Era una noche oscura en la capital nipona, la luna estaba oculta y la luz de las farolas iluminaba la soledad de las calles. En una solitaria garita de policía un joven observaba el exterior, escudriñando la noche, buscando algo que rompiera la monotonía. Después de una hora luchando por no caer en el sueño que lo envolvía alguien abrió la puerta que se encontraba detrás del escritorio del joven.

- Ichijouji-san, puedes tomarte un descanso. La noche será larga.

- Gracias, senpai, volveré lo antes posible.

- Tómate tu tiempo.

Ichijouji Ken sabía que su superior estaría durmiendo toda la noche y que ni siquiera advertiría si volvía o no a su puesto de trabajo pero su sentido del deber le impedía siquiera pensar en aquello. Caminó un par de manzanas hasta que vio lo que estaba buscando, un tienda 24 horas donde poder comprar algo de comer y café a litros.

La tienda no se diferenciaba en nada de las demás que podías encontrar en Tokio pero estaba cerca de la comisaría y entró. Buscó bentos para calmar el hambre que comenzaba a pellizcarle el estómago y compró una botella grande de café helado, necesitaría mucha cafeína para soportar el turno de noche. Cuando tuvo todo lo necesario se acercó al mostrador donde una mujer joven peli morada parecía concentrada en un ordenador.

- Buenas noches – la joven levantó la vista de la pantalla y le sonrió.

- Lo siento, estaba distraída, no suele venir mucha gente a esta hora. Son 450 yenes.

Ichijouji Ken puso las monedas sobre el mostrador.

- Nunca le había visto por aquí, ¿Es nuevo? – Ken asintió con la cabeza. La chica esperó que dijera algo, pero no lo hizo.

- Que pase buena noche, agente. Gracias por su trabajo – dijo, inclinándose brevemente ante él, sonriendo.

Ken se sonrojó, asintió y salió de la tienda. Llevaba sólo unas semanas trabajando como policía y era la primera vez que alguien le daba las gracias por su trabajo. Aquello le recordó por qué había decidido hacerse policía, para proteger a los demás. La noche se le hizo más corta.

A la noche siguiente Inue Miyako no esperaba mucha clientela en el negocio familiar como tampoco esperaba que el joven agente volviera. Cuando lo vio entrar a la misma hora que la noche anterior lo siguió con la mirada, cogió un bento y una botella de café y fue a pagar.

- No esperaba volver a verlo por aquí, agente. Me siento más segura sabiendo que vendrá por la noche. – Aquel no era un barrio con mucha criminalidad pero sí había algunos robos esporádicos.

- Gracias.

No era fácil sacarle palabras a aquel joven. Miyako le cobró con una sonrisa y lo vio marcharse antes de volver su vista a la pantalla del ordenador.

Ichijouji Ken siempre había sido alguien retraído y tímido por lo que no le era fácil hacer amigos, era alguien de pocas palabras. Cuando era joven sus padres rompían el mutismo en el que se encerraba durante horas, luego fue a la academia de policía donde contaba con compañeros que le sacaban algunas palabras y le hacían sentir menos solo, pero desde que llegó a Tokio no había tenido muchas oportunidades de hablar con nadie. Al trabajar de noche dormía por el día y durante su turno su superior normalmente se encerraba en el despacho y dormía por lo que no había hablado con nadie desde que llegó a la capital. Las visitas a la tienda eran las únicas palabras que había intercambiado en semanas.

Se hizo habitual la visita de Ken a la tienda, siempre a la misma hora y comprando lo mismo. Miyako lo saludaba y le preguntaba por el turno, le costó obtener más de una palabra del joven pero poco a poco los detalles aumentaban y llegaron a tener una conversación de verdad.

Así supo Miyako que el joven era de una ciudad pequeña al norte de Tokio y que quería ser inspector de policía. Ken supo que la joven ayudaba en el negocio familiar y que había estudiado ingeniería informática. Casi un mes después Miyako se dio cuenta que aún no conocía el nombre del joven.

- Buenas noches, agente. – Esperó que el joven se acercara al mostrador y depositara el bento y, para sorpresa de la chica, dos botellas de café. - ¿Va todo bien? – se fijó en las ojeras del agente.

- He tenido que doblar el turno, un carterista.

- No tienes muy buena cara, necesitas descansar.

- Lo sé, lo haré en cuanto pueda.

Mientras metía la compra en la bolsa hizo la pregunta.

- Te veo cada noche y aún no sé tu nombre. No me importa llamarte agente, pero supongo que tendrás un nombre.

Ken se dio cuenta que aún no se había presentado, ¿qué diría su madre de su descortesía? Se sonrojó de la vergüenza e hizo una reverencia, tal como su madre le enseñó de niño.

- Me llamo Ichijouji Ken, encantado.

- Ichijouji-san, yo me llamo Inue Miyako. Puedes llamarme Miyako.

- No me siento cómodo tomando tanta confianza, Inue-san.

- Está bien.

