¡Hola! Y esta soy yo tirando de nuevo del truco del Almendruco, es decir, buscando en el baúl de los recuerdos (uhhh), para colgar una historia que tengo desde hace mucho tiempo para paliar el hecho de no estar actualizando de forma constante los demás fanfics. Lo siento, no está el horno para bollos ni pollos asados.
Espero que os guste este Pudd que, en mi opinión, es algo empalagoso, pero… Me gustó escribirlo, bastante. Fue muy entretenido y un placer escribirlo, disfrutadlo. Los capítulos son largos, ya aviso de antebrazo. Haceos un bocadillito de pepinos entre descanso y descanso.
Está dividido en tres partes, y como ya está escrito este sí que no tardaré en colgar.
See ya in another life, broda.
There is like everyone else.
Primera parte
Estaba tan acostumbrado a ese codazo anual que creía haber distinguido una sensación de déjà vucuando Danny me clavó su codo en mis costillas, haciéndome encorvarme y apretarme aquella zona dolorida con una mueca de desagrado. Acto seguido, mi amigo señaló con la cabeza a una nueva estudiante rubia de nuestro instituto con la falda del uniforme exageradamente corta y dijo:
—Me la pido.
Aún frotándome las costillas, escudriñé con la mirada a la chica al igual que mi amigo Tom, que estaba sentado a mi lado. Asomó lo cabeza ligeramente para poder ver bien y frunció el ceño. La chica en cuestión era alta, tenía unas piernas bonitas y el cabello del color de la plata cayendo en tirabuzones por su espalda en forma de cascada. Era guapa, pero no me gustaba. Poseía una de esas bellezas burdas, insulsas y simples que no me llamaban nada la atención. La típica chica londinense con aires de suficiencia y que se creía tan elegante y estilosa que sudaba purpurina, pero que después se pasaba todas las fiestas del instituto borracha y bailando semidesnuda encima de una de las mesas del salón para que los chicos se la cepillasen con la mirada. Nada nuevo ni merecedor de mi admiración.
Arrugué la nariz y me encogí de hombros, negando con la cabeza.
—Toda para ti.—contesté pasándome una mano por mi cabellera rubia. Tom asintió con la cabeza y lo miré.
—Lo mismo digo. No me interesa.
Danny abrió desmesuradamente sus ojos y su boca soltando un bufido despectivo y haciendo un aspaviento con la mano mientras miraba hacia el suelo. Después se metió las manos en los bolsillos y siguió mirando de forma lasciva a la rubia.
—Bueno, no sé de qué me sorprendo. Al primero le gustan los rabos y al segundo solo le pone la friki de segundo de artes.
Apreté los labios avergonzado al igual que Tom, cuyas mejillas parecían dos tomates maduros en aquellos momentos.
—No... no es friki... ¡Y no me gusta!—exclamó extremadamente nervioso refiriéndose a Giovanna Falcone, la chica de la que estaba encoñado, moviendo los brazos como si espantase mosquitos. Arqueé una ceja y miré con una sonrisa irónica a Tom.
—Giovanna no es friki, pero está clarísimo que te gusta. Solo te falta salivar cuando coincidimos con ella en historia del arte.—después me giré hacia Danny señalándole con un dedo acusador.—Y que no me mole la niña siliconas no significa que sea homosexual, lo que pasa es que algunos preferimos chicas con las que sabemos que no vamos a pillar ninguna ETS si nos acostamos con ellas. Asúmelo de una vez.
Tom se cruzó de brazos, enfadado, y Danny chasqueó la lengua encogiéndose de hombros, ignorando mi defensiva. En aquel mismo instante, el timbre que anunciaba el comienzo de las clases resonó por todo el instituto y alrededores. Casi se podía divisar un gruñido general de todos los estudiantes al saber que inevitablemente se había terminado el verano y ya comenzaba un nuevo curso. Algunas personas, como Danny, estaban entusiasmadas por conocer a gente nueva, sobre todo femenina. Otros, como Tom, lucían sonrisas alegres ante el hecho de que podían quedarse otro año más contemplando a su amor platónico desde la lejanía, bebiendo los vientos por esa persona aunque ella no tuviese conciencia de su existencia.
Sin embargo, la inmensa mayoría, incluido yo, nos resignábamos de forma amarga ante la idea de pasar cerca de trescientos sesenta y cinco días metidos en aquel edificio que se asemejaba bastante a una cárcel para pasar sin pena ni gloria por la historia de aquel instituto como los futuros barrenderos, reponedores y cajeros del supermercado. Triste, pero cierto.
Conforme íbamos entrando en el instituto, compañeros de nuestro curso y de otros distintos nos saludaron con la mano, sonriéndonos o gritando nuestros nombres de lejos. Tom sonreía a todo el mundo, Danny hacía perfectamente bien su papel de macho dominante y yo... yo nunca sería capaz de acostumbrarme a eso.
Aunque pareciese mentira, Danny, Tom y yo éramos... digámosle los populares del instituto. Sí, sé que a estas alturas cualquier cosa relacionada con ser el «guay» o el «popular» conlleva, según novelas, series adolescentes y demás chorradas juveniles, a ser la persona a la que todo el mundo quiere besarle los pies, llevarle los libros a las clases y, si es necesario, agarrarle lo que viene a ser todo el miembro viril cuando tiene que mear. ¿Y para qué? Para ocupar un lugar en la chupipandi, allí en el que tú también eres el dictador del pueblo. El rey de la jungla. La pulga mayor en el lomo del Rottweiler. Aunque la mayoría de los chismes que decían sobre los populares eran ciertos, lo demás era todo leyendas urbanas. Sí, eras invitado a muchas fiestas solo porque tu nombre le daba status a la situación. Sí, toda la gente quería que le prestases atención y que no fueses uno más para ellos. No, la gente no te consideraba alguien a quien tener de amigo, solo de mascota para fardar. No, no era para nada divertido ni alentador.
Cuando yo tenía diez años, Danny se mudó a la casa contigua a la mía y nos hicimos amigos. Dos años después, Tom se matriculó en nuestro instituto y nos encandiló a los dos con la camiseta del Tekkenque llevó a clase, no solo por el hecho de que era nuestro videojuego favorito, sino porque aquel instituto requería el uso obligatorio del uniforme, por lo que nos pareció todo un rebelde cuando vino tan informal a clase y decidimos empezar a hablarle e integrarle en nuestra pequeña pandilla de dos. Si por aquel entonces hubiéramos sabido que Tom se había vestido así porque no sabía que tenía que llevar uniforme el primer día de clase y que cuando la directora le regañó de forma amable en su despacho se echó a llorar desconsoladamente suplicándole que no llamase a sus padres seguramente no hubiéramos querido saber nada de él, pero ahora me alegro de no haber conocido esa parte de la historia hasta hace un año, cuando jugamos al «Yo nunca» en una fiesta. Por culpa de esa tontería me hubiera perdido a una persona genial.
