¡Hola, gente feliz!

En esta ocasión, me atrevo con una historia basada en el universo de Mass Effect y post muerte de Thane. A raíz de ver la película "La Forma del Agua" de Guillermo del Toro, no he podido evitar pensar en mi iguanita verde y dulce, Krios e hijo.

Como suele suceder con mis historias: violencia, sexo e ira… mucha ira.

Con el origen terrestre e implacable, Shepard actuará de forma muy poco heroica, rozando el sadismo y la crueldad innecesarios. ¿Qué puedo decir? Es una loba herida…

Este capítulo hace referencia a la escena en la que Shepard escucha los mensajes de Thane. Sí, esa tan horriblemente triste. (Ay, soy masoquista, lo sé)

¡Ojo! Esto es una prueba rápida que he hecho, de ahí que no esté muy cuidada. Espero que no haya muchos errores y que no os aburra.

¡Muchas gracias por leerme!

Un abrazo grande.

P.D: La gran mayoría de personajes, así como el mundo en el que está ambientada esta historia, son creaciones originales de BioWare. Sin embargo, varios sucesos y personas que aquí aparecen, son obra propia. Esta historia tiene spoilers de los libros, cómics, vídeos y juegos.


- Adiós.-


Despedir a alguien amado era una de esas cosas a las que ya debería estar acostumbrada, pero nada más lejos de la realidad.

Lo había perdido y, con él, todas mis esperanzas de un futuro propio.

Decirle adiós no hubiera sido fácil de ninguna de las maneras, pero me estaba resultando más complicado con Kolyat aquí. Su simple estampa agitaba mi entereza, recordándome aún más la presencia de quien ya no se hallaba entre nosotros.

No pude negarme a ofrecer mi recién adquirida propiedad como lugar de ceremonia, ¿dónde si no se le honraría? Thane no tenía hogar, no tenía apenas familia, no tenía nada salvo, quizás, un hijo rebelde y… y a mí.

"Tu-fira. Perdido en otro"…

Así, de esa forma tan trágica y sádica, fue como describió sus sentimientos por mí.

¿Que si yo me sentía igual? Maldita sea, ¡Claro que sí!

Golpeé el monitor de mi habitación con rabia y caí de rodillas al suelo, abandonándome al incesante flujo de emociones que corrían violentamente por mi corazón, reventándolo en miles de insalvables pedazos que nunca me molestaría en recoger porque ¿Qué clase de vida tendría sin él a mi lado? Seguramente una que jamás querría descubrir.

El eco de su suave voz aún reverberaba en mis oídos y apreté fuertemente la mandíbula para evitar sollozar.

Yo era más que aquel ser lamentable, era más fuerte que todo ello, me decía… pero al mismo tiempo, sabía que su marcha me superaría.

Su maldita despedida laceraba profundamente mi alma, como quien retuerce la soga que lleva al cuello hasta que ésta rasga la sensible piel.

"Has hecho que mi vida sea mejor, me has dado a ti, a Kolyat, hasta el Relé Omega 4 me hizo sentir útil. Estamos vivos, siha, y cuando no lo estemos, te encontraré al otro lado del mar."

Al otro lado del mar…

¿Hay un mar allá adonde va? ¿Acaso es aquello consuelo para el vacío que deja?

—¡Al demonio el mar! ¡Te necesito aquí! —grité, mientras cedía al dolor y rompía en incontrolable llanto.

Dejé caer mi frente sobre el suelo esperando que, en un bendito golpe de suerte, aquello acabase con la agonía. Mis uñas se incrustaron dolorosamente en la palma de mis manos hasta que de ellas brotó sangre, una similar a la que se había derramado por su vientre cuando no fui lo suficientemente rápida para salvarle.

Deseaba que aquello fuera un mal sueño, una pesadilla de la que despertaría en breve, pero el dolor en mis manos y el líquido caliente que corría por ellas, confirmaba que todo era real; una cruel e injusta realidad.

Dicen que la negación es la primera etapa del duelo. ¿Que quiénes lo dicen? Pues quienes no me conocen, claro está. Expertos fantoches que creen que, a estas alturas del siglo, los humanos seguimos gobernados por las mismas teorías psicológicas que hace decenas de décadas.

Lo mío era la ira y sólo la ira. Parecía más natural, fluía con más facilidad por mi cuerpo y reventaba en un estallido de sensaciones que, muchas veces, afectaba mi control sobre mi biótica, facilitando así la liberación de cualquier carga emocional que me lastrase.

No. La negación no era para mí. Nunca lo había sido. Asimilaba rápidamente la situación y planificaba el enfoque idóneo para solventar el conflicto. No sabría decir si aquello era una consecuencia de vivir en las calles terrestres y buscarme el pan como podía incluso a costa de mi propia vida, o una de las razones por las cuales había terminado allí prácticamente sola, pero era innato en mí… o eso creía hasta ahora.

¿Cómo podía digerir esto? Nadie me había enseñado a amar, nadie me había amado ni aceptado tal cual era hasta que Thane irrumpió en mi convulsa y solitaria vida.

Se puede decir que él me redescubrió, con esa naturalidad suya, esa facilidad que tenía para perforar dentro del alma de cada ser y aceptar, incluso, la más profunda y absoluta oscuridad; una que parecía llevar con él también, como quien lleva un pesado chaleco del que quiere desprenderse.

