Había gente que tenía un don especial para guiar los demás. Gente que, en cualquier circunstancia —incluso en la mayor y más temible de las catástrofes— podía mantener la compostura y ser el pilar de aquellos que lo rodean. Gente que había nacido para motivar al más pesimista, ayudar a quien se sintiese inútil, dar el empujoncito final, inspirar a todos dando ejemplo. Y luego estaba Nijimura Shuuzou.
—¿Cómo que te han echado del club de karate? —le preguntó Sakuma, el tipo ese que se sentaba a su lado en clase, con cara de descrédito. ¿Quién era él para juzgarle?— No me digas que por eso tienes tantos moratones…
—No me echaron a patadas —dijo Nijimura tras mucho vacilar (un segundo, aproximadamente)—. Es más, me fui yo porque quise. ¿Vas a seguir con el interrogatorio o qué?
Era cierto. El capitán del club de karate era un mastodonte de tercero que se creía que por ser mayor podía hacer lo que le viniese en gana. Y Nijimura no estaba por la labor de bailarle el agua. Eso y que lo acusaban de ser agresivoprecisamente por encararse al capitán. Verlo para creerlo.
Así que se fue. Si eso intentaría suerte en el club de ping-pong, si es que había uno en Teikou. Y si no… no haría nada. No era ni por asomo el tipo de alumno por el que se pelearían en los clubs, sino al que había que aceptar por lástima.
—Oye, Sakuma, tú estás en el equipo de baloncesto, ¿no?
Sakuma miró a Nijimura como si fuese un oasis en pleno desierto. Eso o se pensaba que los moratones le habían afectado también a la cocorota.
Nijimura no iba a mentir: se le daba bien el baloncesto. Bastante bien. Aunque durante la primaria se había entregado en cuerpo y alma al karate, siempre que podía le dedicaba un rato al baloncesto. Eso sí, en ningún momento barajó la posibilidad de entrar en un equipo de verdad con el que entrenar y participar en campeonatos.
Tragó saliva, palpando con cuidado la tirita que parecía haberse fundido con su nariz. El equipo de Teikou era fuerte, o eso se rumoreaba, y tal vez era el lugar idóneo para demostrar que Nijimura era una persona nueva. Nijimura Shuuzou 2.0., la versión que ya no se metía (tan a menudo) en peleas y que prestaba atención en clase. O lo intentaba.
—Ooooh, ¿baloncesto? ¡Qué guay! —exclamó el hermanito de Nijimura nada más escuchar la Buena Nueva— ¡Iremos a verte a todos los partidos!
—Quieto parado, que aún soy un novato —Nijimura acarició la cabecita de su hermano, tan alborotado como de costumbre—. No creo que me dejen jugar hasta que esté en tercero.
—Sí que son estrictos estos equipos de secundaria… —murmuró su madre— ¿No sería más divertido para todos que os fueseis turnando?
—No es cuestión de divertirse, mamá. Sino de ganar.
—¡Ganar! —repitieron a corro los peques de la casa.
El padre de Nijimura, tan callado que ni parecía él, sonrió con aire divertido mientras se comía medio salmón de una tacada. A su edad y aún no sabía comer como la gente civilizada… a ese ritmo acabaría atragantándose y sería Nijimura el que se tendría que convertir en el hombre de la casa. ¡Menuda gracia!
—¡Ese es el espíritu, Shuuzou! —las carcajadas del padre resonaron en todo el comedor. Casi tanto como las palmadas efusivas que le dio a su hijo en la espalda.
—¡Pero no me escupas, viejo! —protestó Nijimura de malas maneras.
Al vejestorio debió de hacerle tanta gracia escuchar la verdad que siguió riéndose a voces, hasta tal punto que —cómo no—se atragantó y tosió como si le fuera la vida en ello. Había algo en su mirada, un miedo irrefrenable, que Nijimura aún no entendía. Un algo que le indicaba que, tal vez, la tos de su padre era por algo más que un trozo de salmón mal masticado.
—¡Buen tiro, Nijimura! —gritó el amigo rarito de Sakuma, ese que tenía los ojos tapados por un flequillo impenetrable.
