Dejo los lineamientos de siempre.

Aclaraciones:

Narración.

— Diálogo —

"Pensamientos".

Advertencias:

OC.

Ligero OoC en los personajes.

Género: Romance | Drama | Humor.

Clasificación: T | M.

Disclaimer: los sus personajes no me pertenece a mí, sino a ®Stephenie Meyer.

Nota de Autor:

Vale, esta historia la comencé hace bastante, muchos años de hecho fue porque me inspiró Bella y Carlisle (no sé si seguirá llamando así) y su fanfic se llama: The Art Of Suicide. Cuando la empecé mi mente era un lío de hormonas y mi forma de escribir había evolucionado a duras penas, no digo que soy una profesional; pero considero que ahora tengo algo mejor que ofrecer y una trama un poco menos elaborada aunque más profunda por eso he decidido re-escribirla. En sí el concepto no cambia, solo que trataré de no hacer tanto OoC en los personajes, en Carlisle por lo menos y algunos otros. Siendo un AU no será tan devastador, espero lo comprendan y disfruten de la misma manera de esta versión.

Si hay algún comentario o disconformidad, ya saben, pueden dejarla ahí abajo en la cajita de comentarios. Recuerden siempre dirigirse a los escritores con respeto, yo les responderé en la medida de lo posible. Los comentarios son siempre bien recibidos, y les estoy enteramente agradecida por tomar unos minutos de su tiempo para leer mis historias y de paso, comentarlas. Mil gracias. Es en parte por ustedes que yo sigo escribiendo, además de ser uno de mis pasatiempos favoritos.

PD: cambié de título porque cambié la trama, sí habrá cosas subidas de tono, pero también amor y drama.


MI HERMOSA CASUALIDAD.

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Capítulo 1.

«Aquel que no usa su moralidad sino como si fuera su mejor ropaje, estaría mejor desnudo».

Khalil Gibran.


— Hacer la tarea es aburrido — soltó Bella tirando su libreta de apuntes sobre la mesa — ¿Para qué hacerla si de todas maneras no entiendo nada?

— Ese es precisamente el objetivo de la tarea, que aprendas algo mientras escribes — contestó ella, miraba los libros abiertos y luego las notas de su cuaderno, frunció las cejas al ver un error —. No sé de qué te quejas, tu carrera no es un lecho de rosas pero es más fácil que la mía — dijo tachando la palabra con un bolígrafo y escribiendo arriba la corrección.

— Hablando de eso… — supo que iba a decirle algo importante ante el tono dudoso —, Edward se va a cambiar, dijo que ya no lo soportaba.

Una noticia y una excusa, ¿por qué no le sorprendía? Chelsea suspiró con algo parecido al agotamiento.

— No me sorprende.

— ¿Qué quieres decir?

Chelsea dejó de escribir, fijó la mirada en la hoja garabateada y se tomó unos segundos antes de darle una respuesta apropiada a su amiga. No deseaba herir su sensibilidad diciéndole que su novio no tenía talento para la medicina.

Existían personas que nacían con ciertos talentos para determinadas carreras, otros lo cultivaban a punta de esfuerzo y dedicación. Edward no tenía ninguno de ellos y dudaba que se tomara alguna profesión en serio. Por eso le preocupaba seriamente su relación con Bella, ya que le pegaba la vaguería y nada bueno saldría del desinterés hacia su futuro.

Edward podía no preocuparse por ello, sus padres poseían un buen patrimonio y una excelente posición social. Bella no, darse ese lujo solo significaría que estaba lo suficientemente cegada pensando que él se casaría con ella, y Chelsea creía que solo era un ave de paso en su jaula.

Pero como no quería herirla, dijo lo siguiente.

— Él quiere estar contigo, supongo que es su forma de demostrarle cuanto le importas.

Ocultó su disgusto por la relación de ellos tras su tarea, no valía la pena discutir por líos amorosos que no le concernían. Sí, ella era su amiga y la quería mucho, muchísimo. Sin embargo, Bella tenía un defecto muy grande que siempre la metía en problemas, era muy confiada y a menudo salía lastimada.

