Ya se que debería actualizar mi otra historia, pero no pude resistirme. Vendrá en 4 partes esta es la primera. Espero sus comentarios, porque según la cantidad subiré la siguiente parte.
Disclaimer: Nada me pertenece. No lo hago con fines de lucro. Es una adaptación. Historia: P. Jordan. Personajes: J. K. Rowling
Matrimonio Fantasma
Argumento:
Hermione sólo tenía diecisiete años cuando se entregó a Harry. Dio a luz unos gemelos sin saberlo él y se inventó un matrimonio para proteger a los niños y ocultar su vergüenza.
Los años le habían dado experiencia, aunque nunca borraron el dolor de haber sido rechazada por Harry, así como tampoco el recuerdo de su gran pasión.
Encontrarlo de nuevo fue determinante, pero Hermione estaba decidida a no hacerle saber el precio que, en silencio, había tenido que pagar por su primer y único amor.
Primera Parte
De no darse prisa, reconoció Hermione mirando con resignación el reloj de pulsera, llegaría otra vez tarde a recoger a los gemelos.
Draco había estado ese día más difícil que nunca. En dos ocasiones exasperó hasta las lágrimas a la modelo; únicamente la habilidad conciliadora de Hermione logró que las cosas volvieran a marchar en orden.
No eran sólo la suerte y las buenas relaciones lo que había llevado a Draco a convertirse en uno de los mejores fotógrafos de la moda. Aún cuando el trato que daba a las modelos era casi brutal, Hermione no podía menos que admirar su capacidad y férrea admiración en la búsqueda de la perfección de su trabajo.
Pero este día en particular, había estado insoportable, no sólo con la modelo y Hermione conocía el motivo. Desde que empezaron a trabajar juntos, ella como su asistente personal, Draco no había ocultado que la deseaba. En cierta forma debía sentirse halagada de ser la escogida entre tantas mujeres hermosas que, por otro lado, estarían encantadas de entregársele, pero también había que tomar en consideración que Draco era lo bastante astuto como para no darse cuenta de que aquéllas lo harían gustosas, siempre que ello significara un paso más en su profesión, mientras que Hermione… Reprimió un suspiro de impaciencia en el momento que él le daba algunas instrucciones acerca del revelado de las fotografías que había tomado. Para ella la fotografía había sido uno de sus pasatiempos favoritos, pero cuando después del nacimiento de los gemelos fue abandonada, volvió a ella como un medio para sobrevivir. Esperaba, a largo plazo, montar su propio estudio; así se lo planteó a Draco el día que entró a trabajar con él, aunque la verdad era que cada vez se sentía menos capaz de dejarlo, no quería fallarle ya que había sido paciente al enseñarle todos y cada uno de los "trucos fotográficos", inclusive en los últimos días le permitía hacerse cargo de los trabajos de rutina sin supervisarlos. No, no se trataba de asuntos de trabajo lo que estaba volviendo a Draco insoportable. Y en cierta forma le parecía ridículo que él la encontrara deseable; a los veinticuatro años era madre de dos gemelos de seis años, y hacía mucho que no pensaba en sí misma como objeto de los deseos de un hombre.
—Y no te olvides que ya tenemos encima ese trabajo del fin de semana —fueron las últimas palabras de Draco mientras ella se dirigía apresurada hacia el sitio donde había estacionado el auto.
Se refería a un encargo al que Hermione temía. Se trataba de tomar algunas fotos en Hogsmeade, lo que llevaría todo un fin de semana. Pretextó no poder dejar solos a los niños, pero Draco le contestó que su ama de llaves estaría encantada de cuidarlos. Lo que en realidad quería evitar ella era que la relación con Draco durante ese fin de semana cobrara otras dimensiones, hecho que, sin duda, Draco tomaría como una ofensa y por lo mismo Hermione podría perder el trabajo que tanto le apasionaba y que, por otro lado, le dejaba excelentes ganancias.
Suspirando, entró en su pequeño auto antiguo y enderezó el retrovisor. Veinticuatro años, pensó e hizo una mueca de desencanto. No hizo el intento de mirarse en aquél, lo cual era ridículo ya que bien recordaba haberse visto mayor a los dieciocho. Dieciocho… Otra mueca y se echó el cabello largo, color castaño, hacia atrás. Acostumbraba hacerse una trenza antes de ir al trabajo, pero esta vez se levantaron tarde y no hubo tiempo para nada. Su rostro, sin maquillaje, permitía ver las pecas de la nariz. El color de sus ojos era de un color castaño claro extraño que cambiaba de acuerdo con su estado de ánimo.
Puso el auto en marcha y casi grita al mirar de nuevo el reloj. Su piel conservaba todavía un ligero bronceado del viaje que hizo a Grecia, con Draco, a principios de año. A regañadientes, su madre cuidó de los niños durante ese tiempo, porque aún no aceptaba el hecho de que fuesen hijos naturales. Hermione frunció el ceño al entrar de lleno en el tránsito. El haberse hecho pasar por viuda al llegar a Londres, lo hizo no sólo por consideración a los niños; tal como descubrió enseguida, si bien ciertos sectores de la sociedad terminaban por aceptar el nacimiento de niños fuera de matrimonio, había llegado a hartarse de hombres que ofrecían afecto y comprensión con la creencia de que su condición de madre soltera les aseguraría un pronto acceso a su lecho. No tardaban en comprender su error, lo mismo que ella. Dejó el pueblecito donde había pasado los últimos días de su embarazo, en casa de unos tíos, y se lanzó al anonimato de Londres, en donde a nadie le importaría demasiado cuestionar su prematura viudez.
Y había tenido suerte. Logró que los pequeños fuesen admitidos en una excelente guardería, y ella continuó con sus estudios, que había interrumpido a partir de la noticia de su embarazo. Imposible pensar en asistir a una universidad, pero como secretaria al menos tendría asegurado lo indispensable. Un imprevisto premio, el "Premium Bond", le facilitó los medios para dar la cuota inicial de un apartamento en lo que había sido un barrio poco decoroso en Londres, pero que últimamente comenzaba a ganar fama debido a la gran cantidad de parejas jóvenes que se estaban estableciendo allí; con el dinero que le sobró inscribió a sus hijos en un jardín de niños particular. Por cierto, que esto último fue motivo de disputa entre ella y su madre. Esta se había mudado al mismo pueblo donde Hermione dio a luz a los gemelos, y vivía quejándose de que no podría soportar la vergüenza de vivir en el mismo lugar que había sido testigo de la desgracia de su hija. El padre de Hermione murió en un accidente automovilístico cuando ella tenía cinco años, de manera que apenas guardaba algún vago recuerdo de él; así pues, su madre y sus dos tíos constituían toda su familia. Y la verdad es que se sentían incómodos con ella, por lo que sus visitas eran esporádicas. Su madre tenía un mal concepto de las escuelas particulares, así que Hermione tuvo que obrar con tacto para darle a entender que ella quería lo mejor para sus hijos.
