunté a Akane. No supe qué más decir.

La vi retroceder un poco para entreabrir la puerta. Entró un cerdo pequeño.
Lo reconocí de inmediato. Era Ryoga.

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Estaba enrabiado a más no poder, no fui capaz de hacer nada, y el único
culpable era yo. ¿Cómo pude ser tan imbécil, de fiarme de Akane en todo
esto? Casi deseaba que Ukyo me hubiera mosqueado, recordándome que
siempre me había dicho que Akane no se traía nada bueno entre manos. Al
menos hubiera podido gritarle que se callara. En cambio, estoy más resentido
que el carajo, sin nadie con quién desquitarme, y tengo que estar sonriendo
en plena sesión de fotos.

—Sonríe, Ranma. Sonríe grande. —El fotógrafo me gritaba indicaciones—.
Estás jugando badminton, la estás pasando bien. Esto no te enoja.

Intenté sonreír, pero salía patentemente falso. Perdí la compostura, y le solté
un gruñido a la cámara.

—No veo necesario seguir con el badminton —dijo el fotógrafo—. Hagamos
un cambio de traje... ¿Dijiste que practicabas boxeo?

Asentí, y me cambié de atuendo; me puese una cosa azul pegada al cuerpo.
No podía concebir que alguien fuera a boxear vistiendo algo semejante.

—¡Pon cara de enojada! ¡De enojada! —exclamó el virtuoso.

No me hizo falta mucho incentivo. Repetí jab tras jab, siguiéndolos con un
cruzado, luego con un gancho. Sabía que era más de lo que hacía falta para
la sesión, pero empecé a sacar mis mejores ataques, combinaciones de cinco
y siete golpes. Nada de linduras; había fuerza a montones detrás de mis
puñetazos. De haberse atravesado alguien, no habría quedado en pie.

—¡Así! ¡Así! —clamó el fotógrafo. Estaba a apenas un par de metros de mí,
y tomaba acercamientos de mi cara mientras yo sudaba de lo lindo,
vapuleando al aire. Retrocedió para tomar unas fotos más.

Repetí el número con aikido, karate, béisbol, fútbol, y hasta una que otra
toma humorística de sumo, y hacia el final del día había sido no sólo una
sesión magnífica, sino una prueba física de antología. Hasta me sentía
mejor con todo. Tenía sed, de modo que al bajar las escaleras, me compré
una Vita Uno. Para ser bebida deportiva, era bien rica.

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Al otro día, Ukyo no estaba tan alborotada como es costumbre cuando no
estoy pegado como mujer.

—Ranma, no puedo —dijo, tristemente.

—¿Por qué no? —pregunté—. ¿Es por lo de ayer, por lo que hizo Akane?
Ukyo, yo no voy a dejar que eso pase otra vez.

—No, no es eso... —Ukyo calló un momento—. Bueno, sí, tal vez es eso.
Ranma, la maldición no hace más que empeorársete. Primero te quedabas
trabado algunas veces, y no era tan malo, pero ahora estás trabado casi
siempre. Y no creo que vaya a haber una cura.

—¡No estoy trabado ahora! —protesté. Podía ver adónde iba esto. Ella
continuó, sin darse por aludida.

—¡No me conformo con tener novio un día, semana por medio, y el resto
del tiempo vivir con la modelo de Vita Uno! —gritó, sorprendiéndome—.
¡Acabo de cumplir veintisiete, Ranma, y quiero algo más serio que un amigo
puertas adentro!

—Pero y, ¿qué esperas que haga? —me quejé.

—¡No me preguntes eso! Ya lo sé, ya sé que no puedes hacer nada. Ojalá
pudieras. Por eso me he quedado contigo tanto tiempo.

—Lo haces parecer un acto de misericordia —exclamé—. ¡Como si me
tuvieras lástima!

—¡Es que así es! ¡Me da lástima que la maldición haya sucedido, y que te
tenga atrapado! ¡Me da lástima porque no podemos estar juntos! ¡Pero yo
tengo que vivir con un hombre, y tú tienes que, qué se yo, buscarte una
lesbiana o algo por el estilo!