Cuando Danny, Tom y yo cumplimos quince años, el primero cambió de forma drástica. Empezó a juntarse con los que eran los populares por aquel entonces y nos dejó de lado a Tom y a mí. No entendíamos qué podía haberle dado a Danny para que tuviese la imperiosa necesidad de sentirse integrado en aquel grupito en el que desentonaba no solo en el carácter, sino en el aspecto. Los chicos en cuestión eran tres armarios del equipo de rugby y, aunque Danny nunca había sido un canijo, le sacaban dos cabezas y eran el doble de ancho que él. De verdad que en aquellos momentos no comprendíamos nada.
Un día, al salir de clase, mientras Tom esperaba junto a mi pupitre para que recogiese las cosas y me fuese con él en el autobús, Danny se acercó a nosotros, sonriente. Al principio, Tom y yo nos miramos extrañados sin saber cómo responder a ello. Hasta ese día nuestro amigo pecoso pasaba por nuestro lado en los pasillos como si fuésemos parte del mobiliario estudiantil. Fue entonces cuando nos pidió perdón y nos contó su «maravilloso plan maestro», como él mismo lo había denominado.
Resultaba que Danny quería hacerse amigo de los machos alfas del instituto para que, en cuanto se largasen al año siguiente, le dejasen el legado de popularidad a él y a nosotros, Tom Fletcher y Dougie Poynter, en lo que se llamaba integración por contacto. Por eso no nos dirigía la palabra, porque estaba empezando a mover algunos cables pues le parecía más fácil empezar solo. A decir verdad, la idea me pareció genial. Siempre había sido un chico que pasaba inadvertido para la mayoría de la gente y quería que aquello terminase. A Tom también le entusiasmó. Pensó que, si era popular, Giovanna se fijaría más en él y podría atreverse a dirigirle la palabra y, quién sabe, invitarla a salir. No dijo que esa era la razón por la que quería ser reconocido en el instituto, pero estaba más que clara.
Si pudiese retroceder en el tiempo, seguramente cambiaría esa conversación. Le habría dicho a Danny que era idiota, que solo nos tenía que importar tenernos a nosotros mismos como amigos, que dejase de frecuentar la compañía de aquellos gorilas, que volviese con Tom y conmigo y que volviese a ser el mismo de siempre.
Al año siguiente, la profecía de Danny se cumplió. Tengo que reconocer que al principio fue divertido. La gente me prestaba atención, parecía gustarle a todo el mundo, me invitaban a fiestas y se reían de mis gracias.
Más tarde, el espejo se rompió dejando entrever lo que se escondía tras él y todo se mostró tal y como era. Nadie me escuchaba, pretendían hacer como que oían. No le interesaba a nadie en absoluto, sus sonrisas eran de plástico y la gente podía saber cómo me llamaba, pero no quién era realmente.
Y así, el tiempo transcurría sin poder percibir ningún cambio notorio a mejor. Tom aún no había conseguido la confianza necesaria para hablarle a Giovanna, ésta seguía sin prestarle caso, Danny se había vuelto un ególatra presuntuoso con ansias de popularidad y yo...
¿Yo?
Estaba tan ajeno a aquel loco y extraño mundo de la pubertad que no sabía ni qué etiqueta colgarme en la espalda.
Así pues, llegamos a nuestra nueva aula y fuimos al fondo a coger nuestros asientos de siempre; en la esquina más alejada de la mesa del profesor, al lado del ventanal para los días de calor y del radiador para calentarnos los pies cuando hiciese frío a primera hora de la mañana. Fue entonces cuando creo que se desencadenó todo, por mínimamente idiota que se viese la situación.
Todos los años, Danny y yo nos sentábamos juntos en clase. Siempre había sido así desde que teníamos diez años. Tom se sentaba con un chico de clase llamado Logan con el que se llevaba muy bien y procuraba ubicarse cerca de nosotros para hablar. Aquel verano, Logan se había mudado a Denver con su familia paterna y había dejado el instituto, no sin antes celebrarle una despedida por todo lo alto.
Sabía que entonces Tom se buscaría otro compañero de pupitre, lo que no imaginaba es que fuese Danny.
Cuando los vi sentarse en la penúltima fila los dos a la vez, Tom a la izquierda y Danny a la derecha, no pude evitar arrugar la nariz sin comprender.
—¿Os vais a sentar los dos juntos?—pregunté extrañado. Danny y Tom alzaron la vista al unísono.
—Claro... ¿Por qué no?—preguntó Danny encogiéndose de hombros. Me rasqué la nuca torciendo la boca.
—Bueno... No sé... Siempre nos hemos sentado tú y yo juntos.
—Venga ya, Doug. Por eso mismo... ¿No crees que ya es hora de que alguno de los dos se siente con Tom?
«Y eso lo dices porque eres tú el que se ha quedado solo, ¿no?» pensé, y de hecho estuve tentado en espetárselo, pero Tom hizo ademán de ponerse de pie, algo apurado.
—Eh, da igual... Si vais a pelearos yo me siento con cualquier otro. Total, no me importa, en serio.
Me mordí levemente el labio inferior tras aquello sintiéndome culpable. Tenía razón, Tom era demasiado bueno y no era justo que se quedase otro año solo por tradición. Le tocaba a él también sentarse con alguno de nosotros.
—No, tranquilo. Ya me siento yo aquí detrás.
—Sí, mira, incluso te hemos dejado el sitio más alejado de todos para que tuvieses más intimidad para escribir.—dijo Danny mordiéndose el labio esbozando una sonrisa perruna y se ladeó en su asiento, dando dos golpes en el pupitre de madera blanca de detrás de él. Sonreí de lado y me dejé caer en el asiento ubicado tras Tom, en diagonal con Danny. Bueno, al menos parecía haberse fijado en aquel detalle. No era como si fuese mi vocación, porque sabía que nunca ganaría dinero con ello, pero una de mis pasiones, aparte de tocar el bajo, era escribir. Escribía textos en forma de prosa y de verso, componía canciones, creaba mis propias frases... Eso sí, siempre sobre la soledad, el rechazo, la sociedad y demás temas depresivos, nunca sobre amor ni ningún tipo de sucedáneo rollo cutre-sentimental.