Seguía sin saberse los nombres de la mayoría de los compañeros —¿para qué negarlo? Los nombres no eran lo suyo— y no había trazas de que fuese a jugar en ningún tipo de partido. Ni siquiera en los de carácter extraoficial. Normal, por otra parte, teniendo en cuenta que aún estaba en el segundo equipo. Le fastidiaba, ¡claro que le fastidiaba!, pero una parte recóndita de él se sentía en paz. Le gustaba el baloncesto. Lo disfrutaba tanto que hasta se frustraba por no poder jugarlo a lo grande.
Nadie se podía creer que Teikou pudiese caer en las semifinales. Ellos, que eran los favoritos para hacerse con el campeonato de aquel año, perdieron por apenas seis puntos. Seis puntos de pacotilla.
Nijimura apretó los puños sin saber qué decir o hacer. Sentía que él, un niñato de primero que estuvo anclado animando en las gradas durante todo el partido, no tenía derecho a decir nada. Ni siquiera mirar a los ojos a los de tercero. A fin de cuentas, no era él el que se había partido el lomo jugando, ni el que había perdido la última oportunidad para luchar por Teikou, ni el que estaba llorando a lágrima viva por haber decepcionado a un equipo entero. Por estar, ni siquiera estaba aún en el primer equipo.
Qué frustración. Ver las lágrimas de sus compañeros y los suspiros de desasosiego del capitán y no poder hacer nada al respecto. ¿Eso significaba formar parte de un equipo? ¿Acumular los fracasos de los demás y asimilarlos como propios? Pues menuda porquería.
Él se había metido en aquel equipo para jugar al baloncesto y ganar.
—¿Qué es esto? —Nijimura sintió cómo su cuerpo, por voluntad propia, se levantaba por sí solo del banquillo— Hemos perdido, sí, ¿y vamos a conformarnos o qué? No es momento de lamentarse por seis puntos, sino de mirar hacia delante y darlo todo para que esto no se repita. Si hemos llegado tan lejos ahora, no hay nada que nos impida avanzar aún más la próxima vez.
—Nijimura… —dijo Sakuma con una mezcla de admiración y "tío, acabas de decir algo muy estúpido" plasmada en toda la cara.
—¡Tú, el de primero! —el vicecapitán, uno de tercero con muy mala uva, se acercó a Nijimura y por poco le partió la crisma ahí mismo. Menos mal que se contuvo— ¡¿Cómo te atreves a hablar así?!
El capitán, con los ojos aún rojos, se interpuso a tiempo para evitar una catástrofe. Vale, había que admitirlo: Nijimura había sido un bocazas. En toda regla, además. Pero al menos sus compañeros se tranquilizaron y dejaron de parecer una piara patética y quejica. De hecho, ahora tenían toda la pinta de ser lo que eran: uno de los equipos más temidos del país. En sus ojos se veía la actitud inquebrantable y salvaje que caracterizaba a Teikou. Tal y como diría el padre de Nijimura: ¡ese era el espíritu!
Nijimura debía de ser un pez. ¿No era por la boca por donde morían? Igual que él, vaya. Era un besugo y por eso ahora se tenía que tragar la reprimenda del entrenador Sanada. Llevaba unos meses de nada en el equipo y ya se las había arreglado para meterse en problemas. Menudo cambio más radical el de Nijimura Shuuzou: pasó de ser el desastre del barrio a ser el desastre del equipo. Pero un puto desastre, al fin y al cabo.
—Nijimura, siéntate —Sanada tomó asiento con gesto tranquilo. O no enfadado, que era lo importante—. Querría tratar un asunto contigo.
—Me imagino que es por lo de ayer.
«El discursito por el que casi me gané un puñetazo del vicecapitán», cabría añadir a mayores.
—Eso es. Puede que las formas no fuesen las adecuadas, pero lograste motivar a un equipo que odia perder. Creo que esa chispa es la que se necesita Teikou más que nunca. ¿Ves a dónde pretendo llegar?
Antes de que Nijimura pudiese siquiera abrir la boca, Sanada ya estaba preparado para responder él solito a su propia pregunta.
—Sin rodeos, serás el nuevo capitán cuando los de tercero se retiren.