Se detuvo. Se había puesto a llorar, y me abrazó. No supe qué hacer. La
puerta se abrió de golpe.

—¡Maldito seas, Ranma Saotome! —dijo una voz conocida. Miré en dirección
a esta y vi a Ryoga, que tenía los ojos clavados en mí. Debía de haber usado
la cura, y estaba en su forma humana—. Ya es imperdonable que golpearas
a la hermana de Akane. ¿Y ahora haces llorar a Ukyo? Sigues siendo la
escoria humana que siempre he repudiado. Y ahora, ¡entrégame la espada!

—¿Qu...? —pregunté. No sabía de qué hablaba cuando mencionó la espada.
Solo entonces me acordé de que el testamento de mis padres me había
dejado la katana esa, una especie de espada samurai antigua. No me había
tomado aún el tiempo de decidir si venderla o tirarla, pero así y todo, por
cierto que no se la iba a entregar a Ryoga sin oponer resistencia.

—Llévatela, si crees que me la puedes quitar —contesté.

Tengo que estar agradecido de dos cosas. La primera es que yo haya estado
como hombre cuando Ryoga entró al apartamento. Ryoga tenía fuerza. Con
su primera patada, con su primer puñetazo, me di cuenta de que él era
mejor de lo que había sido antes, la última vez que peleé contra él, hacía
tanto tiempo. Me iba a hacer falta hasta mi última gota de fuerza para
tener alguna oportunidad.

Lo segundo que debía agradecer era ya no practicar más el Todo Vale. Las
Artes Marciales Todo Vale tienen su lugar, y en la época en que me pasaba
el día entero practicando, podría haber vencido a Ryoga sin gran esfuerzo.
Pero ahora, las complejidades de las combinaciones hubieran sido
demasiado para mí. El Todo Vale, como el grueso de las artes marciales,
se centra en la patada. Desde luego, para patear hacen falta las piernas, y
estas se necesitan también para el equilibrio. Así, para evitar ese conflicto,
se hace necesaria toda una serie de saltos, contorsiones, giros y
contramaniobras, que reducen dicho arte marcial a casi un juego. Mi
ejemplo preferido es la capoeira, que admite de frentón que los movimientos
son injustificados, y que aquel arte marcial no es mucho más que una
forma de baile exótico.

Nadie podría confundir el boxeo con un juego. La belleza está en la
simplicidad: los pies son para el equilibrio, y las manos para atacar. ¿Para
qué gastar tiempo y energía saltando por todos lados, cuando una sola
combinación puede dejar a un individuo fuera de combate? En vez de
practicar la voltereta doble hacia atrás, cómo sostenerse en una mano,
el salto mortal, uno puede trabajar en la velocidad de las manos. El
puñetazo conecta antes de que hasta el mejor entrenado de los artistas
marciales lo pueda bloquear.

Al menos, eso es efectivo con la mayoría de los peleadores. En alguna
época hubiera sido así con Ryoga. Pero este había mejorado, había
entrenado hasta volverse una especie de máquina, y supe que con él
iba a costar un poco más. Un poco.

—¡Apróntate a morir! —exclamaba sin cesar. Intentando intimidarme,
me imagino, pero vaya uno a entender a Ryoga.

Pegó el salto hacia adelante y me alcanzó con un par de patadas rápidas
al pecho. Las recibí, di un paso, esperé, y devolví con un jab rápido.
Ryoga se fue hacia atrás con el golpe. Se me vino encima otra vez con
un puñetazo, que vi venir a un kilómetro, y eludí hacia un lado, flectando
las rodillas en el último segundo para contestar con un derechazo a los
riñones.