A los pocos minutos, todos los asientos fueron ocupados por los alumnos de segundo de ciencias. Todos... Excepto el de mi lado. Estaba más que claro que podría tener muchos «admiradores», pero escasos amigos. Para ellos yo simplemente era un compañero comodín. Después de todo, era el menos popular de los populares, lo cual te dejaba en un puesto más bien mediocre.
El profesor entró en la clase y dejó su maletín encima de su mesa, suspirando profundamente y cerrando los ojos. Se masajeó el puente de la nariz y murmuró;
—Buenos días a todos.
Pero nadie le contestó, pues todos estaban inmersos en sus propios corrillos, charlando sobre lo bien que les había ido en verano. El primer día de clase solía ser la presentación, así que ninguno le dábamos demasiada importancia. En cuanto el que parecía ser nuestro tutor chapurreó dos frases más pareció fijarse en que nadie le escuchaba y empezó a hablar en voz baja, desmotivado. No supe si seguía contando algo sobre aquel curso o si estaba compadeciéndose de sí mismo, pero tampoco me importó. Mientras Danny y Tom se ponían a hablar con los compañeros de las mesas cercanas, saqué un cuaderno y un bolígrafo de mi mochila, abriéndolo por cualquier página y golpeando con el boli la hoja repetidas veces, concentrado y pensativo, sopesando qué era lo que podía escribir aunque fuese insustancial; aquel era un cuaderno nuevo, y como tal debía emborronarlo para darle un estreno digno.
No pasaron ni siquiera quince minutos cuando la puerta de la clase se abrió haciendo bastante ruido, lo cual atrajo la atención de todos los presentes, cesando casi al instante todos los murmullos. No fue solo el hecho de que aquella puerta era terriblemente estruendosa, sino la persona que estaba parada en el umbral de la puerta. Era un muchacho de nuestra edad, probablemente un nuevo estudiante de nuestro curso. Lucía el pelo corto de color castaño oscuro adornado con una pequeña cresta. Tenía la forma de la cara rectangular y las facciones regulares y duras, aportando una expresión seria a su rostro. Además, tenía un piercing en la ceja derecha y perilla del mismo color que el cabello. Vestía el uniforme del instituto al completo. Mientras algunos solo llevábamos la camisa o camiseta blanca del instituto con los correspondientes pantalones de color azul marino y los zapatos oscuros, él llevaba puesta también la chaqueta azul y la cortaba roja, pero de una manera bastante informal.
Pero lo que más me llamó la atención era que calzaba unas Vans de cuadros negros y blancos, rompiendo totalmente la armonía del atuendo.
—Perdona, ¿tú quién eres?
—Soy Harry Judd.—contestó él secamente con una mano en el bolsillo y la otra sujetando su mochila, la cual cargaba sobre un hombro. El tutor asintió varias veces con la cabeza.
—Ah, sí, sí... el nuevo.
—No, Harry Judd.—respondió de nuevo tan implacablemente que el profesor ni siquiera se atrevió a rebatirlo. Se colocó sus gafas y carraspeó.
—Bueno, ve a ocupar cualquier sitio... Ah, mira, justo ahí. Al lado de Poynter.
Di un pequeño bote cuando me mencionó, apartando la vista del chico para mirar cohibido al profesor. ¿Por qué tenía que echarme a mí el marrón? Ah, cierto, era el pringado que se había quedado sin compañero de mesa.
El tal Harry Judd caminó hasta el pupitre perseguido por decenas de ojos soltando la mochila en el suelo y dejándose caer en el asiento con las manos en los bolsillos y las piernas totalmente estiradas y cruzadas, mirando al frente. En cuestión de segundos la clase retomó sus anteriores corrillos y charlas, dejando de prestarle atención al nuevo, aunque lo más seguro es que estuviesen comentando aquello mismo.
Me aclaré la garganta y comencé a golpear con la yema de los dedos mi mesa, nervioso. El chico tenía la vista clavada en la espalda de Danny, pero seguramente estaba haciéndole más caso a lo que había dentro de su cabeza que a lo que pasaba allí, así que no pude asegurar que lo mirase por alguna razón en concreto.
—Entonces... Harry, ¿no?—balbuceé. Me reprendí mentalmente por mi extensa e interesante conversación mientras Harry se dignaba a mirarme. No me había fijado antes, pero sus ojos eran azules. No como los míos, que eran claros, sino oscuros y profundos. Daba la impresión de que te estuviese examinando con Rayos X, lo cual me puso más nervioso aún.
—¿Y tú eres...?—preguntó él arqueando una ceja. Arrugué la nariz, extrañado. No es que me hubiera dado un ataque de soberbia, pero supuestamente todos los jóvenes de los alrededores sabían quiénes éramos Danny, Tom y yo. Aún así, torcí la boca y contesté:
—Dougie Poynter.—contesté sonriéndole, pero él se limitó a asentir con la cabeza y a volver a mirar la espalda de Danny. Me mordí el labio inferior, sintiéndome estúpido. Por alguna razón, quise caerle bien. No solía importarme demasiado la amistad de mis compañeros, pues los consideraba a todos o al menos a la gran mayoría bastante falsos, de los que solo se acercaban a ti por interés. Sin embargo, aquel chico no parecía intimidado ni asombrado por estar sentado a mi lado. Él era, en ese aspecto, real.
Justo cuando reuní el valor suficiente para seguir hablándole, Danny y Tom se dieron la vuelta en sus respectivos asientos. Esbocé una mueca de extrañeza mientras veía cómo Danny apoyaba un brazo con toda confianza en la mesa de Harry, ensanchando una sonrisa lobuna.
—Harry Judd, ¿no? Oye, tío, cómo me encantan tus zapatillas. Sabes cómo combinar la ropa a la perfección.
Tom me lanzó una mirada de soslayo, pero yo intenté carbonizar con la mirada a mi amigo el rizoso. Sabía que decía esas cosas para hacerse el graciosillo y no para ofender, pero aún así no me gustaba nada que lo intentase con Harry, y aún más porque el tío, a primera vista, me había caído bien. Además, aunque Danny no lo sospechase, él conseguía hundir la reputación de algunas personas solo por esas bromitas. Cuando Kate Williams, una compañera de nuestro instituto, regresó a Londres tras las vacaciones de verano había engordado quince kilos y su estilo de vestir había adoptado un aspecto gótico. Danny empezó a decir que si le gustaba tan poco el mundo que se lo había comido, que si era más fácil saltarle por encima que rodearla, que si cuando se caía de la cama lo hacía por los dos lados...
Y un día, sin que nos diésemos cuenta, todo el mundo dejó de hablarle a Kate.
Yo no quería que le pasase lo mismo a Harry. Aunque, al parecer, él sabía defenderse por sí solito.
—Igual de bien que sabes combinar tu cara de gilipollas con tu personalidad.
