Disclaimer: Los personajes usados en esta historia no me pertenecen a mí, sino a la increíble Yana Toboso.

Advertencias: Esta historia contiene escenas y vocabulario no recomendable para menores.


CAPÍTULO 1

Flores, bombones y lindos matones

Sebastian soltó un gruñido gutural, después dejó caer la cabeza hacia atrás mientras apretaba la mandíbula con fuerza y tiraba de los cabellos que sujetaba entre sus dedos. Podía sentirlo. Estaba a punto de correrse.

Cada vez que jadeaba en silencio, una nubecilla de vaho se formaba a su alrededor antes de disiparse en el aire nocturno, y cuando la punta de su polla tocó la garganta del rubio que tenía entre las piernas, sus rodillas temblaron. Sebastian iba a venirse de manera estrepitosa en la boca obscena y caliente de un completo desconocido, y ese prospecto hizo que un escalofrío placentero recorriese su espalda. Le encantaba el morbo.

En realidad, conseguir que el rubio se la chupase en el callejón que había tras la cafetería había resultado insultantemente sencillo. Mientras Sebastian se tomaba un café, el chico no había parado de lanzarle miradas, primero curiosas, luego lascivas y, por último, cargadas de deseo y malas intenciones. Por supuesto, lo normal en una situación así era sacar partido, así que Sebastian había decidido hacerle un favor al rubio —que a juzgar por sus gemidos, más que una persona parecía una perra en celo— dándole el lujo de poder aliviarle la hinchazón de la polla; de todos modos había sido su culpa que se pusiese así en primer lugar…

Con una última embestida, el semen caliente y amargo de Sebastian lleno la boca del rubio, y entonces el flash de una cámara les alertó a ambos. Sebastian fue el primero en reaccionar, arrancándose al rubio de la entrepierna y fijando la mirada en la persona que le había estropeado su momento de éxtasis. Desde la boca del callejón les observaba lo que parecía ser un niño con una cámara de fotos entre las manos. No hacía falta ser un genio para deducir lo que acababa de ocurrir.

Por desgracia para Sebastian, aunque la adrenalina compensaba el estupor post-orgásmico, el crío era rápido y hoy reinaba la niebla en las calles de Londres, de modo que para cuando quiso perseguirle, este ya había desaparecido sin dejar rastro. Mierda.

El rubio, que al parecer era un poco más lento que Sebastian, no había procesado del todo lo que acaba de ocurrir y todavía se encontraba un poco desorientado apoyado contra la pared sucia del callejón. No obstante, cuando sintió el aura asesina que emanaba del cuerpo de Sebastian, incluso él intuyó que se avecinaban problemas.

Sin decir una palabra, Sebastian camino hacia la boca del callejón, ignorando la irritante voz del rubio que le suplicaba que se tranquilizase, y se agachó. En el suelo reposaba inocentemente una cartera, y Sebastian la recogió para poder inspeccionarla. En su interior no había mucho a excepción de unas pocas libras, un ticket y un carnet de estudiante. De repente, todo el color se esfumó de su cara. El carnet pertenecía a su instituto, lo que a su vez quería decir que ese mocoso probablemente le conocía y esto no había sido una mera coincidencia. Frenético, Sebastian clavó su mirada en el nombre que resaltaba sobre la superficie del carnet escrito con letras negras y en relieve: Ciel Phantomhive.

A juzgar por la información que contenía el carnet, Ciel era de segundo año, y aunque Sebastian no había oído hablar de él nunca antes, se aseguró de grabar su nombre a fuego en su memoria. Ciel Phantomhive iba a lamentar el día en que metió las narices donde no le llamaban.

OoOoO

El instituto era como una jungla, y eso Sebastian lo sabía de sobra. Tu supervivencia en él dependía de una serie de factores biológicos básicos; es decir, si eras atractivo, atlético o carismático, tendrías más oportunidades de llegar a la dulce madurez de una sola pieza. Por suerte para Sebastian, él era lo que muchos considerarían un espécimen prácticamente extinto en la sociedad de hoy en día, ya que no solo exhibía una de esas cualidades, sino que era poseedor de todas ellas a la vez. Para la mayoría, eso le convertía en alguien digno de admiración y situado en la cima de una muy desequilibrada pirámide social.

No obstante, a pesar de llevar una vida de aparente ensueño por la cual muchos venderían su alma, hoy Sebastian era incapaz de agradecer estar en su propio pellejo. Todo por culpa de ese tal Ciel, cuyo paradero no solo era un misterio para él, sino que también lo era para su larga lista de contactos en el instituto. Maldito mocoso…

El problema es que ya casi estaban a última hora y todavía no había ni rastro del crío, por lo que Sebastian estaba comenzando a desesperarse, y él nunca perdía los nervios. Nunca. De encontrar a Ciel dependían muchas cosas, entre ellas su orgullo y popularidad. Si alguien se enteraba de su verdadera sexualidad, el imperio que tan meticulosamente había construido aquí en el instituto se desmoronaría de golpe. Y aunque era cierto que este era su último año en el centro antes de su graduación, Sebastian quería irse por todo lo alto y ser recordado como una leyenda de la perfección por todos sus compañeros. Así que encontrar a Ciel y deshacerse de la foto de ayer era prioritario.

Entonces, como si algún dios benevolente hubiese escuchado sus plegarias, Sebastian le vio. Ciel estaba allí, abriéndose paso a través del tumulto de gente que bloqueaba el pasillo. Súbitamente Ciel se detuvo, giró su cabeza, clavó sus ojos azules en él y… ¿sonrió? Después, tan rápido como había aparecido, Ciel volvió a desaparecer, solo que esta vez tenía a Sebastian pisándole los talones.

