No sabéis el miedo que tengo en publicar esto. Escribí el primer capítulo hace como unas dos semanas, pero me lo guardé porque le tengo muchísimo respeto al Jean / Armin sobre todo después de haber leído "Guerra de Guerrillas" que, si no lo habéis leído, os animo a dejar esto y ponerse a ello. He tenido la suerte de que dos grandes fickers, Janet Cab y Hessefan, me animaran a publicarlo. Desde aquí os doy las gracias a las dos.

Seguiré el canon del manga hasta el capítulo 49, a partir de ahí todo esto se vuelve un gran what if. Espero que os guste.

Resumen: (maldito FanFiction que no me deja poner el resumen entero)

Ya lo dijo Newton con su tercera ley del movimiento, cada acción tiene su reacción. Algunas veces es algo inmediato, como una explosión instantánea o una disolución entre líquidos; otras nos cuesta algo más saber qué ocurrió para obtener ese resultado. Hay mucha gente que lo llama "Efecto Mariposa", el resto culpan al Karma o al Destino. Sólo unos pocos son los que se resignan y dicen que, simplemente, hay que atenerse a las consecuencias. BL.

Disclaimer:

Como se habrá notado, no soy Isayama, por lo que no gano nada con esto. De verdad, nadie me paga XD

Betas:

Tengo la enorme suerte de contar con dos personas (tres en este capítulo) que me están ayudando a desarrollar esta historia. Por un lado, M—chan a la que jamás podré pagarle lo mucho que está haciendo por mí en todos y cada uno de mis fics. Por otro, Neko uke chan que en menos de un mes se ha convertido en una gran amiga y alguien que ha conseguido hacerse un huequecito en mi corazón. Por último, he tenido a la increíble Hessefan para que betee este capítulo. Mil gracias a las tres, me hacéis un mundo.

Nos leemos abajo.


~Consecuencias~

Capítulo uno: Causa

Armin fue el primero en percatarse.

Pero él no tuvo la culpa, no era consciente de lo que pensaba hasta que lo hacía. Era instintivo. Se cuidaba mucho para que nadie conociera su secreto, así que nunca hablaba de ello. Sin embargo era cada vez más difícil ocultarlo ya que, conforme iba creciendo, apreciaba con mayor claridad los sutiles cambios en la personalidad humana como si fuera el libro más sencillo del mundo, lleno de viñetas, referencias y notas a pie de página. Era una parte de sí mismo que odiaba y a la que no encontraba ninguna utilidad, sólo le daba más problemas de los que ya tenía. Como cuando hablaba con Annie, ella siempre desviaba un instante la mirada hacia la izquierda con la excusa de colocarse el mechón de pelo rubio detrás de la oreja. Mentira, pensaba él de inmediato. Annie mentía la mayoría de las ocasiones y callaba cuando no quería hablar más de la cuenta. Oculta un secreto. Más de uno. Silenciosa, mentirosa, traicionera seguramente. No confíes en ella.

Armin nunca había tenido control sobre esos pensamientos, aparecían sin más en su cabeza y luego, tras un momento de reflexión, se limitaba a obviarlos porque no le hacían ningún bien. Además, a veces no acertaba, y no merecía la pena pensar más en ello. Se convencía de que no debía de tomárselos en serio aunque la realidad era que estaba muerto de miedo por si alguien lo descubría. Así que se forzaba en acercarse a ella, se inclinaba gentilmente junto a su mesa y sonreía con amabilidad. Siempre con amabilidad. «¿Puedo comer contigo, Annie?» Y ella respondía: «Haz lo que quieras» con la voz temblorosa, la cabeza gacha y los ojos fijos en la comida. Ha pasado hambre pero quiere disimularlo. Embustera y orgullosa. No te acerques a ella. No te fíes de ella. Aléjate. Olvídala.