Al principio, Chelsea le hacía todo tipo de advertencias. Bella asentía, le daba la razón pero siempre terminaba haciendo precisamente lo contrario. Estuvieron así durante algunos años hasta que comprendió que era inútil, no importaba cuantos consejos le diera o cuantas veces la regañara, Isabella Swan era terca y ella no podía controlarla. Demasiado hacía ya aguantando sus llantos cada vez que le rompían el corazón.

— ¿Tú crees? — la ilusión de esa posibilidad se filtraba por su tono de voz, evitó hacer una mueca desagradable.

— ¿Tú no?

No quiso mirarla porque de alguna manera intuiría que le estaba tomando el pelo. Aunque no lo hacía como tal, sino como una mentira blanca que no le haría daño, hasta que se le cayera la venda de los ojos. Confiaba que sucediera pronto.

Bella y Chelsea se conocían desde hace mucho, desde primaria para ser más específicos. Habían pasado muchas cosas y tenido varias aventuras, la mayoría locuras de Bella. Ella solía sacarla siempre de cada problema en el que se metía. Desde pequeñas tomaron la costumbre de hacer la tarea juntas, a pesar de que Chelsea iba adelante por un año. Tenían la misma edad, pero ella nació con talentos especiales que solo se cultivaron con la dedicación y el estudio.

Ahora en la universidad, aunque llevaban carreras diferentes no dejaban la costumbre.

— ¡Dios santo! — exclamó Bella casi saltando de su asiento.

Chelsea no despegó la vista de sus apuntes, conocía la tendencia de su amiga a exagerar las cosas.

— ¿Qué sucede? — ignoró adrede la mirada castaña clavada en la ventana que daba hacia la casa del vecino.

— ¿Quién es ese? — cuestionó.

Chelsea, un poco fastidiada de ser interrumpida levantó la mirada. No le sorprendió encontrarse con un hombre alto, de cuerpo fuerte y cabellos rubios. Honestamente, lo que más destacaba de aquel hombre eran sus ojos de un extraño color ámbar, casi dorado. Aunque debía admitir que sabía vestirse y eso le daba un plus.

"Los hombres que usan ropa formal siempre se ven bien", pensó.

Claro, no todos dejaban los botones de su camisa medio abiertos para mostrar los pectorales. Solo aquellos muy seguros de sí mismos y los que tenía algo que enseñar, tal era el caso de su vecino. El rubio aflojó su corbata, se la sacó por encima de la cabeza y la dejó colgando en su mano.

— Es el vecino, se mudó hace dos días.

— ¡¿Tu vecino?! ¡¿Es en serio?!

— Deja de armar un escándalo, Bella, es solo un hombre — regañó volviendo a sus apuntes.

— Un hombre muy sexy — recalcó su amiga.

Chelsea no lo negó, el hombre era atractivo sí, demasiado para su gusto. Si recordaba al matrimonio de ancianitos que estuvieron viviendo en esa casa durante los últimos cinco años, ver a ese hombre tan portentoso era en definitiva diferente.

— Ese hombre está para comérselo con chocolate… — murmuró Bella, ella soltó una pequeña risa divertida por el comentario.

— Hay una botella en la alacena, ve a darte un tentempié — sugirió, su amiga soltó un bufido y rodó los ojos.

— Brincos diera, tengo novio ¿lo olvidas?

"La mayor parte del tiempo me gustaría que tú lo olvidaras", señaló dentro de su cabeza. Se encogió de hombros.

— No estás casada — dijo nada más.

De reojo vio a Bella abrir la boca con la intención de replicar algo que seguramente comenzaría una discusión acerca de su relación con Edward, pero en lugar de eso soltó un chillido que la asustó.

— ¿Qué? ¿Qué pasa?

— ¡Está viendo hacia acá, mira, mira! — exclamó excitada hacia la ventana.

