Buenas,
Con motivo del reciente cumpleaños de Radamanthys y a raíz de las fiestas de difuntos, me habían propuesto hacer un fic sobre él, pero al final he involucrado a más espectros.
Aunque este fic sea en tono humorístico, no sería la continuación de "El castigo de Poseidón", sino una historia independiente.
Va a ser corto, como mucho tres capítulos. Seguramente dos. Os dejo con el primero y espero que lo disfrutéis.
**Todos los personajes que aparecen pertenecen a Masami Kurumada, TOEI y los que tengan los derechos. Fic sin ánimo de lucro**
**Créditos al autor de la imagen que acompaña el fic. Si alguien conoce al artista, rogaría que me lo dijera**
Tres eran tres
1. Tres eran tres…los jueces del Inframundo.
Tras los últimos desastres naturales, las continuas guerras sangrientas entre los humanos y epidemias de virus mortales, el Inframundo se hallaba colapsado hasta arriba de almas que no dejaban de llegar sin descanso.
En el Tribunal de los Muertos, Lune de Balrog sumergía la punta de la pluma de cuervo, rellenando el cálamo de tinta negra y garabateando con rapidez sobre el libro. Sin tiempo siquiera apenas para escuchar las alegaciones de los muertos, el espectro cada vez se agobiaba más y más. Y en ese desenfrenado ir y venir de la pluma revoloteando por doquier, terminó por ensuciar la página donde estaba escribiendo, al caer varios goterones de tinta.
Lune suspiró y arrojó la pluma al suelo, reclinándose en la silla llevándose una mano a la frente. Tras serenarse, recogió el balancín con secante y comenzó a moverlo sobre la enorme mancha de tinta.
Alzó la vista y lo único que divisaba era la enorme cola de gente que se agolpaba. Las puertas del tribunal estaban abiertas de par en par y la cola seguía dando vueltas hasta más allá del horizonte de aquellas yermas tierras.
Cerró los ojos y se mesó las sienes de puro cansancio, pero se sobresaltó al escuchar a alguien llamarle.
—¡Lune!— gritó una voz conocida—. ¿Qué es esto? ¿Por qué hay tanta gente esperando? ¿Te quedaste dormido o qué?
El que gritaba indignado era Minos, quien había estado todo aquel tiempo pululando por el Inframundo sin nada que hacer. Lo malo era que había venido acompañado.
—Basta que no estemos nosotros para que el trabajo no salga adelante— musitó una voz con desprecio, al tiempo que hacía acto de presencia Aiacos de Garuda.
—¡La cola llega hasta mi templo!— rugió el tercer hombre, Radamanthys de Wyvern, visiblemente molesto—. ¡Han intentado entrar en él!
—¡Bueno vale ya!— gritó desesperado el espectro de Balrog, al escuchar tantas quejas de sopetón—. ¡Estoy solo en esto porque a vosotros tres no os da la gana de aparecer por aquí y ayudarme! ¡A ver si ponéis las noticias y os dáis cuenta del jaleo que hay por la tierra, que no para de morir gente!
Minos se dirigió a la mesa, recogiendo la pluma de cuervo a su paso y sentándose en el borde. Al ver el estropicio en el libro, lanzó una mirada glacial a su subordinado.
—¿Por qué no utilizas un bolígrafo?— dijo depositando la pluma a un lado—. Mira cómo has dejado el libro de marrano…así no hay quien lea nada…¡qué raro escribes, no entiendo nada de lo que dices!— soltó arrojando el libro sobre la mesa.
—¡Pues siéntate tú y escribes tú!— gritó furioso Lune, levantándose de la silla con tanto ímpetu que terminó en el suelo—. ¡Ya está bien, hombre! ¡Que me paso horas aquí sentado sin parar siquiera a tomar el aire, que se me pone el culo cuadrado! ¡Quiero no, exijo unas vacaciones! ¡Porque yo paso de estar aquí!
Y dicho esto, Lune se quitó la toga y la arrojó sobre la mesa, desapareciendo hecho una furia.
Los tres jueces se quedaron atónitos ante la inesperada reacción volcánica del Balrog.