Una idea muy lógica, sí, sí.
—Espera, ¡¿qué?! ¿Yo? —si Nijimura no demostraba que era un besugo en las formas, las muecas ridículas que ponía lo delatarían por sí solas— ¡Que estoy en primero!
—Lo sé.
—Estoy en primero.
—Tu habilidad en el baloncesto es destacable, pese a ser de primero. Te doy la razón en que un capitán de primero o de segundo no es lo más… ortodoxo, por decirlo de alguna manera. Sin embargo, por ahora eres la mejor opción.
Nijimura. La mejor opción.
Qué.
—¡¿Capitán del equipo?!
Nijimura no sabía si tomarse la sorpresa de su madre como algo positivo o como lo que parecía: un insulto en toda regla.
—¡Qué orgullosa estoy de mi niño! Vaya, ¡y eso que no estás ni en segundo!
—Y decía este que lo iban a tener en el banquillo hasta estar en tercero —su padre le dio un coscorrón cariñoso en la cabeza.
Cualquiera diría que sus padres estaban orgullosos de él. Era una sensación agradable. Saber que, de una vez por todas, la fuente inacabable de disgustos que era su hijo primogénito se había convertido en algo más prometedor.
Casi ni se lo creía. Parecía sacado de un sueño.
El equipo no se tomó la noticia tan bien como su familia. No era de extrañar. ¿A qué majadero le podía parecer buena idea eso de poner a uno de primero como capitán?
Vale, sí, Nijimura aún no era el capitán oficial. Lo sería cuando los de tercero se retirasen. Entendido.
Seguía siendo una salvajada.
—¿Nijimura? ¿Y ese quién es?
—Uno de primero, dicen. Y creo que ni siquiera está en el primer equipo.
—¡¿En serio?! ¡Mira que no habrá jugadores de segundo donde escoger!
Conversaciones así que tenía la gente delante de sus mismísimas narices porque, al parecer, nadie se había tomado la molestia de familiarizarse con la cara del futuro capitán.
Le iban a esperar unos años bien ajetreados.
Otro día más que su padre estaba intentando hacerse uno con la cama. Y mintiendo asegurando que todo estaba bien, para variar. ¿Se pensaba que Nijimura era tonto o qué? Notaba cómo a medida que pasaba el tiempo su padre marchitaba. Más pálido, más flaco, más débil. ¿Cómo podía ser eso una buena señal?
—Tú preocúpate por tus cosas —dijo casi echando a su propio hijo de la habitación como si fuese un perro callejero—. Tienes un equipo del que cuidar, ¿no?
—¿Y qué tiene que ver eso? —Nijimura apretó los puños con fuerza. Mierda, ¡qué rabia!— ¡¿Te crees que me chupo el dedo o qué?! ¿Que no veo cómo estás?
La expresión de su padre, esa que siempre recordaba tintada de decepción e ira, estaba sosegada. Más que nunca. Era la mirada de una persona que ya no veía motivos para mantener una fachada. Por mucho que jodiese reconocerlo.
—Shuuzou… Eres un buen hijo. Un poco testarudo y contestón, pero buen chico de todos modos.
—De tal palo, tal astilla —replicó Nijimura con una pizca de amargura.
—Pues sí, va a ser que es eso —sonrió—. Vas a tener que ser fuerte… y creo que sabes a qué me refiero. Cuida de tus hermanos, Shuuzou.
Nijimura clavó la vista en el suelo. Su padre hablaba como si se fuese a morir o algo por el estilo. Menudo imbécil. ¿Qué significaba eso de ser fuerte?
No era una fuerza como la del baloncesto, donde era cuestión de entrenar duro día a día para ser el mejor. Aquí era una resistencia distinta, una que tenía que surgir de la nada e instalarse por completo dentro de Nijimura.
Madurez. Responsabilidad. Ah, qué palabras más complicadas. Ya casi recordaba con cariño los días donde lo más importante era reventarle la cara al capullo de la clase de al lado. A lo mejor en eso consistía crecer: mirar el pasado con nostalgia y afrontar el presente con miedo. Porque si había algo aterrador —tal y como aprendió Nijimura Shuuzou en aquel momento— era el futuro.
