No importaba cuanto lo reflexionara. Sora aún no hallaba el motivo por el cual su pareja se encontraba colgando del balcón de un quinto piso en bolas. Pero con su vecina del cuarto haciendo fotos, los bomberos llamando al camión cesta y la prensa elaborando su nueva exclusiva, podía estar segura de una cosa:
No llegaría a tiempo a al trabajo.
A pesar de todo siguió pareciéndole extraño aquel suceso. Después de todo aquella mañana había sido como cualquier otra.
Sora se había despertado agradablemente bien tras una sesión de sexo nocturno con su novio antes de irse a dormir. Yacían ambos como dios los trajo al mundo, por lo que la chica no dudó en levantarse y meterse en la ducha bajo el agradable y cálido chorro de agua. Tenía una reunión muy importante con una de sus jefas y quería mostrar cuanto antes los nuevos diseños que se hallaban en su amplio repertorio de ideas.
—Tai, me voy a trabajar. Cojo tus llaves que no encuentro las mías.
No había ningún problema en que Sora cogiese las llaves de Taichi. Ella trabajaba por la mañana y volvía a la hora de comer. Taichi, por otro lado, solía salir a las doce y volver para la cena.
—Ajá — asintió en un ronquido —... pra...
—¿Cómo dices, cariño?
Taichi solía tener la costumbre de contestar en sueños. El dilema era comprender la respuesta, muchas veces ininteligible y, otras muchas, inconexa.
—...a... el...
—¿A él? ¿A quién?
—... pra... papel... ulo...
—Taichi, no te comprendo. Dilo más fuerte.
Y el Taichi onírico hizo acoplo de todas sus facultades y articuló:
—Compra también papel para el culo.
—Taichi, cielo, no me voy de compras, me voy a trabajar. Y se llama papel higiénico.
—Ajá — y siguió roncando.
Sora salió de su cuarto y entró al de su novio. El orden no era una de las virtudes de las que gozaba. Parecía una osera, solo que más sucia. Sora aseguraba, en reiteradas ocasiones, que si entraba un ladrón a robar incluso se la ordenaba. Tiró un viejo balón de fútbol, por error, cuando fue a coger las llaves, que acabó en un barreño asentado sobre el borde de un grueso cuaderno que ejercía de palanca gracias a una goma situada debajo. Sora no comprendía cómo podía vivir en aquel habitáculo.
Salió de la habitación y, antes de irse, observó la suya propia, con el chico roncando como toda una fiera. No podía dejarlo así, desnudo. Así que, para que no la consumiera el remordimiento, se acercó, le dio un beso y le deseó suerte. Y allí que lo dejó.
Tai se levantó tiempo después, ya avanzada la mañana. Cuando enfocó la vista en el reloj, pareció que el mundo se le caía encima.
—¡Tarde! ¡Tarde! — exclamó mientras se levantaba y entraba a su cuarto a por la toalla para la ducha que había dejado tirada en la cama de cualquier manera. Olía peor que la estrategia defensiva de una mofeta, por lo que abrió el pestillo que sujetaba la ventana y esta se abrió de par en par debido al fuerte viento. Cerró la puerta de la habitación y fue corriendo al baño antes de hacer nada más. Debía estar presentable.
Si Taichi hubiese puesto las noticias, o si hubiese escuchado lo que su novia tenía que decirle en pleno acto — cosa normal en Sora era prestarle atención a la meteorología cuando lo estaban haciendo — se habría percatado de que hoy anunciaban huracanes por la zona del centro.
El fuerte viento entró por la ventana abierta y tiró el cuadro de los niños elegidos en su primera aventura. Dicho cuadro rebotó en los muelles de la cama y cayó sobre un extremo del grueso cuaderno, lanzando el otro extremo, el barreño y, este a su vez, el balón. El esférico chocó contra el extremo del predispuesto hierro del pestillo, empujándolo hacia el otro extremo. Cuando Taichi salió de la ducha se encontró, por supuesto, con la puerta de su propio cuarto cerrada.
—¡Mierda! — profirió.