—El estrés— dijo Aiacos, mirando con preocupación la cola—. Pues algo tendremos que hacer, porque la gente sigue viniendo y Hades se va a enfadar por el colapso.
—Ah no, trabajar ni de broma— dijo chasqueando la lengua Minos—. Tengo cosas mucho más importantes que hacer.
—¿Cómo qué?— preguntó Radamanthys cruzándose de brazos—. Eres el único de los tres que lleva todo el día sin dar un palo al agua, así que ya sabes, reemplaza en sus funciones a Lune.
—Perdona pero soy un hombre muy ocupado— respondió el sueco vehementemente.
Garuda y Wyvern se miraron unos segundos de reojo y alzaron las cejas.
—Tengo que…—balbuceó Grifo rascándose la cabeza—…tengo que…pintar mi templo. Eso— dijo sin más.
—Pintar tu templo— respondió el inglés—. ¿Pero tú te crees que somos idiotas o qué? Ahora mismo vas a recoger la toga y vas a ponerte a…? ¿Sí?— dijo dándose la vuelta, al sentir a alguien tocándole— ¿Qué quiere?
—Oiga, es que llevo esperando aquí un buen rato, ustedes están discutiendo y yo no sé dónde tengo que ir— dijo un señor mayor con cierto mosqueo en la voz.
—¡Ese señor tiene razón!— gritó una señora que se hallaba en la fila—. ¡Esto es inhumano, nos tenéis aquí de pie, que no nos dáis ni un mísero tentempié y encima el otro se marcha! ¡Gamberros! ¡Estos funcionarios siempre quejándose y a nosotros que nos den!
—¡Señora!— respondió Aiacos dirigiéndose a ella—. ¿Es que no se ha dado cuenta de que está muerta? ¡Cómo va a tener hambre!
Rápidamente se formó una algarabía tremenda y los tres jueces no sabían muy bien cómo atajar el problema.
—¡Esto es culpa de Caronte, mira que os dije que no era buena idea satisfacer su deseo de tener una lancha a motor!— masculló Minos escondiéndose detrás de la mesa—. ¡Ahora tenemos superpoblación de muertos en el Inframundo! ¡Si se aúnan, nos veremos en serios problemas!
—¿Y qué hacemos entonces?— preguntó Aiacos, liberándose del agarre de unos señores de la fila que empezaban a emprenderla a golpes con él, mientras corría a esconderse junto a su compañero.
—Podríamos devolverles la vida y así tenemos un tiempo para atajar los muertos más viejos.
—¡Buenísima idea Minos!— respondió Radamanthys arrojando lejos de sí el bastón que portaba una vieja con el que le estaba golpeando la espalda—. ¡Cogemos a esta gente, le devolvemos la vida dentro de esos nichos o ataúdes de los panteones y asunto resuelto! ¡Tendremos dos horas para que se les acabe el oxígeno y mueran de nuevo, si no mueren de un infarto cuando sean conscientes de dónde están! ¡No eres más tonto porque no entrenas!
—Coño, que salgan a lo Kill Bill, rompiendo el ataúd— contestó el noruego, pero sus dos compañeros le pidieron que por favor dejara de decir insensateces.
—Lo único que podemos hacer es trabajar— dijo el Wyvern suspirando—. Yo tenía entrenamiento con mis tropas y debería ir a ver a Pandora al castillo, que no sé qué quiere ahora…
—Pues yo tenía que ir a la Giudecca a que Hades me diera unos papeles…— musitó Aiacos preocupado—. Minos, quédate tú trabajando, que eres el que no está ocupado.
—¡Y dale! ¡Que no me da la gana!— gruñó el noruego—¡No quiero trabajar y punto, me aburre estar sentado ahí escuchando gente y escribiendo!
—¡Pues nosotros no podemos quedarnos tampoco!— respondió Radamanthys—. Así que o te quedas tú o buscas a alguien, pero yo me marcho ya, que si no Pandora me fríe.
De repente, la cara de Minos se iluminó al dibujarse una sonrisa siniestra.
