Y una lágrima bajó por su mejilla. Nada más podía hacer, sólo llorar. Sus verdes y grandes ojos completamente cristalizados por el llanto, de los cuales emergían grandes lágrimas que caían sobre el pantalón corto que vestía. Así es, Miyasaka justo acababa de ver a aquel a quién admiraba, su senpai, su todo, nada más y nada menos que besando a ese... ese estúpido portero de pacotilla... Cuál era su nombre? Ah, Endo. Endo Mamoru, aquél imbécil que tenía las manos sobre... sobre Kazemaru-san. Miyasaka mordió sus labios y jaló su largo cabello rubio, arrancando una que otra hebra, de pura furia que sentía. Por un momento pensó el ir e interrumpir aquel beso tan pasional, pero no, no lo hizo, sabía que no debía hacer eso, controló sus impulsos. Se alejó, aún con lágrimas en los ojos, apretando los dientes y refunfuñando cosas que no se podían entender.

Unos días más tarde, Miyasaka estaba en las prácticas de atletismo. Aunque no podía dejar de pensar en Kazemaru. Y cómo si con el pensamiento le hubiera invocado, el de cabellos azules caminó hacia la pista, haciendo ademanes de saludar a Miyasaka. El rubio giró el rostro con tristeza.

-Miyasaka? Te encuentras bien?- Las palabras del mayor eran como punzadas de dolor que se podían sentir en el pecho. Sus ojos se volvían a cristalizar. Pronto se podía ver como las lágrimas caían sobre la tierra de la pista.

-Kazemaru-san... Tú... Y Endo-san... Yo... Yo los vi! Ese estúpido Endo!- Ichirota sólo abrió los ojos de par en par, las mejillas se le tornaron rojas. Y Miyasaka sentía que le mundo se le venía encima. Era una sensación similar a la de un niño, cuando le dicen que aquél heróe al que admira es ficticio.

Corrió rápido lejos de ahí , era lo que mejor sabía hacer. Kazemaru era ahora sólo un sueño.

Un sueño nadamás.