Su ropa y su maletín de trabajo se hallaban en su habitación. Embistió contra la puerta una tres veces antes de darse por vencido y pensar en otro plan. Llegaba tarde y no podía ni siquiera salir de casa. Entonces se le ocurrió algo.
Si mal no recordaba, uno de los balcones de la vecina de al lado estaba prácticamente pegado a su ventana. Se colocó su toalla al rededor de la cintura y salió de la casa a llamar a la vecina. Era una vieja viuda de pequeño tamaño — y por lo tanto vestimenta — que lo dejó pasar con la condición de que fuese precavido. Así se lo prometió el joven y consiguió asomarse al balcón de la mujer.
—¡Buenos días vecino! — saludó su vecina del cuarto desde abajo. Era una chica joven y muy chismosa que no dejaba de tirarle los tejos a Taichi a pesar de ser consciente de que este tenía pareja formal.
—Buenos días — respondió el otro mientras intentaba encaramarse a al borde de su ventana.
—¿Qué estás haciendo? Parece peligroso.
—Lo es — ahogó mientras saltaba y se agarraba al borde de la madera.
—¡Oye, hijo! ¡¿Qué estás haciendo?! — exclamó un vecino de avanzada edad que se hallaba también en el cuarto piso.
—Está intentado entrar a su cuarto — respondió la vecina del quinto.
—¿Qué está al tanto de hablar con su manto?
—¡Qué está intentando entrar a su cuarto! — repitió.
—¡Hijo, baja de ahí aunque estés harto, que hay vendaval!
Bastó con que el hombre pronunciara aquella frase dichosa para que los vientos comenzasen a soplar con más ímpetu, impidiendo que Taichi pudiese subir por completo a la ventana.
—¡Socorro! — comenzó a gritar el chico.
—¡Socorro! — gritó el viejo.
—¡Tú no estás colgando de una ventana! — le recordó la abuela.
—¡Que me he meado encima! — explicó el hombre —. ¡Y no estoy hablando con ninguna truhana!
—¡Taichi! ¿Estás bien? ¿Quieres que llame a los bomberos? — preguntó la vecina del cuarto.
—¡Sí, por favor!
El viento sopló con más fuerza y esta vez la toalla del chico no pudo aguantar más, saliendo volando como un pájaro.
—¡Mejor que llame la vecina del quinto! — exclamó la del cuarto a la par que cogía su móvil abría la aplicación de la cámara —. ¡Yo recogeré evidencias del suceso por si necesitas un seguro de vida!
—¡Daos prisa! —suplicó el muchacho —. ¡Yo intentaré subir al cuarto otra vez!
—¡Tómate tu tiempo! — exclamó la ahora autoproclamada fotógrafa.
En aquellos instantes, Sora volvía junto a su jefa a los apartamentos en coche. Por desgracia había atasco debido no solo al vendaval, sino también a un camión de bomberos y dos coches policía que se abrían paso por la carretera.
—¿Qué crees que habrá ocurrido? — preguntó la joven a su superiora.
—Lo están sacando en las noticias ahora — respondió la mujer mientras observaba su móvil —. Por lo visto un loco se ha encaramado a la cornisa de una ventana y está colgando desnudo desde un quinto piso.
—Menuda gente te encuentra por el mundo — comentó Sora mientras cogía velocidad —. Bueno, ya casi estamos. Dentro de un par de calles llegaremos a mi urbanización.
—Espero no irrumpir.
—No se preocupe, no es ninguna molestia. Mi novio salió hace una hora a trabajar.
El novio de Sora seguía colgando de la ventana que daba a su habitación cuando llegaron los bomberos y la policía.
—¡Señor, bájese de ahí en este preciso instante! — exclamó uno de los guardias.
—¡Por supuesto agente! ¡De un salto me bajo ahora mismo! — gruñó el chico.
Tras haber evaluado la situación y llegar a la conclusión de que, efectivamente, no había forma de que Taichi bajase vivo de su ventana, los bomberos llegaron a una conclusión.
—¡No se mueva! ¡Llamaremos a un camión cesta!