—Una pregunta…¿quiénes son aries, cáncer y escorpio en el Santuario?
Sus compañeros se miraron de nuevo perplejos.
—Mu, Deathmask y Milo, ¿por qué?— preguntó Aiacos rememorando los nombres de los caballeros de oro al servicio de Atenea.
—Se me ha ocurrido una idea para que no tengamos que trabajar— musitó el noruego, soltando una risa maléfica—. Seguidme y os lo explico…
Mientras tanto, en el Santuario, los caballeros de oro andaban atareados en diversas ocupaciones.
En el primer templo de todos, el caballero de Aries se hallaba encerrado en su taller, con el cartel de "Ocupado" colgado de la puerta. Al calor de la fragua, Mu chorreaba sudor mientras golpeaba el martillo contra el yunque, dándole forma a un peto.
Tan concentrado estaba que no se percató de una siniestra figura que había aparecido de improviso en aquel lugar y observaba todo con detenimiento tras un espeso flequillo grisáceo.
Al ver que el lemuriano seguía trabajando, Minos se molestó y carraspeó con fuerza para hacerse notar.
Al hacerlo, el caballero de Aries se sobresaltó y arrojó el martillo al suelo al tiempo que emitía un grito.
—No hace falta que armes tanto escándalo por verme— dijo el espectro riéndose del lemuriano.
—¿Qué haces aquí?— preguntó el caballero de oro, retrocediendo y poniéndose en guardia—. No sé cómo has logrado burlar las barreras, pero ahora mismo acabaré contigo.
Pero Minos simplemente comenzó a observarse las uñas.
—No te exaltes caballero de Aries, no he venido a combatir— respondió el noruego—. De hecho, si hubiera venido a pelear, te aseguro que ahora mismo estarías más que muerto— terminó esbozando su siniestra sonrisa.
Aún así, el lemuriano seguía en pose defensiva y preparado para levantar un muro de cristal.
—¿Qué quieres entonces? Estamos en periodo de paz y yo no puedo reparar vuestras armaduras, si es eso lo que buscas.
Minos negó con la cabeza.
—No, de hecho vengo a que me hagas un favor— musitó el sueco—. Necesitamos la ayuda de los caballeros de oro para que se hagan cargo de un trabajo temporal en el Inframundo.
Aquello provocó que Mu se quedara incrédulo.
—¿Cómo un trabajo temporal?— preguntó inquieto. Aquello no sonaba nada bien.
—Sí. Verás…— dijo Minos acercándose al lemuriano y rodeando con su brazo izquierdo los hombros del caballero de oro—. Tú estás aquí todo el día, metido en un taller, trabajando a destajo y sudando como un cerdo reparando armaduras— dijo pasando un dedo por la resbaladiza piel del lemuriano—. ¿No te apetecería ganarte un sueldo haciendo un trabajo más amable, que no requiera fuerza física?
—¿Un trabajo que no requiera fuerza física alguna? Entonces requerirá fuerza mental…
El espectro chasqueó los dedos.
—Ahí está— dijo sonriente—. Te propongo un trato, tú vas a mi reino y me sustituyes unos días. Tres días, ¿de acuerdo? Sólo hasta que te recuperes de todo este esfuerzo físico que conlleva trabajar como el herrero del Santuario. A cambio, yo me encargo del tuyo. Y además, te pago un sueldo. ¿Qué tal suena eso?
Mu se quedó unos segundos pensando.
—No me fío de ti, ¿cómo sé que no es una treta para dejarme encerrado en el Inframundo?— preguntó el caballero de Aries, inquieto—. Además, si tú no sabes nada de hacer armaduras ni nada…
Aquella pregunta ofendió al espectro, quien se cruzó de brazos y frunció el ceño.
—Punto número uno, lo he hablado con mi señor Hades y dice que por él no hay problema, que podéis ir al Inframundo sin peligro. Te recuerdo que hay un pacto de no agresión vigente, y si se lo salta, Zeus le abre en canal. Y punto segundo, para tu información, tengo nociones de herrería. Uno de mis hobbies son mis títeres— respondió con todo el descaro.