Al enterarse de su embarazo, su madre le propuso que diera al niño en adopción, cosa que Hermione por supuesto nunca aceptó. Por otro lado, no existía ni la más remota posibilidad de que el padre se casara con ella. Su mirada se ensombreció y apretó con fuerza el volante. A pesar de su intento por borrarlo de la mente, aquel total rechazo tenía aún el poder de hacerle daño.
Cientos de recuerdos buscaron agolparse en su cabeza, pero la realidad se impuso y terminó concentrándose en el volante y en lo que debería hacer esa tarde.
Realmente cerca del estudio estaba el jardín de niños, una de las razones por las que lo había preferido.
Sintió un alivio al ver estacionados fuera de la escuela otros autos; madres que llegaban también a recoger a sus hijos. Sonrió un tanto divertida al comparar su estropeado mini con los lujosos autos en que llegaban la mayoría de las mujeres.
Una elegante rubia le sonrió en cuanto bajó del auto. Hermione contestó esbozando a su vez una sonrisa, mientras que con la mirada buscaba en el patio las familiares cabezas oscuras de sus gemelos, y dejó escapar un suspiro al descubrirlos jugando en el resbaladero.
A primera vista, ninguno de ellos tenía el más mínimo parecido a ella; también habían heredado el atractivo de su padre, sin embargo, la niña tenía la inconfundible gracia femenina.
Hermione suspiró al pensar en su linda y voluntariosa pequeña, que empezaba a mostrar un malicioso gusto por frustrar a su madre, que a su pesar reconocía en la niña la necesidad de la guía firme y afectuosa de un padre. Lily era la personificación misma de la feminidad desde su nacimiento y Albus una robusta réplica en miniatura de su padre. Al igual que su hermana sufría por la falta de un padre, sólo que en él se revelaba en una melancolía que podía leérsele en los ojos, y en su tendencia a aferrarse demasiado a la protección que Hermione les brindaba.
Para variar, fue Albus el primero en descubrirla y echar a correr hacia ella, abrazándola mientras que Lily lo seguía.
—Llegas tarde —la reprendió Albus después que Hermione los había besado.
—Lo sé, cariño —respondió Hermione, suspirando.
—¿Irá el tío Draco a casa esta noche? —preguntó Lily. Ocasionalmente Draco pasaba a casa de ellos para discutir algún asunto de trabajo, lo que en realidad la pequeña tendía a desaprobar.
Hermione iba diciéndoles que no era seguro, cuando la rubia que le había, sonreído al llegar se acercó con un pequeñito de la mano, sonriendo al reconocerla.
—¡Hermione —exclamó—, estaba segura de que eras tú!
Hermione supuso que realmente no la había reconocido al principio y se sintió mal.
—Luna —temió qué su voz la delatara.
—Qué increíble coincidencia —expresó la otra sin percatarse si quiera de que Hermione no gustaba de su presencia—. Tiene lo menos siete años que no te veo. Ni siquiera me avisaste qué te irías del Valle de Godric —le reprochó—. ¿Son tus niños?
—Sí —respondió Hermione desesperada por escapar de ahí. Pero fue imposible porque enseguida optó por volcarse en admiraciones para ellos, y tomando en brazos a su pequeño, le dijo que tenía tres años y que se llamaba Newton.
—Como su abuelo —agregó haciendo una mueca de desprecio—. ¿Sabes? No puedo creer todavía que te haya vuelto a encontrar. Por supuesto que casi siempre es el chofer quien viene por Newton a la escuela. ¿Qué te has hecho? —dirigió la mirada hacia el estropeado auto de Hermione, sin duda, comparándolo con el suyo—. Te casaste, ¿verdad? Tu marido…
—Él, Victor murió poco antes del nacimiento de los gemelos —mintió Hermione con voz casi ronca, agachándose para amarrar las agujetas de los zapatos de Albus, lo que le permitió ocultar un momento el rostro a quien, alguna vez, había sido una de sus mejores amigas. ¿Por qué había tenido que pasar esto? ¿Por qué encontrar precisamente a Luna entre tanta gente?
Luna adoptó en seguida una actitud compasiva.
—¡Oh, pobrecita! —exclamó, mirando significativamente a los niños, a la vez que agregaba —: Espero no tengas problemas; sé muy bien lo que la falta de un padre representa. Mi madre se divorció de mi padre cuando yo tenía cuatro años. Creo que nunca te lo dije. Me molestaba que se supiera. ¿Sabes? Se volvió a casar —añadió con indiferencia y sin percatarse de la tensión de Hermione—. Mientras más vieja, escoge maridos más jóvenes. Ahora vive en los Estados Unidos. Creo que de todos los padres que me consiguió, mi predilecto fue Harry. En realidad, nunca creí que no fuera mi progenitor. Era maravilloso y divertido, ¿lo recuerdas?
¿Cómo no recordarlo?, pensó Hermione fingiendo una sonrisa, a sabiendas de que rompería a llorar.
—Sí —musitó.
—¡Oye, debemos volver a reunirnos! —concluyó Luna, entusiasta—. Habrá tanto qué contarnos. Nosotros acabamos de comprar una casa en el campo, sobre todo pensando en Newton. De momento sólo la usamos los fines de semana, aunque mi esposo espera resolver desde allá sus negocios, ocasionalmente. Este fin de semana iremos, ¿quieres acompañarnos? A los chicos les encantará, estoy segura.