También había observado otras cosas y había advertido muchas más. Sabía que Sasha podía comer excesivamente hasta hartarse, pero sólo si se trataba de productos con hidratos de carbono por ello su alimento preferido eran las patatas. La ingesta de glúcidos en exceso provoca somnolencia. No puede dormir. Tiene pesadillas.Sabía que Jean, debido a su constante necesidad de ser el centro de atención, no paraba de pregonar que iba a ser uno de los diez primeros para entrar en la policía militar. Seguro. Quiere sentirse seguro. No ha tenido mucha estabilidad a lo largo de su vida. Quiere sentir que la controla por una vez, quiere elegir su camino por sí mismo. Y por supuesto, sabía que Eren sospechaba que las intenciones de Armin no eran tan nobles como parecían. Lo sabe. No lo sabe. No puede saberlo, sólo son sospechas sin fundamentos. El miedo que sientes es irracional. No lo sabe. No debe saberlo. Lo sabe. No lo sabe.

Si alguien conociera alguna vez su talento oculto, creería que es un don innato en él. Armin no lo consideraba así. Siempre ha pensado que todo fue gracias a su abuelo, que desde niño empezó a entrenarle para que estuviera ojo avizor a los ladrones. «Una buena vista te salvará de la ruina, pequeño». Entonces entre los dos jugaban a cambiar de sitio los objetos de la casa y averiguar cuánto tiempo tardaba el otro en darse cuenta. Armin consiguió su récord con diez años. Encontró cinco cucharas esparcidas en las estanterías de la cocina (la sombra de polvo que siempre se había encontrado ahí, de repente ya no estaba); el juguete que Eren le había dejado, escondido en uno de los armarios (la puerta estaba entreabierta a pesar de que su abuelo siempre la cerraba con cuidado); dos prendas de ropa en el cajón que no le correspondía (la ropa estaba arrugada a pesar de que el día anterior la había doblado cuidadosamente); e incluso consiguió ver que las tres sillas idénticas no estaban en el lugar de siempre (las marcas del suelo no coincidían con sus patas, parecían iguales pero eran ligeramente diferentes).

—¿Ha estado la señora Merly aquí, verdad? Hay un pelo de su gato —dijo él señalando el suelo con el dedo.

Entonces su abuelo sonreía profundizando las arrugas que tenía extendidas por toda su cara.

—Eres muy listo, Armin. —Entonces cogía el libro de siempre y se lo leía al pequeño.

Y el niño se volvía a emocionar con esas historias en un lugar muy, muy lejos de ahí, donde la tierra podía estar hecha de hielo, o escupir fuego, o estar cubierta por un bosque más grande que el diámetro de la muralla María.

Gracias al entrenamiento de su abuelo, su ansia por aprender y su predisposición para ello logró las bases para convertirse en un buen observador, un muy buen estratega y un mejor analista. Por lo tanto, le fue inevitable enterarse de los sentimientos de Marco mucho antes de que él mismo se diera cuenta.

Las pistas estaban en todas partes y había tantas que Armin no sabía por dónde empezar a enumerarlas. Podía decir que lo primero que hacía Marco al levantarse era mirar a Jean y sonreír, no con una sonrisa triste o tímida como les dedicaba a todos, sino una real, sincera y abierta. En el desayuno siempre dejaba que el chico eligiera antes que él y escuchaba sus quejas mañaneras con más paciencia de lo que era sano. «Joder, a ver cuándo nos dan huevos de una puta vez, que esta bazofia no hay quien se la coma». «Sí, tienes razón, pero ellos hacen lo que pueden, Jean.» Marco siempre, en cualquier contexto y lugar, le daba la razón. Siempre. Luego añadía su propio comentario para aplacarle un poco, pero eso no impedía agrandar el exuberante ego de Jean quien solía aceptar sus sugerencias de mala gana.

