Como siempre, ni los personajes ni el universo de Saint Seiya me pertenecen. En caso de que aparezca un personaje propio, lo diré. La historia surgió a partir de un AU (Alternate Universe/Universo Alternativo) que tengo con mi mejor amiga. Sus comentarios son bienvenidos.
I. El bosque.
El atardecer griego era una maravilla. El cielo se pintaba siempre de los colores más hermosos, como una postal diferente cada día; nunca verías dos atardeceres iguales. Rodorio era una pequeña ciudad muy tranquila a las afueras del impresionante Santuario griego que se alzaba imponente en la lejanía, pero que llevaba unos buenos años deshabitado. Sí, Rodorio no tenía nada que ver con la cosmopolita Atenas, sin embargo, tenía su belleza peculiar que la hacía atractiva para los turistas y los mismos griegos que buscaban una vida tranquila sin tener que ir al campo. Antaño, era sólo un pueblecito con menos de cien habitantes, pero ahora eran una ciudad pintoresca, una mezcla muy particular de lo tradicional y lo moderno. Además, tenía un aura mística que no podía pasarse por alto.
Ella llegó durante el verano, cuando el sol arreciaba y lo único que apetecía era ir a la costa más cercana a echarse un chapuzón en la playa o pasar el rato bajo una sombrilla, con una bebida fría y refrescante en una mano y un buen libro en la otra. O al menos eso era lo que le deseaba ella al final de cada jornada laboral, pero no podía darse ese lujo, al menos no por el momento. Se adentró en el bosque cercano.
A pesar de lo avanzada que estaba la tecnología y de los cambios tan importantes que se suscitaron en Rodorio, se había acordado que el área verde que rodeaba la pequeña ciudad quedaría intacta. Muchas personas solían pasar varias horas entre los árboles o en ciertos prados donde hacían días de campo, jugaban al futbol o simplemente dejaban las horas pasar en solitario o con compañía. Y ella gustaba mucho de hacer lo último, especialmente durante el atardecer ya que comenzaba a refrescar y eso lo hacía un lugar todavía más acogedor para ella.
Con su mochila al hombro –llena de comida y bebidas– una lámpara de bolsillo y un libro, se adentró en el bosque siguiendo, al principio, el rastro que habían dejado unos cuántos pares de zapatos en el lodo pero que luego desaparecían pues empezaba a crecer pasto y diversos tipos de flores. Siguió su camino igualmente. Llevaba ya por lo menos una semana yendo a ese lugar y sabía que no podría perderse pues, si podía presumir de algo, era que tenía un excelente sentido de la orientación.
La mujer, de piel blanca como la nieve y cabellos de un intenso color rojo (que en ocasiones más bien tenían un tono anaranjado), caminó a paso firme entre los árboles, sorteando las ramas que salían de la tierra y los troncos de otros árboles que habían muerto, tal vez hacía años. Le gustaba su soledad, había aprendido a aceptarla y disfrutarla, sin embargo, no podía negar que en ocasiones le venía bien un poco de compañía, aunque terminara siempre retrayéndose en sí misma. Sumida en sus pensamientos como iba, perdió el rumbo un momento.
-Espera –dijo al no reconocer los árboles que se alzaban a su alrededor y le cerraban el camino –Este no es el lugar –frunció el ceño y repasó los alrededores con gesto fastidiado.
Escuchó ruido en las copas de los árboles, sonidos que tradujo en aves u otros animales que llegaban a dormir o se preparaban para cazar. Respiró hondo, le quedaba ya muy poca luz solar, así que tuvo que prender su lámpara de mano. Entonces volvió a escuchar aquel ruido y se giró, no le apetecía encontrarse ahora con algún animal hambriento que quisiera hacer de ella su presa. Sabía que alguien la observaba, estaba segura de ello, ya que supiera exactamente quién o qué, era distinto, no obstante, tenía esa certeza y comenzó a ponerse nerviosa.
-Necesitas calmarte –se reprendió –Si no te tranquilizas, te perderás y entonces sí será un problema –respiró un par de veces más, así que apenas volvió a sentirse en control de sus sentidos, siguió su camino.
Sin embargo, esa sensación de que seguían todos sus movimientos no la abandonaba. Casi podía sentir la respiración de la criatura en su nuca, erizándole la piel, poniendo sus vellos de punta. Negó. Era todo producto de su imaginación, estaba segura. Decían que el bosque solía hacer eso con la gente que se perdía, así los ayudaba a salir de ahí. Esa era una de las leyendas, pero ella, obstinada como era, se aferraba a ese momento de paz como quien se aferra a un salvavidas en medio de un mar tempestuoso.