—Yo…
—No puedes negarte —suplicó Luna—. Piénsalo, aquí tienes mi número telefónico —garabateó en un pedazo de papel que le entregó a Hermione—. Nunca pude explicarme por qué te fuiste así del Valle de Godric, aunque supongo que con mis catorce años no pensarías hacerme de ningún modo tu confidente. Fuiste tan buena conmigo en la escuela, como la hermana que nunca tuve. ¿Recuerdas? Parecías adivinar los problemas que tenía con mi madre. Creo que hasta llegamos a compartirlos, aunque en diferente forma. ¿Y no te sucede igual que a mí, que quisieras darles a tus hijos todo el amor y comprensión que nosotras no tuvimos? —se interrumpió porque su auto estaba estorbando una salida; apresurando a Newton y gritándole a Hermione por encima del hombro se alejó—. ¡Y no olvides que el fin de semana lo pasarás con nosotros!
En el camino de regreso a. casa Hermione se sentía aturdida.
Habían crecido muy unidas; tanto como hermanas, lo había dicho Luna. Cuando Hermione supo que ésta había sido abandonada a su suerte en el enorme cobertizo de una de las casas de la señora Lovegood, su madre, consiguió pasar el fin de semana al lado de Luna. Y como por entonces ella estaba estudiando para obtener su matrícula en el Nivel–A, siguiendo su ejemplo Luna había cobrado un vivo interés en su propio trabajo. "La pequeña bienhechora", había sido uno de los más crueles apodos que su madre le puso, porque, aparte de la falta de interés de su hija, la señora Lovegood se sentía contrariada por la amistad que existía entre ambas chicas.
Por aquellos días era muy poco lo que Hermione sabía acerca del pasado de Luna. Rara vez estaban sus padres en casa; de hecho, la primera vez que se encontró con su padre, no sabía quién era. Sucedió un fin de semana que pasó en casa de Luna. Despertó en la noche y quiso tomar algo de beber. Bajó la escalera hasta la cocina, y al abrir el refrigerador se dio cuenta de que no estaba sola. Al temor siguió la curiosidad al percatarse de que el exhausto hombre que yacía sobre la mesa era nada menos que el padre que Luna adoraba, por lo que no pudo reprimir un vago sentimiento maternal cuando éste levantó la cabeza y la miró con expresión de cansancio.
Le había preparado algo enseguida, recordó vividamente. Él había comido casi sin apetito. Fue años después, víctima del intempestivo abandono, que se percató de lo poco aceptable que sus consideraciones y guisos debieron parecerle a él, probablemente demasiado amable como para hacérselo notar. Harry tenía debilidad por los niños y los perros. El problema había sido que Hermione no se comportó como tal y ninguno de los dos quiso reconocerlo hasta que fue demasiado tarde.
—¡Mamá, tengo hambre! —el grito imperativo de Lily la sacó de sus pensamientos. Agotada, apagó el coche y ayudó a los niños a bajar. El guiso que había preparado en la mañana, antes de salir, despedía un aroma agradable. Envió a los chicos a su cuarto a cambiarse de ropa y a lavarse, mientras ella ponía la mesa.
La hora de la comida representaba lo mejor de su día. Durante esta, los chiquillos por lo general le contaban las anécdotas del día, a las que ella daba gran importancia. Albus solía hablar con solemnidad; en cambio, Lily, lo hacía con viveza.
Bajaron juntos por la escalera vistiendo igual.
—Albus no pudo amarrarse los zapatos —se burló Lily—, así que yo lo hice.
Reprimiendo un suspiro, Hermione les revisó las manos. Era muy natural, y lo sabía, que Lily fuese más despierta que su hermano, sólo que le inquietaba que esa actitud tuviese como resultado que Albus no avanzara conforme a lo normal.
Ambos comieron hasta quedar satisfechos. Hermione poseía una excelente sazón y como además se había propuesto aprender, había logrado que los niños no rechazaran la comida. El presupuesto, aceptó Hermione, no les permitía darse ciertos lujos, pero al menos les proveía de una dieta variada y hasta donde era posible, procuraba mantenerlos alejados de los dulces.
Todo hacía suponer que Lily sería delgada, mientras que el niño, robusto, o al menos eso sospechaba Hermione, ya que se parecía mucho a su padre.
Siempre después de la comida se daba una hora para jugar y leerles algo. Lily, la inquieta, se llegaba a aburrir durante las lecturas, en cambio Albus siempre pedía más. Casi idénticos en facciones, sin embargo, eran diferentes en todo lo demás.
La madre de Hermione había iniciado una campaña tendiente a lograr que ésta se casara; cada vez que la visitaba le rezaba una larga lista acerca de los beneficios que para los niños eso significaría. Sólo que Hermione se resistía. Por un lado, el pensar en casarse representaría tener que comprometer a alguien con respecto a la paternidad de los niños, cosa que estaba lejos de desear y, por el otro, se expondría a un nuevo rechazo.
Otras mujeres, y Hermione lo sabía, habían tenido la misma experiencia sin llegar a los mismos resultados, sólo que para entonces ella era demasiado sensible; quizá en forma exagerada, lo aceptaba, como también que sus temores acerca de Albus nacían del hecho de su propia sospecha de que éste hubiera heredado de ella dicha vulnerabilidad.
Le parecía increíble que hubiera alguna vez experimentado el placer que de momento no era más que un vago recuerdo, pero que entonces la indujo a negar sus principios y escrúpulos hasta el punto de que nada importaba fuera del deseo de ser poseída por Harry; y eso aún cuando ella sabía que en aquel momento él estaba ofuscado por una terrible mezcla de cansancio y despecho.
No precisamente un bello recuerdo, pero le había servido para aprender a controlar sus emociones. Él había jurado amarla, pero su posterior comportamiento lo desmentía. Lo que había sentido por ella no era más que un deseo impulsivo y ella, profundamente enamorada de él, no hizo sino fomentar aquello e incitarlo a que la amara. El resultado de esa aventura fueron los gemelos, y ahora Hermione vertía en ellos el amor que había mantenido oculto.
No era partidaria de sostener aventuras fugaces y si bien no faltaban los hombres que le confesaban su deseo por ella, sabía mantenerlos a distancia. Draco era el más decidido, aunque ella se sabía dar a respetar; sólo que no le hacía ninguna gracia saber que los arranques de ira contra las modelos se debieran a su frustración por las constantes evasivas de Hermione.
Como fotógrafo, Draco era un verdadero profesional, pero Hermione sospechaba que un buen día le recordaría que a fin de cuentas en sus manos estaba el dejarla sin empleo. Hasta el momento no se había valido de ese recurso, lo que Hermione admiraba en él; pero ese fin de semana había que ir a Hogsmeade a realizar el estudio fotográfico. Intentó encontrar alguna excusa para no asistir y cuando, por último, le dijo a Draco que simplemente no estaba dispuesta a separarse de los pequeños, él le contestó que podían ir todos.