Chelsea frunció el ceño y desplazó su mirada hacia la ventana. Sus orbes verde azuladas se clavaron a unas inusualmente doradas, la luz del atardecer le favorecía tanto que parecía bañado por un halo angelical. Los labios delgados se estiraron en una sonrisa coqueta y enseguida levantó una mano para saludarlas, sin embargo, la mirada estaba decididamente clavada en ella.

— Oh por Dios, te saludó, Chels.

Su ceño se pronunció más con disgusto.

— Si no hubieras armado un escándalo probablemente hubiera pasado de nosotras, Bella.

Su amiga se sonrojó un poco avergonzada y desvió la mirada, Chelsea suspiró y regresó la vista a sus libros. Tenía mucho que estudiar.

— Será mejor que continúes con tu tarea o no sabrás que exponer esta semana.

Bella chilló afligida y se puso a hacer lo suyo sin replicar, después de todo Chelsea tenía razón. Ella siempre solía tener razón.

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Un par de horas más tarde Bella se despidió alegando que tenía una cita romántica con Edward. Chelsea entendió por cita romántica a que la llevaría a un motel para que tuvieran sexo hasta altas horas de la noche, sino es que hasta la madrugada. Bella tenía suerte de que su padre fuera un oficial de policía y su madre una mujer muy comprometida con la comunidad, así no se daban cuenta de lo que su hija andaba haciendo.

Suspiró, no estaba de acuerdo con la relación de Bella pero no podía restringir lo que hacía, por mucho que quisiera. Lo único que le aconsejaba era que se cuidara sino quería arruinar su futuro con un embarazo no deseado. Chelsea pensaba que a su mejor amiga eso no le importaba, por el brillo que atisbó en sus ojos al imaginarse con un hijo del hombre que ama.

Chelsea cerró el libro de golpe, no tenía caso seguir pensando eso. No era su vida, su amiga podía hacer lo que se le viniera en gana, siempre lo hacía. Se complicaba la vida por nada.

— Cariño, necesito que me hagas un favor — llamó su madre.

Ella se quedó con el pie en el aire sobre el primer escalón de las escaleras que daban a su habitación. Se dio la vuelta lentamente ante el tono condescendiente, adivinaba una sonrisa enorme en sus labios pintados de rojo incluso antes de mirarla.

— ¿Qué quieres que haga, mamá? — cuestionó aburrida.

Su madre no era del tipo maternal. No era de ese sin número de mujeres que tenían un instinto característico para criar hijos. No, su madre era de ese tipo descuidado que se embarazaba por casualidad, por un error, una mala cuenta, una noche de pasión. Vaya puntería había tenido su padre…

¿Suerte? No, ella no lo llamaría así.

Chelsea contempló la canasta llena de alimentos que su madre tenía en las manos y supuso que su favor tenía que ver con ello.

— Que bueno que preguntas, toma — le tendió el objeto del mal, ella lo tomó con desconfianza.

— ¿Qué se supone que haga con esto?

— Llévasela al vecino como regalo de bienvenida.

— ¿Desde cuándo das obsequios de bienvenida, mamá? — preguntó arqueando una ceja.

— Desde que mi nuevo objetivo es ser nominada por la junta vecinal para presidenta de la comunidad — ya decía que no era por caridad.

— Si eso es lo que quieres, ¿por qué no se la llevas tú? — cuestionó, sinceramente no tenía deseos de encontrarse con ese tipo, no después de lo que sucedió esa tarde —. Siendo la mayor interesada, el gesto tendría más peso si la llevas en persona.

La mujer agitó una mano desinteresadamente mientras se ponía su abrigo y tomaba su bolso del armario.

— Lo importante es el gesto no la persona que lo lleve — dijo —, además tengo una reunión en casa de Renee con el club de bridge a la que no puedo faltar.

Ella se mordió la lengua para no decir que la única razón por la que no se perdía las reuniones en el club de bridge era porque necesitaba estar en ese ambiente, para sentirse una mujer importante y de mundo. También porque buscaba destituir a Renee de su cargo como presidenta de la comunidad y como bien decía el refrán: hay que tener a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca.