- ¿Cuánto te debo?

- Invita la casa, por esforzarte tanto.

En cualquier otra circunstancia habría protestado pero estaba demasiado cansado para eso, dio las gracias y se fue.

Verse cada noche se convirtió en un ritual, ninguno fallaba. Poco a poco se fueron conociendo algo mejor aunque una conversación de 5 minutos diaria no daba para mucho en muchas ocasiones.

Tres meses después Ken no tenía ni que pensar en el camino cuando su descanso llegaba, se ponía de pie y sus piernas se movían solas. Al llegar vio que Inue-san no estaba sola, ya había coincidido con otros clientes antes pero aquellos chicos parecían amigos de la joven. La chica lo vio entrar y lo saludó encantada.

- Buenas noches, Ichijouji-san.

- Buenas noches, Inue-san – También inclinó la cabeza hacia los amigos de la chica.

- Hola, Ichijouji-san. Hemos oído hablar mucho de ti.

Ken se sonrojó, parecía que la chica no lo decía con mala intención. De hecho los dos chicos parecían muy simpáticos, dedujo que tendrían su misma edad. La chica era castaña, con el pelo corto, la piel algo morena y ojos color cobre. El chico era más alto que ella, casi una cabeza, pelo rubio trigo y ojos azules, parecía que ambos eran pareja.

- No seais pesados. Takeru-kun y Hikari-chan ya se iban, no te preocupes.

- No pasa nada.

- Encantados de conocerte, Ichijouji-san. Que pases buena noche.

Cuando los chicos se fueron se acercó por inercia al mostrador, sin haber comprado nada.

- ¿lo de siempre?

- No, me apetece algo diferente.

- Genial, Hikari-chan y Takeru-kun me han traído una pizza, es de las mejores del barrio. ¿La compartirías conmigo?

- Debo volver al trabajo.

- No será mucho tiempo, tengo hambre. La pizza no durará. – La sonrisa de la chica acabó por convencerlo.

- Está bien.

Comieron en silencio, el único sonido que rompía el silencio era el televisor bajo el mostrador con algún programa musical. Ken se dio cuenta de que era la primera vez que cenaba acompañado desde que llegó a la ciudad y también descubrió, con cierta vergüenza, que era la primera vez que cenaba a solas con una chica.

- Sienta bien cenar acompañada, gracias Ichijouji-san.

El chico sólo asintió cohibido, Miyako habría creído entender aquellos silencios en el joven: era demasiado tímido como para mostrar sus sentimientos, por superficiales que fueran. Así que aquel asentimiento lo tradujo en un "gracias, yo también lo he pasado bien". Cuando Ken se fue hacia la salida Miyako lo llamó.

- Ichijouji-san, te olvidas el café.

Miyako lo notó algo más distante de lo normal, pero no le dio mucha importancia, no podía leer a aquel chico por mucho que lo intentara.

El invierno no tardaría en llegar, las noches eran cada vez más frías y pesadas, cada vez menos gente se aventuraba a salir a la calle a altas horas de la noche pero había alguien que no faltaba a su rutina por mucho frío que hiciera. A Ichijouji Ken no le gustaba el invierno, podría decirse que lo detestaba, si pudiera escaparía de las lenguas de hielo y se escondería en una cueva oscura y templada hasta la primavera. Inue Miyako se había convertido en aquella cueva. Los pocos minutos que pasaba con ella cada noche conseguía disipar un poco el hielo que se instalaba en su pecho y el corazón le pesaba menos cuando se marchaba. Inue Miyako no entendía los pormenores de la situación pero sí había captado la reticencia a marcharse, casi imperceptible, que mostraba el joven a gente a la hora de irse, como si no quisiera marcharse de allí. Pensó que serían problemas en el trabajo pero no había conocido a nadie tan entregado a su trabajo a parte de Koushiro-senpai.

No se atrevía a hacer una pregunta directa sobre el tema, el joven era demasiado reservado y temía que se enfadara con ella si no respetaba su espacio. Ser directa no funcionaría así que optó por otros métodos, siempre tenía una taza de té caliente preparada cuando él llegada, de vez en cuando le preparaba un bento casero o un termo de café caliente para paliar el frío que comenzaba a asomar. Sabía que no era un error cuando veía que la férrea mirada del agente se dulcificaba cuando recibía la taza caliente en sus manos desnudas, en un agradecimiento mudo por la preocupación de alguien que comenzaba a llamar amiga.

El día previo al día de Navidad Miyako sostenía un paquete envuelto bajo el mostrador, si estuvieran allí sus amigos se sorprenderían de verla nerviosa, ella que era tan segura y enérgica. Cuando llegó Ichijouji-san sacó el paquete y lo dejó junto a la taza de té, esta vez endulzada con un poco de miel. Ken no miró el paquete, por cortesía, creyendo que sería algo personal de la chica.

- ¿No vas a abrirlo?

- ¿Es para mí? – Ken estaba muy confundido.