De pronto recordó la invitación de Luna; podría servir como excusa irrefutable e incluso evitar que Draco adivinara sus temores.
El inicio del día no fue muy prometedor. Para empezar, el despertador no sonó y Lily la despertó halando con fuerza de las frazadas.
Por lo general se levantaba una hora antes que los niños, con la idea de maquillarse sin prisa. A pesar de no ser vanidosa, consideraba que una buena imagen era parte importante de su trabajo, aunque algunas veces resultaba difícil dar con el punto exacto para no parecer demasiado arreglada ni muy seria.
Esta vez no tuvo tiempo de lavarse el cabello, así que se lo trenzó mientras servía el desayuno a los niños.
Albus arguyó que detestaba los huevos cocidos y se dedicó a colocar, malhumorado, los trozos alrededor del plato.
—¡Come! —le gritó Hermione desesperada y de inmediato lanzó un suspiro al ver al niño a punto de romper en llanto—. Lo siento, cariño —se excusó, mientras lo abrazaba y besaba a fin de evitar la tormenta.
—Me duele el estómago —se quejó—. Mami, no quiero ir a la escuela, ¿por qué no me quedo contigo en casa?
—Porque tengo que ir a trabajar —en medio de la afirmación, Hermione le tomó el pulso y comprobó que su temperatura fuese normal. Supuso que el dolor del chiquillo era imaginario y Hermione se enterneció al recordar con qué frecuencia ella de niña había sentido lo mismo.
—¿Pasaremos el fin de semana con esa señora, mami? —inquirió Lily mientras Hermione los apremiaba para que subieran al auto —¿En dónde vive ella?
—No lo sé. En algún sitio del campo.
—¿En el campo? —inquirió Albus con interés—. ¿En una granja? —siguió esperanzado.
Si bien podría parecer ridículo preocuparse por el futuro profesional de los gemelos, el evidente amor que Albus sentía por el campo y sus habitantes hacía pensar a Hermione que éste sería muy feliz llevando una vida libre en contacto con la naturaleza.
—No, no creo que sea una granja —respondió ella.
—Pero, sí podremos ir, ¿verdad? —fue más una afirmación que pregunta, la que hizo Lily—. Nunca salimos a ningún lado. Todos en el salón pasean.
Claro que era una exageración, pensó Hermione, pero la crítica tenía razón. Los gastos escolares dejaban muy poco dinero para darse lujos, como lo eran las vacaciones, aunque tampoco se podía negar que uno que otro fin de semana la pasaban en casa de su madre y de sus tíos. Sólo que allí no siempre eran felices; como su madre nunca aceptó el hecho, Hermione tenía que estar a la expectativa por si acaso su progenitora hacía algún mal comentario suspicaz acerca de Harry.
Y como en realidad tampoco había llegado a aceptar del todo a la misma Hermione, parecía haberse reservado, en este caso para Harry un aborrecimiento que los años no lograron desvanecer.
Por otro lado, reflexionó Hermione, tenía más razones para culparse a sí misma que a Harry. Cuando por fin se percató de la naturaleza de sus sentimientos hacia él, era tarde para dar marcha atrás. La madre de Luna casi nunca estaba en casa; como tenía negocios en Nueva York, solía pasar largas temporadas allá y Hermione, perdidamente enamorada, se las había arreglado para no tomarla en cuenta ya que además no le interesaba ocultar su amor por él.
El criterio logrado con los años, permitía a la joven ver las cosas con objetividad, aún desde el punto de vista de Harry. Casado con una mujer mayor que él y que solía estar fuera de casa la gran parte del tiempo, dejando a cargo de él un negocio abrumador y lleno de responsabilidades, ¿tenía algo de sorprendente que hubiera cedido al impulso de aceptar el consuelo que ella en su inocencia le procuraba?
Quizá no, pero con toda seguridad supo mejor que ella que lo suyo no tenía futuro. Y, por lo tanto, debió haberse exigido el coraje y discernimiento necesarios para poner un alto, antes que las cosas tomaran un rumbo inevitable. Eso era lo que no podía perdonarle, que hubiera sido tan indiferente a las consecuencias que una mezcla de hastío y deseo acarrearían, al llevarle a pasar por alto las circunstancias que los separaban.
Diecisiete años ella, y él veintiséis… quizá no una gran diferencia en cuanto a edades, pero en cuanto a experiencia.
—¡Mamá, ya llegamos! —gritó Lily, pues Hermione iba tan absorta que por poco se pasa de la escuela sin darse cuenta.
Dejó a los niños y fue directo al estudio. Apenas puso un pie en éste, supo que Draco estaba en uno de sus peores momentos, gruñendo sin apartar la vista de una cámara. Por su parte, una modelo que Hermione reconoció inmediatamente, permanecía sentada, tensa, en una silla extensible. Se percibía la tensión en el estudio.
De un vistazo Hermione sacó la conclusión. Se quitó el abrigo, llenó la cafetera que tenían en una pequeña cocineta y, sin pronunciar palabra, colocó delante de Draco una taza de café y cruzó el estudio para charlar con la modelo. Esta, de diecinueve años, con varias exitosas campañas de publicidad como currículo, se encontraba allí con el objeto de posar para uña revista de modas famosa.
—¿Siempre está así? —preguntó a Hermione casi con angustia—, la última vez que vine…
—Es su estilo —trató de suavizar Hermione—. Es un artista y como tal, perfeccionista.
La otra chica hizo una mueca.
—¡En casos como éste desearía haber hecho caso a mis padres y entrar en la universidad!
—A ver si cuando terminen de hablar podemos tomar algunas fotos —expresó Draco, dando por terminada la conversación entre las jóvenes.
Hasta el mediodía pudo Hermione tomar un descanso. Draco había estado todo el tiempo insufrible.
A las dos de la tarde, de mala gana, Draco anunció que era hora de comer y Hermione, agradecida, salió en busca de emparedados antes que él se arrepintiera.
Cuando regresó al estudio, la modelo ya se había ido y el teléfono timbraba. El letrero de "No molestar", colgado por fuera de la puerta del cuarto oscuro, quería decir exactamente eso y Hermione lo sabía por experiencia. Corrió hacia el teléfono y los emparedados cayeron sobre la mesa.
El tono seco de la directora del colegio de los niños le produjo un estremecimiento de temor que le crispó los nervios.