Claro, era la única que pensaba de esa manera porque Renee ni idea tenía de lo taimada y ambiciosa que era su madre.

— Nos vemos más tarde — se despidió.

Chelsea ni siquiera contestó, dejó la canasta al pie de la escalera y subió a su habitación a dejar sus libros. De lo único que tenía deseos era de tirarse en su cama y cerrar los ojos por un par de horas, pero su madre la metió en sus dilemas políticos y ahora debía ir con el vecino a dejarle esa tonta canasta de víveres. No creía que los necesitara, por el deportivo estacionado en la entrada de su casa dejaba claro que si algo no tenía era problemas de dinero.

Tomó la maldita cesta y marchó con paso desganado hacia la vivienda, le disgustaba ser la mandadera de su madre; pero no le quedaba de otra. Vivía en su casa y jugaba sus reglas.

Tocó el timbre una vez, volvió a hacerlo dos, tres, cuatro veces más y nada. Tal vez no se encontraba en casa, dejó la canasta a un lado de la puerta y se marchó. Solo lamentaba la pérdida de tiempo, no planeaba quedarse a esperarlo hasta que volviera para complacer a su madre, ¡ni más faltaba!

Mientras atravesaba el jardín que unía a ambas propiedades, un ruido atrajo su atención. Chelsea se detuvo, alarmada de que alguien pudiera estar en propiedad privada. Estuvo de pie durante unos minutos esperando escucharlo de nuevo, ¿era posible que alguien estuviera herido? ¿Un asaltante tal vez o la víctima de éste?; pensó cuando escuchó de nuevo el sonido. No obstante, no era típico de una persona que se lamentaba de dolor.

— ¡Ah, sí, así!

No, definitivamente ese no era un gemido de dolor. Lo distinguió a duras penas, provenía de una de las ventanas que, curiosamente estaba abierta y con las cortinas descorridas.

Chelsea giró su cuerpo hasta quedar de costado e hizo amago de pegar un paso en dirección a la ventana, se detuvo y luego volvió a amagar. ¡No, eso no estaba bien! Espiar a las personas no era correcto, pero no podía culpar a la naturaleza humana, y no existía nada más humano que la curiosidad. Por lo tanto, se dejó guiar por su instinto y quedó frente al lugar de donde salía el sonido.

A propósito o no, la persiana estaba abierta para lo que parecía un espectáculo. Dos personas desnudas y sudorosas sobre un sofá. El cuerpo masculino cubría a la mujer casi por completo, ésta se arqueaba y gemía pidiendo a gritos que lo hiciera más fuerte, más rápido, con las piernas liadas en la cintura de él.

Las caderas chocaban en un cadencioso vaivén emitiendo un sonido de chapoteo, las manos grandes tomaron las piernas femeninas para posarlas sobre sus hombros profundizando las penetraciones. El cambio de posición marcó los músculos de sus piernas y sus nalgas se contraían con cada acometida.

Chelsea tapó su boca antes de dejar escapar un débil sonido, posiblemente un gemido, no quería que supieran que tenían espectadores. Cerró los ojos, agitó su cabeza y salió corriendo de ahí.

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El sonido de los goznes invadió el silencio de la casa cuando golpeó la puerta y corrió a su habitación. Chelsea sabía que cerrar los ojos no le funcionaría, la imagen había quedado grabada a fuego en su mente y la acompañaría durante mucho tiempo. No le importaría si sintiera asco en lugar de excitación. Ella no era una voyerista, no, para nada. El sexo no era una de sus prioridades y no le llamaba la atención, a pesar de tener amigas más que versadas en el tema. A menudo le contaban sus experiencias, comparaban tamaños y lo trabajosos que eran, si eran buenos amantes o si simplemente no valía la pena volver a repetir un encuentro.

Chelsea había escuchado todas y cada una de sus anécdotas con desinterés, siempre con un libro de Medicina Interna o Anatomía en la mano.

