"Ash murió, Eiji. Fue asesinado."

Las palabras cayeron sobre el pelinegro cual balde de agua fría. Su cuerpo tembló inconscientemente, obligandolo a abrazarse a si mismo con su brazo derecho, en busca de algo de equilibrio.

Podía escuchar como Max a través del télefono seguía hablando, pero no lograba entender lo que decía. Las palabras parecían demasiado lejanas. Inentendibles para sus oídos.

-Tú...¿Estás mintiendo, verdad?- Dijo Eiji, liberando todo el aire que se encontraba en su estómago. Cómo un suspiro entrecortado.

-Jamás mentiría sobre algo como esto, Eiji. Escucha, yo...nosotros íbamos a decirte esto cuando volvieras a Nueva York, pero no sentí que fuera correcto...Eiji, tranquilo, tú-

-¡Tú, tú estás mintiendo!- Ira, desesperación, tristeza, desolación. Su voz temblaba. Su cuerpo temblaba. El maldito mundo bajo sus pies temblaba.- Yo...yo sabría de inmediato si es que él...si es que él...

Es verdad, en ocasiones anteriores Eiji había sido capaz de sentir la presencia de Ash. Incluso en momentos en los cuales absolutamente todo parecía perdido.

Pero esta vez era diferente. El asiático cerró sus ojos, intentando concentrarse, deseando un milagro. Una señal divina que le indicara que Ash se encontraba perfectamente. Pero nada sucedió. Al contrario, su cuerpo se impregno de un sentimiento de soledad abrumador.

-No, no puede ser. Ash...Ash...

El mundo comenzó a caerse a pedazos. El aire desapareció de golpe, provocando que sus pulmones ardieran dolorosamente. Sus piernas perdieron toda fuerza, haciéndolo caer de rodillas. Lagrimas incesantes brotando de sus ojos cual cataratas. Estaba muriendo. El dolor de su alma lo estaba matando.

-¡Eiji!- Escuchó. Era la voz de su madre, asustada.

Sus ojos se cerraron y el mundo se acabó. Por completo.