Cuando la mayoría de la gente pelea, es imposible decir a priori quién va
a ganar. El que ponga más garra, tal vez, o el que haya comido como
corresponde la noche anterior. Pero, al acumular experiencia, nada es
sorpresa. El mejor peleador va a vencer al segundo mejor peleador, cada
vez. Es más una cosa de pautas, de estrategias, de ver cómo el ritmo de
un peleador se compara con el del otro. Y me gustaba el ritmo que esta
pelea iba agarrando. Me movía, claro, adelante y atrás, para evitar sus
ataques mastodónticos. Pero Ryoga literalmente rebotaba de pared en
pared. Desperdiciaba energía mientras yo seguía plantado allí, esperando
que viniera a mí. Yo esquivaba, bloqueaba, a veces recibía el puñetazo,
y contestaba con golpes que sabía le hacían daño.

Ryoga no podía soportar mucho más castigo, y pude sentirlo. En cualquier
pelea, hay un momento en que uno sabe que ha asestado suficientes
golpes al cuerpo como para retardar al oponente. Y es hora de finiquitar
las cosas, de entrar a rematar. Ryoga estaba cansado y, cuando se me
acercó, no esperé a que él tirara el primer puñetazo. Lancé un jab rápido
con la zurda, nada más para bajarle la guardia, de ahí lo seguí con mi
hook de derecha, un potente nudillazo. Intencionalmente, puse la guardia
con el hombro derecho adelante. Por lo general en el boxeo uno pone por
delante el izquierdo, para el jab rápido, menos potente. Pero yo quería
seguir mi derechazo con un cruzado de zurda, y necesitaba dejar atrás
el hombro izquierdo para ganar impulso considerable. Le asesté el
cruzado, en pleno mentón, y me resultó evidente que Ryoga estaba un
poco menos que consciente. Me di un segundo extra, di un paso atrás,
y eché a volar el gancho más fuerte que he pegado en mi vida. Ryoga
despegó del suelo, voló por la habitación, y aterrizó en la cocina,
quebrando una mesa al caer. Le cayó agua encima, y volvió a convertirse
en cerdo. Lo miré, con cautela.

—¿O sea que no se ha curado? —me pregunté en voz alta.

—No te hagas el sorprendido —dijo una voz que no necesitaba identificación.
Akane. Continuó—: Ya sabes que no tenía la espada. —La miré. Tenía la
pistola en la mano, como antes, solo que ahora la apuntaba contra mí—.
Ahora dime dónde está la espada.

—En mi cuarto —dije, sin vacilar. Miré a Akane—. ¿Por qué haces esto?

—Porque todo el tiempo que te has quejado de estar atrapado como
mujer, él ha estado atrapado también... Solo que como cerdo. —Hizo un
alto, y siguió—. Nos queríamos casar, antes que empezara a quedarse
trabado. ¡Hoy es el primer día en que se pudo transformar desde el mes
pasado!

Tragué saliva. No sólo odiaba el que ella me gritara mientras me apuntaba
con una pistola, pero si Ryoga también se estaba quedando pegado...
Entonces tal vez no había solución. Caminé hasta el dormitorio, manteniendo
los brazos a los costados. Quería dejarle claro a Akane que no iba a hacer
nada engañoso.

—Está debajo de la cama —contesté.

—¿Debajo de la cama? —preguntó ella, curiosa—. Es la clave de tu cura,
¿y la guardas debajo de la cama?

No sabía de qué hablada esta mujer.

—Bueno, pues, ¿se me ocurrió que nadie iba a buscar allí?

Dejé la espada encima de la cama y me alejé. Manteniendo la pistola
apuntada contra mí, ella tomó la espada. Desenvainándola, admiró
brevemente las incrustaciones, y luego localizó una muesca con el dedo.
Puso la gema en la muesca, y se acercó a Ryoga, que miraba como
mareado todo cuanto pasaba.

—Con esta gema en su sitio puesta —explicó ella, dramáticamente—.
¡la vida de Ryoga como cerdo muere, y su vida de humano recomienza!

Ryoga seguía tirado, inmóvil. Akane hundió la espada en la pequeña panza
del cerdo, y ejecutó movimientos de rasgadura hacia los lados. No sucedió
nada. Al final, pudo verse que corría sangre. Akane dejó caer la espada y
huyó del lugar, llorando.