—¡Los gemelos! —se adelantó Hermione, pero la señora McGonagall estaba acostumbrada a tratar con padres afligidos, e interrumpió:
—Nada de cuidado, señora Krum, es sólo que Albus se ha estado quejando toda la mañana de un dolorcito en el estómago. La institutriz lo examinó y no halló nada mal. Quizá no sean más que algunos mimos lo que necesite.
Un leve sonrojo apareció en el rostro de Hermione, al mismo tiempo que trataba de asimilar el significado de lo que acababa de escuchar, temiendo algún reproche implícito. Una de sus mayores preocupaciones en la crianza de los gemelos la constituía el hecho de no poder quedarse en casa con ellos. Nunca trató de localizar a Harry después que la madre de Luna se había burlado en su cara de su ingenuidad y no contaba con nadie que se hiciera cargo de lo niños. Colgó una vez que aseguró a la señora McGonagall que saldría de inmediato rumbo a la escuela.
¿Sería verdad que todas las madres que trabajan, experimentaban esta fase de angustia? La culpabilidad es una carga que la mujer parece por naturaleza estar hecha para soportar.
Sin atreverse a molestar a Draco, dejó una nota en un lugar visible del escritorio y salió de prisa hacia el coche.
Albus estaba esperándola en la enfermería de la escuela, pálido y aletargado. Lily, a su lado, se levantó de un salto y empujó de prisa la silla hacia Hermione, gimiendo con aires de importancia.
—Albus está malito y no ha dejado de llorar. Yo lo cuidé.
Hermione la elogió.
—No creo, sinceramente, que el niño esté muy mal —opinó la señora Pomfrey, institutriz del plantel, sonriendo amable a Hermione—. Un par de días en cama y mimos lo pondrán bien.
¡Un par de días!, gimió Hermione. Eso significaría dos preciosos días menos de sus vacaciones. Draco se pondría furioso. Casi siempre durante las vacaciones de los niños o los días feriados se las arreglaba para que una vecina cuidara de ellos, pero esta vez había ido a visitar a sus padres fuera de la ciudad, y además, por el estado de ánimo en que se encontraba Albus, era dudoso que aceptara quedarse con extraños.
—Quizá el aire del campo hiciera retomar el color a sus mejillas —dijo la directora.
—¿Podemos ir al campo, mami? —suplicó Albus de regreso a casa. Por supuesto, se había animado sólo con verla, pero aún estaba decaído. Hermione se condolió. Pobrecillo, su indisposición no era menos cierta, así fuera física o emocional la causa.
—De acuerdo —accedió—, pero recuerden que Luna puede haberse arrepentido.
—Dijo que fuéramos —comentó Lily en un desplante de lógica infantil—, y la gente debería hacer lo que promete.
Hermione reprimió otro suspiro. No se sintió con ánimos para explicar a su hija la clase de lógica que dirige la conducta de los adultos, y todavía peor fue ver, estacionado afuera de la casa, el auto de Draco.
Cuando él los vio llegar se encaminó a grandes pasos hacia el auto.
—¿Cómo sigue el soldado herido en batalla? —preguntó a Albus, pero en su mirada Hermione notó algo que la puso a la defensiva.
Un hosco "te inquietas por nada", dicho mientras ella abría la puerta de la casa y mandaba a los niños a la cocina, confirmé sus dudas.
—Tiene buen aspecto el chiquillo.
—La directora dijo que debo permanecer dos días en casa —informó Albus a Draco—. Mami se quedará conmigo y luego iremos al campo durante el fin de semana.
—No te lo había asegurado, Draco —recordó Hermione—. Y sucede que nos han invitado a salir el fin de semana —se aventuró a decir—, y en vista de la indisposición de Albus creo que les servirá a ambos salir al campo.
—¿De veras? —atacó Draco, la ira reflejada en sus ojos—. ¿No se tratará de una "honrosa huida"? Bien, creo que esto sí te lo voy a tener que tomar en cuenta, Hermione. Te quiero y eso lo sabes. No estoy dispuesto a seguir jugando.
Hermione se sintió mal. Por fin había explotado la bomba, lo que no quería que sucediera.
—¿Qué quieres decir? —inquirió haciendo un esfuerzo.
—Tú lo sabes perfectamente —contestó Draco.
A la respuesta de él siguió una fulminante mirada, tras la cual abrió la puerta y salió furioso.
Hermione sabía que eso sucedería tarde o temprano, así que la actitud de Draco sólo corroboró sus dudas con respecto a la posibilidad de continuar trabajando con él, aunque era innegable que si se quedaba sin trabajo en este momento… no, eso no podía suceder.
—¿Por qué te pones así, mami? —preguntó Albus de pronto—. ¿También a ti te duele el estómago?
—Algo así —condescendió ella—. Y ahora a acostarse, que no estás tan bien que digamos.
A media tarde decidió por fin llamar a Luna para decirle que aceptaba su invitación. No tenían nada que perder, resolvió Hermione, y además se sentía incapaz de enfrentarse al desacuerdo de los niños en caso de no hacerlo.
Luna se quedó perpleja cuando escuchó a Hermione dándole las gracias y aceptando ir.
—Tendrás que darnos la dirección y decirme cómo llegar —le advirtió Hermione—. ¿En dónde vives?
—En St. Catchpole Ottery —respondió —Pero no tienes de qué preocuparte; dame tu dirección y dime cuando estarás lista para enviar a alguien por ti.
Hermione iba a rehusarse, pero al recordar el lujoso auto que le vio en la escuela, aceptó, pensando que Luna le enviaría al chofer.
Siguieron conversando durante un rato y cuando Hermione mencionó su trabajo Luna se quedó impresionada.
—¿Draco Malfoy? —inquirió extrañada—. ¡Qué suerte tienes! Pero si es súper sexy. No es que lo conozca en persona, pero he oído hablar acerca de él.
—¿Y quién no? —concedió Hermione secamente. Draco y su compañera del momento eran la noticia diaria en las páginas de sociales.
—Por supuesto, tú no tendrás nada que ver con él, ¿verdad? —inquirió Luna dándole a su voz un tono de complicidad.
—Draco tiene un criterio especial: una chica, una noche— fue la evasiva respuesta de Hermione, que pareció satisfacer a su amiga.
—¡Pero qué noche! —concluyó Luna bromeando antes de despedirse porque Newton comenzó a llorar.