Tom abrió mucho los ojos y me miró a mí como si yo albergase alguna explicación a aquella contestación. Despegué los labios, igualmente alarmado y devolviéndole la mirada a mi amigo rubio. Danny desvaneció la sonrisa y frunció el ceño, mosqueado.
—Oye... ¿A ti qué te pasa? Solo era una coña...
—Me pasa que yo también podría llamarte «inocentemente» soplapollas sifílico y no por eso iba a joderte menos.
—¿Y tú quién te crees que eres para hablarme así?
-¿Y quién te crees tú, a ver?
—Yo soy Danny Jones, tío. Así que deberías tener más cuidado.
—Ah, ¿tú eres... Danny Jones?—preguntó Harry serenando la expresión, alzando las cejas y dejando la boca entreabierta. Danny alzó la barbilla y sonrió ampliamente.
—El mismo.
En aquel momento, Harry arrastró su silla hacia atrás, apoyándose en la mesa con las dos manos y acercando amenazante su cara a la de Danny con los ojos entrecerrados. El estruendo de la silla hizo que las personas más cercanas sentadas a nosotros nos mirasen.
—¿Y a mí qué cojones me importa?—siseó Harry. Después, ante la mirada de la mitad de la clase, cogió su mochila, se la colgó sobre un hombro y, así como vino, se fue, dando un portazo y sin hacer caso de las llamadas de atención del tutor.
Todos nos giramos para ver la reacción de Danny. Incluso el tutor parecía estar esperando que el jefazo del instituto dijese algo. Mi amigo parpadeó varias veces y después se rió a carcajadas como él solo sabía hacer, aunque se le notaba algo forzado.
—¿Qué le pasa a este? ¿Le ha venido la regla o qué?
Todos comenzaron a reírse y el tutor les mandó callar, pidiéndole respeto a Danny por lo que había dicho. Después, se reanudó el ritmo normal de la clase de forma indiferente, como si nadie le hubiera plantado cara al pecoso.
Sí, todos podían parecer indiferentes... salvo yo. No sabría dar una explicación lógica ni racional para mi nuevo objetivo, pero una cosa tenía clara; debía conocer a aquel chico.
La semana transcurrió sin ningún tipo de novedades. Los profesores empezaron a mandarnos trabajos y deberes como si llevásemos meses de clases, por lo que no tardé ni tres días en tirar la toalla. Cuando sentía que no me enteraba ni de las cinco primeras frases de explicación del profesor me ponía a escribir en mi cuaderno, lo cual sucedía en casi todas las clases. Así cualquiera se desmotivaba, pero bueno, estaba consiguiendo escribir más que en toda mi vida.
Cinco días de clase y dos festivos, eso es lo que había tardado todo el mundo del instituto en venir a vernos a Danny, Tom y a mí, como si de un besa manto se tratase. Tan solo les faltaba arrodillarse y adorarnos cuales dioses terrenales. Se me había presentado tanta gente que ríase usted del presidente Obama, seguro que ya conocía a más gente que él. Bueno, conocer... no había cruzado más de diez palabras con cada uno y no recordaba ni siquiera la mitad de los nombres.
También había que aclarar que había dos excepciones que no se habían acercado a hablar con ninguno de nosotros. Una era Kate Williams. El otro, claramente, Harry Judd.
Aunque se tuviese que sentar a mi lado en clase, procuraba hacerme el vacío, como si no existiese. No cruzábamos más palabras de las necesarias, si acaso un «¿Qué hora es?» o un triste «¿Qué página ha dicho?». Suponía que Harry me odiaba, aunque no comprendía el porqué de aquel desprecio. Al principio, pensé que simplemente era muy arisco y no le gustaba hablar con la gente, pero conforme pasaban los días mis compañeros de clase me comentaron que Harry era bastante simpático. Decían que era un chico divertido, amable y que era buena gente. Incluso algunas veces lo veía hablando con Kate Williams, lo cual para muchos se consideraba un suicidio social.
Danny se empeñaba en hacerles cambiar de idea, y aunque con alguno lo consiguió y otros más le daban la razón, bastaba con que se diese la vuelta para que siguiesen hablando con Harry.
Yo ya no sabía qué pensar. Tom opinaba como yo; quizá era un buen chico, pero con nosotros no se portaba igual. Más bien era que ni siquiera parecía hacer el esfuerzo por mirarnos a la cara cuando le hablábamos. A Danny le daba igual, decía que era un cabrón y que no le importaba lo que dijesen los demás de él, que de todos modos le daba mala espina.
Un día, al terminar las clases, me quedé tan ensimismado escribiendo que no me había percatado de que casi toda la clase ya se había marchado. Recogí mis cosas rápidamente y salí corriendo del instituto casi arrastrando mi mochila. Ni Danny ni Tom me habían esperado, pero no me había molestado. Cuando cumplimos dieciséis años, hicimos un absurdo pacto; al último que saliese de clase no se le esperaba. No lo formulamos por nada en especial, simplemente estábamos aburridos y queríamos reírnos del que se quedase solo. Ahora que lo pensaba, no me hacía ni puta gracia.
Corrí hacia el autobús escolar, que estaba cerrando sus puertas. Agité mi mano en el aire para que el conductor no arrancase, pero fue demasiado tarde. Echándome un último vistazo con una ceja arqueada y una sonrisa de capullo dibujada en la cara, pisó el acelerador y se marchó de allí. Resoplé, dejé caer los hombros y solté la mochila en el suelo. Mientras el vehículo se alejaba, pude ver cómo Danny y Tom me saludaban desde el interior con unas sonrisas hiperbólicas. Sí, claro, encima pitorreo...
Abatido, me colgué la mochila a la espalda sacándome el iPod del bolsillo del pantalón y colocándome los auriculares en las orejas para encenderlo y escuchar algo de música en el largo trecho hasta mi casa. Anduve moviendo ligeramente la cabeza al ritmo de Avenged Sevenfold incluso con los ojos cerrados. Solo los abrí cuando llegué a la zona en la que más urbanización había y, por ende, donde más carreteras debía cruzar. Me detuve en algunas tiendas observando escaparates que yo consideraba de mi agrado. Cotilleé los nuevos videojuegos del Arcade Games y los instrumentos del Stradivarius Sounds. Fue entonces cuando miré de nuevo al frente y vi a una anciana saliendo de un local agarrada del brazo de un joven. Abrí mucho los ojos al reconocer a Harry Judd. De un salto me escondí detrás de un buzón de correos y me arranqué los auriculares, dejándolos colgar del cuello de mi camisa. Fruncí el ceño mientras intentaba divisar qué hacía allí Harry, y mucho más después de las clases. Agudicé el oído, intentando captar la conversación. Harry caminaba con decisión sujetando firmemente a la anciana del brazo que se había agarrado al suyo, mirándola con una sonrisa.
