Doce días antes de navidad.

La navidad se acercaba y la inminente celebración parecía volver loca a la gente a su alrededor; Mycroft suspiró pesadamente, como si las personas necesitaran ser más ruidosas y molestas de lo que habitualmente o eran. Era como… alborotar un gallinero, y él se encontraba en medio de todo ese caos, esperando… no, rogando que por favor terminara pronto. ¿De qué servía ser el maldito gobierno británico si no podías cancelar una estúpida fiesta? Y, a todo esto, ¿Cómo es que había terminado dándose cuenta de lo mucho que odiaba la celebración? Ah… sí. Anthea. Su secretaria había entrado a su oficina temprano comentando lo bien que le caería respirar un poco de aire fresco y sobre lo hermoso que lucía Londres en ésa época del año, y claro, como su secretaria nunca daba un consejo sólo porque sí, decidió salir un momento, ¿Qué tan malo podía ser? Mucho. Gente caminando sin cesar de un lado a otro, hablando, gritando, riendo como si no hubiera un mañana, o quizá precisamente porque lo había. Las luces navideñas parpadeaban en los escaparates, la nieve caía lentamente al suelo y el constante bullicio de las personas no cesaba. Mycroft caminó por la acera hasta llegar a la esquina, donde dobló a la derecha hacia su café favorito, seguro de que se debía a sí mismo un postre como recompensa por haberse expuesto a semejante tortura. Fue entonces cuando sucedió; Anthea tenía razón, Londres era hermoso en esa época del año, o al menos había una persona que lo hacía lucir como tal.

Gregory Lestrade permanecía de pie junto a un escaparate en una tienda de antigüedades, sonriendo como niño pequeño mientras observaba los objetos que ahí se exponían; la nieve que caía lentamente sobre su suave y platinado cabello parecía concederle al detective inspector un toque angelical, y su nariz y mejillas levemente enrojecidas por el frío lo hacían lucir simplemente adorable. Súbitamente, la gente de Londres ya no hacía más ruido, pues lo único que Mycroft Holmes escuchaba era el incesante golpeteo de su propio corazón mientras se acercaba paso a paso a la dulce visión que permanecía de pie frente a él sin darse cuenta de su presencia. Se tomó ese pequeño momento de privacidad para observarle mejor, desde la chaqueta de piel sobre la camisa blanca que se ajustaba perfectamente a su cuerpo y hacía resaltar sus hermosos ojos grises, hasta el pantalón negro de mezclilla ceñido a sus piernas y a su delicioso trasero como si fuese hecho a la medida. Dedujo que el detective inspector debía estar en su día libre, porque definitivamente era en contra de la política de Scotland Yard el lucir tan endemoniadamente sexy y encantador para ir a la oficina.

Cuando Gregory por fin notó la presencia de Mycroft ya era demasiado tarde para salir huyendo; Había accedido a presentarse al lugar como un favor especial para la novia de su hermano, Anthea, pero la verdad era que el simple hecho de estar cerca del señor Mycroft Holmes lo ponía extremadamente nervioso. En realidad no tenía idea de lo que se supone que debía hacer, lo único que Anthea le dijo fue "vístete sexy y quédate ahí parado, lo sabrás cuando lo veas". Ni siquiera estaba seguro de si vestía apropiadamente, pero al juzgar por la mirada de Mycroft no lo había hecho nada mal; el hecho de atraparlo recorriendo cada centímetro de su cuerpo con la mirada mientras mordía de manera casi imperceptible su labio inferior, hizo enrojecer furiosamente a Greg, al tiempo que le hacía sentir una creciente incomodidad en su ajustada entrepierna y atraía inevitablemente la mirada de Mycroft a ése punto en especial.

Mycroft Holmes, el maldito gobierno británico [traje hecho a la medida que acariciaba cada línea de su cuerpo como si hubiese nacido para él, desde el chaleco hasta el saco y el pantalón], permanecía inmóvil frente a Greg, con ése porte de elegancia que lo caracterizaba, con esa mirada de suficiencia y su arrogante nariz muy por encima de las ordinarias cabezas de la gente, mientras el D.I. sufría uno de los momentos más bochornosos de su vida al excitarse pública y evidentemente por el simple hecho de permanecer de pie frente a la persona que invadía cada una de sus fantasías nocturnas.

-Detective inspector-, Habló por fin, y esa profunda y aterciopelada voz acarició toda la columna de Gregory mientras su miembro tomaba nota.- Qué agradable coincidencia el encontrarle por aquí… tan lejos de su oficina y… tan cerca de la mía…- Mycroft sonrió maliciosamente mientras el pequeño ángel de cabellos plateados se sonrojaba furiosamente, ya incapaz de esconder su evidente estado de excitación. Gregory boqueó como un pez fuera del agua sin lograr articular alguna palabra coherente.- Permítame que le invite una taza de té.

Cuando Greg logró recuperar un poco el dominio sobre su ahora inútil cerebro, Mycroft ya estaba deteniendo un taxi y sosteniéndole la puerta para que entrara, con la intención de llevarlo a dios sabe dónde, con lo que le encantaba al gobierno británico secuestrar personas [dato que había recolectado a base de experiencias propias].