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Observé de reojo a Nataly volteando hacia nuestra mesa. La chica, con ese uniforme característico de una mesera —pantalón negro, blusa blanca— no le quitaba sus ojos marrones de encima a mi acompañante. Nerviosamente se movía el flequillo hacia un lado y se mordía el labio mientras intentaba, al mismo tiempo, prestar atención a la orden que la pareja de novios le estaba dando.

Sonreí para mis adentros, sintiéndome superior. Sabía que más de una persona tenía clavada su atención en nosotros y eso me gustaba. Me gustaba mucho.

El precioso reloj de péndulo, colgado en una pared frente a mí, marcaba las nueve con cuarto. Hiroaki cortó la llamada y dejó el celular en la mesa, junto a su plato. Limpié mi boca con la fina servilleta de tela y sonreí al verlo.

— La cena ha estado deliciosa —murmuré.

— Me alegra que te haya gustado. El Bistro Río ha sido siempre uno de mis restaurantes favoritos —asentí con una sonrisa y se me escapó un suspiro—. ¿Te apetece algo más, ma cheriè?

— Oh no, he quedado satisfecha. Muchas gracias —Hiroaki se recargó sobre la silla acolchonada de terciopelo blanco y asintió. Me detuve un momento para apreciarlo con calma: llevaba su cabello castaño un tanto desprolijo, aunque no se veía para nada mal. Su piel parecía porcelana de la realeza, me moría de ganas por ir y acariciar su perfecto rostro exaltado por sus grandes ojos avellanados, sus pobladas cejas y su respingada nariz. Tenía un lunar en la mejilla izquierda, junto a la comisura de los labios. Llevaba un traje Hugo Boss en color gris oscuro y una camisa rosa pastel con los primeros tres botones desabrochados, mostrando un poco del fino vello de su pecho—. ¿Y qué pensaste acerca de la propuesta? —en ese momento sus palabras me sacaron del ensimismamiento.

— ¿Eh? Ah, eso —me mordí el labio en un vago intento por reprimir la sensación de nerviosismo que se formaba en mi estómago y me hacía estremecer las extremidades ligeramente—. Acepto —dije, sin más rodeos. Hiroaki esbozó una media sonrisa y asintió, inclinándose hacia adelante y descansando sus codos sobre la mesa.

— ¿Estás segura? —su intensa mirada me recorrió completamente. Sus ojos se movieron rápidamente de los míos a mis labios, a mi cuello y me hallé a mí misma experimentando sensaciones nuevas en mi cuerpo. Era algo muy ajeno a mí y sin embargo, sentía como si hubiese sido hecha para vivirlo.

— Estoy segura, señor Ishida —afirmé con una seguridad proveniente de algún lugar desconocido de mi interior.

El importantísimo dueño de Ixe Banks Corporation pidió la cuenta, encargándose de dejar una valiosa propina del treinta por ciento. Salimos del restaurante casi a las diez de la noche y ya a la entrada estaba su deslumbrante Mercedes Benz junto a su chofer esperándonos. Hiroaki me abrió la puerta trasera, invitándome a entrar y enseguida se deslizó él a mi lado. Le indicó a Roger que se dirigiera hacia el Empire State.

El cuerpo no dejaba de temblarme de nervios, de emoción, adrenalina y algo de miedo. Miré la preciosa ciudad de Nueva York pasar junto a la ventanilla. Los fastuosos edificios corporativos, los letreros de luz de neón brillantes anunciando miles de productos cosméticos y lencería, exceptuando por algunos de comida rápida.

En el momento menos oportuno apareció la imagen de mi familia, mi madre, específicamente. Pensé en lo que diría si supiera que su pequeña de diecisiete años estaba a punto de venderse a un empresario, líder mundial en la rama mercantil, para poder pagar sus estudios universitarios porque la estúpida administración de la NYU decidió negarme el apoyo económico y la manutención, sólo por no poseer un apellido de renombre. Se habría decepcionado de mí, sin duda alguna. Pero, ¿qué otra opción tenía? Hiroaki apareció en el cuadro a mi rescate justo cuando quise darme por vencida, aunque no como me lo imaginaba.