—¿Se lo ha pasado bien hoy?—preguntó Harry con un deje de ternura y cariño en la voz. Una chica salió de un coche y se acercó a ellos.
—Sí, hijo, sí...
—Hola, mamá.—saludó la joven, cogiéndola del otro brazo y mirando a Harry con la cabeza ladeada.—Muchas gracias por cuidarla tan bien.
—No, tranquila, hoy recién he podido incorporarme. Acabo de llegar.—contestó Harry de forma humilde soltando a la mujer que llevaba consigo. Esta miró a la chica que la agarraba.
—¿Y tú quién eres?
—Vamos, tenemos que irnos.—dijo la chica aguantando la sonrisa y conduciendo a su madre hasta el coche. Giró la cabeza por encima del hombro y se despidió con la mano.—¡Hasta mañana, Harry!
—¡Adiós!—contestó el castaño saludando aún sonriente. Entonces me fijé en que llevaba el uniforme del instituto, pero que en vez de la camisa blanca de siempre, llevaba otra de color azul cielo con una inscripción en el pecho y otra en la espalda. Cuando Harry se volvió para entrar en el local, pude leer en su espalda: Jóvenes solidarios. Salí de mi escondite justo en el momento en el que Harry entraba por la puerta. Desvié mi mirada hacia el cartel del local: Voluntarios unidos por un mundo mejor.
De repente, me sentí banal e insustancial. Sí, esas eran las palabras justas. Mientras yo creía que estaba viviendo una existencia tranquila sin estar haciendo daño a nadie y sin perjudicar a ningún otro, me di cuenta de que no valía solo con eso.
Harry. Harry sí que era buena persona. Ayudaba a personas sin recibir nada a cambio, y encima yo tenía la cara de dudar de él y pensar que era un borde gilipollas por no hablar con nosotros tres, que en definitiva no éramos más que tres jóvenes cualesquiera en busca de una llamada de atención.
Cuando quise darme cuenta me había quedado detenido frente a la puerta del local unos largos seis minutos. Me mordí el labio inferior y me alejé de allí con la música del iPod encendida pero sin receptor para escucharla, pues yo había vuelto a perderme en mis propios pensamientos.
Danny le dio un mordisco a su chocolatina y me miró con la nariz arrugada y una ceja arqueada, realmente extrañado.
—¿Que quieres que hagamos qué?
Tom apartó la vista de Giovanna para centrarla en mí y me observó igualmente sorprendido. Me encogí de hombros con las manos aún en mi espalda, sin imaginarme por un segundo que mi sugerencia traería tanta expectación.
—Bueno... pienso que estaría bien que hiciésemos trabajos voluntarios de vez en cuando, para variar. Creo que no es una mala idea, ¿no?
Tom se encogió de hombros, sonriendo de lado.
—Yo encantado. Lo malo es que a ver de dónde saco el tiempo...
Pero Danny le mandó callar haciendo como que se atragantaba con su chocolatina y levantando una mano en señal de detención. Después nos miró de forma alterna con gesto horrorizado.
—Un momento... ¿Pero va en serio? ¿No me estáis gastando una broma? Me cago en Satanás... pero vamos a ver, Dougie, si no recojo ni mi habitación voluntariamente... ¿Pretendes que me ponga a trabajar de voluntario después de las clases? Y encima sin cobrar... Qué cachondo.
—Pero Danny...
—A ver, Dougie, no te confundas. Te apoyaré en cada cosa que quieras hacer, para eso eres mi mejor amigo, pero no cuentes conmigo en eso. Ya sabes lo vago y poco trabajador que soy...
—Vale, vale, no vamos a hacer trabajos voluntarios. Ya me ha quedado claro.—dije algo irritado y cruzándome de brazos. Danny, en vez de insistir en el tema, sonrió y me hizo una señal de OK con la mano.
—Así me gusta, y ahora... ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Tom, tienes que dejarme la serie esa que dices que te descargaste entera de la Fox.
Rodé los ojos y desistí, admirando el cielo azul mañanero.
Las horas transcurrieron lentamente para los demás alumnos, pero para mí se me hizo muy rápido. ¿Sabéis cuando tienes miedo de algo y, cuanto más nervioso estás, antes ocurre? Pues eso me pasaba a mí, y es que había decidido abordar a Harry Judd al final de las clases, coger al toro por los cuernos e intentar hablar con él, por mucho que me intimidase la idea.
Cuando sonó el timbre que daba por finalizado el horario lectivo, decidí tardar un buen rato en recoger mis cosas. Iba tan a cámara lenta que esperaba que nadie se diese cuenta de mi velocidad o iban a tomarme por gilipollas. Finalmente, me fijé en que Danny y Tom salían de la clase, por lo que no tendría que preocuparme de que me esperasen. Harry cogió sus cosas y salió del aula con una mano en el bolsillo. Fue entonces cuando me colgué la mochila y salí casi corriendo tras él. Cuando me di cuenta de lo desesperado que parecía dando botes con la mochila tras de mí ralenticé mi paso, aclarándome la voz y sintiendo vergüenza de mí mismo por aquel momento Kit Kat.
Harry se encontraba a unos escasos metros delante de mí. En vez de coger el autobús, como siempre, se desvió hacia la derecha y caminó por la acera. Yo lo seguí de cerca, pero procurando que no me descubriese.
Fail.
A los tres minutos de caminata, Harry se detuvo. Hice lo mismo, parpadeando y poniéndome muy rígido. Entonces, Harry se rascó la nuca de forma distraída e hizo ademán de seguir caminando. Iba a suspirar de alivio cuando Harry se detuvo de nuevo, girándose sobre sí mismo. Me clavó una mirada envenenada con los brazos cruzados.
—¿Estás siguiéndome?—preguntó en un siseo. Tragué saliva notando cómo la cara empezaba a arderme, boqueando cual pez fuera del agua.
—Eh...—tartamudeé con gesto de incertidumbre.—Bueno, yo...
—Oye, mira, si te pasa algo conmigo o tú y tus amigos estáis preparándome alguna broma pesada te ruego que te des prisa porque tengo cosas que hacer.
—¿Qué? ¡No!—contesté apresuradamente, confuso.—No... No quiero gastarte ninguna broma. ¿Por qué crees que sí?
—No sé. Es eso a lo que os dedicáis vuestro grupito de chachiguays, ¿no?
Apreté los labios, avergonzado. Harry me mantuvo la mirada en todo momento.