Él era así. No se esforzó ni un ápice por entenderme porque, a diferencia de los demás, parecía conocerme mejor que yo misma desde el primer minuto en que le dejé entrar en mi corazón. No pude evitarlo, aunque lo intenté. ¡Vaya si lo intenté! Pero el cabrón sabía cómo debilitar cada jodido muro de mi persona.

Recuerdo el primer beso. No es que estuviera nerviosa, pero algo me decía que no era simplemente sexo; había algo más, algo increíblemente seductor y desconocido, algo… imperecedero.

Ojalá me hubiera equivocado...

Podría haberme apartado de él, podría haberle alejado de mí como siempre lo hacía con quienes empezaba a confraternizar, pero no lo hice. ¿Por qué? Incluso ahora sigue siendo un misterio.

Aunque, bueno… ahora eso ya no tiene importancia ¿verdad?

La ira. Sí, definitivamente la ira era lo mío.

Siha, ángel guerrero de la diosa Arashu, feroz en ira, recordé. ¿Cómo había sido capaz de ver tan dentro de mí?

Y es que era cierto en más de un aspecto. No obstante, nada se comparaba con la furia ciega que padecía ahora; una profunda e incontrolable ira por no ser capaz de volver a sentir su roce, de no poder disfrutar de su calor, de su delicada voz en mi cuello, de sus diestros dedos en mi nuca, de sus labios sobre los míos, ni de su hermoso cuerpo junto a mí. La maldita realidad era que jamás volvería a ser mío… pero yo aún seguía siendo irremediablemente suya.

Recuerdo haber gritado de nuevo, alguna maldición quizás, o tal vez fuera mi alma después de aquello que, temerosa de mostrar vulnerabilidad, lo hiciera desde mi subconsciente, pero sabía que la memoria de tal agonía recorrería mi senda por siempre.

Thane me había marcado a fuego las entrañas forzándome a llevar su cicatriz hasta el final de mis días; unos que, esperaba, estuvieran próximos en llegar.

Mi llanto se ahogó con otra maldición y puede que me extralimitase con uno de los muros de mi habitación, pues recuerdo haber recogido algunos trozos de yeso del suelo al despertar de aquel patético estado letárgico en el que me encontraba.

Me agité al levantarme, casi perdiendo el equilibrio debido al impulso y al exceso de Ryncol en sangre. Gruñí un insulto al aire, obligándome a concluir así con aquel ritual de grotesca fragilidad.

—Soy Shepard, maldita sea, el maldito ángel guerrero. —vociferé una vez más, buscando creerme aquello que parecía significar algo para los demás, algo para él… pero muy poco para mí.

Si Kolyat me oyó, no dio señales de ello cuando acudí en su búsqueda minutos después, algo más serena.

No sé cuánto tiempo estuve en mis dependencias, pero por el bullicio del exterior, supuse que era ya muy entrada la madrugada. La Ciudadela bullía en vida y los neones parpadeaban ansiosos por capturar el interés de algún que otro despistado al que asaltar con precios excesivos por un vaso de alcohol adulterado.

Miré por las cercanías para ver si lo veía. Lo encontré recostado sobre la barra del bar, sus dedos tamborileaban erráticos sobre un vaso de cristal vacío. Parecía anestesiado, aturdido, fuera de este mundo, perdido en algo o en alguien, supuse.

Otro pinchazo de dolor. ¿Cuándo acabaría?

Me entretuve sentándome en silencio a su lado, mientras echaba un vistazo a mis alrededores para observar orden donde, hace unas horas, había caos.

—Gracias —musité torpemente, en busca de algo que decir porque ya no aguantaba esa maldita sensación de asfixia.

No recibí contestación. El alcohol parecía afectar más a los drell que a los humanos y agradecí no oír su joven voz; una voz que era la fiel sombra de la de su padre.

—Si quieres, puedes quedarte aquí esta noche. Al fondo, hay una habitación libre y un saco de boxeo por si… —suspiré— en fin, haz lo que quieras—. Me levanté del banquillo con desgana, aún aturdida por el arranque de debilidad de hace unos minutos, pero unos dedos fríos me impidieron la marcha.

—¿Te tomas la última conmigo? —su maldita voz un tono más grave que de costumbre, acentuando así las similitudes entre él y el padre.

—Guarda tus energías. —Repliqué— Hoy lloramos su muerte. Mañana celebraremos su vida, así que te necesito entero, Kolyat. Esto no se ha terminado—. Me alejé de él sin dirigirle la mirada. Sabía que si lo hacía, no podría evitar volver a ser aquel ente patético y débil que tanto estaba ya detestando.

Me arranqué la ropa a medida que subía las escaleras, totalmente indiferente a lo que mi desnudez podría ocasionar en el joven drell, y caí sobre mi cama con absoluto abandono.

"Siempre estaré contigo, siha…"

Maldito embustero, pensaba, mientras renunciaba irremediablemente al peso del día y me dejaba llevar por el sueño y la amargura de la soledad.

En unas pocas horas, la luz artificial de la Ciudadela marcaría el inicio de un nuevo día en la estación. No sabía si aquello era una condena o una bendición, sólo tenía la certeza de que, fuera lo que fuese que la jornada me deparase, haría que mereciese la pena.