El secreto de Homero

La alarma del reloj interrumpe abruptamente los sueños de Homero. Entreabre los ojos y la apaga con un manotazo torpe y somnoliento. Pasan unos segundos y él reacciona. A su lado, Marge duerme pacíficamente con una ligera sonrisa en su rostro. Y el día comienza de nuevo.

El sonido del agua precipitándose sobre el azulejo es opacado por un canto juguetón de una canción que ni siquiera conoce. Por supuesto a Homero no le importa. Silva, canta, murmulla, como si esos sonidos fueran indicio de que todo está bien, de que todo es como siempre. Homero abre la cortina del baño y sale descuidadamente hacia el lavabo, dejando sus huellas de agua sobre el suelo, como si fuera parte de su rutina de hombre descuidado. Se para frente al espejo y limpia el vapor con una mano. De pronto sus ojos se detienen un momento, clavados en su misma mirada, inspeccionándose unos instantes en silencio. Hace un movimiento brusco de cabeza y comienza a silbar fuertemente. Como queriendo acallar sus propios pensamientos… o para convencerse de que así era.

Baja a la cocina seducido por el exquisito desayuno que su esposa le prepara. Marge lo espera con un abrazo y le da un besito en la mejilla. – ¡buenos días! – le dice sonriendo. – te preparé los waffles especiales que te gustan.

Sentados a la mesa están Bart, Maggie y Lisa.

-Hola papá, no olvides la exposición a la que prometiste llevarme.- dice Lisa, mirándolo esperanzadamente.

-Claro hijita, papi ya tiene tus boletos. – le contesta con una sonrisa tímida.

- Pfff, eres una ñoña – dice Bart, casi interrumpiendo a Homero.

- Niño, respeta a tu hermana – Contesta Homero con el entrecejo fruncido.

Afuera, el claxon del autobús se escucha abruptamente. Los niños salen de la casa después de recibir el beso de todas las mañanas de su amorosa madre. Homero termina su desayuno y se despide de ella también. – Te amo – Le susurra Marge al oído. Se escucha la puerta cerrarse.

Homero mira su reloj mientras se dirige al auto. Se queda unos momentos tras el volante antes de arrancar y da un suspiro. De nuevo se topa con un espejo, el del retrovisor. Esta vez se mira fijamente por algunos segundos. –"ellos no se lo merecen"- piensa para sí mismo.

Mientras conduce por las calles, no puede evitar relajarse un poco. Su vida se ha vuelto una escena constante, donde tiene bien estudiado su personaje, donde hay un libreto que seguir. En esos momentos de soledad puede ser él mismo. –"Si tan sólo pudieran comprenderme".

Las llantas del auto se detienen. Homero baja lentamente. Sus pasos se precipitan hacia un pórtico. Mete la mano en su bolsillo y saca una llave. Por dentro, se escucha la perilla girar y el ladrido de un perro.

-¡papi!, papi!- se escucha una pequeña voz de niña gritar al fondo. Homero sonríe.