Llegamos al penthouse del Empire State. Era un precioso salón con piso de madera, o quizás imitación de madera en color claro. Estaba rodeado por ventanales que dejaban ver más allá de la cotidianidad urbana desde aquél último piso en la cúspide. La luna, llena y deslumbrante, parecía un faro frente a mis ojos. De lado izquierdo había una sala de elegantes sillones blancos con detalles dorados y hacia la derecha dos puertas corredizas y tras éstas la recámara compuesta de una cama king size, un par de burós de madera refinada junto a cada extremo. Increíblemente, en el techo había un enorme espejo.

— Ponte cómoda, Hikari. Enseguida vuelvo —Hiroaki se encerró en el dormitorio y yo dejé mi bolsa sobre un sillón. Me quité los incómodos tacones negros que había comprado para esa noche, sintiendo un alivio en mis pies, y me acerqué a la ventana. De verdad que la vista era muy bonita. Desde ahí podía ver el puente de Manhattan brillar sobre el East river.

Nuevamente me permití cuestionarme lo que estaba haciendo. Mi moral, dada la educación que mi madre se esforzó en darme, me decía que no lo hiciera, yo no era esa clase de persona, pero mi ambición por querer adquirir un título universitario en la ciudad de Nueva York le gritaba a la razón que cualquier sacrificio valía la pena. Tras no volver a saber de mi padre y el abandono de mi hermano hacía unos tres años, mi madre sólo contaba conmigo para subsistir en un futuro. Yo era lo único que tenía, lo único que le quedaba, su esperanza para cuando sus ojos no pudieran ver, cuando su fuerza ya no rindiera ni medio día y alguien tuviese que cuidar de ella, y dada la situación laboral, sin el título universitario no podría generar ingresos que me permitieran vivir cómodamente.

Hiroaki salió de la habitación y se acercó a la barra junto al minibar. Fui a sentarme en uno de los banquitos rojos y él sirvió whiskey en dos copas de cristal. Decidí permanecer en silencio, observándolo beber y haciendo lo mismo. El licor me picaba un poco en los labios pero me gustaba. Todo esto era nuevo para mí.

— Este será el trato, Hikari: —comenzó a decir seriamente, clavando sus preciosos ojos en mí—. Te pagaré $50 grandes a la semana porque seas mi dama de compañía mientras viva en esta ciudad —tosí un poco, atragantándome con la bebida. ¿$50 grandes, había dicho?

— ¿Cin… cin… cincuenta mil dólares? —exclamé aún sorprendida.

— Así es.

— Wow —el señor Ishida esbozó una media sonrisa.

— Tu labor será bastante sencilla, Hikari, sólo tendrás que acompañarme de vez en cuando a alguna cena de gala ofrecida en beneficio de alguna porquería altruista y… —sin dejar de mirarme, se inclinó hacia donde estaba, quedando su rostro a escasos centímetros del mío. Podía oler su aliento a whiskey mezclado con pasta dental, sin perder ese aroma varonil—. Mantener a tu hombre ocupado por las noches —inesperadamente me besó. Sus labios apenas y apretaron suavemente los míos pero aquella sensación hizo disparar una corriente energética por mis venas dejándome deseando más al separarse—. Creo que está de más que mencione que el trato queda entre tú y yo. Eres menor de edad, yo soy un adulto casado y estaré viajando para no desatender mi familia y si algo sale mal, te hundes.

Lo dijo con un tono de voz bastante suave y calmado que me costaba creer que era una amenaza. Y sabía que esa era la última oportunidad que tendría para decidir lo que haría, a partir de ese momento ya no habría marcha atrás y entre la razón y la necesidad decidí hacerle caso a una de ellas.

Sólo esperaba no arrepentirme luego.


Nueva historia! Espero que les agrade y se hayan quedado intrigados :p si es así, sería mucho pedir un review? :)