Con esa pasmosa capacidad de recuperación propia de los niños, Albus anunció a la mañana siguiente sentirse tan bien como para ir de nuevo a la escuela, con lo cual Hermione podría regresar también al estudio.
Se dirigió hacia allá presa de miedo. Cuando abrió la puerta vio a Draco, solo, quien alzó la vista, masculló algo e hizo como que la ignoraba, mientras que ella se quitaba la chaqueta y la colgaba en el perchero. Se suponía que debían salir a tomar algunas fotografías, así que Hermione se había puesto pantalones vaqueros y una blusa ajustada bajo un grueso chRolfo.
Una vez que se quitó la chaqueta se volvió y sorprendió a Draco, pensativo, mirándole el cuerpo, sin importarle que ella se hubiese sonrojado. Hermione hizo el intento de ir a poner la cafetera, pero él le impidió el paso.
—Oye —le dijo—, siento mucho lo de ayer. Me salí de mis casillas, un error fatal —hizo una mueca desdeñosa mientras se alisaba con los dedos el cabello rubio—. Parece increíble, pensé que ya había aprendido a controlarme, pero ya ves. ¿Has decidido pasar el fin de semana con tu amiga?
Con la boca seca, Hermione asintió moviendo la cabeza. ¿Qué iba a hacer él? ¿Despedirla?
—Sé lo que estás pensando —la sorprendió el cambio de tono—. Creí que me conocías mejor. Nunca he obligado a nadie a acostarse conmigo y no lo voy a hacer ahora. Te quiero, Hermione —confesó con franqueza—, pero también deseo que tú correspondas a eso. El sexo debe brindar un placer mutuo y no constituir una carga. ¿Por qué? —preguntó como hablando solo—. ¿Soy yo quien te repugna o los hombres en general? Tú fuiste casada, tuviste hijos.
—Lo siento, Draco —interrumpió la joven—. No, no eres tú —una leve sonrisa jugueteó en sus labios al recordar cómo lo había descrito Luna—. Lo sabes bien —agregó con un guiño—. Es sólo que, tú eres hombre de una noche y yo, una mujer de la que dependen dos chiquillos y que…
—Prefiere que el sexo opuesto guarde sus distancias —continuó Draco con cierta astucia—. ¿Aunque te ofreciera algo permanente? ¿Bastaría, con eso? —la presionó—. Me parece que todavía no olvidas al tipo con el que te casaste, el padre de tus hijos, y que ése es el meollo del asunto, ¿o no? ¡Por Dios —exclamó casi con violencia—, cuándo te vas a dar cuenta de que vida no hay sino una! Bien —concluyó enfadado al ver la expresión de ella—, veo que me estoy dando golpes contra un muro, pero si alguna vez cambias de opinión…
—¿Puedo seguir trabajando contigo? —preguntó Hermione, temerosa.
Él enarcó las cejas e hizo una mueca burlona.
—Por supuesto —concedió—. Siempre será bueno para mi vanidad tener una mujer hermosa aquí. Y además —se detuvo—, tú has sido mi mejor asistente.
Un gran alivio invadió el corazón de Hermione, que realizó su trabajo con gran disposición de ánimo. Luego, acept6 gustosa la sugerencia que Draco le hiciera en el sentido de que tomara la tarde para preparar las cosas que necesitaría el fin de semana.
—Claro que esto no significa que me he dado por vencido —le advirtió—, es un "cese al fuego" temporal. ¿De acuerdo?
Llegó a casa sonriendo, aún cuando dudaba acerca de si había sido o no indicado aceptar la invitación de Luna. Pasó la tarde ocupada en lavar y planchar ropa.
Ninguno de sus hijos tendría mucho en común con el nene de Luna, reflexionaba Hermione mientras les hacía sus maletas, pero como los había visto tan entusiasmados con la idea del paseo a la hora de acostarlos, estaba conmovida.
La madre de Luna y Harry se habían divorciado, o al menos eso había dicho ella. ¿Qué habría sido de él? se preguntó. Se había enterado por su propia madre que la señora se había hecho de una considerable suma de dinero en la compañía que Harry heredó de su padre. Por su parte, éste casi nunca le había comentado a Hermione lo relativo a sus negocios; el tiempo que pasaban juntos era demasiado precioso, como para que ella se preocupara por algo como los negocios.
"Olvida a Harry, olvida el pasado" se dijo en tono impositivo, deseosa de ignorar el malestar que amenazaba convertirse en pesadumbre si ella lo permitía. ¿Por qué no habría de ser capaz de romper con su pasado? Otras mujeres han pasado por lo mismo y sin embargo llegan a ser felices en sus matrimonios, estableciendo relaciones amorosas saludables con otros hombres. ¿Por qué no habría ella de ser capaz? ¿Sería que se culpaba de lo ocurrido? Culpable y sucia. Los prejuicios de la gente en el pueblo donde vivían eran muy marcados, y además de cargar con el rechazo de Harry tuvo que soportar la furia de su madre.
Si no hubiera tejido tantas ilusiones en torno a Harry, nada de esto habría sucedido; pero no quiso ver la realidad, que él era un hombre insatisfecho en su matrimonio, fácilmente dado a cualquier aventura y que en ningún momento sintió por ella ni la más leve brizna de lo que ella por él.
Despertó con dolor de cabeza, y la desgana de pasar todo un fin de semana teniendo que ser cortés con personas que le eran casi desconocidas. Sin embargo, no podía defraudar a los niños, tampoco correr el riesgo de que Draco la pescara en una mentira. Deseaba con fuerza que él cesara en sus pretensiones para con ella; en cualquier otro caso hubiera bastado con desairarlo, pero tratándose de su propio jefe estaba en juego su propio trabajo, mismo que no podía darse el lujo de perder.
Los gemelos se mostraban dichosos con el programa de fin de semana. Cosa extraña, Lily, que por lo general prefería pantalones vaqueros y blusitas con volantes, decidió ponerse un florido delantal que le había comprado Hermione unas semanas antes, acompañado de la imprescindible faldita y una blusa blanca. La cabeza de Hermione estaba a punto de estallar.
Luna les habla prometido enviar al chofer a las diez; por una especie de milagro, a esa hora las maletas estaban dispuestas y los niños preparados, lo cual era mucho decir, pensó Hermione mientras se desmarañaba el cabello con un cepillo y se aplicaba lápiz labial.