Abrió la ventana de su cuarto para que se filtrara el aire, la brisa helada le ayudaría a despejar el calor y el hormigueo palpitante entre sus piernas. Llevó una mano a su frente y la frotó levemente. El calor no se iba, no tenía planeado despejarlo de otra manera más que con una ducha fría.

Nunca antes le había pasado semejante cosa, jamás una oleada de deseo la golpeó de manera tan vertiginosa. La excitación era algo de lo que carecía porque siempre tenía la mente ocupada en algo, nunca perdía el tiempo en asuntos tan banales como los hombres o el sexo. Hasta hoy.

Echó la cabeza hacia atrás derrotada y empezó a quitarse la ropa prenda por prenda; ajena a unos ojos ámbar que la contemplaban desde el otro extremo. La mirada la recorría de pies a cabeza sin pudor y con deleite, deteniéndose en sus caderas anchas, sus senos llenos y su trasero firme y voluptuoso.

Chelsea desató su cabello borgoña, cayó largamente en capas desiguales por su espalda. Cogió una toalla del armario y se metió en la puerta que estaba al lado izquierdo perdiéndose de la mirada dorada, también de la sonrisa divertida de su vecino.

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Esa ducha había sido bastante refrescante, el agua fría le había caído perfectamente bien para apaciguar el fuego y los pensamientos pecaminosos que ese desafortunado desatino generó en ella. La idea de autosatisfacerse para matar la sensación no le gustaba para nada, además, nunca lo había intentado y no empezaría por la incitación de una imagen mental, aunque fuera real.

Chelsea debía admitir que su amiga tenía razón. El tipo era caliente y no podía ignorarlo, por mucho que le gustara hacerse de la vista gorda.

Sacudió la cabeza negándose a evocar el episodio erótico, no iba a darle esa satisfacción a nadie y menos a un desconocido. Subió la cremallera de sus pantaloncillos cortos, acomodó su camisa de tiras rojas y ató su cabello todavía húmedo. Ya lo secaría más tarde con el secador. Calzó sus zapatillas de andar en casa para bajar a la cocina, se moría de hambre y todavía tenía mucho que leer. Cogió su libro de Anatomía II, a medio camino el timbre sonó.

Chelsea frunció el ceño, ¿quién podría querer algo a esas horas de la noche? Se quedó de pie unos segundos esperando un segundo toque, sucedió casi al instante. No tuvo más remedio que girarse y abrir, el libro casi se le cae de las manos cuando se encontró con la atlética figura de su vecino parado frente a ella.

"Por lo menos está vestido", pensó al ver su ropa casual.

Eso no evitó que sus mejillas se sonrosaran.

— ¿Se le ofrece algo? — ignoró el destello que cruzó la mirada del hombre y recompuso su postura.

— Sí, ¿tú dejaste una canasta de víveres frente a mi puerta esta tarde?

Chelsea entrecerró los ojos, la pregunta era una trampa y la sonrisa amable no le daba buena espina. Fue el tono profundo de su voz el que le dio un tremendo escalofrío.

¡Maldita sea! ¿Por qué su voz no era afeminada? Así no encajaba con toda la masculinidad que desprendía su cuerpo, tampoco con la mirada ardiente que le quemaba la piel. Resultaba más fácil excitarse que desilusionarse.

— Ah sí, toqué varias veces pero nadie abrió, así que la dejé ahí.

Ella se encogió de hombros y él esbozó una sonrisa más amplia, casi maliciosa.

— Me disculpo, estaba un poco…, ocupado.

— Apuesto a que sí — soltó irónica y sin pensar.

El hombre alzó sus cejas fingiendo sorpresa.

— Me espiaste — acusó cruzando los brazos, Chelsea tragó saliva.

— ¡No hice tal cosa! — replicó con las cejas fruncidas —. Además es culpa suya por dejar las ventanas abiertas, cualquiera se hubiera percatado de semejante espectáculo — casi instantáneamente se dio cuenta que debió haberse mordido la lengua — ¡Joder! — masculló.