—Solo quiero saber por qué me odias.—solté en un amago de valor, casi suplicándole, lo cual me dio más vergüenza. Harry alzó las cejas.
—¿Que te odio? No. Esas son palabras bastante fuertes, ¿no crees? Si acaso siento indiferencia por ti, lo cual podría considerarse aún peor que el odio. Ya veo cuánto te importa lo que piensen los demás de ti, ¿eh?
Quise contestarle que eso no era cierto, que del único que quería sentir aprecio era de él, porque él sí merecía la pena. Quería demostrarle que era algo más que Dougie, el amigo de Danny. Que no era un niñato engreído ni una persona tan simple, que yo tenía bastante trasfondo.
Aunque, por supuesto, ni se lo dije ni pensaba al cien por cien que todo aquello fuese cierto.
—Harry, no soy como crees que piensas.
Ignoró mi último comentario y se acercó a mí dando unos pasos. Alzó las cejas a la vez que ladeó la cabeza.
—¿Sabes quién es Kate Williams?
Entrecerré los ojos sin comprender.
—Claro que sí. Es nuestra compañera de clase.
—Bien. ¿Sabes por qué engordó tanto y cambió su aspecto de forma radical?—me preguntó con voz rabiosa. Negué con la cabeza, atolondrado.—Porque sus padres murieron en un accidente de tráfico aquel mismo julio y cayó en una terrible depresión.—Harry dio un paso.—Se refugió en la comida y comenzó a buscar otra nueva identidad, pues quería escapar de su antigua vida, así como de sí misma, para no poder recordar nada. ¿Sabes por qué lo sé? Porque Kate es mi prima.—otro paso más.—Intenté darle apoyo emocional y refuerzo psicológico. ¿Y sabes de lo que me entero meses después? Que unos cabrones de su instituto se meten con ella y por eso se ha vuelto el hazmerreír del instituto. Se intentó suicidar dos veces por culpa de esos capullos.—otro paso más. Estaba tan cerca de mí que podía notar su respiración en mi cara cuando hablaba de forma tan furiosa. Me entró tanto miedo que quise salir corriendo.—¿Sabes quiénes son esos capullos? ¿Eh, Dougie? ¿Lo sabes?
Miré a Harry directamente a sus dos ojos como puñales del color del zafiro y susurré, acobardado:
—Lo siento... no lo sabía... Yo no le dije nada.
—Pero tampoco hiciste nada por evitarlo.—espetó Harry cogiéndome del cuello de mi camisa con las dos manos. Tragué saliva de nuevo, encogiéndome sobre mí mismo de forma sumisa. Harry me soltó dándome un empujón y haciéndome trastabillar hacia atrás. Después me miró con gesto de desagrado.—Así que después no vengas pidiendo compasión y cariño hacia tu persona porque no te lo pienso dar. Ni a ti ni a tus amigos. No os merecéis nada de eso.
Y, tras decir aquello último, se largó. Me quedé observando la espalda de Harry con el labio inferior levemente apretado y las lágrimas golpeándome la retina, amenazando con derramarse.
Bajé la mirada y me agaché con las manos en mis rodillas y mi nariz pegada a mi pierna derecha, abatido.
Y así, postrado en medio de la acera, me sentí en aquellos instantes como la peor mierda del mundo.
Nueve días después me hallaba sentado en mi asiento con los brazos cruzados y los ojos cerrados. La clase de filosofía había comenzado con una idea que según el profesor nos podría interesar y resultar innovadora; un debate abierto aquella hora para hablar sobre lo que quisiésemos. Aunque sus intenciones eran buenas, el pobre profesor era un ingenuo y parecía no saber que si sus compañeros de trabajo no habían vuelto a hacer un debate con nosotros era porque siempre acabábamos hablando de lo mismo y discutiendo entre nosotros acaloradamente.
De todos modos, no tuve fuerzas ni siquiera para fingir que estaba atendiendo a las condiciones que nos imponía el profesor para empezar. No insultar, no faltar el respeto, no tratar temas cruentos... Vamos, lo mismo de siempre. Desmotivaba saber que, de todas maneras, nadie iba a cumplirlas.
El debate comenzó y el profesor empezó sugiriendo que tratásemos temas sobre el amor. Aún con los ojos cerrados, lancé una risita despectiva por lo bajo. En los tiempos que vivíamos, pedirle a un adolescente que hablase de amor era como pedirle a un orco de Mordor que le contase algo sobre la belleza y la amabilidad.
Al principio hubo un revoloteo general. Abrí un ojo y observé cómo mis compañeros empezaban a reírse por lo bajo y a comentar obscenidades. Lo supe por los gestos de algunos chicos que eran bastante... dejémoslo en grotescos. Sí, bastante grotescos.
Me atreví a echar un vistazo a Harry por el rabillo del ojo. Estaba colocado en la misma posición que yo; hundido en su silla, con los brazos cruzados sobre el regazo y los pies en la misma condición. Miraba con gesto de aburrimiento su mesa, pero en aquel momento desvió sus ojos hacia mí y yo miré hacia otro lado, cohibido y toqueteando el pendiente de mi oreja derecha como hacía cuando me ponía nervioso. Escuché un bufido por parte de Harry, pero no estuve muy seguro de porqué lo habría hecho exactamente.
—Chicos, si os vais a poner a hablar entre vosotros doy apuntes y ya está, ¿eh?
La clase entera estalló en quejas y el profesor pidió silencio con las manos, hastiado. Fue entonces cuando Danny levantó una mano, pero antes de que el profesor le cediese el turno para hablar él ya había comenzado a dar su opinión.
—Pienso que antes podría existir amor, pero eso ahora se ha corrompido en la actualidad. Ahora lo único que importa es echar un polvo y si te he visto no me acuerdo.
La mitad de la clase se empezó a reír. Harry, Tom y yo nos mantuvimos impasibles.
—En serio, no quiero faltar el respeto a nadie pero a no ser que seas especialmente guapo o estés bueno, nadie querrá liarse contigo.
Arqueé una ceja y, antes de que me diese cuenta, ya estaba hablando en voz alta.
—¿Qué tiene que ver el sexo con el amor?
En cuanto solté aquello, todos mis compañeros se habían girado para verme la cara con gesto de confusión. Incluso Danny me miraba como si tuviese una ecuación muy complicada tatuada en la frente. Me ruboricé al sentir todos los ojos pegados en mí. La verdad era que no era muy frecuente que yo expresase mis ideas en voz alta, y menos en un debate de clase contradiciendo a mi mejor amigo.
—¿Qué dices?—preguntó Danny sonriendo de lado sin comprender. Parpadeé y me humedecí los labios.
—Pues... eso, que me parece que confundes el placer carnal con el hecho de poder amar a alguien.
