Capítulo 1: Rogbardhowle
Esta historia comienza en la época en la que la Edad de Oro de la piratería veía sus primeros años; los más sangrientos y temibles bucaneros recorrían los mares, sembrando el caos y consiguiendo enormes botines de barcos y puertos. Morgan, Bartholomew, Rackjham, Mary Red… eran bien conocidos por sus crímenes entre los honrados pero desdichados marineros.
Sin embargo, había un capitán más famoso y temido que todos los demás: el afamado Rogers era, por así decirlo, el pirata por excelencia; con un parche en el ojo, un loro en el hombro, un garfio de hierro en lugar de su mano izquierda, y una pata de palo en lugar de su pierna derecha, era un viejo lobo de mar, oxidado sí, pero poderoso. Sus atrocidades eran legendarias, y su barco, el Vorágine, temido en los siete mares.
-¡Ya son nuestros!-gritaba Rogers mientras el Vorágine daba alcance al galeón británico Esperanza cerca de las costas de Saint John-¡Preparad la batería de estribor!
-¡Maldición!-exclamó el capitán inglés, el flemático Culpepper-¡Se nos echan encima! ¡Caballeros, prepárense para la batalla!
El rugido de los cañones resonó por todo el mar, y los agudos chillidos de los marineros heridos en el impacto ensordecieron a Culpepper. Aunque los británicos se defendieron con valentía y saña, el barco de Rogers era muy superior al suyo, y su tripulación, más numerosa y por supuesto mucho más peligrosa.
En unos minutos, la Esperanza estaba destrozada, y los supervivientes trataban de agarrarse a cualquier cosa que flotase, chapoteando patéticamente en el agua. Rogers soltó una ronca risotada desde su navío.
-¡Dejémoslos al amparo de Davy Jones! ¡Recoged el botín, marineros de agua dulce! ¡Ponemos rumbo a Tortuga!
El Vorágine se alejó triunfante, mientras Culpepper, agazapado sobre una tabla de madera, escuchaba el griterío de los piratas, y su alegre canción.
Jo-Ho, Jo-Ho
¡Un gran pirata soy!
Quemamos ciudades… ¡Nos han de temer!
¡Brindad compañeros Jo-Ho!
En el puerto de Brighton, reinaba un gran alboroto aquel día. Varios barcos de la Compañía de Comercio de las Indias Orientales se preparaban para zarpar, y mujeres y niños se despedían de los marineros que se preparaban para partir. Especialmente, había una gran multitud en el muelle del Liberty. Las frases de despedida podían escucharse con claridad desde la otra punta del puerto.
Lord Barton observaba desde la ventana de su despacho a la multitud despedirse, mientras se acababa su copita de licor. Con él estaban el anciano Watts y Samuel Norton, famoso hombre de negocios de Londres.
-Otro de nuestros barcos que zarpa ¡Y otro más que será hundido!-gruñó Watts desde su butaca, dando un sonoro golpe con su bastón.
-No entiendo a lo que os referís, estimado amigo-respondió Barton con delicadeza, sin apartar su vista de la ventana.
-¡Claro que sí!-gruñó Watts.
-A lo que nuestro viejo benefactor se refiere sin duda, es a las muchas pérdidas que hemos tenido últimamente-observó Samuel Norton-sobre todo por cuenta de los…
-Piratas-terminó Barton, secamente-siempre piratas.
-¡Eso es, piratas! ¡No fundé esta Compañía hace medio siglo para esto!-exclamó Watts, enfadado.
-Si solo fuera medio siglo-se burló Norton-los piratas son solo un movimiento, una moda…acabarán desapareciendo.
-¡Si, pero no aún! ¡Nuestros avances en el Caribe son nimios en comparación con los españoles, y es por culpa de esos malditos piratas!-Watts tembló en su asiento.
-Los españoles también han sufrido muchas pérdidas a causa de los piratas… me atrevería incluso a decir que…-comenzó Norton.
-No nos interesan los españoles ahora-le cortó Lord Barton con aspereza, y volviéndose después hacia el anciano-amigo Watts-el viejo soltó un ronco gruñido-como fundador y principal inversor de esta nuestra gloriosa compañía, tenéis derecho a quejaros…
-¡Eso por supuesto!-interrumpió Watts.