Así fue como Sebastian se encontró a sí mismo persiguiendo a Ciel por todo el instituto —parecía que el mocoso estaba jugando él—, dándole caza y arrastrándole hacia los baños más cercanos. Lo que tenía pensado hacerle al pequeño mosntruito no debía verlo nadie que pudiese ponerle una sanción después.

Como la siguiente hora de clase ya había comenzado, los baños estaban totalmente vacios, así que Sebastian no debía preocuparse por que alguien apareciese para interrumpir su diversión. De modo que nada más terminar de bloquear la puerta, estampó a Ciel contra la pared, y tras el golpe el muchacho cayó al suelo luchando por no sucumbir a un ataque de tos.

Al contemplar el diminuto cuerpo de Ciel encogido sobre los mugrientos baldosines del suelo, algo parecido a un estremecimiento de puro gozo recorrió su espina dorsal y terminó en su entrepierna. Sebastian esbozó una sonrisa malévola y sus ojos granate brillaron ferozmente. Entonces, una risa suave y ligeramente histérica le sacó de su burbuja vengativa.

—¿De qué te ríes? —siseó él, desconcertado aunque se negase a mostrarlo —. Por si no te has dado cuenta, estoy a punto de desfigurarte la cara.

—No me digas… —replicó Ciel, el sarcasmo evidente en su voz.

De repente, Ciel alzó la mirada y Sebastian se quedó sin palabras. En los ojos del crío no existía una pizca de temor, solo confianza y quizás algo de burla.

—¿Cómo me has encontrado? —inquirió Ciel tan casualmente como quién pregunta la hora. A pesar de su actitud relajada, el muchacho estaba teniendo problemas para levantarse del suelo.

Sebastian se sacó del bolsillo de su cazadora la cartera que había encontrado ayer en el callejón y se la lanzó a Ciel, que la atrapó al vuelo.

—Ya veo. Fallo mío. Habría sido divertido dejarte sufrir unos cuantos días más antes de revelar mi identidad.

La situación era tan inverosímil que Sebastian estaba teniendo graves dificultades a la hora de mantener la cara seria e inexpresiva, incluso las manos comenzaban a temblarle a causa de la rabia.

—Pareces enfadado —comentó Ciel, ojeándole de arriba abajo con aire crítico y una sonrisa de lo más irritante—. De casualidad, ¿no será por esto? —Después de rebuscar un poco en su mochila, el chico sacó la cámara de fotos con la que le había pillado infraganti el día anterior.

La reacción fue instantánea. En un parpadeo la mano de Sebastian salió dispara y le arrebató la cámara a Ciel. Un segundo más tarde, dicha cámara se encontraba pisoteada y hecha añicos en el suelo.

—Se acabó. La foto ya no está —anunció Sebastian triunfante y más tranquilo. Sin embargo, las cosas no podían ser tan sencillas; y es que al contrario que la cámara, la sonrisa de Ciel permanecía intacta.

—Eres más estúpido de lo que pensaba. ¿Acaso crees que de verdad me arriesgaría a enseñarte la foto original si no tuviese una copia de reserva? Ahora mismo la foto está descansando en mi ordenador, en mi móvil, e incluso llevo algunas copias impresas en la mochila, ¿quieres verlas? ¿O quizás prefieres que las repartamos juntos a la salida del instituto?

Esto debía ser una pesadilla. Esto no podía estar pasándole. Él era Sebastian Michaelis. Este crío endemoniado no podía estar vacilándole de esa forma y salirse con la suya.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó con cautela, entrecerrando los ojos sin dejarse amedrentar.

—Me alegra que preguntes eso, Sebastian. ¿Puedo llamarte Sebastian? Da igual, te llamaré Sebastian. El caso es que tengo muchos planes para ti, pero no te preocupes porque a juzgar por lo que vi ayer, probablemente disfrutarás de ellos tanto como yo.

—Estás mal de la cabeza si crees que…

—Como iba diciendo —interrumpió Ciel—, me pica la curiosidad por saber si eres tan bueno haciendo mamadas como recibiéndolas. —Sebastian no pudo evitar encogerse al escuchar palabras tan soeces salir de la boca de alguien tan pequeño—. Así que si no quieres que cuelgue tu preciosa foto en la página web del instituto, ya te puedes ir arrodillando… Oh, y considera esto una compensación por lo de la cámara.

Al ver que Sebastian no tenía intención de moverse, la mano de Ciel agarró un mechón de pelo negro que colgaba rebelde enmarcando su cara y tiró de él hacía abajo con una brutalidad increíble para alguien de su tamaño. Sebastian siseó de dolor y no le quedó más remedio que doblegarse ante el otro y agacharse.

—¿Es que no me has oído? —le susurró Ciel al oído mientras una sonrisa sádica retorcía sus bonitos labios—. Arrodíllate, abre la boca y empieza a chuparme la polla. Es una orden.


¡Hola! Solo quería decir que este es mi primer fanfic de Kuroshitsuji/Black butler, y espero que disfrutéis leyéndolo tanto como he disfrutado yo escribiéndolo.

Dudo que aparezcan otras parejas aparte de Ciel y Sebastian porque no serían relevantes para la historia, y si lo hacen, serían solo mencionadas sin indagar mucho en ellas.

Por supuesto, agradecería mucho que me dejaseis algún comentario positivo, crítico o con alguna sugerencia.