Una sonrisa torcida. Ese era el único gesto que su cuerpo aceptaba ante tal situación. No iba a lamentarse, no por un enemigo, mucho menos por él. No iba a llorar, eso sería una gran estupidez, una deshonra para un caballero como él, y la máxima muestra de debilidad. Sin embargo, la zozobra y la melancolía era algo que no podía evitar, no del todo.
Claro, eran enemigos a muerte. Nunca nadie le había llamado tanto la atención como él, nunca nadie le había dado una batalla tan interesante y aguerrida. Deseó haber tenido más luchas con ese maldito, deseó haber sido él quien acabará con su existencia, por lo menos. Sus manos apretaron con fuerza la roja lanza y sus nudillos tomaron una tonalidad blanca.
El viento frío mecía su coleta azul, sus ojos rojos como la sangre observaban la lluvia de escarchas que salía del castillo. Se sorprendió al percatarse de que no desaparecía, normalmente a esa hora no debería quedar nada. De un momento a otro, la furia lo invadió, ¿acaso se estaba burlando de él? Sería bastardo.
Con agilidad, descendió entre colinas y árboles, empuñando su arma con los orbes inyectados de sangre. Su carácter despreciable salió a flote, y aún así, estaba turbado y confundido. Nunca se había sentido así, no él, no Lancer.
Lo vio, nada más que un cuerpo etéreo a punto de desaparecer por completo. De un momento a otro, su ira disminuyó considerablemente. Pelo blanco, ojos grises, armadura roja. Archer observaba el cielo estrellado, negándose a partir, no todavía.
—Eres un idiota, perder contra ese— dijo lo primero que se le vino a la mente. Tono altanero, pero eso no inmutó al hombre frente a él, tampoco es que esperaba que lo hiciera. Sabía muy bien que era una estupidez el haber dicho algo así. No quería culparlo, pero lo hacía. Lancer no quería que su mejor oponente desapareciera tan rápido, no así.
—He hecho lo que tenía que hacer— respondió indiferente, pero él vio la pequeña sonrisa que se dibujo en su rostro. Lancer sintió de nuevo una oleada de furia. De nuevo, fue opacada por Archer. Caminó, la hierba no se movía a sus pies, como esperaba. Llegó hasta el otro hombre, y con sus manos sujetó su rostro. Aunque Lancer no percibió la presión, sí que sintió esa sensación de lejana calidez.
Con un beso, tan tenue e imperceptible calló todas sus protestas. Sólo lo necesario para saber que fue real. Cuando abrió sus ojos rojos, lo último que vio fueron escarchas plateadas, después, nada. Sonrió… al parecer él también lo había recordado.
Fin