Se adentró entre los árboles, encontrando sólo negrura. Ahora sí, no le cabía la menor duda de que se había perdido. Exhaló con fastidio. Alumbró la espesa oscuridad con su lámpara sólo para encontrarse con lo que parecía un mar de árboles que se extendía hasta el infinito (o eso era lo que ella pensaba). Decidió seguir su instinto y giró hacia la izquierda y seguir caminando recto, estaba segura de que encontraría la salida, no obstante, conforme más avanzaba, la desesperación le invadía. Se maldijo por lo bajo. No llevaba móvil, nada con lo que pudiera pedir ayuda, aunque después pensó que igualmente no habría servido de mucho pues en esas áreas no había cobertura de ningún tipo.
Un par de ojos dorados la miraban desde la oscuridad, la criatura no se acercaría pero ayudaría si era necesario. Aquellos cabellos de fuego habían llamado su atención y, aunque en otras circunstancias habría reclamado su territorio, en ese momento no le apetecía. Se movió con sigilo entre la oscuridad, ya había hecho suficiente con alarmar a la joven que, lejos de encontrar el camino de vuelta a la ciudad, se adentraba más y más. Hacía muchos años que alguien no llegaba a tal profundidad por lo que estaba un tanto… Emocionado.
La joven no quiso mirar la hora, sabía que se asustaría si veía que realmente había pasado demasiado tiempo extraviada y lo que menos deseaba era perder la poca tranquilidad que le quedaba. Al final escuchó lo que parecía ser agua. Se alegró. Si existía un río en ese lugar podría seguirlo y así por fin saldría del embrollo en el que estaba metida.
Siguió el sonido del agua con entusiasmo renovado mientras apuntaba la lámpara a la negrura que dejó de ser espesa. Abrió mucho los ojos cuando, después de abrirse camino entre los árboles, se encontró con un precioso claro frente a ella. Casi parecía tallado a mano.
-Imposible… -murmuró mientras se acercaba a paso lento. Apagó la lámpara y entró como si se tratase de un lugar sagrado.
El pasto, de un verde brillante, estaba totalmente cubierto por una fina capa de agua y flanqueado por un sinfín de árboles fuertes que seguramente llevaban muchísimo tiempo creciendo ahí. Y, de no ser porque el cielo estaba oscuro, habría jurado que aún era de día. El agua que había escuchado no era otra cosa más que un lago; curioso pues el líquido vital estaba tan calmado que ya empezaba a dudar de lo que había escuchado en un principio. La Luna llena, con su pálida luz, alumbraba el claro como si fuese una pintura. La mujer no cabía en sí de la impresión que le causaba tan bello paisaje. Se mordió el labio y sacó su cámara, necesitaba una foto de ese lugar, no para el mundo, sino para ella. Deseaba mantener esa imagen para siempre en su vida, por si algún día era incapaz de recordarlo.
-Vete –dijo una voz tras ella apenas tomó la foto. La voz era profunda, grave, imponente, llena de decisión, pero tranquila y firme.
La joven de cabellos de fuego volteó, el corazón le latía con fuerza y el color rojo encendió sus mejillas. No esperaba ver lo que sus ojos encontraron frente a ella y dio un paso atrás. Si le atacaba, intentaría defenderse, mas no estaba segura si lo conseguiría.
-He dicho que te vayas –repitió con exactamente el mismo tono de antes.
Pero la joven abrió la boca aunque nada salió de ella. Lo veía y no lo creía. Dio otro paso atrás cuando el dueño de aquella voz se acercó.
-Te sacaré de aquí –volvió a decir, como si estuviera conversando con ella y le hubiera pedido auxilio.
No logró hablar pero soltó un pequeño jadeo cuando la criatura la tomó entre sus brazos y echó a correr con ella fuera de ahí.
-¿Q-Quién…? ¿C-Cómo…? –tantas preguntas, tantas cosas que deseaba expresar y todas se reusaban a abandonar sus labios, quedándose aprisionadas en su garganta. Se abrazó a él pues comenzó a sentirse mareada ante la velocidad que había alcanzado y la forma en la que la criatura sorteaba los árboles sin esfuerzo.
Cuando abrió los ojos, se encontraba sola en la entrada del bosque. Volteó a todos lados, incluso volvió a meterse al bosque, apuntando hacia las copas de los árboles con su lámpara, pero sólo consiguió asustar a varias aves y otros animales.
-¡Volveré! –Gritó con decisión -¡Volveré!