-o-

¿Y qué puedo decir? Desde entonces, no he visto a ninguno de los Tendo,
jamás he vuelto a siquiera saber de ellos, y no puedo decir que lo lamente.
Le conté a Ukyo todo lo que pasó con Akane, pero no puede haberse
enojado mucho, porque igual nos casamos unos meses después. Una
boda sencilla, pero una luna de miel en grande, tal como me gusta a mí.

Nunca pude entender qué le pasó por la cabeza a Akane cuando mató a
Ryoga. Sabía que no había sido intencional. Ukyo razonaba, y a mí me
sonaba bien, que había sido parte del testamento, parte de lo que yo no
leí, alguna declaración de que el cristal y la espada, juntos, mataban al
cuerpo de la maldición, haciendo que uno siguiera para siempre en su
cuerpo real. Mis padres habían inventado ese embuste, ideado toda la
estratagema, con la esperanza de que yo tomara el testamento al pie de
la letra y me hiciera el seppuku. Dudo que yo hubiera llegado a caer con
semejante artimaña, pero podía entender que alguien le hiciera caso, si la
desesperación era suficiente. Y Akane estaba enamorada; ese plan de
lunáticos inventado por mis padres fue la única esperanza de la que pudo
aferrarse, de que su amor no se pasara el resto de su vida pegado como
cerdo.

En lo que a mí respecta, las cosas no andan nada de mal. Casarse no es
muy distinto de vivir cinco años con una persona, pero formaliza las cosas,
hace que todo sea un poquito más estable. Eso no significa que no sienta
una dicha profunda, cada día, cuando veo a Ukyo después de que ha
estado ausente. A lo mejor somos tal para cual. Mi carrera en el modelaje
despega sin que yo haga nada. Firmé un contrato para ser modelo exclusiva,
y en consecuencia se me paga por dejar de hacer más sesiones de fotos...
Algo con lo cual estoy muy contento.

Imagino que toda esta historia giraba en torno a encontrar una cura, y es
gracioso: Apenas una semana o algo así después de todo el desastre, entré
una noche a la cocina. La luz de nuestro dormitorio estaba encendida y,
no lo vi muy bien, pero casi pareció como si el cristalito me estuviera
haciendo señas, brillando. Lo miré, y justo al lado del cristal había una
lata de Vita Uno. Me la tomé, sin pensar. Al otro día, ya no estaba pegado
como mujer. Me tomé una lata también a la noche siguiente, y desperté
en la mañana todavía como hombre. Me limité a sonreír, y compré
tantas latas de Vita Uno como cupieron en la despensa. No era una cura
completa, y todavía tengo que evitar las piscinas y las duchas frías,
pero me ha facilitado la vida, y ha posibilitado mi matrimonio. Y para
ser bebida deportiva, de verdad que tiene un gusto bien rico.

FIN

-o-

Hace mucho que no escribía un fanfic, y espero que este haya salido
bien. ¡Gracias por leer! Fue un intento de imitar la literatura barata, esas
novelas de kiosko de antes, y las primeras una o dos secciones fueron
vagamente imitativas de "Flight to Nowhere", de Charles William.

Si te gustó el relato, o tienes cualquier opinión, agradecería mucho una
respuesta. Gracias.

McKinley

Nota del traductor:

En castellano, los boxeadores usan en su mayoría los términos ingleses
para ciertos golpes, de modo que así han sido usados aquí. Un muy
breve glosario:

Jab: Golpe en línea recta, corto y veloz, para mantener a raya al rival
o acercarse para golpear con la otra mano.

Hook: Variante del gancho, aplicado al cuerpo, va de la cintura hacia
arriba, buscando impactar el hígado. Puede ser aplicado también al
mentón con una trayectoria ascendente oblicua.

Cruzado o Cross: Golpe dirigido al mentón y que va de izquierda a
derecha o viceversa.

Gancho o Uppercut: Golpe que se dirige de abajo hacia arriba buscando
el mentón del adversario.

McKinley Morganfield (seudónimo de Jeffrey Rutsch) desapareció de la
escena del fanfiction alrededor de 1999. Este es el último trabajo firmado
por él.