Armin había comprobado que Marco era un chico callado, retraído y un poco sumiso. Durante el primer año, si Jean no estaba delante, apenas se atrevía a abrir la boca por miedo a decir algo indebido o fuera de lugar. Marco había crecido con una madre dominante y un padre ausente, así que siempre se había visto muy perdido a la hora de tomar decisiones. En principio, se unió a la Legión porque se dio cuenta que su madre no podía hacer más por llevar dos platos a la mesa y que el trabajo en el campo ya no era tan retribuyente como antes de que el titán colosal abriera la brecha de María. Jean fue el primero en tratarle con amabilidad, por eso se había aferrado a él como una tabla de salvación ya que, como siempre decía Marco, era su propia debilidad la que le hacía más fuerte. Jean protegía a Maco, Marco adoraba a Jean. Era simple, sencillo, y hubiera llegado a ser perfecto si no se hubieran mezclado esos sentimientos tan confusos. Armin no podía saber exactamente cuándo empezaron, pero sí podía decir con exactitud el día que se percató de que no estaba solo en esa batalla contra unas emociones que eran incontrolables.

Era de noche, después de un entrenamiento especialmente duro que les había dejado a todos hechos polvo. Se fueron a dormir apenas sin hablar y Jean le dio un pequeño golpe en el hombro para desearle unos felices sueños libres de pesadillas antes de caer rendido en su camastro. Ahí fue cuando se reveló toda la verdad, en esa mirada temerosa y desconsolada de Marco que gritaba sin fuerzas que quería, que necesitaba, mucho más que aquel fugaz contacto. Pero luego agitó la cabeza, como si quisiera deshacerse de ese pensamiento y se fue a dormir sin más. Le quiere, como tú quieres a Eren. Y ninguno de los dos vais a conseguir nada.

A Armin no le costó mucho simpatizar con el pobre Marco. Ambos eran unos ilusos esclavos de un sentimiento estúpido y sin sentido que no les daba más que unas esperanzas rotas y suspiros vacíos. Ninguno de los dos les correspondía, pero al menos Jean no tenía ni idea de lo que pasaba por la cabeza de su amigo. Quizá era mejor así, a pesar de que Eren no podía saberlo con seguridad, lo sospechaba debido a las continuas burlas y los rumores que circulaban entre los barracones. Eren jamás se había dejado llevar por las habladurías, pero a pesar de que repetía que no se lo tragaba, Armin podía ver una pequeña sombra de duda en sus ojos. Minúscula, ínfima, casi imperceptible, pero ahí estaba. Sin embargo, Armin se había cuidado mucho durante toda su vida para que no lo descubriera, no iba a ceder ahora. No iba a ceder nunca.

Pero se veía que Marco era mucho más valiente que él mismo. Porque aquella noche en la que se decidieron quiénes eran los diez mejores cadetes del escuadrón, le dio a Marco la confianza como para confesarse de una vez por todas. Armin lo supo en cuanto le vio acercarse a Jean para hablarle al oído en la celebración con una sonrisa torcida y trastabillando con sus propios pies. Quiso impedírselo, pasó a Eren y a Mikasa que estaban sentados en el suelo y a Sasha que comía todo lo que veía con un hambre feroz, pero cuando llegó hasta la puerta donde los dos ya se marchaban, se quedó congelado sin saber qué decir, con el corazón martilleándole el pecho y la mirada desenfocada.

—¿Pasa algo? —preguntó Marco, sorprendido al ver tanta urgencia.

—¿Qué mosca te ha picado, enano? —se interesó Jean ladeando la cabeza.

¿Y qué iba a decirle? ¿Cómo iba a soltarle que Marco estaba a punto de confesarse y que él acabaría rompiéndole el corazón? ¿Cómo explicar todo eso? No podía decirle que el chico se había pasado toda la noche mirándole exactamente cada cuatro segundos y medio, no podía decirle que había aprovechado cada descuido para acariciarle de forma accidental y sonreír tontamente, borracho de alcohol y de ingenuidad. No podía contarle que había visto el cambio en la mirada oscurecida y nublada de Marco, que por una vez en tres años había decisión en el fondo de su iris y ganas de perderlo todo por un momento de gloria.

—No, nada, es que hace frío. Quería cerrar la puerta —comentó Armin sintiéndose fuera de lugar.

—Ya la iba a cerrar yo —comentó Jean como si fuera lo más estúpido del mundo.

Y el chico se quedó ahí plantado, sintiéndose un traidor. Podía haberlo impedido, podía haber hecho que se quedaran y que Marco se lo pensara mejor, pero no lo he hecho.