Él apretaba los labios para no reír. ¿Acaso podía ponerse más en ridículo?

— Acabas de admitir que me espiaste — afirmó él —. A ver, contéstame una cosa… — el hombre se inclinó hacia ella y le regaló una sonrisa torcida — ¿Te gustó lo que viste?

Chelsea sintió que el aire se le atoraba en la garganta y que sus mejillas enrojecían cada vez más.

— No pienso justificar esa pregunta con una respuesta — dijo aplastando el libro contra su pecho.

— Eso es un sí.

Ella abrió la boca para rebatir con otro comentario inteligente, la voz chillona de su madre la interrumpió.

— ¡Señor Cullen! ¡Qué alegría verlo!

La extremada amabilidad de su mamá a Chelsea le dio mala espina, pero no dijo nada. Se limitó a quedarse de pie viendo como interactuaban. El rubio se enderezó y volteó hacia la recién llegada esbozando una sonrisa amable, carente de la picardía y la malicia de antes. ¿Acaso era actor?

— Chelsea — ella dio un respingo y miró a su madre —. Llevaste la canasta al señor Cullen, ¿verdad? — cuestionó entre dientes.

— De hecho por eso es que estoy aquí, para darles las gracias — remarcó la última palabra con diversión que no se distinguía en su tono, pero sí en su mirada.

Chelsea le oteó de reojo, evitando sonrojarse de nuevo. No quería evocar la escena de esa tarde, estaba grabada con vehemencia dentro de su cabeza.

— Por favor, llámeme Carlisle, señora Stevenson — ella alzó las cejas ante tal despliegue de amabilidad y galantería.

— Entonces tutéame y dime Rebeca.

Chelsea rodó los ojos por la sonrisa coqueta de su madre, ¿por qué no le sorprendía?

— ¿Te gustaría tomar un té con nosotras?

A la chica le recorrió un escalofrío cuando escuchó el «nosotras» de la boca de su madre. No le apetecía compartir más espacio con ese hombre, menos tomar el té. Y lo que era peor, ¡su madre no bebía té! Era más de vodka y tequila que de té y galletas.

— No quisiera importunar…

— ¡Para nada! — exclamó rápidamente Rebeca —. Por favor pasa.

Su madre la apartó con empujón, ella se golpeó contra el mueble que estaba cerca del recibidor y aguantó un gemido mientras se sobaba el lado izquierdo de la cadera. Carlisle le cedió el paso a Rebeca, al llegar a su lado le observó con un gesto burlón que luego murió al ver su expresión adolorida. A veces su madre no tenía cuidado, cuando se tornaba ansiosa era un poco violenta y no medía su fuerza. Aunque claro, la fuerza de ella nunca equipararía a la de Roger…

Su cuerpo se estremeció al recordarlo.

— ¿Estás bien? — asintió, seguro se había puesto pálida.

— Sí no es nada — se apartó —. Será mejor que vaya o mi madre vendrá por usted.

Se agachó para recoger el libro, se le cayó cuando Rebeca la apartó bruscamente. Suspiró y cerró la puerta, sus planes de comer algo y subir a su habitación para continuar estudiando se habían arruinado con la repentina llegada de los dos. Cuando le dijo que estaría ahí para la cena, suponía que era porque no llegaría a tiempo y ella se las tendría que arreglar sola. Lo hacía siempre, pero su madre tenía como un detector para los hombres atractivos. Fue así como se quedó con Jeff, su último pretendiente…

Si su madre quería tirarse a ese hombre estaba en todo su derecho, de todas maneras ¿cuándo hacía algo correcto? Una vez la había encontrado desnuda, con las piernas abiertas y el pecho pegado a la mesa del comedor mientras un hombre le daba desde atrás… Sí, la escena con su vecino no era la primera que veía, Rebeca le había dado varias desde que tenía ocho años. Sin embargo, era la primera que sí causaba efecto en su cuerpo, probablemente porque no se trataba de su madre.