—Tendrás nociones de carpintería, no de herrería— espetó Mu, sin ver muy claro el trato.
—Pero hay títeres metálicos y tengo que usar herramientas para darles forma— al ver que Mu aún tenía una mueca torcida en los labios, abrió la mano derecha y se la tendió al lemuriano—. Entonces, ¿trato hecho?
Mu se quedó unos segundos pensativo. Miró todo alrededor. Sus herramientas, su taller. El calor de la fragua. Realmente estaba un poco harto de andar todos los días ahí metido reparando armaduras. Por lo que finalmente estrechó la mano del espectro.
—Sea pues, acepto el trato— dijo sacudiendo la mano del noruego—. Pero te advierto que tengo contados los sacos de polvo estelar, ¿de acuerdo? Como falte un solo miligramo, te lo haré pagar. A todo esto, ¿cuándo empiezo?
—Ahora mismo— dijo Minos que, sin soltarle, se lo llevó con él al Inframundo.
Dos templos más arriba, Deathmask abría la nevera. Un sonido quejumbroso reverberaba en sus tripas, pidiendo comida. Pero en ella sólo había un trozo de medio limón reseco, unos pimientos con moho y un yogur caducado. Agarró el yogur y lo destapó. Lo llevó a la nariz y pensó que aún no olía mal del todo, por lo que sacó una cucharilla de un cajón.
Abrió además uno de los armarios, donde había un paquete de galletas revenidas. Habían estado tanto tiempo abiertas que se habían quedado blandurrias, pero no suponía ningún inconveniente para el caballero de Cáncer por lo que las desmenuzó y las vertió sobre el yogur.
Removió bien la mezcla y se llevó la cucharilla a la boca, componiendo una cara de asco a los pocos segundos y decidiendo escupir el contenido en el fregadero.
—Puto asco…— masculló bebiendo agua del grifo.
—Normal, si comes un yogur caducado de hace dos meses— dijo una voz a sus espaldas.
Al girarse, Deathmask vio al espectro de Garuda sujetando la tapa de yogur.
—¿Invasión sorpresa?— preguntó sin darle mucha importancia el siciliano, llevándose la mano a la tripa—. Acabo de llegar de una misión y he estado fuera tres meses, no tenía idea de que el pacto se rompiera— dijo poniéndose en guardia.
—Y no se ha roto— respondió el nepalí, sentándose en la silla de la cocina—. No he venido a combatir si eso es lo que esperabas.
—¿Entonces?— preguntó el caballero de Cáncer recogiendo un trapo y pasándoselo por la boca.
Aiacos se encogió de hombros y torció la boca.
—Veo que tienes la nevera vacía, igual te gustaría ir a comer algo al Inframundo.
Deathmask soltó una risotada estruendosa y miró desafiante al espectro.
—Claro, para quedarme allí de por vida, ¿no?— y volvió a reírse—. Quita, quita, ahora lo que me apetece es descansar en mi templo. De hecho debería ir a afeitarme—musitó pasándose la mano por el rostro, notando los numerosos pelos que brotaban por doquier.
Al ver que el siciliano no estaba muy por la labor, se cruzó de piernas y tamborileó los dedos sobre la mesa.
—¿Y si te digo que además de comida suculenta tendrías un sueldo mensual por un trabajo de tres días?
Deathmask se giró al escuchar la palabra sueldo. Un sueldo. Conocía de sobra la generosidad del dios del Inframundo para con sus subordinados, que no se privaban de ningún lujo debido al dinero que dispensaba Hades alegremente entre ellos. Como si no le importara nada.
—¿De cuánto estaríamos hablando? ¿Y qué tipo de trabajo?
El espectro sonrió al ver que al fin había logrado captar la atención del caballero de Cáncer.
—El trabajo es sencillo, no requiere esfuerzo. Y de sueldo te hablo de cinco mil euros. Netos. Pura calderilla para nuestro señor, pero para vosotros es una cantidad muy importante. ¿Qué me dices?
Un brillo sutil iluminó la mirada del siciliano.