—Bueno, es que para querer a alguna persona tienes que querer tener relaciones sexuales con ella, ¿no?
—Yo amo a mi madre y sin embargo no llego a casa con la idea de follármela.
De nuevo, las risas. Me mostré serio; la verdad era que no lo había dicho para hacer la gracia. Aunque les costase comprenderlo a mis compañeros de clase, no todo en la vida constaba en ganarse la simpatía de los demás.
—Poynter, me parece muy bien que expreses tu punto de vista, pero intenta evitar utilizar vulgaridades, por favor.—dijo el profesor, a lo cual asentí. Danny arrugó la nariz y entrecerró los ojos como cuando se sentía amenazado.
—¿Quién dice de querer a tu madre ni qué mierdas? Estamos hablando del amor.
—Es que no solo existe el amor pasional. Y desde luego no sé qué tienen que ver las relaciones sexuales con todo esto.
—Bueno, a ver, deja de lado el amor fraternal y tal y centrémonos en el amor hacia otra persona...
—Ajá.
—Vale. Si tú amas a alguien es inevitable que de un momento a otro tengas ganas de hacer el amor con esa persona.
—¿Y?
—¿Cómo que «y»?—preguntó Danny con la cara contraída. Parecía perdido. Chasqueé la lengua descruzando los brazos y echándome hacia delante.
—Que tú puedes tener relaciones con esa persona si quieres, pero el amor es algo más que solo sexo. Te puedo asegurar que si alguien está enamorado de otra persona en lo último en lo que piensa es en follar con...
—¡Poynter!
—Sí, vale, en hacer el amor con ella.
Danny chasqueó la lengua. La clase permanecía expectante a la charla. No era muy común ver a Danny y Dougie, los amigos inseparables, tener ideas diferentes.
—Pero se supone que si tú amas a alguien, quieres tener relaciones con...
—¿Otra vez, Danny? Vale, te haré una pregunta; ¿acaso tú quieres a todas las chicas con las que te has acostado? Porque entonces vas a tener que abrir una sucursal de tu amor, tío.
Y otra vez las risas. Entre que estaba cansado y aquella conversación me estaba irritando, me dieron ganas de ponerme de pie y gritar que dejasen de humillar a nadie con sus risas, que solo estábamos haciendo un intercambio de opiniones y no discutiendo. Sin embargo, Danny parecía que sí se lo tomó como tal.
—Bueno, tranquilízate, Dougie. Yo no creo en el amor, yo solo te digo que me parece que entonces como tal se supone que si quieres a una persona sientes la imperiosa necesidad de acostarte con ella, tener hijos y tal y pascual.
—Pues entonces los padres adolescentes deben ser las personas más cariñosas del mundo. Además, si me hablas de tener hijos ya estás excluyendo a los homosexuales de esto. Hoy en día se toma muy a la ligera el sentimiento de cariño. Tú me puedes querer a mí como puedes querer a Tom como puedes querer a cualquiera y eso no tiene que incluir ningún acto carnal. Igual que se va regalando la virginidad por ahí. ¿Es que acostarse con alguien tiene significar que amas a esa persona? Pues yo no lo creo así, al menos no ahora. La gente se toma muy a la ligera ese tema, es como si el hecho de practicar el sexo fuese una competición para ver quién se desvirga antes y no como una muestra de afecto. Por eso me cuesta creer, Danny, que el sexo esté ligado al amor...
Me callé al notar que me había ido por las ramas hablando demasiado y encima delante de tanta gente. Cuando fui consciente de ello, mi cara empezó a arder y deseé con todas mis fuerzas no haberme puesto rojo para que la gente no se percatase de ello.
—Tienes totalmente la razón.
Al principio pensé que Tom había defendido mi punto de vista pues mis reflejos eran nulos, pero aquella no era su voz y, desde luego, su boca no se había movido. Cuál fue mi asombro cuando giré mi cara hacia la derecha y observé a Harry mirándome, por fin resignándose a aceptar mi presencia.
Y lo más extraño de todo aquello; me estaba sonriendo. A mí. Una sonrisa sincera de oreja a oreja, sin connotaciones de burlas ni de desprecio. Una sensación embargadora me proporcionó calidez en mi pecho, como si me hubiera bebido un sorbo de chocolate caliente. Tuve que esforzarme bastante para no corresponder con una sonrisa de idiota y así delatarme.
Un momento... ¿Delatarme de qué?
—Vale, está claro que no se puede tener un debate tranquilo con vosotros.—se resignó el profesor suspirando y abriendo el libro de filosofía.—Abrid el libro por la página treinta y siete. Hoy vamos a hablar sobre la armonía de las esferas.
Mis compañeros empezaron a patalear, rabiosos, por tener que dar clase. Me apresuré por apartar la vista de Harry y sacar mi libro de la mochila para abrirlo por la página que el profesor había dictado. Intenté concentrar mi atención en las explicaciones del profesor el resto de la clase, pero era difícil cuando sentía la mirada clavada de Harry en mí todo el tiempo.
La hora del recreo llegó y me estiré en mi asiento antes de ponerme de pie y reunirme con mis amigos. Tom me dio una palmada en el hombro, pero Danny me ignoró. Me mordí el labio inferior e intenté arreglar las cosas con él.
—Danny, lo siento. No creí que te fuese a afectar tanto...
—No es eso, tío.—me interrumpió Danny girándose hacia mí.—Sabes que aunque no comparta tus mismas ideas respeto tu opinión a muerte y así será siempre, pero parecía que me quisieses dejar mal delante de toda la clase o algo así...
—¡Pero si tú ya sabes que no lo hacía por eso! ¿Qué más da lo que piensen los demás?
—Sí que importa, Dougie.—dijo mirándome con el semblante serio.—Mira, sé que eres un tío increíble, pero no sé cómo no te has dado cuenta de que, en el instituto, la opinión de la gente sí que importa. Eso de «ser tú mismo» es una gilipollez, y no porque yo lo diga, sino porque me lo han ido demostrando muchas personas a lo largo de los años.
Acto seguido, se dio la vuelta y siguió caminando con las manos en los bolsillos y dándonos la espalda. Tom y yo nos miramos sin comprender. Danny era así; empezabas hablando de una cosa con él y acababa con otra, y sin querer en una de esas nos revelaba algo importante.
En aquel momento me figuré por dónde iban los tiros de Danny, pero no dije nada.
Terminado el recreo, volvimos a clase para terminar nuestras dos últimas horas y así podernos ir a casa. Durante historia del arte y latín, Harry estuvo mirándome fijamente como en la hora de filosofía. Yo me revolvía incómodo en mi asiento y carraspeaba, intentando aparentar que no me importaba lo más mínimo que Harry estuviese atento a cada uno de mis movimientos. Pero sí, sí que me importaba. Recibir tanta atención de golpe de Harry me aturdió.