La repentina aparición del sol la obligó a cambiarse de ropa, aprovechando para estrenar un conjunto que había adquirido pensando en su trabajo. Lo descubrió en una boutique de la calle South Moulton, rebajado por ser talla chica y lo compró por considerarlo adecuado para las recepciones que organizaba Draco, algunas veces a manera de campañas de publicidad.
Era un conjunto azul de tres piezas, en seda, con un ajustado corpiño que se ceñía a sus senos y una falda con cinturón ancho, y chaqueta cuyas mangas Hermione recogió a la manera que había visto hacer a algunas modelos.
Fue en ese medio donde Hermione aprendió a mejorar su arreglo personal. Sintió el roce sensual de la seda contra su piel; habla dejado su cabello suelto, formando una cascada sobre sus hombros y el perfume que el especialista en belleza le había regalado, cerró con broche de oro el cuadro. Tales obsequios constituían su verdadero orgullo. En Navidad fue favorecida por varios juegos de ropa interior italiana, que le dio el propio fabricante en agradecimiento por el excelente trabajo que Draco había realizado para su firma.
Hoy se había puesto uno de ellos; un mini sostén de satén que se abrochaba por medio de un cordón de encaje hecho a mano.
La principal razón por la que hizo eso era sin duda la vanidad, reflexionó Hermione al mismo tiempo que se echaba un último vistazo frente al espejo. Aunque alguna vez ella y Luna estuvieron tan unidas como hermanas, en la actualidad un gran abismo las separaba.
Ella se había convertido en la esposa de un hombre rico, eso saltaba a la vista; y aunque no se podía culpar a nadie por tratar de ayudar, aunque fuera entre comillas, a una amiga menos afortunada, lo que menos hubiera deseado Hermione era causar la lástima de Luna, lo que a no dudar sucedería si llegaba vestida con cualquier cosa.
Luna le había informado a Hermione que, como ella y su marido se adelantarían, el Rolls Royce estaría libre para conducirla a ella y sus gemelos; y a pesar del buen gusto y sofisticación que puso en su atavío, no pudo evitar estremecerse cuando los niños a coro anunciaron la llegada del lujoso auto.
Deseosa de no hacer esperar al chofer, Hermione bajó de prisa la escalera con una maleta en la mano y apresurando a los niños hacia la salida con la otra. Ya afuera, les indicó que esperaran mientras ella revisaba dentro del bolso si no olvidaba las llaves ni el dinero y se aseguró de que la puerta quedara bien cerrada.
La impresión que el impecable Rolls causó en los gemelos fue al parecer contradictoria, ya que, indecisos, permanecían al lado de su madre a pesar de que ésta trataba de empujarlos hacia el coche.
En cuanto se encaminaron hacia el auto, se abrió la puerta del lado del chofer y un hombre salió de él. El primer pensamiento de Hermione fue que aquel individuo no vestía uniforme, cosa que de inmediato pasó a segundo término debido al impacto que causó en ella al reconocer a…
—¡Hermione! —saludó él con aquel tono de voz que años antes hubiera hecho que ella desfalleciera de gusto. Parecía cambiado. ¿O sería la idea que tenía de él la que se transformó? Antes era la de una adolescente ingenua, ahora la de una mujer desencantada.
—Harry —musitó la muchacha forzando una sonrisa. Esta vez era ella quien no se despegaba de los niños, abrumada, deseosa de dar la media vuelta y refugiarse en su casa.
Harry miraba a los niños con indiferencia y al ver esto Hermione tuvo que reprimir un acceso de risa histérica. Tantas veces soñó, durante el embarazo, que Harry llegaba de improviso y al percatarse de que iba a ser padre, decidía quedarse para colmarlos de amor.
—¡Qué sorpresa! —se esforzó por recobrarla calma—. ¡Cómo no me dijo Luna que vendrías a recogernos!
—Cambio de última hora —respondió él sin mirarla—. Acabo de llegar de los Estados Unidos y como me invité a pasar con ellos el fin de semana, me sugirieron venir por ustedes aprovechando para que el chofer tomara un descanso.
—Luna pudo haberme telefoneado y yo habría llevado mi auto —replicó Hermione, sonrojándose al percatarse de que él la miraba de frente. Sin embargo, no pudo ver en sus ojos aquella calidez que tanto recordaba y en cambio se encontró con una mirada fría que la examinaba; como por instinto se agarró con fuerza de los niños.
—¡Mamá, me lastimas! —protestó Lily a la vez que miraba a aquel hombre alto de cabello y ojos oscuros que los observaba.
—¿Por qué no subimos de una vez al auto? —sugirió Harry, tratando de aliviar a Hermione de lo embarazoso del momento. Sus manos se rozaron accidentalmente y Hermione retiró la suya como si hubiera tocado fuego—. Es comprensible, pero innecesario —agregó él con sequedad—. Al buen entendedor pocas palabras.
Hermione supuso que se refería al impacto sufrido cuando lo vio. Este encuentro debió ser tan indeseable para él como lo era para ella, concluyó un tanto alterada mientras se dirigían hacia el auto; pero al menos él iba prevenido.
Los primeros diez minutos de su recorrido se fueron en exclamaciones, por parte de los gemelos, acerca del lujo del auto; Hermione no pudo evitar desear que Harry no le hubiera ofrecido el asiento de adelante, aunque, por otro lado, sería ridículo hacer una escena sólo por eso.
Una breve mirada de soslayo al perfil de Harry, hizo pensar a Hermione que aunque él era el mismo parecía otro. Había en él una severidad que no recordaba; cuando lo conoció le pareció la cumbre de sus sueños de adolescente, amable, comprensivo, tierno. Cualidades por las que nadie hubiera apostado al ver al hombre que ahora iba a su lado.
En su cabello todavía no aparecían las canas y a pesar del discreto traje que vestía, Hermione adivinó que había cambiado un poco físicamente durante los siete años de alejamiento. Caminaba con arrogancia. Recordó la noche de su regreso de California; él tenía entonces la piel quemada por el sol, su cuerpo parecía de bronce. Se estremeció, ahuyentando los recuerdos.
En el asiento de atrás los niños jugaban a ver quién podía contar más autos de la misma marca.
—Luna me dijo que enviudaste —dijo él sin apartar la vista del camino. Hermione sintió un nudo en la garganta.
—Sí —se esforzó en sostener su mentira.
—Lo siento —la respuesta fue un formalismo—. ¿Y cómo fue?