—Te digo que sí, y cuanto antes mejor— dijo estrechando la mano de Aiacos, quien enseguida sonrió abiertamente.
—Sea pues, nos vamos— dijo antes de llevarse consigo al caballero de Cáncer.
—¡Fuera de aquí Unicejo!— gritó Milo de Escorpio, arrojando varios aguijonazos al cuerpo del Wyvern, quien aguantó estoicamente los ataques del griego, a pesar de que comenzaba a sangrar abundantemente.
—¡Esto no es nada para mí!— rugió el espectro—. ¡A ver si eres capaz de encajar esto! ¡Castigo Supremo!
El caballero de Escorpio se ocultó tras el sofá del salón, que quedó hecho trizas en cuestión de segundos. El relleno quedó esparcido por toda la estancia, así como los listones de madera y los trozos de cuero de la tapicería.
—¡Ese sofá me costó tres mil euros!— musitó el griego cabreado, preparando una nueva ráfaga de aguijonazos, dando un salto a la mesa y dispuesto a lanzarse sobre el enemigo.
—¡Te pago cinco mil euros!— soltó de improviso el Wyvern.
Milo se contuvo con el brazo en alto al oír aquello.
—¿De qué narices me hablas?— preguntó mosqueado.
—¡Pues de lo que llevo tratando de decirte desde hace un buen rato! ¡Que no he venido a pelear!— gritó el rubio jadeando.
Desde que había irrumpido como un torbellino en el templo de Escorpio, los dos se habían enzarzado en una intensa pelea. Ni siquiera tuvo tiempo de explicar su presencia cuando recibió los tres primeros aguijonazos del dueño de aquel lugar. La rapidez extrema del caballero de Escorpio le exasperaba.
—Te escucho— concedió el griego, bajando el brazo pero sin ocultar el aguijón.
—Como intenté decirte antes de que empezaras a atacarme como un loco, necesito que vengas al Inframundo conmigo— informó el Wyvern, sentándose en la mesa donde Milo seguía de pie. Al ver que el rubio se había tranquilizado, el griego pegó un saltó y se bajó de la mesa.
—A mi no se me ha perdido nada allí abajo— soltó sin hacer caso al inglés y dándose media vuelta para recoger los restos de su sofá.
El espectro lanzó un suspiro y se pasó la lengua por los labios y al notar que seguía emanando sangre, emitió un pequeño quejido.
—Sólo son tres días. Tienes que suplantarme en un trabajo y te pago el mes entero de sueldo, que son cinco mil euros. Te da para comprarte un sofá nuevo.
Milo lanzó una mirada de reojo, no satisfecho del todo por aquella oferta tan sospechosa.
—Ocultas algo— soltó de sopetón acercándose al espectro y apoyando el dedo índice en su cuerpo para detener la hemorragia—. Conste que esto lo hago para que dejes de ensuciar mi templo de sangre, que luego me toca a mi fregar.
El Wyvern se pasó una mano por el rostro y dejó escapar un suspiro.
—Limpiaré el salón, ¿vale?— dijo ya cansado de dialogar con aquel hombre y tendiendo la mano derecha, pero al ver las reticencias del caballero de Escorpio, suspiró de nuevo—. Seis mil euros, mi última oferta. O lo tomas o lo dejas.
—Ocho mil— apostó el griego, al intuir que el Wyvern estaba en apuros y necesitaba su ayuda sí o sí.
Esto provocó que el inglés mascullara una maldición.
—Esto no es una puja— advirtió—. Seis mil quinientos euros es mi última oferta.
Pero el caballero de Escorpio no estaba dispuesto a achantarse.
—Sé de sobra lo generoso que puede llegar a ser Hades. Para él, ocho mil euros no es nada— espetó, tendiendo la mano derecha—. O subes a la cifra que te he pedido, o ya puedes ir buscándote a otro.
—¿Qué es lo único que puede vencer a un escorpión?— preguntó el inglés, tendiendo la mano derecha.
—Otro escorpión— respondió Milo, estrechándosela.
Sin esperar un segundo más, el Wyvern se llevó con él al caballero de Escorpio.