-Pero debéis entender nuestra situación. La Corona no se muestra propicia a darnos más créditos, ni tampoco más hombres para protegernos durante nuestros viajes. Como sabéis, no atravesamos un buen momento económico, y así, somos presa fácil para los piratas. De todas formas, también debéis saber, estimado colega, que los vientos de nuestra desventura están no a mucho de cambiar: en unos meses, esperamos recibir un valioso cargamento de seda proveniente de nuestra base en la India, que nos propiciará una generosa suma de ingresos. Así pues, os ruego que no desesperéis, y tengáis paciencia, pues esos…piratas, por muy molestos que sean, no son más que unos pobres diablos. Tenemos nuevas estrategias preparadas para deshacernos de ellos…
-¿Habláis de algún aliado poderoso?-inquirió Watts, mientras Norton arqueaba una ceja con escepticismo.
-Más o menos-Lord Barton volvió a girarse hacia la ventana, y a observar el Liberty. Era en verdad un barco hermoso-Parte ahora hacia la India. Me pregunto qué sorpresas nos traerá.
En el Liberty, los marineros iban subiendo por una pasarela al barco, mientras los más rezagados abrazaban a sus hijos y besaban a sus llorosas mujeres.
-Estaré aquí muy pronto, os lo prometo-decía uno.
-¡No llores cariño! ¡Pensaré en ti todos los días!-decía otro, mientras consolaba a su mujer.
-Rezad por mí a nuestro Señor, para que en mi viaje me sea propicio-dijo un padre a sus hijos, abrazándolos con ternura.
-¡Y a San Elmo, patrón de los marinos!-añadió su anciana madre.
-No quiero enterarme de que has andado con otros en mi ausencia-amenazaba un enorme marinero a su mujer, quien rió con sorna.
Entre unos y otros que iban subiendo, un joven se coló entre ellos y consiguió meterse en el barco sin ser detectado. No debía tener más de diecisiete años, tenía la tez clara, y llena de pecas, y el pelo largo y oscuro. Era bastante alto, y aunque delgado, fuerte.
El joven polizón avanzó entre los marineros por la cubierta del barco, mirando disimuladamente hacia un lado y otro, buscando posiblemente un lugar donde ocultarse.
-¡Eh tú, grumete!-exclamó un oficial.
El joven cerró los ojos un segundo, y resopló. Luego se dio la vuelta, con cara de inocencia.
-¿Señor?-preguntó educadamente.
-¿Cómo te llamas, chico?-preguntó el oficial. Se notaba en su voz cierta desconfianza.
-Marshall señor-la voz del joven se quebró un poco-M-Marshall…Rogbardhowle
-¿Rogbardhowle? No me suenas de nada-dijo el oficial. Se acercó a él-tu nombre no me consta en la lista de alistamiento…
-Oh, claro que sí-tartamudeó el chico. Había perdido el control por unos instantes, pero no estaba dispuesto a dejar que lo trincaran tan rápidamente-Es que mi apellido es un poco extraño ¿sabe usted? No es como Smith o Johnson. Rogbardhowle… suena muy extraño. Suelen escribirlo mal, o ponen solo mi nombre.
El oficial le lanzó una mirada de incredulidad.
-¿C-como se apellida usted?-preguntó Marshall Rogbardhowle tímidamente.
El oficial no parecía esperar aquella pregunta, y parpadeó perplejo.
-Duncan… Terry Duncan-dijo.
-¿Lo ve? Duncan es un bonito apellido. Y uno fácil de pronunciar. Ya quisiera yo…-Marshall sonrió amablemente.
Duncan le miró con curiosidad, y para sorpresa de Marshall, sonrió.
-Tiene usted razón Rogbard… señor Marshall-dijo, dándole una palmada amistosa- ¿sabe qué? Necesito un buen mozo que me ayude en mis labores de cartógrafo. ¿Tiene mucho trabajo en cubierta?
La sonrisa de Marshall se amplió aún más.
-Será un placer ayudarle, señor Duncan-respondió amablemente.
Duncan asintió, complacido, y después se alejó, para hablar con el Capitán Dalton.
-Todo en orden, capitán-dijo Duncan.
-Estupendo-el capitán se acercó a la cubierta desde el puesto del timón-¡Listos para zarpar, caballeros! ¡Callaghan, a su puesto! ¡Icen la vela mayor! ¡Partimos!
El Liberty se alejó del puerto, acompañado de los vítores y despedidas de los ciudadanos de Brighton.
El chico observó unos instantes el muelle lleno de gente emocionada, con cierta tristeza. Luego, se volvió hacia el mar, y sonrió. Era la aventura. Su aventura comenzaba.
Este es mi primer episodio acerca de los primeros años de Teague como pirata. Espero que les haya gustado.