—Lo mataron en el extranjero —continuó ella sin más, repitiendo lo que había llegado a parecerle tan familiar—. Antes que nacieran los niños. No los conoció.
—Una pérdida mutua —agregó él con tranquilidad—. ¿No has pensado en volver a casarte?
—En cuanto me lo pidan —contestó ella secamente, para su propia sorpresa—. Además —se acomodó en el asiento—, creo que más vale una persona que en realidad se preocupe por ellos, que dos en desacuerdo.
—Tú también perdiste a tu padre, si mal no recuerdo —comentó él—. Estoy seguro de que con una experiencia así podrás evitar que tu hija caiga en la misma trampa.
—Nadie experimenta en cabeza ajena —respondió Hermione con cansancio. Aunque el comentario fue hecho con indiferencia, recordó con claridad una ocasión en que, estando juntos él la acusó de utilizarlo como figura sustituta de su padre. Ella, furiosa, le había recordado que eran ocho y no dieciocho los años que le llevaba.
—¿Has estado trabajando en América? —le preguntó ella para cambiar de conversación.
—Tengo negocios allá, algunos en compañía con la madre de Luna. Debes saber que ella se volvió a casar.
—Sí. No logro entender… —se interrumpió y humedeció los labios. Iba a decir que no podía explicarse el porqué de su divorcio, pero lo más seguro era que su tono de voz la traicionara.
—¿Que Pandora se aventurara a casarse otra vez? —corrigió él—. Como muchas mujeres ricas de su generación, tiende a hacer de ello una profesión. Este es su cuarto matrimonio.
—¡Cuarto! —ella no pudo disimular su sorpresa. Hasta donde sabía, Harry había sido el segundo.
—¿Te sorprende?
—Es que, yo no sabía que llevaras tanto tiempo divorciado como para que ella hubiese tenido tiempo de casarse dos veces más.
—No te quedaste el suficiente tiempo para enterarte.
El comentario la dejó perpleja. Era casi una acusación. Pero, ¿de qué la podría acusar él que fue quien la rechazó? Él, que se había burlado junto con Pandora de su alocado amor y sin piedad le dio la espalda, dejándole la pesada carga del embarazo.
—¿Y qué se supone que debí haber hecho? —preguntó en voz baja pero irritada—¿Dar marcha atrás al tiempo?
—Así que decidiste ampararte en un lindo y seguro matrimonio.
Hermione, sonrojada, se encajó las uñas en las palmas de las manos. Nunca habría aceptado asistir a ese paseo de haber sabido que Harry estaría presente. ¿Cómo demonios lo podría soportar?
Albus distrajo excitado su atención, señalando una oveja que pastaba en el campo. Viraron en la carretera con rumbo hacia el oeste.
Para sorpresa de Hermione, a las doce, Harry se salió de la carretera para tomar un sendero estrecho bordeado por matorrales salpicados de flores de la estación.
—Le prometí a Luna llevarlos a almorzar —contestó él sin esperar a que ella pregunHermione—. La casa es muy grande y aunque Luna cuenta con ayuda, la verdad es que ellos van a descansar.
Antes que Hermione pudiera objetar algo, entraron en un enorme estacionamiento. El lugar ostentaba un letrero que decía: "Sólo para miembros del Club".
—Soy miembro de este Club y me comuniqué antes de salir, así que nos esperan. Tengo una propiedad aquí, sólo que de momento está ocupada por unos amigos americanos.
Lo que ahora era el Country Club, había sido una hacienda, el enorme granero fue convertido en lujoso restaurante con altas ventanas a manera de miradores y un bar.
Los niños estaban fascinados, tanto por la novedad de comer fuera de casa como por sus descubrimientos. Lily decía a Harry lo bueno que había sido ponerse su mejor ropa.
El comentario obligaba a una respuesta, y el corazón de Hermione se estremeció al ver a Harry inclinar la cabeza y responder:
—Estás linda, el azul te sienta.
—Mi mami lo escogió —informó Lily, orgullosa—. Yo siempre uso pantalones vaqueros porque son mejores para jugar. ¿Tú tienes hijos? —le preguntó.
—Lily —intervino Hermione, pero Harry le hizo una seña para que se callara.
—Desgraciadamente, no —enarcó las cejas.
Hipócrita, pensó Hermione resentida mientras los conducían hacia una mesa. No quiere hijos porque teme a la responsabilidad que significa hacerse cargo de otras vidas.
Sin embargo, a pesar de su falta de experiencia como padre, fue muy atinado al escoger la comida para los niños y supo entretenerlos mientras llegaban los platillos ordenados. Como sucedía con Hermione, la escuela en que estaban los niños daba mucha importancia a los buenos modales y ella se sintió orgullosa al observar su comportamiento. Habían arrancado sonrisas de admiración de parte de otros comensales, y una mujer que pasaba al lado de su mesa se detuvo para conversar con Harry, a quien sin duda conocía, y mirar de arriba abajo a Hermione y los niños.
—Cho, permíteme presentarte a Hermione y sus hijos. Hermione fue compañera de escuela de Luna —explicó Harry—. También es viuda.
—Pero no tuve hijos, querida —subrayó la mujer, mirando despreciativa a los niños.
Tendría unos cuarenta años, calculó Hermione, aunque bien llevados. Comprendió que aquella mujer le estaba advirtiendo, con sutileza, que Harry era de su exclusiva propiedad. "Puede quedarse con él", pensó la chica airada haciendo a un lado el postre, que no había ni siquiera probado, reacia a reconocer la súbita enemistad que surgió entre ellas.
Al percatarse de la marcada diferencia con que el camarero trataba a Harry, Hermione recordó la única ocasión que habían salido a comer juntos. Ese día Luna cumplió quince años. Ella casi se desmayó al oírle decir que había hecho reservaciones en uno de los mejores restaurantes. A pesar de que Luna los acompañaría, la madre de Hermione no estuvo de acuerdo y también se acordó del leve beso con que él se despidió al dejarla en casa. Aquel beso que fue el inicio de todo.
—Físicamente no se parecen a ti los niños —dijo él en tono seco, lo cual interrumpió los pensamientos de Hermione—. Deben parecerse mucho a su padre.
El tenedor de Hermione cayó al suelo haciendo ruido. Se puso tan roja como el mantel y se inclinó para recogerlo, agradecida de que el incidente le permitiera apartar su mirada de la de Harry.