El profesor de latín dio por finalizada su clase diez minutos antes y escuché a Danny vitorearle mientras los demás recogíamos nuestras cosas. Sonreí ante aquello y me puse de pie, colgándome la mochila y girándome para irme. Me detuve al tener enfrente a Harry, el cual siempre procuraba salir raudo del aula en cuanto se terminaba el día escolar. Parpadeé varias veces, sorprendido.
—¿Te importaría que hoy nos fuésemos juntos a casa?
Por un momento, el corazón se me subió a la garganta. Asentí con la cabeza varias veces, entre nervioso, aturdido y emocionado.
—Bueno... No, claro que no.
Harry sonrió y asintió con la cabeza, lo cual hizo que sintiese mi corazón latiendo en mis sienes. Me reprendí mentalmente; ¿a qué venía ahora eso de sentirme como un groupieeufórico al que iban a presentarle a su estrella favorita? Sin embargo, saboreé por unos segundos ese triunfo, hasta que me crucé a Danny y Tom en la puerta.
—Venga, tío, que hoy hemos sido buenas personas y te hemos esperado.—me dijo Danny dándome dos palmadas amistosas en el brazo y sonriendo anchamente. Harry se colocó a mi lado y Tom y Danny lo miraron con indiferencia. Ladeé la cabeza con gesto avergonzado.
—Eh... El caso es que hoy no voy en autobús. Me voy con Harry a casa.
Tom sonrió de lado. Danny abrió mucho los ojos.
—Entonces nos vemos mañana, Doug.—contestó Tom despidiéndose con la mano mientras se llevaba a un confuso Danny. Me despedí igualmente de ellos, después seguí a Harry hasta la calle.
Durante el camino, conversamos un buen rato. Estuvimos hablando principalmente sobre el debate de filosofía. Intercambiamos nuestras opiniones, que en general eran bastante parecidas, y hablamos sobre otros temas que nos hubieran gustado que tocasen en la clase en el caso de haber continuado el debate.
Era extraño, pero conforme más hablaba con Harry, más cercano me sentía a él. Como si fuéramos amigos de toda la vida... Ni siquiera había sentido esa conexión cuando conocí a Danny.
Cuando faltaban unos escasos metros para llegar a mi casa, me detuve para ralentizar el momento de despedirme de él y le observé la espalda hasta que se fijó en que no seguía a su lado y se giró.
—¿Qué pasa?
—Quería saber por qué querías que te acompañase de camino. No sé, no creo que sea por lo del debate... ¿No?
Harry torció la boca y pareció pensárselo unos segundos. Después, cogió aire y dijo:
—«Todos mis esfuerzos por limpiarme de esto... Déjame podrido y sucio. ¿Cómo puedes mirarme ni cuando yo mismo puedo soportarme?»
Palidecí cuando terminó de decir aquello, sonándome espantosamente familiar.
—¿Cómo...?
Harry se fue acercando a mí. Me encogí sobre mí mismo.
—«A veces la vida parece tranquila, paralizando el silencio. Al igual que la oscuridad sin luna, con la intención de hacerme fuerte. El aliento familiar de mis mentiras cambió el color de mis ojos. Antes de que me abandones y prepares tu propio lugar de paz, cogeré un pedacito de ti y lo sostendré por una eternidad.»
Agaché la mirada cuando volvió hacia donde estaba yo, avergonzado.
—¿Has... has leído mi cuaderno?
Alcé la mirada solo para ver cómo Harry sonreía con los labios apretados.
—Sé que no debería haberlo hecho, pero me quedé en el recreo cogiendo los apuntes de filosofía que no había podido tomar en clase. Cuando cogí tu cuaderno para copiarlos me encontré con algunos textos y... Bueno, me entró curiosidad y lo leí.
Parpadeé aún mirándole a los ojos. Por alguna razón no me sentí invadido ni disgustado por el hecho de que Harry hubiese leído mis escritos. En realidad, me sentía aliviado. Era como mostrar mi verdadero ser a Harry de una forma indirecta, y si estaba allí hablando conmigo era porque le había gustado... Suponía.
—La verdad es que me he quedado sin palabras con todo lo que he leído. Era como... «Joder». Sí, esa es la palabra.—reí entre dientes con él.—No sé... Creo que alguien con una mentalidad como la tuya no puede ser mala persona. Quizá sea una impresión equivocada, pero sentía que tenía que darte una oportunidad y conocerte de verdad. Pareces una persona que merezca la pena.
Mi estómago se encogió y dio una voltereta. Pensaba lo mismo que yo respecto a él, pero decidí no decirle nada. Mi admiración por Harry no tenía nada que ver con algo que hubiese escrito ni nada parecido por medio, así que no quería que se creyese que era un loco obsesionado.
Y antes de que el silencio se prolongase y la situación empezase a ser verdaderamente extraña, tragué saliva y desvié varias veces la mirada hacia mi casa, la cual tenía casi al lado.
—Bueno... Será mejor que me recoja.—dije colocándome la mochila en la espalda y rodeando a Harry, el cual me siguió con la mirada.
—¿Vives aquí?—preguntó señalando las casas del barrio. Asentí con la cabeza y le señalé la mía.
—Es esa, la de la fachada roja.
Harry parpadeó.
—¿Quieres que mañana pase por aquí por la mañana y vayamos a clase juntos?
Alcé las cejas mientras las comisuras de mis labios se curvaban de forma exagerada hacia arriba. Envié pequeñas señales a mi cerebro impidiéndoles que esbozasen esa cosa tan exagerada, pero no parecían hacerme caso mis músculos.
—¡Claro!
Harry sonrió y asintió con la cabeza.
—Genial, entonces volveré mañana, ¿vale?
Asentí con la cabeza varias veces mientras Harry se despedía con la mano y se daba la vuelta, por lo que supuse que se había pasado de su dirección y, aún así, había caminado hasta acompañarme a mi casa.
—Adiós, Dougie.
—¡Adiós!
E inmediatamente después volví a reprenderme a mí mismo por hablar con esa voz tan ridículamente aguda en ese momento, por seguir sonriendo como un idiota y por estar caminando de forma más ligera y emocionada a mi casa.
Y me frustré aún más cuando, al cerrar tras de mí la puerta de mi casa, aún no desaparecía esa sonrisa.
Eso sí, tenía claro que no quería que aquella sensación se evaporase nunca.
Los escritos de Dougie están basados en canciones del magnífico grupo de Flyleaf.