- Claro, mañana es Navidad y la tienda no abre. Pensé en dártelo hoy.

Cogió el paquete, mirándolo como si fuera algo ajeno. La mirada apremiante de la joven le hizo despertar y comenzar a abrir el paquete, en su interior halló un par de guantes de piel y una bufanda.

- Hace mucho frío y no he visto que lleves guantes así que pensé que te vendrían bien.

- Muchas gracias. – La profunda reverencia hizo que Miyako se sonrojara.

- No hay de qué, sólo es un detalle. Que pases buenas fiestas.

Ken no se atrevió a quedarse más tiempo y se fue sin haber comprado nada. Nunca había tenido muchos amigos y ninguno fue un amigo cercano. Hubo alguien, una vez. Pero ya, no. Durante todas las vacaciones llevó los guantes, la calidez que le transmitían le recordaba a la chica que se los había regalado. Nunca había conocido a nadie tan abierto, tan amable con los demás sin conocerlos y tan dispuesta a acercarse a él. Normalmente la gente desistía cuando no obtenía de él más que un par de palabras o declinaba un par de ofertas para pasar el rato pero ella había sido paciente, consiguiendo que cada día se sintiera un poco más cómodo con ella, sin prisas. Tenía que admitir que Inue Miyako había conseguido introducirse en su corazón solitario.

A la vuelta obsequió a la joven con un licor de frutas del bosque muy apreciado en su región y para su sorpresa descubrió que Miyako apreciaba mucho el alcohol, sobre todo los licores dulces como aquel que se apresuró a compartir con el joven. Después de aquello la relación de ambos se hico algo más tibia, el joven preguntaba más y se permitía estar unos minutos más de lo acostumbrado para pasar juntos. Pronto Miyako se dio cuenta, aunque ya lo intuyera, que el joven era un gran oyente y que conseguía bajar la intensidad de sus emociones cuando se salían de control dándole una perspectiva más lógica de la situación que la había disgustado.

La primavera llegó antes de lo planeado y la alegría que sentía Inue Miyako a principios de marzo se vio empañada por la nueva realidad que se le planteaba. Había estado trabajando aquellas noches para reunir lo necesario para alquilar un pequeño apartamento y montar una pequeña empresa de informática. Koushiro-senpai había sido muy generoso con ella, el pelirrojo era una de las grandes promesas de la informática a nivel mundial y tenía una empresa muy cotizada. Siempre había mantenido a Miyako sobre su ala, aunque no fuera un genio la chica tenía muy buenas cualidades muy bien vistas en el mundo de los ordenadores y cuando terminó la carrera tuvieron una reunión laboral. Koushiro le presentaba la oportunidad de trabajar, respaldada por su propia empresa, creando páginas web en empresas y encargándose de la seguridad de las mismas. Ya había hecho un par de trabajos como prueba y había demostrado estar muy capacitada, sabía qué ofrecer a cada público para que la página fuera lo más atractiva posible. Ahora que tenía el dinero suficiente podía comenzar su propia vida en solitario, casa propia y un trabajo que la apasionaba. El único problema es que dejaría de trabajar en la tienda familiar por las noches y dejaría de ver a Ichijouji Ken cada día.

Una noche de marzo, unos días antes de la mudanza de Miyako, se armó de valor.

- Buenas noches, Ichikouji-san.

- Buenas noches, Inue-san, ¿Todo bien?

- Verás, de hecho quería comentarte una cosa.

- Yo también tengo algo de lo que hablarte. – Miyako no ocultó su sorpresa.

- Empieza tú.

- Me han ascendido. Me trasladan a otra comisaría, al turno de mañana, ayudaré a los inspectores veteranos mientras aprendo.

- ¡Eso es maravilloso, Ichijouji-san! ¡Vas a cumplir tu sueño! Estaba segura de que lo conseguirías. – Tanta euforia cohibió un poco al joven pero no pudo evitar sonreír con ganas viendo como alguien tan importante para él compartía tu alegría.

- ¿Qué tenías que decirme tú?

- ¡Es verdad! He reunido el dinero para comenzar la empresa y mudarme, lo haré en un par de días y dejaré de trabajar en la tienda.

- Te has esforzado mucho para conseguirlo, Inue-san. Estoy muy feliz por ti. – Aunque la respuesta no había sido tan eufórica por su parte Miyako sabía que el joven se sentía genuinamente feliz por ella y eso la hacía feliz.

Los dos se regodearon en la compartida alegría hasta que caló en ellos un hecho importante, trascendental, en unos día no tendrían excusa para pasar tiempo juntos, volverían a ser unos auténticos desconocidos. Ken era demasiado tímido como para mantener el contacto y Miyako estaría demasiado inmersa en sus proyectos como para acordarse de alguien como él. Miyako pensaba que al joven no le interesaría mantener el contacto, sólo era la charlatana dependienta de una tienda de 24 horas. Se despidieron tristes, sin haber dicho todo lo que tenían que decirse, con palabras enterradas bajo kilos de "lo que pudo ser".