Al día siguiente estrenaron su valía como soldados enfrentándose a la muerte en forma de una gigantesca montaña de carne danzante, incluso Armin la había podido acariciar con la punta de los dedos, antes de que Eren diera su vida por él. No había sentido un vacío con qué comparar ese dolor punzante que le abría el pecho, y que deshacía toda voluntad para seguir respirando como un trapo viejo danzando en un cubo de agua hirviendo. Eren. No. Estaba. Por él. Por su estupidez. Porque no había sabido cómo enfrentarse al primer titán que se le había puesto delante. ¿Para qué había estado todo ese tiempo entrenándose, preparándose, estudiando día y noche estrategias y pensando en diversas maneras de seguir luchando por su vida? Para que Eren acabara muerto. Eren, la persona a quien más quería. Eren no estaba. Jamás vería el océano, su única ilusión verdadera. Jamás podría ver nada más que un gigantesco muro. Vivió y murió en una cárcel.

Armin debía haber muerto, no Eren. No él. «Eren, no, no, no. Tú no. Todos menos tú».

Fueron demasiadas emociones en unas pocas horas, la sangre en las paredes, la muerte en las calles, los titanes en la ciudad, la resurrección de Eren, su casi ejecución, el verle como titán de nuevo, el verle perder la cabeza, creer que lo había perdido una vez más. Era demasiado dolor, demasiada angustia y demasiada desesperación. Pero al menos comprobó que, aun no siendo uno de los mejores diez soldados, Armin podía tener la valía de todos ellos. Era un estratega innato y lo demostró con eficacia a pesar de que una hora antes había creído perder a su mejor amigo.

Fue en la misma torre de abastecimiento donde se encontró con ellos dos. No pensó nada más, tenía que deshacerse de esos siete titanes si querían reabastecerse de gas y no tuvo tiempo para fijarse en los gestos de ninguno, no vio si había una sombra de dolor en los ojos de Marco o si Jean hacía una mueca de disgusto al cruzarse con su mirada. Ese asunto había sido relegado al fondo de su mente y en ese momento lo prioritario era salir vivos de ahí.

Sin embargo, cuando todo se hubo calmado y estuvieron haciendo el recuento de muertos, observó que faltaba alguien en el equipo. Alguien importante. Lo buscó por todas partes, y lo único que encontró fue a Jean parado delante de la pira con el puño cerrado en la nada y la los ojos fijos en el suelo. Entonces supo sin ningún asomo de duda que él también le quería pero que Armin no había sabido verlo. Y se sintió morir al ver su mirada vacía de sentimientos y anegada de lágrimas. Se había equivocado completamente, Jean sí debía de haber correspondido los sentimientos del pobre Marco, pero ya no se podía hacer nada. Su cuerpo se había convertido en un montón de cenizas enterrado junto con recuerdos que nunca sucedieron y que podían haber ocurrido. Quizá Armin había querido sentirse acompañado en su lucha por un amor no correspondido y por ello no había querido ver la realidad. Quizá sí era un maldito egoísta. Y se sintió tan impotente que quiso recoger todo el dolor de Jean que se le resbalaba por los poros de la piel, acompañarle y compartir juntos ese peso. Lo siento, Jean, yo no lo sabía… no había querido saber, no lo sabía… Lo siento.

Aquella noche, Armin comprobó que el ser humano era mucho más que un libro claro y definido con una historia que contar, lleno de detalles y sin contradicciones de ningún tipo. De pie frente a aquella fogata de sueños rotos, se dio cuenta que los humanos eran más complejos que un par de páginas y mucha tinta. Los humanos sentían y padecían. Los humanos lloraban y sufrían.

Y los humanos agonizaban y morían.


He cambiado párrafos hasta el último momento, así que seguramente la habré jodido. Mil gracias por leer, el segundo capítulo está en marcha y bastante avanzado. Para los que seguís "Error", ya estoy terminándolo, faltan un par de detalles sin pulir.

Besos,

KJ*

PD: ¡Janet Cab me debe una sartén! XD