Capítulo 1: 4 de Agosto de 1964
Caminaba con paso nervioso por la habitación.
La mujer seguía ahí, tendida en la cama, semi-inconciente, con el cabello alborotado, y sudor corriendo por su cuerpo.
¿En qué momento, por todos los infiernos, se le había ocurrido semejando plan?
Debía haber estado delirando cuando ideó aquella tediosa y larga tarea. Años para prepararse, soportando escenas y situaciones demasiado cursis para esto.
Una niña.
Su heredero era una niña.
Una niña pequeña y silenciosa que ahora descansaba sobre una manta, dónde la habían dejado al sacarla del vientre materno. Parecía que la criatura sabía lo que ese hombre pensaba, y se quedaba callada para que el que sería su padre decidiera si dejarla vivir o no.
Había que ver. Si dejaba a la niña vivir, sería su confidente y la más hábil de sus seguidores. Por supuesto, no le tendría ni una sola pizca de afecto. Había sido concebida con su madre enamorada de él, pero no él de ella, y él no era esa clase de personas que "amaban". Además, la pequeña alguna vez tendría que ir a Hogwarts, y si las cosas salían de acuerdo a lo planeado, le traería la cabeza del chiflado amante de los muggles, Dumbledore, en bandeja de oro. Y así de previsto, la niña sería una espía bien posicionada.
O bien, podía deshacerse de la niña y echar a la basura tres años de arduo trabajo.
Miró a la bebe, y tragó saliva.
- Tom... - susurró una voz suplicante. La mujer estaba muy débil. Semejante madre había escogido para su heredero, pero era la única sangre pura que había podido encontrar.
Verla ahí, moribunda, le dio una profunda sensación de asco.
Por un momento se imaginó a su propia madre agonizando, en una habitación de ese apestoso orfanato muggle, donde tuvo la desgracia de vivir por once años antes de saber lo que realmente era.
Un mago.
Un ser superior. Diferente.
Tal como la pequeña que estaba echada sobre la manta.
- ¿Dónde está mi bebe? ¿Dónde está mi Alicia? - preguntaba la mujer. Si dejaba a la niña y su madre moría, de seguro que la familia de ella la cuidaría y se haría cargo de la niña, la mimarían y se criaría como una reina.
Pero no crecería como él.
Así que tomó una decisión. No permitiría que un ser tan inútil y fastidioso como ese bebe que estaba aguardando su respuesta viviera mejor que él.
Porque era su hija.
Y sólo por serlo, no sería feliz.
No sería inocente. Jamás.
Una sonrisa agria se dibujó en su rostro.
Avanzó los pasos que lo separaban de la cuna de la criatura, frunció el ceño y la arropó. La acomodó en uno de sus brazos, intentando de la mejor forma que no fuera a estorbarle en su huída.
- Tom, ¿qué haces? ¿adónde llevas a nuestra hija? - él sacó una delgada varita de su bolsillo, y apuntó a la mujer.
- No puedo permitir que interfieras en mis planes, Natasha - torció los labios en el amago de una sonrisa. - Ya no tendré que fingir un solo momento más.
- ¿De qué hablas, Tom? - preguntó Natasha con voz floja.
- Ese no es mi nombre. El hombre que crees que amas no existe. Lord Voldemort no ama - su sonrisa se pronunció malignamente. La mujer no entendía del todo lo que le decía, pero un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas. - Avada Kedavra.
Un destello de luz verde iluminó la habitación, y la mujer se desplomó como una muñeca de trapo en su lecho. Satisfecho, se guardó la varita y bajó los ojos. La niña dormía profundamente. Sin reparar en nada, se marchó para no volver.
El día 4 de Agosto de 1964 estaba acabando. Pero para Alicia Riddle, la función apenas estaba comenzando.
