Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada y a Toei.

Encadenado

"Saori…"

Una vez más, despierto. Abro los ojos lentamente, como otras tantas veces, esperando despertar de una pesadilla.

Pero es la realidad.

Apenas oigo el tintineo de las cadenas que me retienen. Apenas las siento sobre mi piel. La oscuridad que me ha aprisionado aquí abajo embota mis sentidos y ofusca mi mente.

Alzo la mirada, sin saber si es de día o de noche, pues la luz no llega. No sé cuánto tiempo llevo aquí, y no me importa. Tan sólo pienso en alguien.

"Saori…"

Como otras veces, intento levantarme, mas las cadenas me retienen. Grito con fuerza, al tiempo que elevo mi Cosmos, a pesar de las manchas de oscuridad que marcan mi cuerpo. Mi luz ilumina durante un momento mi cárcel, en el corazón de Marte, donde fui encerrado tras mi último combate.

La oscuridad de mi cuerpo arde, y siento un dolor atroz. Mi Cosmos disminuye, apenas reflejado una última vez en mi armadura. Veo las grietas. Las muescas. Las manchas de sangre que dejé cuando Marte y yo nos enfrentamos.

Ignoro el dolor, y vuelvo a encender mi Cosmos.

Tiro de las cadenas, como en otras ocasiones, y no ceden. Están hechas de oscuridad pura, la misma oscuridad que surgió de Marte, la misma fuerza que me encerró aquí.

Pienso de nuevo en mi diosa, aquella a quien he jurado proteger, aun a costa de mi vida, y vuelvo a tirar de las cadenas.

Sigo tirando. Estiro las piernas, para lograr apoyo. La cadena que me aprisiona resiste. Pero yo insisto.

Grito de nuevo. Ignoro el dolor. Brillo con fuerza, y forcejeo con las cadenas, aun a sabiendas de que no se romperán.

Tiro con tanta fuerza, que los eslabones se clavan en mi carne desprotegida.

Tiro, tiro, tiro. Sigo gritando, y las cadenas continúan hundiéndose en mi piel. Al poco, siento cómo la sangre fluye de mis heridas.

"Saori…"

Lo ignoro por completo. Ni el dolor, ni la sangre, ni la oscuridad que arde en mi cuerpo me desalientan, a pesar de que las cadenas aguantan.

No me importa. Vuelvo a intentarlo. Una, y otra, y otra vez. El charco de sangre a mis pies crece, pero no desisto. Tengo que volver. Tengo que volver con ella…

Siento cómo mis músculos se desgarran por el esfuerzo. Pero lo ignoro y continúo.

Finalmente, mi cuerpo cede. Las heridas y el cansancio me superan, y vuelvo a sentarme en el suelo, como siempre. Como cada vez que despierto. Pero no pierdo la esperanza.

Una lágrima empieza a bajar por mi mejilla. Siento cómo recorre mi piel, y continúo gritando tan fuerte como puedo. Grito el nombre de mi diosa. Lo grito alto y claro, para que sepa, donde quiera que esté, que no he desaparecido.

"Saori…"

Grito una y otra vez, hasta que mi garganta se seca, y rompo a llorar, sabiendo que no la veré hoy tampoco.

Siento que el cansancio se afianza en mi mente. Mis párpados pesan, y mi mirada, fija en el horizonte, se pierde en mis pensamientos.

Hago un último intento, y tiro de las cadenas otra vez. Siento que el metal corta mi piel, y vuelvo a sangrar. Las fuerzas me abandonan, absorbidas por la oscuridad que me rodea.

Dejo de tirar, y me apoyo contra la pared de la cueva. Queda poco para que pierda el conocimiento de nuevo.

Vuelvo a pensar en ella, y siento correr otra lágrima. Seguramente, a estas alturas debería estar loco.

Estoy atrapado, sólo, en la oscuridad. Mi armadura, rota. Mi cuerpo, lleno de heridas.

Mi Cosmos tiembla, y el dolor me embarga.

Y a pesar de todo, sonrío.

Sonrío, porque hay algo que no voy a perder.

Aunque esté perdido en la noche. Aunque mi cuerpo sea herido. Aunque la oscuridad me rodee y me engulla.

Nunca perderé mi esperanza.

Nunca.

Y mientras otra lágrima cae, pronuncio el nombre de mi esperanza, de aquella cuya luz ilumina mi alma y mi camino.

"Saori…"