—¡No se preocupe que aquí me quedo! — Los músculos comenzaban a arderle y Taichi comprendió la expresión de "aferrarse a la vida" en todo su esplendor. Sus dedos sudorosos comenzaron a resbalar hasta que no pudieron más y se soltaron. La comunidad de vecinos, los policías y los bomberos exclamaron un fuerte "¡Oh!". Taichi, por otro lado y con la adrenalina a flor de piel, se agarró al balcón de su vecina del quinto antes de caer por completo.
La comunidad, la policía, los bomberos y los ahora nuevos periodistas aplaudieron su hazaña mientras olvidaban por unos efímeros instantes el inminente peligro que corría aquella persona. La gente comenzó a congregarse frente a la urbanización mientras sacaban fotos y grababan vídeos. Algunos hasta se hacían "selfies".
—¡Me alegro de que os lo estéis pasando tan bien! ¡¿Pero podríais daros un poco de prisa?! — chilló el chico.
—¡¿Y a ti porqué te entra la risa?! — preguntó el viejo.
—¡Dice que se den prisa! — gritó la vecina.
Cuando Sora llegó a la urbanización y vio el panorama, por un momento creyó que se había equivocado de calle, de edificio y de novio.
—¡Anda mira! — dijo Chi, su jefa, con sorpresa —. ¡Es el loco de las noticias!
—Es mi novio... — murmuró la chica sin poder creérselo y llamando la atención de su acompañante.
Se acercaron ambas con la intención de preguntar pero dos guardias les prohibieron el paso.
—¡No se puede pasar por esta zona!
—¡¿Porqué, el suelo está minado?! — exclamó Chi —. ¡Que sepan que soy la jefa de la novia del chico!
—¡Taichi! — llamó Sora.
—¡¿Qué?!
—¡Llegas tarde al trabajo!
—¡Lo sé!
Por fortuna, el camión cesta llegó a la urbanización. Un pequeño, flaco y viejo hombre comenzó a subir con la cesta lentamente. La gente observaba expectante aquella lenta y minuciosa subida. El hombre de vez en cuando detenía la cesta y decía que debía descansar, provocando que media población se colocase la mano en el rostro de la exasperación. Justo cuando la cesta llegó a su destino el viejo pudo permitirse vitorearse.
—¡Ajá! — exclamó con júbilo a un metro de distancia del chico.
Y entonces Taichi cayó.
El público gritó "¡Oh!", Taichi gritó "¡Ah!" y el cuerpo de Taichi hizo "Plof".
Bajo la expectante mirada de la gente, resultó que el hombrecillo de la cesta había agotado la paciencia de los bomberos, pasando al plan B, que era colocar una colchoneta en punto donde caería Taichi, utilizando como referencia la fuerza y dirección con la que soplaba el viento.
Sora corrió hacia su novio y lo besó. El público aplaudió una vez más mientras vitoreaban el encuentro.
—Sora — llamó Chi detrás suya.
Sora tragó saliva y giró la cabeza.
—¿Estoy despedida? — interrogó con un hilillo de voz.
—Sora, cariño. Yo no despido a una persona solo porque su novio esté colgando en bolas desde un quinto piso — aclaró la jefa —. Pero después de ver todo lo que te preocupas por tu pareja, me has hecho ver que eres digna de confianza. Deseo que trabajemos juntas durante mucho tiempo.
El público volvió a aplaudir con emoción.
—Taichi — llamó Chi esta vez.
—¿Estoy despedido? — preguntó con un hilillo de voz.
—Taichi, tú no trabajas para mí. Me preguntaba si te encontrabas bien.
—Perfectamente. Muchas gracias.
Y el público siguió aplaudiendo.
Tras esto, los bomberos entraron en el cuarto de Taichi y abrieron la puerta de su habitación, advirtiéndole de que no volviese a intentar lo de aquella mañana. Taichi lo prometió.
Y esa fue la razón por la que Taichi Yagami permaneció en los periódicos, pasando a los anales de la historia durante mucho tiempo.