Imaginársela en la misma posición de la otra mujer con él le provocaba arcadas, se sacudió un estremecimiento de asco y decidió subir a su habitación. No tenía nada más que hacer ahí, además se pondría los audífonos, solo por si acaso.

— Chelsea, hija, ¿a dónde vas?

— A mi habitación a estudiar — dijo levantando el libro de Anatomía, evitando mirar a Carlisle.

— Cariño, ¿qué te he enseñado acerca de los invitados?

"Que debo irme antes de que empiecen a desvestirse y tener sexo salvaje en medio de la sala de estar", pensó ella.

— ¿Qué no debo ser grosera? — su madre estiró los labios en una fría sonrisa, una pequeña advertencia para que no la desairara —. Bien, bien, ya entendí.

Descendió las escaleras y los acompañó rumbo al comedor, se sentó lo más lejos posible de los dos y abrió el libro, evitando por todos los medios que tocara la superficie de madera pulida. No quería que se infectara con los fluidos corporales inexistentes de su madre y el fulano con el que la había encontrado. A pesar de que ya tenía su tiempo, Chelsea no volvió a comer en esa mesa.

— ¿Estudias para el examen en la universidad o ya estás en la carrera?

Ella levantó la mirada y agitó la cabeza en una negativa.

— Estoy en la Escuela de Medicina, tengo un examen dentro de dos días — respondió con cortesía, la mirada de su madre era demasiado aguda para hacer una grosería.

— Ese es un libro de segundo año — señaló él, ella sonrió con algo de arrogancia.

— Estoy en segundo año, señor Cullen — Rebeca se disculpó cuando la tetera empezó a sonar y se perdió tras la puerta de la cocina — ¿A qué juega? — inquirió —. Porque estoy segura que no es un hombre al que le gusta tomar el té, me parece más de bourbon y whisky que de té y dulces.

Carlisle estiró lentamente los labios en una sonrisa complacida que le provocó un estremecimiento.

— Chica lista — halagó, descendió un poco la mirada hasta el escote de su camiseta y ella atinó a cubrirse antes de que se notara que no llevaba sostén —, supongo que solo quería molestarte por haberme espiado.

— ¡Qué yo no lo espié! — chilló sintiendo sus mejillas calentarse de nuevo.

Empezaba a tener un sentimiento malsano de repugnancia hacia ese hombre, detestarlo sería poco. Esa humillación no se la perdonaría nunca. ¡No lo había espiado!

Llevó la mano a la sien derecha y la masajeó levemente, le empezaría una jaqueca muy pronto. Minutos después llegó su madre con una charola de plata y un juego de tazas de porcelana importada, reservada solo para las visitas importantes. Supuso que quería causar buena impresión.

— ¡Chelsea! — le llamó la atención al verla clavada leyendo.

Evitó rodar los ojos para no agravar la situación.

— Mamá, tengo un examen en dos días, debo repasar si lo quiero aprobar — explicó paciente, la mujer resopló.

— Por unos minutos sin estar pegada al libro nada va a pasar, cariño.

Claro que no, solo tendría que soportar los ojos ámbar de su vecino, clavados insistentemente en ella.

— Yo puedo ayudarle con eso — Carlisle se dirigió a Rebeca, pero miraba a Chelsea. Él buscaba la aprobación y ambos sabían que la tendría sin rechistar.

— ¡¿En serio?! — el tono excitado de su madre no ayudó a atenuar su mal presentimiento.

— Por supuesto — respondió él con una ligera sonrisa —. Soy cirujano cardiotorácico, tengo algunos libros que podrían ayudarte. Si quieres acompáñame a mi casa y te los doy.

Esa última palabra sonó sucia dentro de su cabeza.

— ¡Claro que quiere! Irá contigo en cuanto terminen el té — miró a su madre como si se le hubiera zafado un tornillo.

Quiso palmearse la frente, nada bueno saldría de todo esto, estaba segura.